Sala de Control del OVNI: Julio sintió la necesidad de fumar
y encendió un cigarrillo. Después ofreció tabaco, concretamente al
extraterrestre más alto; pero aquel declinó la invitación con un gesto seco,
indicándole que él no se metía aquello entre pecho y espalda.
Se sabe que en todo el maremágnum que acompaña al fenómeno OVNI, se han dado algunas situaciones cargadas de humor. Un ejemplo de ello lo podemos tomar de Julio F., abducido por extraterrestres, ofreciendo un cigarrillo a uno de aquellos seres llegados de mundos lejanos, quienes lógicamente no entenderían la finalidad de inhalar humo… De este modo, los seres humanos podemos caer fácilmente en el ridículo donde nos lleva nuestra propia ignorancia; por ejemplo, la obstinación de aquellos que dirigen las Fuerzas Aéreas de algunos países, esos mandos militares que marcan la consigna de enviar “rudimentarios aviones a reacción” a perseguir naves cuya tecnología escapa a nuestra imaginación.
Se sabe que en todo el maremágnum que acompaña al fenómeno OVNI, se han dado algunas situaciones cargadas de humor. Un ejemplo de ello lo podemos tomar de Julio F., abducido por extraterrestres, ofreciendo un cigarrillo a uno de aquellos seres llegados de mundos lejanos, quienes lógicamente no entenderían la finalidad de inhalar humo… De este modo, los seres humanos podemos caer fácilmente en el ridículo donde nos lleva nuestra propia ignorancia; por ejemplo, la obstinación de aquellos que dirigen las Fuerzas Aéreas de algunos países, esos mandos militares que marcan la consigna de enviar “rudimentarios aviones a reacción” a perseguir naves cuya tecnología escapa a nuestra imaginación.
Un ejemplo de ello se dio cuando varios cazas intentaron interceptar un OVNI volando sobre la vertical de Maysville (Kentucky) en 1948 y entonces el F51 del capitán Thomas F. Manttell terminó desintegrándose. (Los extraterrestres ya han explicado a ciertos contactados que una de sus defensas es generar un intenso campo electromagnético a modo de escudo frente a una agresión). Otro ejemplo, recogido en el libro La Amenaza Extraterrestre, de Salvador Freixedo narra así otro incidente ocurrido con cazas: Al MIG cubano le pasó algo por el estilo y los radares norteamericanos de Key West pudieron comprobar directamente todo el incidente. Un gran ovni esférico avanzaba hacia la costa cubana a unos 1.000 kms. por hora y a 10.000 mts. de altura. Dos MIGs salieron a interceptarlo. Le pidieron que se identificase, cosa que no hizo. Entonces el capitán recibió orden de dispararle.
MIG21 cubano |
Verdaderamente puede pensarse que quienes dirigen el mundo, es decir determinadas Agencias Militares, no entenderían a estas alturas que su comportamiento frente a civilizaciones extraterrestres se correspondería, por poner una simple analogía, al de niños en el patio de un colegio “compitiendo por ver quién da el puñetazo más fuerte” y por tanto, “quien es el que manda allí”. Y si por casualidad, alguien arrojara desde el exterior de la valla del colegio “algún tipo de arma desconocida y poderosa” hacia el interior (Aquello que entenderíamos como tecnología inversa extraterrestre recuperada de naves estrelladas, como en su momento ya han explicado algunos testigos tales como el físico Robert Lazar, quien detallo su trabajó en la S4, del Área 51) la “excitación podría llevar a esos traviesos niños a imaginarse dueños del mundo”.
NSA (National Security Agency)
Pero si razonamos en una perspectiva mucho más amplia, sin ningún tipo de miopía ó ambiciones ilusorias; quienes gobiernan el mundo tal vez no entenderían que mas allá de ese espacio reducido (el planeta Tierra) existen otras edificaciones (otros planetas habitados) y la cuestión principal es que en la actualidad no esté contemplándose el hecho donde los seres humanos estaríamos retrasando voluntariamente nuestra propia evolución como especie; debido a que, aun descubriendo esa tecnología que nos llevase hacia fronteras alejadas de la Tierra, tarde o temprano, los extraterrestres siendo mucho más evolucionados que nosotros, obligarían de cualquier forma a “descartar ciertos comportamientos camorristas”, es decir, que en territorios fuera de la Tierra se les exigiría a los seres humanos que dejasen a un lado esos infantilismos y por contra, se comportasen como “educados adultos”.
Área 51, Groom Lake |
Ahora
viene la parte real, por la cual los grandes poderes económicos sentirían
peligrar su estructura de poder si acaso la población verdaderamente conociese
la realidad extraterrestre; por una razón fundamental que ya han
expresado los seres de las estrellas a ciertos contactados: principalmente porque estos no ven con buenos ojos
la organización mundial actual basada en guerras y desigualdades abismales
entre unos seres humanos y otros; sin obviar por supuesto a los grandes
estamentos militares que sueñan con poderosas armas que les lleven a dominar el
mundo sin importarles otra realidad que no sea guerra y destrucción. Otro
vértice del problema nos llega de los medios de comunicación claramente
serviles, precisamente, a esas corporaciones económicas y militares. Y como
cuadratura del círculo quedarían el remanente de las religiones, que al
principio se colapsarían, pero que finalmente “remontarían vuelo” ayudadas por
esa espiritualidad que al parecer ya poseen las civilizaciones extraterrestres
si acaso decidieran explicar a sus fieles seguidores que la vecindad cósmica
está repleta de vida…
En
esta ocasión he traído uno de los más importantes casos de abducción que se
hayan dado en España, me refiero al ocurrido a Julio F., y que tal vez algunos
de los que lean estas líneas ya tendrán conocimiento de ello. Sin embargo
quiero resaltar que esta narración de los hechos los he tomado del libro
Secuestrados por extraterrestres, de Antonio
Ribera que yo considero la mejor
y más exhaustiva investigación realizada hasta el momento sobre este caso.
Habiendo sometió a Julio F. a diferentes
sesiones de hipnosis, apoyadas por la propia narración del abducido, pudieron
conocerse detalles muy importantes de aquel contacto sucedido en tierras de
Medinaceli, provincia de Soria (España). Julio F. describe con bastante
precisión el interior del OVNI, nave de considerables dimensiones (70 m. de
diámetro) así como a los extraterrestres quienes tal vez habrían evolucionado
en planetas de escasa luminosidad. Como siempre, llama la atención los sujetos
que son elegidos para la propia abducción, detalles que se nos escapan a
primera vista ya que en el caso de Julio F. todo empezó en su propia casa de
Madrid, quien había planeado ir de caza a Ávila y que termino finalmente en
Medinaceli, Soria, “cambiando de planes sobre la marcha y sin saber exactamente
el por qué”.Antonio Ribera |
Del libro Secuestrados por extraterrestres,
de Antonio Ribera
JULIO
F.: EL CAZADOR CAZADO
Los asistentes al I Congreso
Mediterráneo de Ufología, por mí organizado y presidido, y que se celebró en el
Palacio de Congresos de Barcelona los días 16 y 17 de junio de 1979, se
quedaron boquiabiertos al ver entrar en la sala oscurecida a un señor rodeado
de cuatro «guardaespaldas que, después de subir al estrado y sentarse de espaldas
en la sala, se puso a relatar tranquilamente una experiencia increíble: su
estancia de tres horas largas a bordo de una nave extraterrestre, adonde fue
abducido en la provincia de Soria.
Idéntico pasmo experimentaron
los asistentes a una convención anterior, el Primer Simpósium Nacional de Ovnilogía/Ufología,
organizado por OTIU y su presidente Francisco Sánchez, los días 27, 28 Y 29 de
abril del mismo año. Ante ellos no se presentó Julio F., que éste es el nombre
con que quiere ser conocido el misterioso personaje, sino que esta vez habló
por los altavoces, desde el interior de una cabina que lo ocultaba a miradas
indiscretas
Y es que Julio F. -dato muy positivo- desea guardar, el más
riguroso anonimato, para evitar que su increíble experiencia se convierta
en pasto para la prensa sensacionalista e incluso para los chistes fáciles. Eso
sí: Julio está totalmente abierto para los investigadores serios, y yo nunca
podré agradecerle lo bastante su desinteresada colaboración conmigo, y el
riquísimo material al que me ha permitido tener acceso, por intermedio de José
Antonio Campaña y su esposa, la doctora Maite Pérez Alvarez, han investigado a
fondo este caso, y a quienes desde aquí quiero manifestar mi más sincero
agradecimiento.
Así mismo agradezco la
colaboración prestada por sus invaluables dibujos y croquis a Carmelo Solar y
Vicente Arnas La primera noticia de este caso extraordinario la obtuvo el conocido
investigador madrileño y psicólogo –amén de querido amigo- José Luis Jordán
Peña, quien casi se puso por sombrero un gigantesco ovni con el signo de UMMO
en la panza, en Aluche, el 6 de febrero de 1966. El hecho de que un VED
(Vehículo Extraterrestre Dirigido) casi eligiera su cabeza como campo de
aterrizaje -o de despegue no se sabe bien- no logró vencer el contumaz
escepticismo de Jordán Peña,
racionalista a marchamartillo, hombre lúcido e inteligente si los hay, pero que
se resistía y se sigue resistiendo- a aceptar la realidad del binomio ovni =
nave extraterrestre.
Pues bien: al terminar una de
las frecuentes conferencias públicas que, pese a todo, Jordán Peña pronuncia
sobre el fenómeno ovni, alguien le interrogó acerca de las experiencias de
quienes, habiendo tenido un encuentro cercano del segundo o tercer tipo
principalmente, fueron sometidos a hipnosis para averiguar si terminaron siendo
llevados al interior de la nave. El interpelante -un hombre joven- le pidió su
teléfono, para llamarle a los pocos días y decirle que podía contarle un suceso que le interesaría.
Jose Luis Jordán Peña |
Quedaron ambos citados en una
cafetería, y allí encontró Jordán a su interpelante, llamado Manolo, que venía
acompañado de su hermano Julio, protagonista del insólito suceso que impresionó vivamente al psicólogo, por el
evidente tono de sinceridad y autenticidad de Julio.
¿Qué había ocurrido?
Todo empezó en la mañana del 5
de febrero de 1978, domingo. Julio F. es un hombre joven, casado, con un hijo
de dos años y medio entonces; cursó tres años de veterinaria y de ello conserva
gran afición a los animales. Atendía entonces un comercio familiar, pero su
auténtica vocación es la fotografía. Lee mucho para informarse sobre el mundo
que le rodea y el hombre, pero jamás le tentaron las lecturas paracientíficas o ufológicas. Gran deportista,
es montañero, escalador y cinturón negro en Tae Kwon-do. Pero su gran pasión es salir a cazar solo, con
su fiel perro Mus
un pointer, inglés ligero, de pura raza.
Pointer inglés |
El día citado, 5 de febrero de
1978, se cerraba la veda. Julio había
decidido la víspera dirigirse a una zona abundante en liebres, cercana a Medinaceli, en la
provincia de Soria. Tras un extraño encuentro a las cinco de la mañana en un hostal solitario con un camarero muy raro,
Julio se dirige hacia un camino vecinal, llevado por un, impulso irresistible. El
coche se le pone a andar hacia atrás, y finalmente termina parado, sin
luz con el motor detenido. Julio levanta el capó, pues cree que la avería se
debe a la bobina, y...
Hasta aquí alcanzan sus
recuerdos conscientes, Todo lo demás hubo que sacárselo de su subconsciente –donde
estaba guardado bajo llave- mediante la hipnosis regresiva, Y “lo demás” es nada menos que el encuentro con dos hombres muy
altos, de casi dos metros, de cabeza enorme, facciones alargadas, labios finos
y mentón puntiagudo, cubiertos con un traje verde ajustado y un verdugo que les
tapaba el cráneo y los hombros.
Estos hombres luego le invitaron a seguirlo, tras enviarle pensamientos tranquilizadores,
al interior de un enorme disco volante de 70 m de diámetro, que flotaba
ingrávido sobre un campo próximo a 400 m de la carretera nacional pero oculto a
su vista por una loma. En el interior de la nave -adonde penetro con su perro Mus
y la escopeta de caza al hombro- fue sometido a una operación
traumatizante, consistente en introducirle unos finos hilos de colores por todas –absolutamente
todas- las cavidades de su cuerpo. Luego fue sujeto a un asiento, y se le
«obsequió con un breve viaje espacial, pues pudo ver la Tierra y la Luna por
una de las ventanas rectangulares de la
gigantesca nave espacial.
Todo esto fue saliendo a la luz
gracias a las sofronizaciones a que José
Luis Jordán Peña sometió a Julio F. en octubre de 1979. La primera sesión de
regresión hipnótica -refiere Enrique de Vicente en un artículo que consagró al
tema en Contactos Extraterrestres núm. 1 y que luego se publicó en
francés en el núm. 28 de Ouranos-tuvo
lugar en el consultorio psiquiátrico del doctor Fernando Jiménez del
Oso, en presencia de éste y de una
docena de médicos, psicólogos, hipnólogos y estudiosos, que asistieron a la
experiencia en vista de la credibilidad que atribuían al relato y la confianza
que depositaban en Jordán
A la segunda sesión, realizada
en el Colegio Menesiano madrileño, asistieron unas cincuenta personas, entre
las que se incluían prestigiosos profesionales y especialistas en las más
diversas materias, cuya opinión subjetiva –tras asistir a las dramatizaciones
con que Julio revivía bajo hipnosis los momentos más intensos emocionalmente de
su experiencia- fue mayoritariamente positiva.
Pero vamos a dejar que sea Julio
mismo, con sus propias palabras, quien nos cuente lo sucedido. Las transcripciones
que se reproducen a continuación son inéditas, y debo a la amabilidad
del propio Julio -repito- y de los esposos Campaña, que este impresionante
dossier se haga público por primera vez. Sin duda este caso -con el de Dionisio
Llanca- sea el más exhaustivamente estudiado, con una ventaja por lo que al de
Julio se refiere: así como el pobre Llanca era un ser simple, de bajo cociente
intelectual, los test psicológicos a que fue sometido Julio revelaron un
coeficiente intelectual superior al normal, combinado con una personalidad perfectamente integrada: muy
equilibrada y en absoluto psicopática. Julio no es ni un débil mental ni un
fabulador o un mitómano. Es, por el contrario, un hombre muy realista, muy
objetivo y, sobre todo, incapaz de mentir.
Esto es lo que han revelado los
exámenes psicológicos. Y quiero recordar aquí que quien se los hizo fue el
meticuloso y escéptico Jordán Peña, que realiza profesionalmente docenas de tests
psicométricos laborales, y a quien sería por tanto imposible engañar.
Habla Julio
Reproduzco a continuación la
entrevista que Julio sostuvo -en
estado vigil- con José Antonio Campaña, y que serviría de preludio a las
entrevistas posteriores que realizó en estado hipnótico. En estas sesiones de
hipnosis intervinieron, además de Jordán Peña, la señorita Ana Mozo, hipnóloga, y el doctor Jesús Durán, reputado
especialista madrileño, que empezó a sofronizar a Julio con un escepticismo total (el doctor Durán no creía en los ovnis), que
luego habría de trocarse en asombro e incluso preocupación.
Cerrará este dossier sobre el
«caso Julio» algunas conclusiones anatómico-morfológicas sobre los «extraterrestres » que secuestraron a Julio, debidas a la doctora Maite Perez
Alvarez y que me atrevo a calificar de «asombrosas», pues nos enfrentan... ¡al
hombre del futuro!
No dejará el lector avisado de
constatar sorprendentes semejanzas y coincidencias con
otros casos de abducción que recoge este libro. Estas coincidencias, como ya he dicho, nos evocan un nivel
tecnológico superior al de la Tierra a finales de este siglo xx, y común sin
duda a muchas civilizaciones de la Galaxia.
Diré antes de pasar a las
transcripciones, que el estudio
del caso comenzó en
junio de 1979, prolongándose hasta abril del año siguiente. Pero en realidad, no
ha terminado y es posible que no termine nunca... mientras Julio exista.
Medinaceli, Soria, España. |
El
viaje a Medinaceli
Pregunta: José Antonio Campaña.
-¿Empezamos, Julio?
-Cuando
quieras.
-¿Qué sucedió aquel 5 de febrero de 1978 desde
que dejaste tu domicilio?
-Serían
las tres y media de la madrugada cuando abrí el portal. Recuerdo que aquella
noche dormí poco, di vueltas y vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño
(cosa muy frecuente en mí cuando voy de
caza, temo no oír el despertador y no pego ojo). Total, que me levanté sobre
las dos y luego desayuné, cogí mis
trastos y, en vez de dirigirme a la zona donde acostumbro -Casavieja en Ávila-,
enfilé la carretera de Barcelona hacia Medinaceli.
-¿Por qué razón?
-Lo
ignoro. Precisamente, la víspera había comentado con mi mujer que iría a cazar
donde siempre. Quizá, dado que era muy pronto, decidiera marchar a Soria para
hacer tiempo aunque que no puedo asegurarlo.
-¿Indicas siempre adónde vas?
-Sí,
es una costumbre que conservo de mis tiempos de montañero. En el campo, un
accidente es fácil. Si te ocurre algo y saben dónde estás, pueden ir a
buscarte, ¿comprendes?
-¿Cuándo cambiaste tus planes?
-Sobre
la marcha. No sé si al salir de casa o ya en el coche. Desde luego, lo hice de
forma impulsiva, ahí está lo raro.
-¿Te extraña?
-Mucho.
Mi idea aquel día era ir a Ávila. Y hay más cabos sueltos.
-¿A qué te refieres?
-Verás,
yo adoro los preliminares de la caza. Es como un vicio. La noche antes de
partir reviso la escopeta mil veces, selecciono los cartuchos, pienso dónde iré... En fin, que
salgo ya con una idea preconcebida, por eso me choca un cambio de opinión tan
repentino.
-¿Nunca alteras tus planes?
-Hombre,
a veces he dicho voy a tal sitio, y luego me he quedado en otro, pero siempre
en la misma zona o sobre la misma ruta, no en el lado contrario, como sucedió
en esta ocasión.
-¿Recuerdas qué tal noche hacía?
-La
noche estaba muy fría, sin nubes, quizá por ello la temperatura había
descendido tanto. Me encontré el 124 escarchado ¡normal!-,
abrí la puerta, metí a Mus, mi perro y salí zumbando.
-¿Sucedió algo imprevisto por el
camino?
-Iba
pegándole al coche, me gusta conducir fuerte cuando voy solo. «Charlaba» con Mus,
le decía cosas, el perro me miraba. ... Noté, eso sí, que los
kilómetros se hacían interminables. No avanzaba ni loco. Te parecerá una
tontería, pero llegue a pensar que había dejado atrás Medinaceli, hasta consulte
los indicadores.
-¿Y eso?
-No
sé. El caso es que sabía que iba
temprano para cazar. Tanto es así, que me detuve en un bar de la carretera.
-¿Puedes decir dónde?
-Creo que en el «hostal 103», situado en ese kilómetro de la ruta. Está
junto a una gasolinera y supongo que no cierra en toda la noche. (Julio se
equivoca de hostal, algo bastante lógico pues ha estado allí una sola vez y
existen 4 bares en un tramo reducido de carretera. Por la descripción,
es probable que se detuviera en «el 113», ubicado a la salida de Algora, Guadalajara; dicho hostal, aunque se halla junto a una gasolinera no permanece
abierto de madrugada.)
-¿Y qué hiciste allí?
-Pedí
un café y un chinchón (me encanta tomarlo cuando voy de caza). Entablé
conversación con el camarero, un chaval alto, rubio, muy simpático. Llegaría·
al hostal sobre las cuatro y media o cinco menos cuarto.
-¿Hasta ese momento no notaste
nada extraño?
Algora, provincia de Guadalajara, España |
-Bueno,
hubo dos cosas que me llamaron la atención mientras estuve en el hostal. Primero, que no entrara
nadie en la media hora que permanecí allí. Normalmente suelen entrar camioneros,
la Guardia Civil, otros cazadores... y segundo
el aspecto del camarero.
-¿Qué tenía de raro?
-Que
no era un camarero. Podría haber sido un estudiante que trabajara en el bar
para mantenerse, cosa que no cuadra con lo apartado del lugar. Aunque se
manejaba bastante bien saltaba a la vista que aquel no era su oficio. Recuerdo
que llevaba enfundados unos guantes como los que usan las mujeres para fregar y su conversación era muy amena y
correcta.
¡Ah!,
otro detalle, al entrar en el hostal, sentí un fuerte olor a pino, como el que posteriormente
noté en la nave, pero lo achaqué a que probablemente acababan de limpiar y provenía
del detergente. (Podría tratarse de olor a ozono.)
-¿Qué hablaste con el camarero?
-La
verdad es que yo no estaba demasiado locuaz. Hablamos de caza, la conversación normal en
estos casos. Él se interesaba por Mus y creo recordar que me
recomendó algún lugar de la zona.
-Ya. ¿A qué hora dejaste el
hostal?
-Serían las seis menos cuarto. Tardé sobre media hora en alcanzar Medinaceli, que está a 50 km de allí.
-Bien, y llegaste al cruce de la
Nacional II con la desviación a Medinaceli.
Ahora, por favor, no omitas ningún detalle.
-Tomé
la carretera que conduce al pueblo. Subí la cuesta a todo gas, divirtiéndome.
Vi que no venía nadie y me pegue a las curvas que por cierto, son de aúpa. Luego, quité la cassette
de una de Jorge Cafrune, que siempre llevo puesta para oír mejor el sonido del motor, nostalgia de cuando participaba
en rallies.
-¿Pasaste por Medinaceli a gran
velocidad?
-Sí,
metí la cuarta y puse de nuevo la cinta, pensando que iba 15
km más allá. Dejé el pueblo a la derecha y baje por la
carretera de Barahona.
-¿Qué ocurrió después?
-Ni
idea. Sólo sé que entré en el camino y se
estropeó el coche. Es como si tuviera
una laguna. He intentado rememorar todo aquello,
pero no hay forma.
-Sin embargo, recuerdas lo anterior.
-Perfectamente,
y es lo que no entiendo.
-¿Conocías la existencia del
camino?
-No
era la segunda vez que visitaba aquellos pagos. Además me dirigía más adelante,
a un sitio
estupendo para cobrar liebres que me había enseñado un
amigo.
-Pero ¿cómo pudiste distinguir
el camino en la noche?
-Eso
me he preguntado yo al volver al
lugar. El sendero está oculto entre
matojos y sale, perpendicular, a una recta de 2 km,
donde lo suyo es ponerse a 100 o 110.
-¿Recuerdas haber visto el
camino o no?
-No.
-Te diré una cosa, hemos
intentado reconstruir los hechos en idénticas condiciones y tuvimos que entrar
en segunda.
-Lógico,
si no te matas.
(En una de nuestras
visitas, nos pasamos de largo el camino,
eso sabiendo donde se encontraba y con toda la luminosidad reinante a las cinco de la tarde en el mes de
Julio.
-¿Piensas que hubo frenazo?
-Chico,
creo que no, pero…
-¿Por qué diablos te metiste por
allí, Julio?
-No
sé ¡y mira que le he dado vueltas!
-Sin embargo, en anteriores
ocasiones, tú has hablado de un impulso…
-Es
una reflexión más que un recuerdo. Si giré a la izquierda debió ser por un acto
impulsivo, porque mi idea no era esa.
Sesiones
hipnóticas. 16-4-1980, 25-4-1980, 2-5-1980
Pregunta: Ana Mozo.
-Ahora estás en el día 4 de febrero de 1978, el
día 4de febrero de 1978, te encuentras en la noche del 4 de febrero
de 1978 y son las diez. Me vas a ir contando todo lo que estás haciendo pero, además, lo vas a actuar, Julio, vas a
mover tus manos, tus pies... ¿Qué estás haciendo en este momento?
-Estoy
preparando la escopeta.
-Bien, pues prepárala. (Julio mira por el cañón
comprobando que está limpio, luego introduce los cartuchos en la canana.)
-¿Qué estás haciendo ahora?
-Reviso
la escopeta.
-Cuéntanos cómo lo haces.
-Tiro
del trombón. Compruebo la grasa de los mecanismos.
-¿Está bien la escopeta?
-Sí.
-¿Y ahora, qué vas a hacer?
-Cerrarla.
-¿Qué más haces?
-La
guardo en una funda
(pone la carabina en una funda imaginaria).
-¿Y ahora?
-Abrocho
la hebilla.
-¿Qué tipo de cartucho usas,
Julio?
-«Legia»,
de 36 g.
-¿Y eso, para qué tipo de bichos
sirve?
-Para
todos..., caza menor.
(Julio sigue colocando cartuchos en la canana.)
-¿En qué piensas mientras metes
los cartuchos?
-En
la caza, qué tal se dará.
-¿Y tú qué crees?
-Bien.
Nunca se sabe.
-Julio, hoy van a sucederte
muchas cosas y me las vas a ir contando todas, ¿estás de acuerdo?
-Guardo
la canana y cojo 5 cartuchos más.
-¿Para qué?
-Para
llevarlos en la escopeta.
-¿Dónde los pones?
-En
el pantalón de caza.
-Bueno, pues mételos.
-Ahora
no, cuando me vaya.
-¿Qué haces ahora?
-Voy
a cenar.
-¿El
qué?
-Chorizo,
salchichón, queso.
-¿Y después de cenar?
-Me
voy a la cama.
-Pues, hale, vete a la cama,
¿donde estas?
-En
la cama.
-¿Y qué piensas?
-Nada.
Estoy leyendo.
-¿Y después, qué haces?
-Apago
la luz. (Julio
hace ademán de accionar el interruptor).
-¿Cómo has pasado el día, Julio?
¿Has tenido alguna impresión especial?
-No.
-¿Qué haces ahora?
-Voy
a dormir.
-¿Estás durmiendo ahora?
-No
puedo.
-¿Por qué?
-Estoy
nervioso por la caza.
-¿Y no duermes?
-No.
-¿Y qué piensas?
-En
mañana. La caza.
-¿Qué hora es?
-Una
y media.
-¿A qué hora te has acostado?
-Once
y media.
-¡ Andá, llevas dos horas sin dormir!
-Sí.
-¿A qué hora te levantas?
-A
la una y media.
-¿A qué?
-A
fumar un pitillo.
-¿Y luego?
-Me
acuesto.
-Otra vez te acuestas, ¿y a qué
hora te levantas definitivamente?
-A
las dos y media.
-¿Y qué haces?
-Me
lavo.
-¿Y qué más?
-Me visto.
Desayuno. Cojo las cosas. Salgo. Voy al coche. Saco a Mus. Entro en el
coche. Arranco. Doy marcha atrás. Giro a la izquierda. Primera. Salgo del
aparcamiento.
-Continúa. .
-Voy
a tomar la carretera de Boadilla.
-Abre los ojos, Julio (éste cumple la orden).
-Voy
hacia Boadilla.
-¿Qué más? ¿A dónde te diriges a
cazar?.
-A
Casavieja.
-¿Y qué quieres cazar?
-Siempre
perdiz.
-Paso
Boadilla. Sigo por la carretera. (Pausa.)
-Acuérdate de esto que vaya
decirte, Julio. Vas a encontrar algo extraño en la carretera, algo que yo te voy
a mandar ¿De acuerdo?
-Sí. (Julio presentaba fuertes
resistencias a hablar, Ana trata de preparar el terreno.)
-Y tú vas a decirme qué es ese algo, ¿vale?
-Sí.
-¿Qué haces? ¿Llevas puesta la
música?
-Sí.
-¿Dónde has empezado a
escucharla?
-En
casa. En el coche, al arrancarlo.
-¿y qué música escuchas?
-A
Jorge Negrete. (Ana
trata de saber en qué momento Julio pone la cinta de Cafrune, que quedó
desgrabada parcialmente)
-Bueno, pues volvemos a la
carretera.
-Sí.
-Sígueme contando qué sucede.
-Un
camión.
-¿Qué más?
-Voy
solo.
-¿No llevas a Mus?
-Sí.
-¿Dónde va?
-A
mi lado.
-¿En el asiento?
-En
el suelo.
-¿y cómo está Mus?
-Dormido.
Tranquilo.
-Sigue contando.
-Hay
una luz. (Julio
cambia de expresión, parece atemorizado.) Traspasa
el coche. (Perplejo.)
-¿Dónde hay una luz?
-Arriba,
sobre el coche.
-Pero, ¿en el techo?
-No,
más arriba. Encima. Es muy fuerte, blanca.
-Descríbela.
-Muy
blanca. El coche parece de cristal. (Inspira y espira profundamente, está muy asustado.) Se ve mucha luz.
-¿Puedes ver a través del coche?
-No
veo nada. (Su
voz denota desesperación.)
-¿Qué hace Mus?
-Ha
saltado al asiento de atrás. Ladra. (Pausa.) (Aterrado) La
luz es muy fuerte. No puedo ver nada. (Julio parece estar verdaderamente
asustado.)
-¿Qué pasa?
-El
coche, el coche da la vuelta. No puedo controlarlo. Gira solo. (Estupefacto.)
-Sí,
quiero irme a casa. Tengo miedo. Tengo miedo. Esa luz me persigue.
-¿Qué sientes?
-Miedo.
No puedo controlar el coche.
-¿Recibes algo en tu mente? (Julio entra en una fase de resistencia. Cierra los ojos, baja la cabeza y guarda silencio
total.)
-(Tranquilizándole.) Julio,
te encuentras muy bien, no pasa nada. Contesta, Julio. Julio, ¿me estás
escuchando? Contesta, el coche da la vuelta y tú quieres volver a casa porque
tienes miedo de la luz, ¿hacia dónde vas?, Julio, abre los ojos, abre los ojos,
¿vas a casa?
-Voy
hacia casa.
-¿Qué camino tomas?
-Carretera
de Boadilla.
-¿En el sentido contrario?
-Sí.
-¿Y vas a casa de verdad?
-No.
-¿Por qué?
-Tomo
la desviación hacia Madrid.
-¿Qué desviación?
-La
del túnel, la desviación a Aluche.
-¿Y después, hacia dónde te
diriges?
-A
Medinaceli.
-Si tú no querías ir a
Medinaceli, ibas a otro sitio.
-No.
-Pero antes me has dicho que
ibas a otro sitio.
-No.
-Sí.
-No, voy a Medinaceli.
-Bueno, ahora sí, pero es que
has cambiado de idea (La mente de Julio está muy ofuscada, parece que le han implantado
fuertemente la orden de cambiar de destino.)
-Sí,
quería haber ido a Casavieja
(acaba reconociendo)
-¿Y entonces?
-Quería
cambiar de sitio.
-Pero, ¿para qué?
-Me
apetece.
(Intenta racionalizar su actitud. Al IIegar a Aluche
parece olvidar completamente el episodio de la luz, piensa que ha decidido, por
sí mismo, ir a Medinaceli.)
-Volvamos a hablar de la luz (Ana intenta que recuerde)
-No
he visto ninguna luz.
-Sí, y esa luz te ha hecho cambiar de idea. (Se produce una fuerte resistencia que, tras muchos esfuerzos, Ana consigue superar.).
-Sí, y esa luz te ha hecho cambiar de idea. (Se produce una fuerte resistencia que, tras muchos esfuerzos, Ana consigue superar.).
-Estoy muy asustado.
-Oye, ¿te sigue la luz?
-Sí, va
encima de mí. El coche corre mucho, va solo. No lo puedo controlar.
-¿Hasta dónde te sigue?
-Hasta
cerca de Boadilla.
-¿Cuánto tiempo ha estado la luz
contigo?
-Unos
6 minutos.
-Tranquilo, tranquilo Julio. Yo
estoy aquí, protegiéndote. Ahora tomas la desviación a Aluche y entras en la autopista hacia Madrid, ¿dónde estás ahora?
-María
de Molina.
- ¿Sigues escuchando a Jorge
Negrete?
-Sí
-Cuando cambies de cinta,
dímelo.
-Sí
-¿Qué vas sintiendo por la
carretera?
-El
motor del coche.
-¿Ya
no tienes miedo?
-No.
-¿Te acuerdas de lo que has
visto antes?
-Sí,
coches, casas.
(Ha olvidado definitivamente la experiencia traumática)
-¿Dónde estás ahora?
-Paso
Alcalá.
-¿Qué más?
-En
el salpicadero.
-Bien, pues pon la cinta. (Julio hace .intención de buscar
en la guantera y pone la cinta.)
-¿De quién es?
-Jorge
Cafrune. (Le
hacemos escuchar la grabación para conseguir mayor sensación de realidad.
Sospechamos que los espacios desgrabados que hay en ella corresponden a
comunicaciones que Julio ha recibido.)
-Óyeme bien Julio, vaya enviarte
otro mensaje a través de la cinta. Vaya enviarte otro mensaje. Y quiero que me
digas, exactamente, lo que captas para
saber si eres sensitivo (Ana
recurre a una argucia con objeto de evitar posibles resistencias) Sígueme
contando.
-Voy
por la carretera conduciendo.
-¿Escuchas ya la cinta?
-No,
tiene un trozo mudo antes de empezar. (Efectivamente, así es)
-Pero, ¿dura mucho?
-No,
un ratito.
-¿La oyes ahora?
-Cuando recibas el mensaje,
dímelo.
-Sí.
-¿Qué haces?
-Sigo
conduciendo.
-¿Por qué carretera?
-La de Barcelona.
-¿Sabes qué hora es?
-No.
-¿Y no te la imaginas?
-Sí,
cuatro y cuarto.
-¿El perro dónde está?
-Duerme.
-¿Tienes ganas de llegar a
Medinaceli?
-Sí.
-Pero, ¿muchas ganas?
-Sí.
-¿Por qué?
-No sé si encontraré
el sitio.
-¿Qué sitio?
-Donde
voy a cazar.
-¿Y por qué quieres ir a ese
sitio especialmente?
-Porque
ya he estado allí otra vez.
-¿En qué kilómetro te encuentras
ahora?
-Hacia
el ochenta, ochenta y cinco.
-Continua. (Detenemos
la cinta.) ¿Qué ha pasado con la cinta, Julio? (De nuevo cierra los ojos
y opone resistencia a contestar. Ana
intenta vencer este estado.) Julio, ¿te encuentras bien?, ¿qué estás
recibiendo? (Sigue silencioso. Ponemos otra vez la cinta.) Abre los
ojos, ¿te encuentras mejor?
-Sí.
-¿Has captado todo lo que te
mandé?
-Sí.
-¿Y qué te he mandado? (Se repiten las resistencias.) ¡Julio!. Necesito saber si has recibido el mensaje ¿lo has recibido?
-¿Y qué te he mandado? (Se repiten las resistencias.) ¡Julio!. Necesito saber si has recibido el mensaje ¿lo has recibido?
-Ciento
trece, carretera de Barcelona.
-¿Qué más te he dicho?
-Tranquilo,
no pasa nada. Entra en el Hostal Ciento trece. Tranquilo, no pasa nada.
-¿Cómo has oído eso?
-Me
lo han dicho.
-¿Quién te lo ha dicho?
-La
cinta.
-Ya, pero ¿qué has oído?
-Una
voz muy rara.
-¿Cómo era?
-Muy
gangosa.
-¿De mujer o de hombre?
-(Imita la voz.) «Entra en hostal Ciento trece. Tranquilo, no
pasa nada.» (Las palabras de Julio suenan lentas y graves)
-¿Era
de hombre?
-Sí.
-Describe
todo lo que haces.
-Giro
a la izquierda. Aparco. Paro el motor. Apago las luces. Bajo del coche, Mus, conmigo.
-¿Cómo
es el sitio donde has aparcado?
-Está
muy oscuro. No veo bien.
-¿Qué más?
-Subo
la escalera.
-¿Hay una escalera?
-Si
-¿Tiene escalones?
-Tres.
-¿Seguro?
-Yo
cuento tres.
(En realidad, tiene cuatro, pero el primero está casi a ras del suelo.)
-¿Cómo es la puerta?
-De
cristal y madera.
-Sigue.
-Entro
con Mus.
-¿Cuántas puertas pasas?
-Dos.
¿Cómo es la segunda?
-Metálica. (La descripción de Julio se
acomoda a las características del hostal.)
-Bien, sigue.
-Entro.
Hay poca luz.
-¿De dónde sale la luz?
-Del
techo. Sobre la barra.
-¿Cuántas luces hay?
-Nueve.
-Descríbelas.
-Blancas.
De una sola bombilla.
-¿Cómo es el hostal por dentro?
-Hay
una barra metálica y de madera.
-¿Qué más?
-Hay
mesas y sillas. Las sillas están encima de las mesas.
-¿Cómo es el suelo?
-Cerámica.
-¿De qué color?
-Beige.
-El techo y las paredes,
¿cómo son?
-Blancos.
-Dime, exactamente, todo lo que
ves en el hostal.
-Taburetes
en la barra.
-¿Qué más hay?
-Huele
raro. Huele raro.
-¿A qué huele?
-A
pino.
-¿Y no te extraña?
-Puede
ser un desinfectante..., el detergente.
-i Ah! Dime qué haces.
-Pido
un café al camarero.
-¿Cómo es el camarero?
-Joven,
alto, rubio. Lleva una chaqueta blanca, pantalón negro, jersey de cuello alto.
Es raro.
-¿Te parece extraño?
-Sí,
sus ojos.
-¿Cómo son?
-Muy
claros y grandes.
-¿Qué más?
-El
pelo. Es ensortijado y «afro», amarillo claro.
-¿Es grueso el camarero?
-Normal.
-¿Cuánto pesará,
aproximadamente?
-Noventa
o noventa y cinco kilos.
-¿Y de altura?
-1,90.
-¿Cómo tiene la barbilla, Julio?
-Larga.
-¿Mucho?
-No,
larga.
-¿Conoces a alguien con la
barbilla así?
-Sí,
Ramón, un compañero de veterinaria.
-La tiene parecida, ¿no?
-Sí,
más picuda.
-¿Quién?
-El
camarero.
-¿Es muy fuerte?
-Normal.
-¿Cómo tiene la boca?
-Grande
y fina.
-¿Conoces a alguien con este
tipo de boca?
-No.
-Cuéntame, exactamente, la
conversación que tuviste con el camarero.
-Buenas
noches. Buenas noches
(le contesta el otro). Un café. Ahora
mismo. Me dice que el perro es muy bonito. Que qué tal la caza. Que dónde voy a
cazar. A Medinaceli. El conoce muy bien
la zona. La mejor zona está pasada la carretera de
Soria. Un camino a la izquierda, buena zona de caza. Hasta mejores pastos. Pido
un chinchón. Me lo tomo. Le digo cuanto es. Le pago 52 ptas.
-¿Cómo son las manos del
camarero?
-Lleva
guantes de goma.
-¿Y no se le transparentan los
dedos?
-No.
-¿De qué color son los guantes??
-Amarillos.
-¿Seguro
que son de goma? (Existe una orden en Hostelería que prohíbe a los camareros
servir con guantes de goma)
-Sí,
muy pegados.
-¿Y no te extraña que un
camarero lleve unos guantes así?
-No
parece un camarero.
-¿Notas algo raro en las manos?
-Son
grandes.
-¿Cómo describirías esas manos?
¿Has visto otras iguales?
-De
un 10 o 10 y medio.
(Es la talla máxima; los guantes
de ese tamaño
suelen fabricarse de encargo.)
-¿Eran manos estrechas o anchas?
-Estrechas,
con dedos largos.
-Julio, yo he puesto a ese
camarero allí para que te de un mensaje, ¿lo has recibido? (Ana vuelve a usar un truco.)
-Sí.
-¿Y qué decía?
-Tranquilo,
no pasa nada. Tranquilo, no pasa nada.
-¿Cuándo te lo dice?
-Cuando
voy a salir.
-¿Es la misma voz de la cinta?
-No.
-¿Cómo es su voz?
-Normal.
-¿Fuerte?
-Grave.
-¿Te lo ha dicho hablando?
-Sí. (Pausa.)
-¿Qué haces después?
-Salgo
del hostal.
-¿Y adónde te diriges?
-Al
coche. (Pausa.) Está la luz allí. (Sorprendido.)
-¿Dónde está la luz?
-Allí,
arriba.
-Escucha, Julio, voy a enviarte
un mensaje con esa luz, tú vas a captarlo. (Nuevas resistencias. Tras muchos forcejeos Julio habla.).
-Sigue
la luz. Sigue la luz.
(Su voz es monótona y profunda.)
-¿Quién te dice que sigas la
luz?
-No
lo sé.
-¿Cómo era esa luz?
-Está
alta. Es mayor que una estrella.
-¿Mucho más?
-Sí.
-¿Se mueve?
-Sí.
-¿Y hacia dónde va?
-Hacia
Medinaceli.
-¿Tú la sigues?
-Sí.
-¿Vas mirando continuamente?
-No.
-¿Hacia dónde miras?
-La
carretera.
-¿No miras a la luz?, puedes
perderla.
-Sé
adónde va.
-¿Sí?
-Sí,
a Medinaceli.
(Pausa.) Es curioso.
-¿Qué es curioso?
-La
luz. Se para y sigue. Se ha parado delante de mí. Lejos. (Pausa) Acelero
el coche. Voy muy de prisa. Necesito alcanzarla, quiero saber qué es.
-¿No lo sabes todavía?
-No.
-¿Qué haces ahora?
-Me
desvío a la izquierda.
-¿Qué hay?
-Medinaceli,
una carretera.
-¿Sigues viendo la luz?
-No.
-¿Dónde la has perdido?
-Arriba,
en la carretera.
-¿Qué hora es, Julio?
-No
sé, cinco y media, seis...
-¿Vas por la carretera que sube
a Medinaceli?
-Sí.
¿A qué velocidad? Cuéntame todo
lo que haces.
-Cien,
ciento diez, noventa, ochenta, tercera, segunda, derrapo, noventa, cien,
acelero fuerte...
-Sigue.
-Llego
arriba. A la izquierda, casi no veo la curva.
-¿Qué ves?
-La
carretera, recta, en bajada.
-¿Corres mucho?
-Cien,
ciento diez, ciento veinte.
-¿Con quién vas?
-Con
Mus.
-¿Qué
oyes en ese momento?
-El
motor.
-¿No llevas ninguna cinta
puesta?
-No,
me apetece correr.
-Bien, sigue.
-(Asustado) ¡Frena! i El coche frena!
-¿Qué sucede?
-La
luz.
-¿Dónde está la luz?
-Fuera.
-¿Sobre ti? ¿Y qué te dice la
luz?
-Marcha
atrás
(perplejo).
-¿Eso te dice la luz?
-No.
-¿Lo dices tú?
-No,
el coche va solo marcha atrás.
-¿Solo?
-Sí,
muy de prisa
(con verdadero pavor).
-¿Va muy de prisa marcha atrás?
-Sí. (Inspira y espira con fuerza.)
-¿Hacia dónde?
-Hacia
Medinaceli.
-¿Vuelves hasta Medinaceli?
-No. (Lleno de desasosiego.)
-Tranquilo, Julio, yo te estoy
protegiendo. (La
respiración de éste continúa agitada.)
-El
cruce de Soria. Frena.
(Se tranquiliza inmediatamente)
-¿Qué sucede, Julio?
-Sigo
muy despacio.
-¿No tienes miedo de la luz?
-¿Qué
luz? (Ha
olvidado el incidente.) (Pausa.) Busco
un camino a la izquierda, buena zona de
caza. Ahí está. Entro por él.
Ellos
Pregunta: J. A. Campaña.
Entrevista en estado vigil.
-Bien, llegaste al camino ¿y qué
pasó?
-Que
no había recorrido 100 m. cuando el motor se paró de golpe, las luces se
extinguieron y la radio dejó de funcionar.
-¿Instantáneamente?
-Sí,
no hubo sacudidas, fallos, ni nada. Fue como si
hubieran cortado la corriente con un interruptor.
-Perdona el inciso, ¿has tenido
problemas con el coche?
-Desde
entonces, me vino fallando la parte eléctrica. No cargaba la batería -algo
incomprensible porque estaba recién cambiada- y los
intermitentes no parpadeaban bien. La broma me costó 15000 pesetas en
reparaciones.
-¿Y la cassette que traías
puesta?
-El
aparato ha seguido funcionando, la cinta se me estropeó.
-¿Qué le notaste?
-Estaba
desgrabada como a trozos -y es una lástima, porque me encanta Cafrune-, la tuve
que tirar.
-¿Puedes facilitármela?
-¿Puedes facilitármela?
-Trataré,
no sé si la conservo.
(Julio encontró después la cinta, y conviene aclarar que él no pudo desgravarla
inadvertidamente, ya que el radiocassette de su coche es sólo lector)
-Hablemos del reloj.
-También
se paró. Es mecánico y, desde aquel día, ha ido de relojero en relojero, lo he
dejado por imposible.
-¿Crees que se detuvo cuando lo
hizo el coche? ,
.
-Puede,
aunque quizá se estropeara cuando pasé bajo la nave. Hay indicios de que existía un potente campo
magnético.
-A propósito del reloj, ¿a qué
hora sucedió esto?
-Sobre
las seis y media, creo; las manecillas estaban fijas a las 7 menos 20.
-Volvamos al relato.
-Bueno,
pues abrí la puerta y salí malhumorado. ¡A
ver que hacía
yo un domingo de madrugada, en mitad del campo y con el coche así! Pensé que el
origen de la avería estaba en la bobina -me había dejado tirado dos meses
atrás-; luego, reflexionando he visto que no podía ser. Total, que levanté el
capó e intenté distinguir algo... imposible; para más fatalidad, la linterna no
tenía pilas.
-¿Y Mus?
-A
su aire, olisqueando por allí y haciendo sus cosas. De
pronto, el perro empezó a gruñir. Se interpuso entre el camino y yo, como
avisándome de un peligro inminente. Su nerviosismo crecía por momentos. Tenía
los pelos del lomo erizados. Estaba tenso como un arco. Nunca le había visto
así y, la verdad me asusté. Automáticamente,
pensé en lobos –después de todo nos encontrábamos en mitad de un páramo y en invierno-,
así que abrí la
puerta trasera, cogí la escopeta, metí los 5 tiros sueltos que llevo
siempre en el bolsillo y luego, más tranquilo, intenté ver algo en la oscuridad.
-¿Por qué llevabas 5 cartuchos en el bolsillo?
-Es
una costumbre. Salgo con la canana llena y 5 cartuchos aparte, los que carga mi
escopeta, una Winchester automática, por
si me sale algo por el camino.
-Ya.
-Bueno,
pues yo estaba allí, el perro seguía gruñendo y, entonces, vi dos figuras con
forma humana que venían por el sendero.
-¿A qué distancia comenzaste a
verles?
-A
unos 80 m. Ya sabes que el
camino baja en cuesta y luego se bifurca; bien, pues estarían por el
recodo.
-¿Cómo les distinguiste en la
noche? ,
-Sus
trajes parecían reflejar la escasa luz que habla. Ten en cuenta que comenzaba a
clarear por mi izquierda.
-¿Les veías nítidamente?
-No
sólo los contornos. Según se acercaron pude precisar detalles. Sus trajes, de
color verde pastel, emitían un brillo muy ligero. (Hemos reconstruido el encuentro de Julio el mismo día y a
la misma hora, y efectivamente, a los 5 minutos de estar allí, la vista se acostumbra a la oscuridad, pudiendo distinguirse las formas pero no los
detalles.)
-¿Vinieron directamente o parecieron dudar?
-No,
se acercaron sin un titubeo, hasta detenerse a medio metro de mí.
-¿Sentiste miedo en su
presencia?
-Sentí
asombro, estupor, si quieres, pero no temor. Incluso tranquilicé al perro, no
fuera a morderles. Yo, desde el primer momento, supe que eran extraños, que no procedían
de aquí, no me preguntes cómo.
-¿Qué te inspiraban?
-Sosiego
y paz, me serené nada más verles.
-¿Aceptaste el asunto con
naturalidad?
-Sí,
y es muy raro. Fue como cuando encuentras a alguien conocido, pero que no ves
hace mucho tiempo, y te dices: ¡hombre, si es fulano!, pues igual. No sé si estaban influyéndome
desde lejos o qué.
-¿Se comunicaron contigo inmediatamente?
-Cuando
llegaron a mi altura, pararon y
me hablaron.
-¿Les oíste?
-Eso
creí al principio, después, al ver sus labios quietos comprendí que todo era
mental.
-¿Qué te decían?
-«Tranquilo,
no pasa nada. Sólo deseamos que nos acompañes, por favor.» Según entendí, su
mayor interés radicaba en el perro y me pedían que fuera con ellos en calidad
de dueño o domador de Mus. Me aseguraron que la experiencia sería
interesante y que no tenía nada que temer, que volveríamos.
-¿Recibías una orden o una invitación? ¿Crees que
te coaccionaban?
-En
absoluto. Recibía una invitación, y cordialísima. Casi un ruego. Pienso que si
me hubiera negado, no habrían insistido.
-¿Aceptaste inmediatamente?
-Sí,
sabía que eran buena gente e incapaces de hacer daño. Así que me eché la
escopeta al hombro y bajamos por el camino. Ellos me iban flanqueando.
Seguidamente, tomamos el ramal de la izquierda y ascendimos por la falda de la
loma, lo que yo llamo repecho.
Sesión
hipnótica. Octubre de 1979
Pregunta José Luis Jordán.
-¿Qué hay a la entrada del
camino?
-Un badén.
-¿Está muy despejado?
-No.
-¿Qué ves?
-El
camino.
-¿Cómo es?
-De
tierra.
-¿Qué pasa ahora?
-El coche.
-¿Qué le pasa?
-No funciona.
-¿No sigues andando con él?
-Sí.
-¿Ratea?
-No,
no funciona nada.
-¿La radio?
-Tampoco.
-¿Llevabas puesta la radio?
-No.
-¿y cómo sabes que no funciona?
-Llevaba
el cassette.
¿Qué oías en ese momento?
-Cafrune.
-¿Qué haces ahora?
-Paro.
-¿Qué más?
-Giro
a la derecha.
¿Qué haya tu derecha?
-Está
muy oscuro.
-¿Ya tu izquierda?
-El
camino... una loma pequeña.
-¿Qué estás haciendo en ese
momento?
-He
abierto el capó.
-¿Para qué?
-Busco
la bobina.
-¿Por qué la bobina?
-Creo
que es la bobina.
-¿Ves algo?
-Nada.
-¿Notas algo raro?
-Mus
gruñe.
-¿Por qué gruñe?
-No
sé.
-¿Dónde está Mus ahora?
-Detrás
de mí. (Julio
está vuelto hacia el capó, el perro se halla entre él y el camino.)
-¿Ladra?
-No,
gruñe.
-¿Por qué gruñe? ¿Algo le llama
la atención?
-Sí.
-¿El qué?
-Lobos.
-¿Lobos?
-Sí.
-¿Ves los lobos?
-No.
-¿Qué ves?
-Nada.
-¿Nada ves?
-Cojo
la escopeta. La monto.
-¿Cuántos cartuchos pones?'
-Cinco.
-¿Qué piensas, cazar algún lobo?
-Sí.
-Bien...
-Tranquilo,
tranquilo...
-¿Por qué dices tranquilo?
-No pasa nada.
-¿No pasa
nada? Claro,
¿qué va a pasar?, ¿tienes miedo a los lobos?
-No hay.
-¿Qué ves?
-Dos
hombres.
-¿Ves dos hombres?
-Sí.
-¿Por dónde vienen esos hombres?
-Por
el camino.
-¿Está muy oscuro, verdad?
-Sí.
-¿Y cómo les ves?
-Los
veo.
-¿A qué distancia los ves?
-Lejos.
-¿Y cómo les puedes ver?
-Brillan.
-¿Brillan?
-Sí
(Pausa. Julio repite para sí:)
Tranquilo, tranquilo…. No pasa nada.
-¿Están parados?
-No, vienen.
-¿Ves las caras?
-Sí.
-¿Cómo son?
-Están
conmigo.
-¡Ah! ¿Ya han llegado?
-Sí.
-¿Qué te dicen?
-No
me dicen nada.
-¿Cómo visten?
-Verde.
-¿Oscuro?
-No,
verde claro. Es una sola pieza. Son... son extraños.
-Dime más de ellos.
-La
cabeza amarilla.
-¿La cabeza amarilla?
-No,
la ropa
en la cabeza... una capucha… como un verdugo amarillo.
-¿Ves los rostros? ¿Cómo son sus
facciones?
-Los
ojos (perplejo) son muy grandes.
-¿Y su nariz?
-Larga
y muy fina. No tienen pelo.
-¿No tienen pelo?
-(Con cierto asombro.) No, no tienen nada, ni
cejas...
-¿Y las pestañas de qué color
son?
-No
tienen.
-¿No tienen pestañas?
-(Extrañado.) No tienen nada.
-¡Qué raro!
-Sí.
-La barbilla es pequeña, ¿no?
-No.
-¿Cómo es la barbilla?
-(Casi con miedo.) Muy larga. Es muy larga.
-Oye, mira sus manos, ¿cómo son?
-Llevan
guantes.
-¿Guantes verdes?
-No,
amarillos.
-¿Llevan botas?
-No
veo. Es... es el traje.
(Como esforzándose por distinguir en la oscuridad.)
-¿Dónde está Mus en este momento?
-Conmigo.
-¿Se ha tranquilizado ya?
-No.
-¿Qué hace?
-Yo
le sujeto.
-¿Te hablan?
-No,
no me hablan.
-¿Con qué mano sujetas a Mus?
-Con
la izquierda.
-¿Qué te dicen?
-Que
vaya con ellos.
-En español, ¿no?
-No.
-¿Cómo te lo dicen?
-Lo
siento.
-¿Abren la boca? ¿Es muy aguda
la voz?
-No.
-¿Es una voz extranjerizada?
-No
hablan.
-¿No hablan?
-No.
-¿Y cómo te lo dicen?
-Lo
sé, sé que me lo dicen. Lo siento. Lo siento.
-¿Dentro de ti?
-Sí.
-Pero, ¿entiendes lo que te
dicen?
–Sí.
-¿Qué te dicen?
-Que
vaya con ellos.
-¿Estás muy asustado?
-No.
-¿No?
-No.
-Pero esas personas son muy
extrañas, ¿no?
-Son
buenos.
-Pero, ¿cómo lo sabes?
-Lo
sé.
-Pero, ¿cómo?
-Lo
sé.
-Pero si tú no los conoces
-Lo
sé.
-¿Vas con ellos?
-Sí.
-¿Mus se ha quedado en el coche?
-No.
-¿Le sujetas?
-No.
-¡Ah!, está suelto ya
-Sí,
corre.
-¿Es de noche todavía?
-Sí.
-Oye, ¿brilla el traje?
-No.
-¿No brilla?
-No. (Parece que el traje reluce
sólo visto desde lejos, a Julio le extraña.)
-¿Qué llevas tú en este
momento? ¿Llevas algo encima de ti?
-Sí, ropa. (Contesta literal y
escuetamente a las preguntas)
-¿La escopeta te la has dejado en el coche?
-No,
la llevo.
-En la mano, claro.
-No.
-¿No la llevas en la mano?
-Colgada.
-¿Dónde, en el hombro izquierdo?
-No,
en el derecho.
-¿Está descargada?
-No,
está cargada y montada.
-¿Hace frío?
-Sí.
-¿Tú echas vaho?
-Sí.
-¿Y ellos?
-No.
-¿No abren la boca?
-No.
-¿Adónde vais?
-Vamos
por el camino.
-Descríbeme el camino.
-Llano.
-¿Qué más?
-Giramos.
¿Giráis, por dónde?
-A
la izquierda.
-¿Qué ves a tu izquierda?
-Llano...
lomas.
-¿Notas cómo crujen los vestidos
de estos seres al andar?
-No,
no hacen ruido.
-Dime, ¿tropiezan al andar?
-No.
-¿Qué ves ahora?
-Subimos. (Julio parece fatigado.) Suben muy de prisa.
-¿Van muy de prisa?
-Sí.
-¿Qué te pasa?
-Voy
cansado. (Sin
duda, llegan al repecho.)
La
conducta y el atuendo de los tripulantes
Pregunta: J. A. Campaña.
Entrevista en estado vigil.
-Disculpa por volver atrás en el relato, ¿no pensaste nunca utilizar tu arma?
-No,
al verlos venir bajé la escopeta, luego cerré las puertas y el capó del coche,
cogí a Mus con la mano izquierda –no fuera a morderles- y me
adelanté hacia el camino, recuerdo que sostenía la carabina con la mano
derecha, por si las moscas, pero
nada más.
-¿Encuentras lógica tu reacción?
-La
verdad, no, y no se puede justificar por el asombro o la
perplejidad que, desde luego, sentía. Te confesaré que me vi
obligado a hacer auténticos esfuerzos
para no salir a su encuentro, era como
si me atrajeran.
-Dime detalladamente cómo se comunicaban contigo.
-Es
difícil explicarlo. Parecían impulsos. Yo sentía lo que ellos pretendían. Lo he definido, en alguna ocasión,
como si me pasaran diapositivas mentales, pero no es del todo correcto. Digamos
que captaba ideas que no eran mías, aunque con una claridad meridiana y una rapidez
asombrosa: recibía en segundos bloques de información.
-¿Te tranquilizaban?
-No
dejaban de hacerlo.
-¿Les captabas en español?
-En
un idioma que yo entendía.
-¿Tú hablabas?
-Me
comunicaba mentalmente, y notaba que ellos me recibían. Era una conversación
muy rápida, antes de finalizar una pregunta, ya estaba llegando la respuesta.
-¿Te trataban como a uno más?
-Hombre,
efusiones no hubo. Vamos, te diría que nunca me tocaron físicamente (que yo
recuerde). Eran amables pero cada cual en su sitio, claro, que también actuaban
así entre ellos. Parecían fríos, muy calculadores.
-¿Hacían ademanes?
-Los
mínimos posibles, sólo les vi gesticular en un par de ocasiones. Movían los
brazos para trabajar o realizar algo concreto; si no, permanecían con ellos a
lo largo del tronco.
-¿Resultaban indolentes?
-«Pasotas»,
diría yo, nada turbaba su calma. Sin embargo hacían su trabajo con gran rapidez
y seguridad, lo descubrí en la nave.
-¿Les considerabas superiores a
nosotros?
-Tecnológicamente,
sí, pero no en cuanto a cultura.
-¿Qué quieres decir?
-Que
aquella gente no tenía un Beethoven, pongo por caso. Eran prácticos y directos.
Les interesaba la ciencia en su aspecto
de aplicación inmediata.
-¿No tenían un Beethoven por
incapacidad?
-O
porque habían superado esa etapa evolutiva; contemplándoles, veía al hombre del futuro, como seríamos nosotros
dentro de milenios.
-¿Te parecían científicos?
-Mitad
científicos, mitad militares. Se movían con gran disciplina, cada uno pendiente de su misión.
-¿Como nuestros astronautas?
-Mucho
más ordenadamente.
-Pasemos al atuendo.
-Era
extraño, pero no excesivamente. Vestían un buzo sin costuras, de una sola
pieza, que llegaba hasta los pies. Era de color verde pastel. No tenía
cremalleras, ni aberturas, pero sí un frunce en el talle como nuestros pullovers.
-¿Era ceñido?
-Lo
suficiente para que resalten los músculos, como una camiseta de verano.
-¿De qué material estaban
confeccionados?
-Se
parecía al plástico de los anoraks, aunque más blando y elástico. No observé fibras, hilado, ni
dibujo, aquello era liso.
-¿Crujía al moverse?
-Yo
juraría que no.
-¿Viste su calzado?
-No,
pero quizá llevaran botas cortas bajo el buzo, ya que no aprecié relieves a la
altura de los tobillos.
-Pasemos al verdugo.
-El
verdugo, como los guantes que llevaban, tenía un color amarillo claro. Ambas
prendas estaban hechas de similar al punto de seda, muy fino.
-¿Se pegaban al cuerpo?
-Los
guantes, por supuesto, y el verdugo también en la parte que cubría el cráneo.
Como sólo dejaba la cara al descubierto y caía suelto hasta los hombros, les
daba un aire muy a lo «guerrero del
antifaz».
-Describe los guantes.
-Cortos,
con 5 dedos, normales. Parecidos a los que usan los soldados en el servicio
militar.
El
aspecto físico
-¿Cómo eran ellos?
-Muy
fuertes. Su anchura de hombros resultaba desproporcionada; quizá destacaba
tanto porque el verdugo se ajustaba en esta zona. Los dorsales, potentes,
salían hacia fuera. No es que estuvieran «cuadrados», pero tenían una complexión
atlética, propia de individuos
acostumbrados a prácticas deportivas; me
recordaban un poco a los jugadores de baloncesto.
-¿Por su altura?
-En
parte, sí; medirían unos 2 m, pero también por su tipología: eran estrechos de
caderas.
-¿Se diferenciaban sus músculos
de los nuestros?
-Presentaban
diferencias de matiz. Los brazos llegaban hasta las corvas, aunque para largas,
las manos.
-¿Te impresionaron?
-¡No
veas! Eran débiles y huesudas, muy frágiles, como de pianista. Su aspecto
llamaba la atención, sobre todo, aquellos dedos interminables y no más gruesos
que un “colín” de los finos. Parecían como de viejo, por lo
sarmentosas y nudosas, sólo se distinguían los tendones y el
hueso bajo la piel, diríase que nunca habían cogido un pico o levantado un
peso.
-¿Viste uñas?
-Sí,
normales, cortas y limpias, pero volviendo a las manos resaltaban porque no
correspondían al cuerpo; aquellos individuos parecían otros de muñecas para
abajo.
-¿Y la cabeza?
-También
ofrecía diferencias. La frente subía recta un buen tramo, para curvarse muy
arriba; era más saliente que nuestra, y también
mayor.
-¿Recuerdas la típica
prominencia sobre los ojos?
(Nos referimos al «toro supraorbital».)
-Sí, muy abultada. Lo que no vi
fueron cejas, pestañas ni rastro de barba o pelo. Carecían de él hasta en los
orificios nasales, me estuve fijando.
-¿Y
las sienes?
-Los
parietales estaban muy desarrollados. Su abombamiento y tamaño eran
considerables. No es que tuvieran cabeza de bombilla, pero casi. Tampoco vi
orejas, aunque podía taparlas el verdugo.
-¿Crees que esta prenda ocultaba
un casco?
-Todo,
porque jamás podré olvidarlos. Eran dos «faros» en la cara, destacaban fuertemente. Los párpados tenían un
contorno ovalado, no terminado en ángulo o pliegue, como los humanos. El iris,
gigantesco, era de doble tamaño que uno normal y su color, un azul claro, casi
transparente. La pupila parecía dilatadísima, confiriéndoles un mirar
hipnótico, como de continuo susto, aunque -paradójicamente- tranquilizador.
(El color de los ojos es una de
las pocas diferencias que hay entre el caso Julio
y el de Aveley. Cf. p. 144.)
-Describe el resto de la cara.
-Muy
huesuda. La nariz era fina y larga. Los pómulos destacaban. Sus rasgos me
traían a la memoria esas figuras vascas talladas en madera, eran duros y
angulosos.
-¿Y la boca?
-Apenas
una línea, la enmarcaba un trazo rosado, también muy fino, a guisa de labios.
-¿Recuerdas algo más?
-El
mentón. Era enorme. Sobresalía hacia
fuera y abajo, terminando en punta. Tenía aspecto de cono aplastado.
-¿Te fijaste si sudaban?
-Aseguraría
que no, aunque poros tenían. Los vi en su piel cerúlea, blanquísima, típica de
personas que nunca han recibido los rayos del sol.
-¿Crees que vivirían en
ambientes fríos?
-Fríos,
lo ignoro, pero sin luz, seguro. Su aspecto era nórdico; además, por el color
desvaído de sus ojos, pienso que la luz les dañaba; dudo, incluso, que pudieran
mirar de frente una bombilla.
-¿Notaste si veían en la oscuridad?
-Mejor
que nosotros, fijo. Iban por el camino a un «cisco» impresionante, me costaba seguirles; piensa que, por cada
paso suyo, yo tenía que dar uno y medio.
-¿Qué destacaba más en ellos?
-Su
modo tan cerebral de hacer todo. Parecían desprovistos de pasiones. Iban
andando y daban la impresión de meditar cada paso. Si me
apuras, parecían computadoras con piernas.
-¿Se desplazaban normalmente?
-De
un modo muy peculiar. Su andar era majestuoso, elegante, rítmico. Batían de punta como los atletas.
-¿Puedes matizar esto?
-Imagínate
a Fred Astaire, que anda y parece que va bailando; bueno, pues algo así. Tal
era su acompasamiento. Ó, poniendo otro ejemplo, como las jirafas, que tienen
un andar pausado, lento, armonioso,
porque su centro de gravedad está muy alto.
-Has dicho gravedad: ¿crees que
estaban habituados a la nuestra?
-Se movían
ágilmente y sin problemas, pero si, de improviso, hubieran dado un salto de 15
metros no me habría extrañado.
-¿No serían proyecciones?
-Eran
tan palpables como tú y yo.
-Un detalle: ¿echaban vaho al
caminar?
-Ellos
no sé; yo echaba el bofe. La subida del repecho me cogió en frío. Desde luego,
vi que llevaban la boca cerrada.
-Su aspecto era bastante
extraño, ¿no?
-¡Cuidado!
Que yo he visto tíos más feos por la calle. Resultaban un poco raros, pero
también muy humanos, tanto que casi me desilusionaron. Con gafas y barba postiza
podrían pasar desapercibidos en cualquier país escandinavo.
-¿Les diferenciabas entre sí?
-Perfectamente. El
que estuvo siempre conmigo parecía el más bajo; el otro, que nos acompañó por
el camino, era el intermedio en altura, y el tercero, que nos esperaba en la
nave poseía mayor estatura y ojos casi transparentes.
-Así que de «robots», nada.
La
nave
-Bueno,
Julio, creo que
va siendo hora de volver al relato. ¿Donde lo dejamos?
-En
el repecho.
-Eso es, subisteis por allí y, ¿Qué pasó?
-Que
inmediatamente vi la nave. Bueno, para ser exacto, casi me di de bruces con
ella. Estaba oculta tras dos lomas en el fondo de una vaguada. Yo esperaba
encontrar algo, hasta pensé en un platillo volante, pero ¡caramba! no de tales
dimensiones. Al principio, pude apreciar sólo su parte izquierda (el resto lo
tapaba una loma), pero palabra que me bastó.
-¿Cómo reaccionaste?
-No reaccioné.
Simplemente me quedé boquiabierto en mitad del camino, sin fuerzas para seguir.
Fue como si Maria hubiera visto a Dios. Yo, un escéptico hasta entonces, tenía frente
a mí 70 m de nave extraterrestre.
1. En mi libro ¿De
veras, los ovnis nos vigilan?
Describo el encuentro del montañero catalán y contactado Jaume Bordas, con un ser de similares características y
forma de andar idéntica, en el macizo del Canigó y en el año 1951. Creo que
vale la pena poner de manifiesto esta similitud. Bordas es un contactado (contactee) clásico, con el consabido
episodio de la infancia. Yo se lo presenté a Jacques Vallée, quien le dedica
gran espacio en su libro Messengers
of Deception (no publicado en
español en el momento de escribir estas líneas)
-¿Qué hicieron tus acompañantes?
-Tuvo
gracia; al menos, la tiene ahora. No notaron que me había detenido y siguieron
andando; tomaron una desviación que salía a la derecha hacia el fondo de la
vaguada. Al comprobar que yo estaba parado, se detuvieron.
-¿Te tranquilizaron?
-Bueno,
ya sabes que no eran muy locuaces; en realidad, habíamos hecho todo el camino
en silencio. Dejaron que yo solo me repusiera del shock y asimilara lo
que estaba viendo. Tras unos instantes de estupor, bajé por la vaguada, creo
que por propia inercia; no sé
cómo no me maté, mis ojos se negaban a apartarse de la nave.
-¿Te seguían flanqueando?
-No,
se colocaron delante y detrás de mí. El sendero era más estrecho y accidentado
que el anterior. Al llegar abajo, al sembrado donde estaba la nave, volvieron a
flanquearme.
-¿Y Mus, dónde andaba?
-¡Para
Mus estaba yo! Sólo veía aquella especie de seta gigante colgada, como
por arte de magia, a 4 m del suelo; permanecía allí, completamente inmóvil, sin
nada que la sujetara. Para colmo, el silencio era absoluto; no se percibía el
mínimo zumbido de motores.
-¿Qué viste al acercarte?
-Fui
precisando detalles. La nave tenía forma de plato sopero invertido. Parecía
enteramente metálica, de un tono plata mate. Las alas o plano de sustentación
ocupaban más de los dos tercios del fuselaje. Desde luego, era preciosa. Entre
la cúpula y el ala, discurría un anilló que llegaría al metro y medio de
altura. De él, como si fuera del propio metal, surgían resplandores de
distintos tonos. Los azules, verdes, rojos y amarillos se sucedían sin
transición aparente. El anillo daba la impresión de girar de derecha a
izquierda, al contrario que las agujas del reloj, pero se trataba de un falso
efecto óptico, similar al que producen los letreros luminosos. El brillo que
salía de allí era muy apagado, como el de un metal al rojo.
-¿Viste algo más?
-Arriba,
casi al final de la cúpula, distinguí unos rectángulos verticales y oscuros,
que luego resultaron ser las ventanas de la sala.
-¿Qué medidas calculaste a la
nave?
-Tendría
la altura de un tercer o un cuarto piso. Del vértice de la cúpula al borde
inferior del ala, habría 15 o 20 m; el diámetro oscilaría entre 60 y 70 m.
-¿Cómo era el lugar donde
estabas?
-Muy
resguardado, un auténtico puesto de caza; la carretera pasaba a sólo 400 m. Se
ve que aquella gente iba a agarrar un chalado y me tocó a mí. En fin... El
platillo se cernía sobre dos sembrados entre los que pasaba un camino. El
centro del aparato estaba sobre el sembrado de la izquierda, aunque el ala
cubría unos 10 m del sembrado de la derecha.
-¿Avanzasteis hacia la nave?
-Sí,
nos metimos por debajo del ala y caminamos hacia su centro geométrico. Recuerdo
que nos desviamos del sendero en un ángulo de 30 o 40 grados. Yo estaba perplejo,
sobre mí, y en todas direcciones, se extendía un paraguas interminable.
Aquella superficie era lisa por completo, como hecha de una pieza, sin remaches
ni tuercas de ningún tipo.
-¿Se produjo algún incidente
especial?
-Parece
que al internarnos por allí, noté un fuerte olor a pino u ozono, quizá
producido -según me han dicho- por el campo iónico; yo, desde luego, puedo
asegurarte que a bordo olía exactamente igual. También, la carabina y la navaja
que llevaba fueron atraídas hacia arriba, lo que habla de un campo magnético
muy potente. Aunque debo aclarar que esto no lo recuerdo en estado consciente,
sino sólo en trance hipnótico.
-¿Qué sucedió después?
-Como
surgiendo del mismo centro, vi descender un cilindro metálico que se detuvo a
una cuarta del suelo. Era también liso y bajó silenciosamente.
-¿Distinguiste junturas en él?
-En
absoluto. El cilindro parecía una prolongación natural del ala, como si ésta
creciera hacia abajo. Mediría aproximadamente 4 m de alto por 2,5 de ancho.
-Continúa, por favor. .
-Entonces,
para mi asombro, se abrió frente a nosotros una puerta en guillotina, ascendió una hoja,
descubriendo un habitáculo iluminado por una luz extrañísima.
-¿Por qué extrañísima?
-Era
desconcertante, realmente «marciana», incluso más que ellos y que el platillo.
Su color blanco te impresionaba, resultaba purísimo; no obstante, no dañaba a
la vista. Debo admitir que sentí miedo. Antes de entrar allí, me lo pensé dos veces,
las cosas como son.
Sesión
hipnótica. Octubre de 1979
(Julio y sus acompañantes acaban de
subir el repecho.)
-¿Qué ves?
-Subimos.
Grande. Ala derecha.
-¿Qué ves?
-(Entre asombrado y
sobrecogido): es… es… muy grande.
-Muy grande, ¿qué?
-Es
muy grande.
-¿El qué es?
-Algo.
-¿Algo?
-Una
nave... platillo.
-¿Es un platillo?
-Sí.
-¿Cómo es?
-Muy grande.
-¿Lo ves desde abajo o desde arriba?
-Desde
arriba.
-Descríbelo.
-No
lo veo entero. . .
-¿Qué parte ves primero, la
derecha o la
izquierda?
-La
izquierda. Bajamos.
-Cuéntame lo que ves.
-La
nave. . .
-¿Tiene letras la nave?
¿Observas algún grafismo?
-No.
-Háblame de ella.
-Es
plateada, lisa, hay luces.
-¿Brilla en la oscuridad?
-No,
es la luz de colores.
-¿Ellos van delante?
-No,
a mis lados.
-Oye, ¿está flotando la nave?
-Si.
-¿A qué altura, 30 o 40 m?
-No.
-¿Como cuánto?
-No
lo veo, flota.
-Pero hay unos pies
sustentadores, ¿no?
-No (extrañado), no hay
nada.
-Hace mucho ruido la nave,
¿verdad?
-No.
-¿No oyes como un motor?
-(Perplejo): Nada. No oigo nada.
-Mira al cielo, ¿hay nubes?
-No.
-¿Ves algún resplandor?
-Sí.
-¿Qué ves?
-Luces.
-¿Dónde?
-En
la nave.
-¿Cómo son?
-Son
colores que giran.
-Pero, ¿dónde están esos
colores?
-En
la nave.
-¿Cómo es ésta?
-Es
muy grande.
-¿Qué forma tiene?
-Es
un platillo volante.
-Pero, ¿qué forma tiene?
-De platillo volante.
-Sí, pero hay mucha tipología de
platillos volantes...
-Es como una seta.
-¿Ves ventanas?
-Sí.
-Son blancas, claro.
-No.
-¿Están iluminadas?
-No.
-¿De qué color son?
-Negras.
-¿Dónde está el centro de la
nave, a la derecha o a la izquierda?
-A
la izquierda.
-¿Dónde estás en este momento?
-Voy
con ellos, en el camino.
-¿Os acercáis a la nave?
-Sí,
giramos a la izquierda.
-¿Y luego, qué haces?
-Entramos
debajo.
-¿Qué notas?
-(Muy desasosegado): i La
escopeta !
-¿Qué le pasa a la escopeta?
-Sube.
-¿Sube? ¿Cómo va a subir?
-En
el hombro.
-¿Sube sola?
-Sí,
sube. La navaja...
-¿Dónde está la navaja?
-En
el bolsillo.
-¿En cuál?
-El
izquierdo de abajo.
-¿Y qué notas a la navaja?
-Sube
también.
-Pero, ¿cómo sube?, no
comprendo...
-La
escopeta me tira. El pelo también sube...
-¿Notas que el pelo se queda
tenso?
-Sí.
-¿Y la barba, también?
-Sí.
Baja...
-¿El qué baja?
-Un
cilindro.
-¿Un cilindro?
-Sí.
-¿De dónde?
-Del
centro.
-El cilindro llega al suelo,
¿no?
-No,
se queda un poco más arriba del barbecho.
-¿De qué color es el cilindro?
-Es
plata.
-¿Qué hay en el cilindro?
-Sube
una puerta.
-¿Dónde están ellos, Julio?
¿Dónde se encuentran en este momento?
-Conmigo.
-¿Contigo?
El
cilindro y los pasillos
Pregunta: J. A. Campaña.
Entrevista en estado vigi1.
-¿Quién entró primero en el
cilindro?
-Pues
quizá yo, aunque no es seguro. Ahora que lo dices creo -y digo creo- que me
cedieron el paso como buenos anfitriones. Hasta puede que me enviaran, mentalmente
un cordial «adelante».
-El hecho es que te introdujiste
allí.
-Sí,
en una estancia cilíndrica de 2,50 m de ancho por 4 de alto. Las paredes eran
del mismo metal mate que el exterior de la nave. El
techo parecía de cristal esmerilado o plástico, tenía un
color blanco opaco y resultaba muy brillante. La luz surgía de todos y cada uno
de sus puntos.
-¿Como si poseyera luminosidad
propia?
-Eso
es. Comprenderás que la claridad reinante era total. Había mucha luz, y blanquísima,
pero a la vez, muy suave. Estaba hecho un lío...
-¿Os encontrabais holgados?
-Sobraba
espacio para 8 personas más: aquello ofrecía tanta amplitud como un ascensor de
El Corte Inglés.
-Describe el cilindro.
-Si
la memoria no me falla, la puerta llegaba hasta el suelo; sin embargo, no
alcanzaba el techo, se quedaría a medio metro de él o algo más. De anchura
tenía 1,50 m, aproximadamente.
-¿Entró el perro con vosotros?
-No,
lo hizo después, cuando salí a recogerle. Se negaba seguimos y mira que lo
llamé; me extrañó porque es muy obediente y siente auténtica pasión por mí,
pero, ya ves, decía que no. Me vi obligado a arrastrarle por el collar.
-¿Y luego?
-Descendió
la puerta y subió el ascensor, todo en completo silencio. Me pareció que la
hoja era doble; una de las láminas pasó entre las dos paredes del cilindro, de
modo que la veía surgir, sin saber de dónde. Otro detalle: entre la puerta y el
ascensor quedó una fina juntura.
1. Existen en la casuística
mundial varias naves de este tipo con el mismo cilindro axial: caso Oskar
Linke, caso Mario Zuccala, caso de Guadalajara. etc. (Véase mi obra El gran
enigma de los P. V.: Plaza y Janés, pp. 124-125.)
-¿Qué pensabas según subías?
¿Temiste que fueran a raptarte?
-No,
es algo que nunca pasó por mi mente; sabía que nada debía temer en este
sentido. Iba estupefacto, fijándome en todo con gran asombro. Era consciente de
estar entre
los pocos humanos que habían vivido una aventura así.
-¿Ascendisteis a mucha velocidad?
-Hombre
la de un ascensor normal, pero rápido. Nos detuvimos de forma suave, se elevó
otra vez la puerta
y me encontré ante un corredor de
sección rectangular e iguales proporciones que el ascensor.
-2,50 por 3 m, ¿no?
-Sí,
las paredes eran del mismo metal, y creo que el suelo
también, aunque no lo recuerdo, piensa
que iba pendiente de la luz. Ésta emanaba del
techo, cuya forma me paso igualmente desapercibida. Recuerdo, sin embargo, que proyectaba
luminosidad y que estaba construido del mismo plástico ó cristal que había
visto antes.
-¿Seguisteis por el corredor?
-Avanzamos
por allí unos 8 m. Ellos Iban flanqueándome, como siempre. Cuando llegamos al final, torcimos a la
derecha por un corredor circular que parecía rodear la nave. Su pared
interior era metálica y recta, pero la
exterior se curvaba, como un arbotante, supongo que siguiendo la redondez de la
cúpula. Anduvimos otros 8 o 10 m por este segundo pasillo que describía una
curva muy cerrada; en él resultaba muy difícil orientarse, pero pienso
que nunca llegamos a describir un arco de 90 grados. En el lado de dentro,
observé dos puertas equidistantes entre sí y también metálicas, que medirían
2,20 m de ancho por 2,50 de alto.
-¿Viste junturas en esas puertas?
-Sí,
como en el ascensor. Eran muy delgadas Y no
se distinguían goznes ni bisagras.
-¿Tampoco asas o picaportes?
-Nada
de nada. Aquello tenía un aspecto de lo más aséptico. ¡Ah!, un
punto muy importante. No existían ángulos interiores.
-¿A qué te refieres?
-Que
en los pasillos, como más tarde en la sala de arriba, no había aristas
internas. Las paredes se continuaban con el techo mediante una curva suave.
-Comprendido.
-Bien,
seguimos por el pasillo circular y, de repente, nos encontramos con una
escalerilla de mano. A mí, la verdad, me extraño el hallazgo.
-¿Por qué?
-No
es lógico que gente con una tecnología capaz de mantener una nave ingrávida a 4
m del suelo, necesite una escalera para ascender de nivel.
-Describe la escalera, por
favor.
-Se asemejaba en todo a las escaleras de las piscinas. Estaba
fuertemente implantada en el suelo. El pasamanos era cilíndrico, de escaso grosor,
podías cerrar perfectamente la mano sobre él. Cada 40 centímetros había un
escalón semicilíndrico con la parte plana hacia arriba, para posar el pie, los escalones
poseían un buen tamaño; los recuerdo muy bien porque, gracias a ellos, descubrí la gran longitud de las manos de mis «amigos».
-¿Y
eso?
-Primero, subió uno de ellos. Fue
cuando me fijé: agarraba el escalón con toda la mano, pasando el pulgar por
debajo i y aún le sobraban dedos! Por cierto,
que ascendió a una velocidad vertiginosa, de dos saltos estaba arriba.
-¿Viste
las suelas de sus zapatos?
-Supongo que sí, pero las he olvidado;
aunque apostaría a que eran lisas y de un material suave como el fieltro porque
no hacían ruido al tocar el suelo.
-Volvamos
a la escalera.
-Cuando subí, la noté desusadamente fría, su
temperatura no era propia de un metal.
-¿Parecía
hielo?
-No tan fría. Recientemente, me detuve
a beber agua en una fuente de la Casa de Campo, puse la mano en el caño y noté
la misma sensación, ¿entiendes ahora? (Herb Schirmer declara
también que tocó una escalerilla que parecía gélida)
-Sí,
un frío que se mete en los huesos.
-Exacto. ¡Ah!, y otra cosa: la
escalerilla era metálica pero no como las paredes, sino cromada y muy
brillante.
-Te
costaría trabajo ascender con la escopeta y el perro ¿no?
-Sí que me costó. Llevaba la escopeta
sobre el hombro izquierdo, mientras que con el brazo derecho sujetaba a Mus. Subí
con las piernas, utilizando sólo la mano izquierda para apoyarme ligeramente y guardar el equilibrio. De algo tenían que servirme
tantos años de montañismo.
-¿No
te ayudó el otro?
-¿Ayudarme? Aquella gente iba a lo
suyo, ni por un momento abandonaron su cara de póker.
-¿Prestaste
atención a la forma del techo?
-No lo recuerdo, pero puedo asegurar
que no era grueso, de unos 10 cm como mucho, porque rápidamente aparecí en sala.
Un último dato: el orificio del techo tendría unos 80 cm. de diámetro, y la
escalera, como es lógico, una anchura algo menor.
Sesión hipnótica. Octubre
de 1979
-¿Qué
hace el perro en este momento?
-No
le veo. i Ah, sí!
(Parece que lo ha encontrado.)
-¿Qué
hace?
-Está
detrás, quieto.
-¿No está asustado?
-Si
-¿No te extraña que esté
asustado y al mismo tiempo quieto?
-Si. (Julio llama al perro.)
Mus, Mus, ven aquí (silba); ven
aquí Mus (silba); Mus
no quiere entrar. (Pausa.) Ya
viene. Vamos, ven .aquí. No quiere.
Salgo a por él. Vamos, vamos, ven. Ya estamos los cuatro.
-¿Dónde?
-En
el cilindro.
-Oye, ¿quién entró primero?
-Yo.
-¿Has entrado tú primero?
-Sí.
-¿Te han cedido el paso? ¿Te han
dicho que entres tú primero?
-Sí.
-Y luego entran los otros, ¿no?
-Sí.
-¿Quién te ha invitado a entrar?
-El.
-¿Te lo ha dicho mentalmente?
-Sí.
-¿Quién te ha invitado a entrar,
el más bajo o el
más alto?
-El
más bajo.
-Pero, ¿cómo te han invitado?
¿Con la mano?
-Me
ha empujado.
-¿Bruscamente?
-No,
muy suave, en la espalda, muy suave.
-¿Estáis dentro ya?
-Sí.
-¿Qué llevan en las manos ellos?
-Guantes.
-¿Qué hacen con los guantes?
-Se
los quitan.
-¡ Ah!, se los han quitado.
-Sí,
dentro del cilindro.
-¿Cómo son las manos?
-(Muy impresionado): Son raras, largas.
-¿Se nota el vello?
-No
tienen. (Hace
gestos de desagrado.) Son muy largas, esqueléticas,
desagradables.
-¿Por qué son desagradables?
-Son
muy delgadas...
-¿Como femeninas?
-No.
-¿Por qué te desagradan?
-Parecen huesos.
-¿Se han metido los guantes en
el bolsillo?
-No.
-¿Qué hacen con ellos?
-Los
ponen en el cajón.
-¿En qué cajón?
-En
el cilindro.
-Descríbeme el cilindro.
-Es
metálico plata.
-¿Cómo es la puerta?
-Se
ha bajado.
-¿Se ve la juntura de la puerta?
-Sí.
-¿Está oscuro?
-No.
-¿Hay una lámpara arriba?
-No.
-Entonces, ¿de dónde sale la
luz?
-Dime la verdad, Julio: ¿no tenías un poco de miedo?
Pregunta: J. A. Campaña. Entrevista en estado vigil.
-De
arriba.
-¿Se ve bien?
-Sí.
-Dime, ¿cómo es la luz?
-Blanca.
-¿Y sale del techo?
-Sí.
-¿Está todo iluminado? ¿Como si
fuera un plafón?
-Sí,
blanco.
-¿Subís?
-Sí,
los cuatro.
-¿Qué llevas? ¿Una cazadora?
-Sí.
-Mírate, ¿notas las sombras?
-Sí.
-Mira al suelo, ¿ves alguna
sombra?
-No.
-¿Cómo es el suelo?
-Es
metal plata.
-¿Igual que las paredes?
-Sí.
-¿Qué hacéis ahora?
-Para.
-¿Qué sucede?
-Sube
la puerta.
-¿Y qué más?
-Sale
Mus.
-¿Dónde vais?
-Hay
un pasillo.
-¿Ves ángulos en el pasillo?
-No.
-¿Y cómo es el pasillo?
-Rectangular.
-¡Si dices que no tiene ángulos!
-No
hay ángulos, son curvas.
-¿De qué color son las paredes?
-Plata.
--Habrá luz, ¿no?
-Sí.
-¿De dónde parte?
-Del
techo.
-¿Ves lámparas repartidas?
-No.
-Fíjate bien en la sección del pasillo,
¿es más ancho que alto?
-Es
más alto que ancho.
-¿Quién va primero?
-Mus.
-¿Y después?
-Nosotros.
-¿Dónde vais ahora?
-A
otro pasillo.
-¿Cómo es?
-Circular.
-¿Qué sección tiene?
-Es
recto y curvo.
-¿Cómo son las paredes?
-La
derecha, recta y la izquierda, curva.
-¿Está iluminado el techo?
-Sí.
-¿Cómo es el suelo?
-Plata.
-¿Y no resbalas en él?
-No. (Pausa.) (Extrañado.) Una escalera.
-¿Hay una escalera?
-Sí.
-¿Cómo es?
-Recta
y vertical.
-¿Qué tiene a los lados?
-Barras.
-¿De sección rectangular?
-No,
son cilindros.
-Ya, pero tendrá peldaños, ¿cómo
son?
-Son
rectos y curvos.
-No lo comprendo.
-Curvos
abajo, rectos arriba.
-¿De qué material están hechos?
-Metal
abajo, goma arriba.
-¿Quién sube primero?
-Él.
-¿Está ahora por encima de ti?
-Sí.
-¿Cómo son las suelas?
-Verdes.
-¿Lisas?
-Sí.
-¿Qué haces?
-Subo.
-Y el perro va detrás, ¿no?
-No,
lo tengo que subir yo.
-Pero es muy difícil, ¿cómo lo
subes? (En su
día, Julio nos demostró que era capaz de subir una escalera vertical cargando a
Mus)
-La
escopeta, a la izquierda, y lo cojo.
-¿Coges al perro?
-Sí.
-¿Dónde llevas la escopeta?
-Al
hombro izquierdo.
-¿Te la has cambiado?
-Ahora.
-¿Y cómo coges al perro?
-Con
el brazo derecho.
-¿Cómo puedes subir?
-(Seguro de sí mismo): Es fácil.
-¿Hasta dónde subes?
-Hasta
arriba.
-¿Qué hay arriba?
-(Con gran asombro): Hay luz, hay mucha luz.
-¿Hay mucha luz?
-Sí.
Pregunta: J. A. Campaña.
Entrevista en estado vigil.
-Y llegaste a la sala.
-Sí,
ascendí por la escalera y me quedé estupefacto; eso que a
estas alturas, mi capacidad de asombro era ya mínima.
-¿Qué viste?
-Para
empezar, a un nuevo individuo que, en plan saludo, me lanzó un «tranquilo, no
pasa nada». Era el más alto de los tres y
apareció por detrás y a la derecha, procedente de una zona donde había un panel
con aspecto de computadora.
-Háblame de la sala. .
-El
elemento más característico y también más enigmático volvía a ser la luz. Si en
los pasillos me había sorprendido, allí logró sobrecogerme. No producía la más
pequeña sombra. Veías los colores
planos, como en un muestrario de papel, ¿comprendes?
-Debía ser muy extraño, ¿no?·
-Imagínate
un mundo blanco, nítido, puro, donde la oscuridad no existe, donde miras tu
piel y puedes contar los poros, donde todo es como es, hasta las ideas, así era
aquello.
-¿Por qué has dicho hasta las
ideas?
-Aquella
luz tenía algo de misticismo, de religiosidad, constituía un fiel exponente de
mis acompañantes y puede que hasta de su filosofía. Allí no podías albergar
malos pensamientos porque todo era limpio, todo se veía.
-¿Qué te inspiraba?
-Calma
y paz, claro que también influía la estructura de la sala. Te explicaré por
qué. Se trataba de una estancia semiesférica hecha toda de aquel cristal o plástico blanco
que irradiaba luz. Y esa luz era la clave; parecías inmerso en ella, surgía
tanto de las paredes como del techo.(1) Resultaba
agradable, pues su resplandor, aunque
blanquísimo, no hería a la vista. Tampoco en la sala existían ángulos
interiores. La cúpula se
continuaba con el mismo mediante una suave curva. Estos dos ingredientes, la
luz envolvente y la ausencia de ángulos hacían que te sintieras como en una burbuja,
protegido, pero a la vez libre, sin barreras, con mucho espacio ante ti, en un ciclorama de los que usan en
cine; si no hubiera sido por las ventanas que se abrían en la pared, me habría
resultado imposible calcular las distancias. Era maravilloso cuando te acostumbrabas.
-¿Y qué dimensiones poseía la
sala?
-Unos
15 m de diámetro por 5 de altura. Te encontrabas amplio. Me dio la impresión de
que aquello estaba con para viajes largos.
-¿Te preguntaste por qué la
ausencia de ángulos?
-Sí
que lo hice, y pensé que era una forma de eliminar los rincones y, con ellos,
la acumulación de suciedad. Desde luego la sala estaba inmaculada, su limpieza
rayaba en la asepsia.
-Por curiosidad, ¿producías
ruido al pisar?
-Sí,
y Mus también. Recuerdo perfectamente
el sonido de las uñas del perro en el suelo. En cambio, ellos se movían en silencio,
un poco a lo "Pantera Rosa», de esto deduje que llevaban un calzado
especial.
-¿Notaste la misma gravedad
fuera y dentro de la nave?
-No
aprecié diferencias.
-Bien, no nos desviemos del tema
inicial. Describe el mobiliario de la habitación. ¿Qué había allí dentro?
-Situándome
en la salida de la escalera, tenía delante y a la derecha,
una mesa de mandos. Se hallaba en el centro de sala, y no la veía frontalmente,
sino sesgada.
-¿Cuál era su forma?
-De
bureau o pupitre. También guardaba cierta semejanza con los órganos
electrónicos.
-¿Cuánto mediría?
-Unos
2,5 m de largo. Sobre ella, reposando en unos pivotes metálicos, se alzaba una
pantalla de cristal transparente. La mesa
descansaba en una plataforma circular del mismo material blanco que el
resto del suelo.
1. Puede postularse una técnica
consistente en la excitación molecular para crear una luminiscencia uniforme,
sin focos concretos.
-¿Qué más había en la sala? ,
-En
su semicircunferencia delantera se velan otras 3 mesas, pero más pequeñas que
la central; no llegarían al
metro y medio de longitud, por lo demás eran muy similares a
aquélla.
-¿Dónde se encontraban?
-Casi
adosadas a la pared, estaban dispuestas alrededor del pupitre central en
ángulos de 90 grados.
-¿Una enfrente y dos en los
laterales?
-Eso
es. Entre mesa y mesa habría sus 5 o 6 m, podías pasearte, vamos...
-Prosigue, por favor.
-Ante
los pupitres se erguían unos sillones rarísimos. Eran altos y de forma cónica,
con el vértice apuntando hacia el suelo. Lo que me extrañó -y aún me extraña-
es que tocaran a éste en un solo
punto. No comprendo cómo podían mantenerse en pie.
-¿Te refieres al sistema?
-Exacto.
El hecho es que su vértice reposaba en una ranura tan fina, que parecía
dibujada en el suelo. Carecían de otra sujeción.
Eran de lo más curioso.
-¿Y detrás de ti, había algo?
-En
el lado derecho, y también, junto a la pared, se encontraba un panel grande y
cuadrado, de unos 4 X 4 m. Destacaba fuertemente del resto de los elementos.
-¿Por qué?
-Hombre
no es que el mobiliario fuera una maravilla, pero guardaba una lógica que aquel
panel rompía. Presentaba un color gris plomizo, en contraposición con las mesas
y las sillas, que parecían forradas de skai negro u otro revestimiento
parecido.
-¿Nos dejamos algo?
-Detrás,
y a mi izquierda, vi una mesa rectangular de distinto material que los pupitres
y las sillas. Era metálica y pavonada en negro como mi escopeta. De su parte
derecha, surgía una pantalla cuadrada y opaca. Posteriormente, supe que esta
mesa servía para prácticas quirúrgicas.
-Antes mencionaste unas
ventanas.
-Sí, se hallaban
repartidas a lo largo de la cúpula a intervalos de un metro y medio. Tenían
forma rectangular con el eje mayor vertical y poseían cristales ahumados. A
través de ellas, veías el campo como con unos prismáticos de rayos infrarrojos.
Se distinguían perfectamente las formas y los colores a pesar
de ser noche cerrada. Un último punto. La escalera, o mejor dicho, su pasamanos,
se curvaba en un ángulo, de 180 grados, insertándose en el suelo. ¿Alguna
pregunta más?
El
examen del perro
-Has hablado de tus reacciones
al descubrir la sala, ¿qué hizo Mus?
-Empezó
a oler todo; las mesas, las sillas, incluso olfateó a ellos. El animal trataba
de hacerse una composición de lugar.
-Allí olía a pino, ¿verdad?
-Sí,
y de forma muy intensa. Es un olor que me encanta.
-Sigamos con el perro.
-Ellos
no parecían estar habituados a los animales.
-¿Por qué?
-El
más alto se quedó tenso, sin atreverse a mover un músculo, mientras Mus le
olisqueaba, como si desconociera o le dieran miedo las reacciones del perro.
-Decías que Mus olió todo.
-Pero
todo. Temiendo que decidiera marcar su territorio (orinarse allí, vamos) le di
un grito, un grito que provocó entre mis anfitriones una gran sorpresa; los
tres se volvieron de lo más asombrados.
-¿Crees que les extrañó oírte
hablar?
-No, porque como
aprecié más tarde, ellos también se comunicaban fonéticamente; intuyo que les
impresiono la palabra «¡Mus!»; fue como si ésta tuviera algún significado
en su lengua o les resultara familiar.
-¿Dónde estabas tú?
-Frente
a ellos, a la izquierda de la escalera. En cuanto me repuse de la impresión que
me causó ver la sala, les pregunté de dónde venían, a lo que respondieron con
signos.
-¿Recuerdas alguno?
-Eran
muchos, pero retengo sólo dos, los que recibía de forma insistente. El primero
parecía un 3 y un 7 unidos, y el segundo se asemejaba a dos paréntesis opuestos
y enlazados por un par de rectas.
-¿Entendías su significado?
-En
absoluto. Por eso, les preguntaba una y otra vez lo mismo: «¿De dónde venís»?
-¿Y qué te respondían?
-«3,
7, cuadrado», es decir, el signo de los paréntesis.
-¿Has recordado más signos?
-Creo
que también capté mentalmente una especie de «lambda» y una jota al revés con
un trazo vertical.
-Volviendo a la conversación.
¿No se enfadaban por lo reiterado de tus preguntas?
-No; yo pedía una
contestación y ellos me la daban, si no entendía su significado era cosa mía.
En realidad, su tratamiento fue siempre cortés, demostrando un paternalismo no exento
de paciencia y comprensión. No sé, hacían que me sintiera como un niño o como
su hermano pequeño. Sabía que ellos estaban allí para protegerme y dar
respuesta a mis preguntas.
-¿Te miraban por encima del
hombro?
-No sólo que parecían
tener la clave del conocimiento. Se notaba en su seguridad, en su gran aplomo.
Viéndoles, pensabas que podían dominarse y dominar
cualquier situación.
-Muy interesante.
-Bien,
pues tras el asunto de los signos, me pidieron permiso para
examinar al perro. Querían tomar muestras de sangre. Yo accedí inmediatamente,
comprendiendo que no le iban a causar daño. Nos dirigimos todos hacia la mesa
quirúrgica, y allí el más alto de los tres se hizo cargo de Mus que lo
subió a la mesa,
pasándole los antebrazos por debajo del cuerpo. Se comportaba
como un profesional, sus movimientos eran rápidos y seguros.
-¿Colaboraba el perro?
-El
pobre bicho estaba aterrorizado, tanto que ni oponía resistencia. Se quedó
inmóvil al otro lado de la pantalla negra.
-¿Cómo era la mesa quirúrgica?
-Como
te dije antes, pavonada en negro y totalmente metálica. Tenía forma de prisma y mediría
unos 2,5 m de largo por 1,10 de altura, más o menos como la parte de la
escalera que entraba en la
sala. Sobre su tercio derecho, había una pantalla de cristal negro y opaco,
descansaba en unos pivotes cilíndricos de metal cromado. Al lado izquierdo, y cerca
del borde interior, se abría una depresión rectangular de 0,60 X 0,50 metros en
cuyo fondo se hallaban
dispuestas varias piezas de material quirúrgico.
Supongo que eran similares a las nuestras, porque no atrajeron especialmente mi atención.
-¿Estaban niqueladas?
-Sí,
pero poseían un brillo mate.
-¿Miraron a Mus por la pantalla?
-Eso
creo, porque en ella no apareció ninguna imagen: Como era grande, de 0,75 X
1 m, el perro quedaba oculto de mi vista; no obstante, le tranquilizaba con la
voz.
-¿Y después?
-Tras
volver a Mus de un costado y de otro, el «practicante»-ahora verás por
qué le llamo así- condujo al perro hasta la parte central de la mesa. Luego, sacó
una jeringuilla y le extrajo sangre de una pata con una precisión admirable.
-¿Mus estaba tumbado?
-Medio
agazapado. Continuaba tenso y lleno de miedo.
-¿Qué apariencia tenía la
jeringuilla?
-Parecía
metálica, al menos presentaba un color gris plomizo. Era estrecha y no muy
larga, cargaría unos 10 cc. La aguja, fina y corta,
formaba un todo con el resto.
-Su aspecto resultaba muy
normal, ¿no?
-Hasta
cierto punto. A los lados poseía dos anillas para introducir los dedos índice y
corazón, y otra mayor, al final del émbolo, para el pulgar. Lo que sí me
sorprendió fue la facilidad con que el individuo encontró la arteria, fue
derecho a ella sin ningún titubeo. Creo que pinchó en la radial, aunque no recuerdo
de qué pata.
-¿Qué hizo con la jeringuilla?
-La
guardó en un cilindro metálico de color negro mate que sacó
de detrás de la mesa. Dio un cuarto de vuelta, abrió un cierre en bayoneta e
introdujo la jeringuilla;
luego depositó el cilindro en el mismo
lugar de donde lo ha había extraído; debía de haber estantes o algo así.
-¿Ya ti no te hicieron nada?
-Una
vez que terminaron con el perro, se comunicaron conmigo; «ya que estás aquí,
pasa tú también», me dijeron, dándome a entender que su auténtico objetivo era Mus.
Noté que me tranquilizaban, no iban a pincharme. Entré por el lado derecho
de la mesa y, tras permanecer unos instantes frente a la pantalla, me indicaron
que eso era todo. Finalmente, acompañado por el más bajo de ellos, fui
conducido hacia la mesa central.
La
mesa y las sillas
-Dime la verdad, Julio: ¿no tenías un poco de miedo?
-No había habido
tiempo para ello; ten en cuenta que iba de sorpresa en sorpresa. Simplemente,
estaba estupefacto. Sin embargo, cuando mi amigo -desde ahora llamaré así al
que me acompañaba- hizo un ademán mostrándome el asiento, sentí temor ante la eventualidad de que
aquello despegase.
-¿Por qué le llamas amigo?
-Notaba
que me protegía; estaba pendiente de mis dudas y temores durante todo el
tiempo.
-Así que te señaló la silla.
-Sí,
al tiempo que recibía mentalmente un cortés «siéntate». Por cierto, te contaré
una anécdota divertida. Verás, a mí, las sillas me traían a mal traer. No
entendía cómo podían sostenerse sobre un solo punto. Además, como los otros estaban
de pie... en fin, que me lo pensé dos veces antes de sentarme, cosa que hice
con mucho cuidadito. Sólo faltaba que se corrieran la juerga a mi costa.
-¿Le viste reír alguna vez?
-¿Reír?
¿Ellos? ... i Qué va! Ya te he
dicho que permanecían inmutables. El caso es que parecían tener una sonrisa constante;
quizá influyera en esto que sus labios eran finísimos e inexpresivos. La
verdad, no sabías si iban o venían.
-Te sentaste, pero no se cayó la silla.
-Afortunadamente;
recuerdo que se balanceaba de modo agradable.
-¿Tu amigo tomó también asiento?
-Sí,
lo hizo en la silla de la derecha, mientras que yo me acomodé en la que se
encontraba a la izquierda. Ante nosotros estaba el pupitre central, lo pude
observar a mis anchas.
-Oye, ¿y qué hacía él?
-Nada
más sentarse, se puso a trabajar. Para mi asombro, levantó el posabrazos
izquierdo, descubriendo unos botones plateados, los pulsó y su silla comenzó a
girar a correr velozmente sobre la línea del suelo.
-Describe los sillones.
-Eran
altos, como de un metro y medio. Parecían forrados, del mismo plástico o «skai»
negro que las mesas, y resultaban cómodos porque no te hundías en ellos, su
mullido era el
justo. El respaldo tenía forma de peineta, sobresalía por
encima de la cabeza y te envolvía por los lados; los brazos recordaban a esos
que tienen las butacas de algunos cines, sus cantos eran curvos. Aunque los
sillones presentaban forma cónica, el asiento se volvía cuadrangular, de unos
60 cm de ancho.
-¿Llegabas con los pies al
suelo?
-Sí,
porque estaba sentado en el mismo borde; sin embargo, mi amigo tenía la espalda
apoyada en el respaldo y llegaba cómodamente a los mandos del pupitre.
-¿No sentiste la tentación de
pulsar los botones de tu silla?
-Sí,
pero me contuve, no fuera que saliera disparada. Te juro que sólo les faltaba
hablar.
-¿Recuerdas cómo se sentaban ellos?
-Normalmente.
Cuando cesaban de pulsar botones mantenían las extremidades sobre los
posabrazos. La verdad es que se estaba bien allí, como en un sillón de
orejas...
-¿Observaste tics? Quiero decir
si ellos cruzaban las piernas o chasqueaban los dedos, por ejemplo.
-No, parecían
relajados, aunque siempre pendientes de los indicadores de las mesas.
-¿Dónde se sentaron los otros
dos?
-El
que tenía una estatura intermedia se sentó en la mesa de la derecha, el otro
creo que se encontraba de pie a espaldas nuestras. . .
-¿Qué hacía tu amigo?
-Trabajaba
a mi lado, de vez en cuando ponía su silla junto a la mía, me miraba y yo le
miraba a él. Aseguraría que siempre estuvimos en contacto mental; es más,
pienso que todas las comunicaciones procedían de este individuo.
-¿Crees que era el responsable
de tu seguridad a bordo?
-Más
o menos; desde luego parecía pendiente de cualquier deseo mío. Se le notaban
ganas de agradar, aunque esto era algo común en los tres. Ellos sabían que
aquel no era su sitio, que estaban en terreno ajeno e intentaban ofrecer buena
imagen, quedar bien, vamos...
-¿Qué trabajo realizaba el que
estaba contigo?
-Pulsaba
los botones y movía las guías con una rapidez y seguridad pasmosas. No tanteaba,
¿comprendes?, actuaba sin mirar. Me recordaba a las mecanógrafas por la
velocidad y precisión con que lanzaba, más que agitaba, sus largos dedos; la palma,
sin embargo, permanecía quieta. -A veces, él giraba
en la silla; otras, se desplazaba a lo largo de la mesa y observaba los indicadores. En fin, todo un espectáculo, a mí
me tenía impresionado.
-¿Cómo eran los botones que pulsaba?
-Bueno,
en realidad, no sé si los pulsaba, quizá sólo los pulsaba, quizá solo los rozase,
podría tratarse de sensores.
-Háblame de la mesa central.
-Como
sabes, recordaba a un pupitre. Poseía un cuerpo vertical de unos 25 cm de
profundidad, sobre el cual se alzaban dos pivotes cilíndricos que -sostenían
una pantalla transparente, por su forma
parecía de cinerama, ya que los bordes horizontales eran curvos. La altura de
la mesa -pantalla incluida debía ser de 1,5 m, y su longitud de 2,5 o 3 m. De
la parte anterior surgía una
superficie en voladizo -tendría un metro
de anchura-, y sobre ella se encontraban los mandos e indicadores.
-¿Los recuerdas?
-A
los lados de la mesa había guías y pulsadores, mientras que en el centro se
hallaban los pilotos. Las guías eran de color negro, muy finas, y estaban
rematadas por un mando tronco-piramidal niquelado.
-¿Cuántas guías contaste?
-Creo
que nueve, dispuestas en tres filas. Por encima de ellas, había nueve
pulsadores o sensores troncocónicos de color rojo y con una depresión central.
-¿Y los pilotos?
-Eran
semiesféricos, de unos 2 cm de diámetro, y parecían parpadear continuamente;
cambiaban de color por las buenas; de pronto, unos se volvían ámbar, otros
amarillos, rojos, verdes, azules, blancos...
-¿En qué se diferenciaban las
otras mesas de la central?
-Sus
dimensiones resultaban más reducidas, medirían unos 2 m; además sólo
presentaban mandos y guías en la parte derecha. Por lo demás, eran idénticas a
la otra, incluso en su tapizado, aquel plástico negro que recubría también las
sillas.
Sesión
hipnótica. Octubre de 1979
-¿Cómo es la luz? (Habíamos
dejado a Julio cuando entró en la sala.)
-Es
muy blanca. Envuelve todo
(sobrecogido).
-¿Cómo es el techo?
-Abovedado.
-Bueno, entráis por la puerta,
¿no?
-No.
-¿Por dónde?
-Por
la escalera.
-¿Por la escalera?
-Por
el suelo.
-¿Cómo puedes entrar por el
suelo?
-Hay
un agujero circular.
-Al subir, ¿qué te encuentras
enfrente?
-Una
mesa.
-¿Qué forma tiene?
-Es
como un bureau.
-¿Qué hay encima de la mesa?
¿Cómo es?
-Como
un pupitre.
-Pero, ¿de qué color?
-Es
negra.
-¿Qué hay al otro lado de ella?
-Otra
mesa.
-¿Cómo es esa mesa?
-Más
pequeña.
-¿Qué ves encima?
-Luces
y un cristal.
-¿Y ese cristal es transparente?
-Sí. (Perplejo.) Es muy extraño todo.
-¿Qué estás haciendo en este
momento?
-Huelo.
-¿A qué huele?
-A
lo otro, a lo otro.
(Parece que se refiere al olor a pino que antes advirtiera
en el bar y en el
cilindro. Al principio, Julio no lo asociaba
con nada conocido.)
-¿Cuántas personas ves?
-Tres.
-¿Qué hacen?
-Están
conmigo.
-¿Dónde está exactamente?
-Derecha.
-Oye, ¿el nuevo es más alto o más bajo?
-Más
alto.
-Estás muy asustado, ¿verdad?
-No.
-¿Te gusta esa habitación
rectangular dónde estás?
-No
es rectangular, es circular.
-¿Hay ventanas?
-Sí.
-¿Cuántas ventanas ves? (Julio mueve la cabeza como si las
contara.)
-No las cuentes; ¿ves muchas o pocas?
-Veo
muchas.
-¿Se ve el exterior?
-Sí.
-¿Qué ves?
-Arboles.
-¿Y se distinguen perfectamente
a través de la ventana?
-Sí,
pero un poco oscuro.
-Mus, ¿qué está haciendo en
este momento?
-Conmigo,
ha venido conmigo.
-¿Qué estás haciendo ahora?
-Le
estoy acariciando.
(Pausa.) Me piden a Mus.
-¿Para qué quieren a Mus?
-Quieren
mirarlo. No le van a hacer daño.
-¿Dónde lo llevan?
-Ahora,
a una mesa.
-¿Cómo es esa mesa?
-Es
larga, negra..., hay un cristal negro, opaco, brillante.
-¿Qué hacen?
-Cogen
a Mus, lo suben a la mesa.
-¿Lo cogen con las manos para
subirlo?
-No.
-¿Qué hacen?
-Lo
cogen con los antebrazos.
-¿Se deja Mus?
-Está
asustado. Está muy tenso.
-¿Hacia dónde mira el perro en
este momento?
-De
frente.
-¿Tú tienes la escopeta contigo?
-Sí.
-¿Qué hacen con el perro?
-Le
dan la vuelta.
-¿Quiénes? ¿Los dos?
-No, uno.
-¿El más alto de todos?
-Sí.
-¿Y qué hace?
-Lo
ha pasado a otro sitio de la mesa.
-¿Qué hay encima de la mesa?
-Mus.
-¿Y qué más?
-El
cristal.
-Mira a ver si algo más.
-Sí,
hay... no sé... son como pinzas.
-¿Qué más ves?
-Son... (extrañado) muy raros. (Pausa.) Hay una tijera.
-¿Ves algo que te recuerde un
fórceps?
-Sí,
pero tiene tres mangos.
-Fíjate bien en la pantalla,
¿está sostenida por algo?
-Dos
cilindros.
-¿Qué hace con el perro ahora?
-Lo
ha tumbado, va a sacarle sangre.
-¿Cómo?
-Con una jeringuilla.
-Le ha dado vuelta sobre el
lomo, ¿no?
-No,
tumbado sobre el vientre.
-Mira hacia ti.
-No,
mira al frente.
-¿Y le sacan sangre con una
jeringuilla?
-Es
una jeringuilla.
-¿Igual que las que usamos aquí?
-No,
es gris opaca, la aguja es muy corta, muy fina. Tiene dos... tres argollas.
-¿Ves bien la jeringuilla?
-Sí.
-¿Dónde ha pinchado a Mus?
-En
la pata.
-¿En cuál?
-Derecha
delantera.
-¿Por qué zona?
-En
la arteria.
-¿Qué hacen con el perro ahora?
-Lo
han pinchado.
-¿Y qué hacen ahora?
-Sacan
la aguja.
-Sigue diciéndome.
-Saca
un cilindro.
-¿Por qué no te opones a que
pinchen al perro?
-No,
no le van a hacer daño.
-¿No?
-No (muy seguro).
-¿Qué hace ahora con la
jeringuilla?
-La
han metido en el cilindro que ha sacado.
-¿Cómo es ese cilindro?
-Es
negro. Lo cierra.
-¿Por dónde lo abre?
-Por
arriba.
(Pausa.) Lo cierra por arriba, lo mete
detrás de la mesa.
-¿Te parecen antipáticos estos
individuos?
-No,
fríos.
-Oye, ¿hay sillas?
-Son
muy extrañas.
-¿Cuántas patas tienen?
-(Perplejo.) No tienen patas.
-¿Cómo son entonces?
-No
tienen patas.
(Parece muy impresionado.)
-¿Cuántas sillas ves?
-Cinco.
-Dime dónde están.
-Dos,
en el centro, al lado de la mesa. Otra a la izquierda, delante de la mesa.
-¿Es que hay más mesas?
-Sí.
-¿Cuántas hay?
-Tres
mesas.
-y delante de cada una hay dos
sillas.
-No.
-¿Cuántas ves?
-Una.
-¿Y no tienen patas?
-No.
-¿Cómo se sostienen?
-Es
como un cono. No comprendo... no se caen. Muy raro.
-¿Tienen respaldo?
-Sí.
-¿Cómo es el respaldo?
-Es
alto.
-¿Tiene brazos?
-Sí.
-¿Dónde está Mus en este momento?
-Aquí,
en el suelo.
-¿Y la escopeta?
-En
la mano.
-¿Te dicen algo?
-Que
pase detrás de la mesa.
-¿Qué ves detrás de la mesa?
-Un
cristal negro.
-¿Distingues algo a través de
él?
-No.
-¿Qué hay en la parte baja de la
mesa?
-Un
hueco, es negro.
-¿Qué te pasa?
-Me
dicen que ya puedo salir de la mesa. Quieren que me siente. (Pausa.) Me asusto. Quieren que me siente, yo no quiero. Tranquilo, no pasa
nada.
-¿Qué te dicen?
-Tranquilo,
no pasa nada.
-¿Tú no les preguntas?
-Sí.
¿Quiénes sois? ¿De dónde venís?
-¿Qué te contestan?
-No
entiendo, veo signos que no conozco.
-¿Cómo son esos signos?
-No
sé.
-¿Qué te recuerdan?
-Son
muy raros. Un tres...
-¿Quieres dibujarlos? (Julio dibuja lentamente; traza
el «tres, siete», luego, los paréntesis y finaliza con lambda.)
-¿Qué significado tienen esos
símbolos?
-No
sé.
-¿No lo preguntas?
-Sí.
-¿Y qué te dicen?
-Tres,
siete...
-Pero, ¿qué te dicen, que es un tres o
ves los signos?
-Veo
los signos.
-¿Qué más les preguntas?
-De
dónde vienen.
-¿Y qué contestan?
-Signos.
-¿Cómo son?
-Parece
tres cruces (se
refiere a uno de ellos).
-¿Oye, hablan entre sí?
-No.
-¿Qué más les preguntas?
-Nada,
estoy asombrado.
-¿Por qué?
-La
luz, todo es luz
(ésta le sigue impresionando).
-Fíjate bien en tu manga, ¿que
notas?
-No
hay sombras.
-¿No?
-No (sorprendido).
-¿Y en el suelo?
-Tampoco (casi inquieto).
-¿De dónde sale la luz?
-De
todos lados. Estoy asustado.
-¿Por qué?
-Todo
es muy raro. Quieren que me siente.
-¿Estás sentado?
-Me
da miedo. Se va a caer.
-¿El qué?
-La
silla.
-Pero, ¿estás sentado ya?
-Sí,
ahora.
(Perplejo.) Si no se cae.
-¿No se cae?
-No.
-¿Qué pasa ahora?
-Ellos...
él se sienta.
-¿Seguro que no hablan entre sí?
-No.
-¿No lo han hecho en todo el
tiempo?
-No.
Pregunta: J. A. Campaña. Entrevista en estado vigil.
-Y a todo esto, ¿dónde estaba el
perro? ,
-Echado
a la izquierda de mi silla. Recuerdo que lo tenía fuertemente agarrado por el
collar. Y es que Mus era mi única unión con el mundo de fuera. Me
tranquilizaba sentirle a mi lado.
-¿Y la carabina?
-Estaba
apoyada en el reposabrazos derecho. Durante el examen del perro, permanecí con
ella al hombro, luego, cuando me senté, la dejé allí, junto a la silla.
-¿Seguías observando a tu amigo?
-Yo
observaba todo. Frente a mí, y a través de la pantalla de cristal, veía una de
las mesas. Más allá, se alzaban las ventanas, por los cristales asomaba el campo.
-¿Qué anchura tendrían los
cristales?
-Unos
20 cm, y me parecieron dobles. Aunque no lo sé si se trataba de auténticos cristales, para mí
que eran de fibra plástica. A propósito, la pantalla resultaba también un poco extraña a
pesar de ser gruesa no deformaba las imágenes, ni presentaba reflejos en la
superficie.
-Ya que has sacado el tema, ¿qué
altura poseería la pantalla?
-Sobre 50 cm, el doble de
los pivotes que la sustentaban.
-Bien, ¿y qué más ocurrió?
-De,
repente, sonó por toda la sala un pitido cortado que ocasionó un gran revuelo
entre los tripulantes. El más alto, que hasta entonces había permanecido en la mesa quirúrgica,
pasó zumbando hacia un pupitre y se sentó. Los tres parecían pendientes de sus
pantallas.
-¿Detectaste de dónde surgía el
sonido?
-Ya
te he dicho, de todas partes. Era un poco como la luz que irradiaba de todos
los puntos.
-Continúa.
-Bueno,
pues tras aquel «ti-tí-ti» intenso, la pantalla comenzó a adquirir tintes
lechosos hasta volverse blanca. A continuación, se formó rápidamente una imagen y apareció otro individuo como
ellos, pero de mayor edad. Repentinamente comenzaron a hablar entre sí y, en
ese mismo momento, note que se cortaba mi comunicación telepática.
-Describe aquella conversación.
-Fue
corta, duraría unos dos o tres minutos. Primero, tomó la palabra el hombre de la pantalla; por el tono de su voz parecía
el jefe; los otros le escuchaban muy atentos, casi sin pestañear. Se notaba que estaban ante un
superior jerárquico.
-¿Sólo hablaba el jefe?
-Al
principio, sí. Luego, conversó con mi amigo, que era, seguramente, el
responsable de la sala. Los otros dos intervinieron menos veces, quizá, cuando les pedían su
parecer sobre algo.
-¿Cómo era el cuarto individuo?
-Tendría
unos 55 o 60 años, al menos esos representaba. Poseía las arrugas típicas en un
hombre de esa edad: patas de gallo, surcos en la frente; también se le veía con
menos vigor que los otros, aunque su energía dando órdenes era evidente.
-¿Qué me dices del idioma?
-Resultaba
desagradable. Yo lo compararía con una mezcla de alemán y chino. Alemán, por lo
seco y gutural y chino porque era monosilábico. Desde luego, no era un
espectáculo nada agradable oírles hablar. Aquellas gentes escupían las palabras,
los sonidos les salían como una tos.
-¿Qué
quieres decir?
-Que
no modulaban. Parecían sacar las palabras del estomago, como los gritos que se dan en lucha oriental.
No emitían vocablos con las cuerdas vocales, sino que estos surgían impelidos por el
diafragma. Además, daban la impresión de tener problemas laríngeos o algo así.
Les costaba empezar cada vez que pronunciaban una nueva frase, y de vez en cuando
emitían un gritito, una especie de «gallo» como si se ahogaran.
(Muy probablemente se trata de
un estridor laríngeo, producido normalmente por un reblandecimiento o inflamación
de la epiglotis.)
-¿Recuerdas alguno de los
sonidos?
-Había
consonantes fuertes, «kas», «erres», «pes», todas pronunciadas muy
guturalmente. También existían vocales y diptongos del tipo «au» o «ue», que parecían
auténticos ladridos. Piensa en su tono de voz monocorde, seco y desagradable.
-¿El individuo de la pantalla os
veía a vosotros?
-Yo
creo que sí, al menos, actuaba como si así fuera. Su tamaño, supongo que debido
a la ampliación que proporcionaba el sistema, era mayor que el normal. Sólo
aparecían en imagen la cabeza y los hombros.
-¿Observaste algún distintivo?
-No,
vestía el mismo uniforme que los demás.
-¿Cómo finalizó aquello?
-Tan
inopinadamente como había comenzado. La figura del jefe se esfumó y la
pantalla volvió a hacerse transparente. Después, volví a entrar en contacto telepático.
-¿Algo más que añadir?
-Sí,
a la desaparición del cuarto individuo, siguió una actividad febril en la sala.
Todos pulsaban botones como locos. Mi amigo
parecía supervisar la labor de los otros dos. Aunque, en realidad cada uno
vigilaba a los demás. Había compenetración y espíritu
de equipo entre la tripulación, eso estaba claro.
-¿Giraba la plataforma central?
-Sí,
y precisamente lo hizo por
aquellos momentos. Se movió al revés que las agujas del reloj, para quedar
mirando a la computadora. Luego volvió a su posición primitiva. Fue entonces
cuando escuché un fuerte silbido en la cabeza; a partir de aquí, se abre una
gran laguna en mis recuerdos, que solo se reanudan mucho después.
Sesión
hipnótica. Octubre de 1979
-Suena
un pitido.
-¿Un silbido?
-No,
un pitido.
-¿Muy agudo?
-Sí.
-¿Qué ocurre?
-Es cortado.
-¿Dónde está Mus en este momento?
-Conmigo.
-¿A tu derecha o a tu izquierda?
-A
mi izquierda.
-¿Qué haces?
-Miro.
Ellos se sientan.
(Sorprendido.) El cristal se pone blanco.
-¿Qué cristal?
-El
de la mesa.
-¿Qué forma tiene?
-El
de la mesa. Es curvado.
-Oye, encima de la mesa había
pilotos, guías, ¿de qué color son los pulsadores?
-Rojos.
-¿Qué pasa?
-Se
pone blanco el cristal, opaco...
-¿Qué ves?
-Aparece
otro.
-¿Como si fuera una pantalla de
televisión?
-Sí.
-¿Ves la imagen en tres
dimensiones?
-No.
-Ah, la ves plana.
-Sí.
-¿Qué ves, el rostro sólo?
-Sí.
-¿Es muy parecido a los otros?
-Sí.
-¿Qué hace? ¿Qué habla?
-¿Habla?
-Oye, ¿puedes repetir lo que
hablan? ¿Puedes intentarlo?
(Julio trata de imitarlos. Emite
una serie de sonidos oscuros y guturales de los que únicamente son inteligibles
«uai-u» y «ash-néi».)
-¿Con quién hablan?
-Entre
ellos.
-¿Hablan con el de la pantalla?
-Sí. (En cierta ocasión, hojeando el
libro El enigma de Ummo, de Antonio Ribera, Julio identificó, entre los
vocablos ummitas, algunas de las palabras escuchadas en la nave; la coincidencia
nos impresionó a todos.)
-¿Oyes algo?
-No.
-¿Qué ves?
-La
pantalla, otra vez cristal.
(Pausa.)
-¿Qué pasa? (Julio se muestra inquieto.)
-Silba.
-¿Silba?
-Silba.
-¿Quién silba?
-No
sé. (Su voz se
vuelve más profunda e inexpresiva, como si cayera en un gran sopor. Pausa.)
-¿Qué te sucede?
-Silba.
(Como casi todos los
protagonistas de un encuentro ovni, Julio presenta una amnesia parcial, de modo
que no recuerda conscientemente parte de su aventura. Ésta parece que incluye
un completo examen fisiológico con toma
de muestras, así como un viaje orbital alrededor del planeta. Las grabaciones
de las sesiones hipnóticas, oídas luego por él mismo, sirvieron para «disparar»
sus recuerdos subconscientes.)
La toma de muestras.
Sesión hipnótica. Octubre de 1979
Sesión hipnótica. Octubre de 1979
-¿Qué pasa?
-Silba. (Como si le abandonaran las
fuerzas.)
-¿Dónde está Mus en este momento? (Pausa.
Julio no responde)
-(Angustiado:) No me puedo mover. No me puedo mover. (Algunas
frases ininteligibles. Parece muy inquieto.) Me cogen.
-¿Por dónde te cogen?
-Por
la espalda. Me levantan. ¡Mus! ¡Mus! ¡Ataca! (No está claro si azuza al
perro o describe lo que ve.) Ladra. Le
ha mordido.
-¿A quién ha mordido?
-A
uno. (Casi
gimiendo.) Le han matado.
-¿Cómo que le han matado?
-Sí. (En realidad, el perro no
estaba muerto, sino en las mismas condiciones que él.)
-¿A quién ha mordido?
-Al
más alto.
(Fuertes inspiraciones y espiraciones.) Me
llevan.
-¿Adónde?
-No
sé. (Continúa
el desasosiego.) No me puedo mover. No
toco el suelo.
-Pero, ¿estás levitando?
-No
sé. (Inspira y
espira como sometido a un fuerte stress.)
-¿Te bajan ellos?
-Sí.
-¿Tienes los ojos cerrados o abiertos?
-Abiertos. (Pausa.) No sé qué pasa.
-¿Dónde te llevan?
-Bajo
por la escalera. No toco el suelo. (Parece que, efectivamente, va levitando.) No toco nada. Me llevan. No me puedo mover.
(Pausa.)
-¿Dónde
te llevan, Julio?
-Una
puerta.
-¿Cómo
es esa puerta?
-(Muy bajo.) Floto.
-¿Y dentro cómo es?
-Se
abre, sí. Hay luz. Una esfera.
-¿Que hay una esfera?
-Sí
-Pero
la habitación,
¿cómo es? ¿El techo, cómo es?
-Plano.
Sí, triangular.
-¿Y la esfera, dónde está?'
-Dentro.
Me meten en la esfera. Hay mucha luz. (Cada vez más
nervioso.) No me puedo mover.
-¿Por qué? ¿Estás sujeto?
-No.
Me desnudan.
-¿Estás desnudo?
-Sí.
-¿Te han quitado el reloj?
-Sí.
-¿Y toda la
ropa?
-Toda.
El anillo, La cruz.
(Parece que retiran también los objetos metálicos.) Me miran.
-¿Quién?
-Él.
-¿Cuántos
hay contigo?
-Cinco.
-¿Son todos hombres?
-No.
-¿Hay alguna mujer?
-Sí,
dos.
-¿Qué te pasa ahora?
-(Tranquilizándose de repente.) Estoy quieto. Tranquilo, no pasa nada.
-Oye, ¿como son las mujeres? Descríbelas.
-Altas.
-¿También tienen el mentón
prominente?
-Sí.
-¿Cómo sabes que son mujeres?
-Tienen
pecho y caderas.
-¿Cómo es la cabeza?
-Grande,
abombada.
-¿Cómo son las manos?
-Tienen
guantes. Son muy largas.
-¿Qué ocurre ahora?
-Me
miran. No me puedo mover.
-¿Están fuera o dentro de la esfera?
-Fuera. (Pausa.) No me puedo mover. (Intranquilo otra vez.) ¡Una esfera!
-¿Otra?
-Sí
es pequeña, de metal.
-¿Dónde
está esa esfera?
-Frente
a mí. (Asustado.)
Se mueve. Se mueve. (Pausa. Se tranquiliza.)
Me miran. Tranquilo, no pasa nada. Salen
hilos. (Aterrado.) ¡Vienen hacia mí!
-¿Estás acostado?
-No.
-¿De pie?
-Sí.
-¿Y las manos, cómo están?
-Arriba.
-¿Están sujetas con algo?
-No.
-Entonces, ¿por qué las tienes
arriba?
-No
puedo moverme.
(Se queja.) No toco el suelo. (Parece
seguir levitando.) (Con miedo:) Los
hilos se meten en la boca, la nariz...
-Pero antes decías que estabas
en una esfera...
-Sí.
-¿Cómo es?
-De
cristal, fuerte.
-Mira cómo es el suelo.
-El
suelo... una reja, plana.
-Entonces, se verá algo debajo.
-Sí,
mucha luz. (Muy
alterado.) Quiero irme.
-¿Cómo que quieres irte?
-(Quejándose.) No me puedo mover.
-Pero si estabas muy bien con
ellos…
-Tengo
miedo. Hay una esfera delante de mí. (Muy asustado)
-¿Cómo está? ¿Colgada?
-No,
está ahí.
(Perplejo.) Nada la sujeta. Está quieta.
(Aterrorizado.) ¡Se mueve! i Se
mueve! i Sale un hilo! ¡Dos! (Julio vuelve
al episodio de los hilos.)
-Pero, ¿hilos de qué? ¿De
plástico?
-(Casi ininteligible:) No sé. Son finos, de colores.
-¿Y adónde van esos hilos?
-(Casi adormecido, sin fuerza en
la voz :) Uno... (pausa) en mi boca... (pausa) Dos...
-¿Dos en tu boca?
-Sí,
entra uno... a la garganta... lo noto entrar...
-Pero, ¿no dices que son dos?
-Otro
se ha quedado... debajo de la lengua. (La voz de Julio llega muy débil)... Me hace cosquillas...
-¿Te hace cosquillas?
-En
el oído.
-¿En el oído?
-Otro.
-¿No decías que eran dos?
-Vienen
muchos...
(pausa). Hilos de colores. Flotan solos.
-Oye, cierra la boca.
-No
puedo. No puedo moverme. Ellos me miran. (Parece que
se han adueñado de
su voluntad) (Pausa) Otro hilo… en el
ojo. Me molesta... (Asustado. La voz
es casi un siseo) El pene, no…el pene,
no. Entran dos. (Habla como si le
escociera.) Me duele…
-¿Te
duele?
-El
pene... la uretra. (Nuevo gemido de escozor.) ¡Entran dos!
-¿Dos,
qué?
-Estoy
lleno de hilos. Estoy lleno.
(Como si cayera en un gran sopor.) Los ojos no puedo
cerrarlos. (Fuertemente impresionado:) i Otro
al ano! Entra, entra en el ano...
-¿Al ano?
-Sí, todos dentro...
todos dentro de mí.
-¿Te duele?
-No
los noto.
-¿Qué
hacen ellos?
-Me
miran. No puedo cerrar los ojos. (En un susurro.) Ya. Ya salen.
-¿Salen, qué?
-Los
hilos.
-¿Los hilos, salen?
-(Como si sintiera molestias :) Sí, sí.
-¿Te duele?
-Sí,
la uretra…, el interior
(gime como si le escociera). Ya, ya…
(La respiración indica que se va tranquilizando.) Ya ha salido. (Con alivio)
-¿Estás más tranquilo ahora?
-(Con gran laxitud en la voz:) Sí.
-¿No les preguntas nada?
-No. (Adormecido) Quiero irme, quiero irme... (Pausa.) Ya sal. ..go.
-¿De dónde?
-De
allí.
-Pero, ¿por tus propios pies?
-Sí.
-¿Cómo te encuentras?
-(Pregunta a los otros:) ¿Y Mus? ¿Y Mus? (Pausa.)
Está bien.
-¿Ves a Mus?
-No,
sé que está bien. Le han hecho lo mismo
que a mí.
-¿Cómo
lo sabes?
-Me
lo dicen ellos. Nos vamos de allí.
- Pero, ¿de dónde? ¿De la habitación?
-Sí.
-¿Qué te han hecho? ¿Has
preguntado qué te han hecho?
-Sí,
me lo han contado.
-¿Cuándo?
-Mientras
entraban los hilos.
-¿Qué te han hecho?
-Me
han extraído líquidos.
-¿Qué tipo de líquidos?
-Saliva,
jugos gástricos, intestinal…
-¿Qué más?
-Lágrimas,
semen...
-¿Semen?
-Sí,
orina (pausa). Me han pinchado.
-Pero, i tú no has dicho nada de pinchar !
-No
lo he sentido.
-¿Dónde te han pinchado?
-En
la espalda.
-¿Y qué te han extraído?
-Me
lo dicen. Líquido...
(indescifrable) raquídeo.
-¿Líquido, cefalorraquídeo?
-Sí,
de la espalda.
(Pausa.) Sangre.
-¿Sangre?
-Sí,
sinovia.
-¿Y de dónde te han extraído
sinovia?
-De
la rodilla. Sangre... de la oreja.
-Pero tú no has dicho nada de la
oreja.
-No
lo he sentido.
-¿Eran esos hilos? (Según Julio, que posteriormente
ha recordando, había una tercera
mujer con él, dentro de Ia esfera transparente,
quien, casi con seguridad, fue la encargada de realizar estas extracciones.)
-Oye, ¿veías algo al extremo de
los hilos?
-Sí.
-¿El qué?
-Un
dedal muy pequeño, dorado.
-¿Cómo estás ahora?
-Tranquilo...
no pasa nada.
-¿Dónde os encontráis?
-En
el pasillo. La escalera.
(Pausa.) No puedo subir.
-¿No puedes?
-No.
-¿No tienes fuerzas?
- ... (Ininteligible.)
-¿Eres dueño de tus movimientos?
-Me
controlan.
-¿Te hipnotizan?
-Están
apoderados.
-¿Se han apoderado de ti?
-Sí.
-Si no puedes moverte, ¿cómo te
desplazas?
-Me
llevan.
-¿Te llevan?
-Sí.
-Oye, ¿y Mus?
-Está
bien, me lo dicen ellos.
-¿Adónde vais?
-(Cansado, por el tono de voz:) Subo... la... esca... lera.
-¿Subes
por ti mismo?
-No.
-¿Cómo lo haces, entonces?
-Me
suben.
-jAh!, que te suben.
-No
toco nada.
-¿Sube uno contigo? ¿Te han
cargado a la espalda?
-No,
subo
(Parece adormecido.) No peso.
-¿No pesas?
-No
peso.
(Probablemente levita.) (Mas tranquilo) Ahí
está Mus.
-¿Dónde estás ahora?
-Arriba.
-¿Arriba?
-Sí,
en la sala.
-¿Te has acostado?
-No, estoy de pie. No toco el
suelo (con un
hilo de voz)
-¿Y Mus está allí?
-Sí,
sobre una silla.
-Oye, ¿ahora qué te hacen?
-Me
sientan.
-¿Dónde?
-En
la mesa de antes.
(Pausa.) Ya me puedo mover.
El
viaje (Continúa la sesión)
-(Sorprendido.) Salen..., salen
-¿Qué más?
-Me
sujetan.
-¿En el asiento?
-Sí,
las correas
(Según Julio ha recordado después, éstas salían del respaldo de las sillas) Estoy
desnudo.
-¿Que más?
-Me
pegan cables en la cabeza y en el pecho (los cables, extensibles, surgían de la parte baja de las
mesas). A Mus, también.
-¿Te ponen como electrodos?
-Sí,
están ahí. Salen de las mesas. (Pausa) (Muy
agitado) Vamos a salir.
-¿Vais a salir?
-Sí.
-¿Qué te dicen? ¿Adónde vais?
-No
pasa nada. Volveremos.
-¿Volveréis?
-(Está muy inquieto, articula
sonidos ininteligible.) Volveremos.
Vamos a salir. (Aterrorizado) ¡Se
mueve! ¡Se mueve! (Parece que la nave despega) (Atónito ) Peso mucho. Peso mucho. (Julio se hunde
materialmente en el sillón, durante la hipnosis.) (Muy excitado.) Las sillas… (Toma aire de forma
entrecortada.)
-¿Qué ves?
-(Aterrado:) No veo nada.
-¿No ves nada?
-Negro. (Quejándose.) No veo nada. (Se produce el efecto de «velo
negro» sufrido por los astronautas; debido a la gran aceleración, la sangre se
deposita en la parte baja del cuerpo dejando de irrigar el cerebro, lo que
provoca una
ceguera momentánea.) (Fuertes inspiraciones y
espiraciónes durante 45 segundos.) Peso
mucho. Peso mucho. Ya. (Parece recobrarse.)
-¿Qué pasa?
-(Cambiando radicalmente el tono
de voz; se halla sosegado.) No peso.
-¿No pesas?
-No
peso nada.
(Experimenta una total sensación de ingravidez.) (Un tanto asombrado:) No peso nada.
-Pero antes pesabas...
-Mucho.
-¿Mucho pesabas?
-No
podía respirar.
-¿Ves ahora?
-Sí.
-¿Estás lleno de cables?
-Floto...
-¿Flotas?
-Me
han soltado.
(Se refiere a que le han retirado las correas)
-Pero, ¿flotas en el espacio?
-Floto.
Todos flotamos.
-¿Mus, también?
-Sí.
Mus flota...
(Pausa.) Las ventanas.
-¿Qué sucede?
-Miro. (Pausa.) No está.
-¿El qué?
-El
suelo.
-¿No ves nada por las ventanas?
-Está
negro.
-Pero, ¿nada?
-Veo
lucecitas. Son estrellas.
-Oye, ¿la habitación está negra
también?
-No,
hay mucha luz.
-¿Dónde estás? ¿Sentado?
-Floto...
No me controlo.
(Toda esta parte está dicha entre susurros. Julio descansa relajado.)
-¿No te controlas?
-No
tengo peso.
(Pausa.) Estoy a gusto, muy a gusto. (Pausa) Me siento. Estoy cabeza abajo. (Pausa). Me acercan a la ventana...
-¿Quiénes?
-Ellos.
-¿Notas
los cables?
-Sólo
los veo. Donde voy yo van ellos. (Pausa.) Está
oscuro.
-¿Esta oscuro?
-Sí,
estamos fuera.
-¿Fuera de dónde?
-Me
lo dicen. Estamos fuera.
-¿Fuera?
-De
la Tierra.
-¿No les preguntas a qué
distancia?
-La
veo.
-¿La ves?
-Sí.
-¿Cómo se ve la Tierra?
-Muy
grande.
-¿Es esférica?
- ... (Ininteligible.)
-¿Ves los continentes? ¿Ves
algo?
-Azul,
azul.
-Pero, ¿ves perfilarse los
continentes? ¿Cómo sabes que es la Tierra?
-Lo
sé. Espirales, veo espirales.
-¿Espirales blancas?
-Sí (debe referirse a las nubes).
(Pausa.) Voy viendo. Estoy orbitando. No
tengo peso. (Extasiado.) Es bellísimo.
-¿El qué es bellísimo?
-Es muy bonito. Me
encuentro a gusto, muy a gusto.
-¿Ellos no te comunican nada?
-Estoy
con ellos.
-Pero, ¿qué les preguntas?
-¿Adónde
vamos?
-¿Y qué te dicen?
-Sólo
a dar una vuelta.
-¿Alrededor de la Tierra?
-Es
la Tierra.
(Julio sigue ensimismado en su visión.)
-Oye, ¿estáis cerca de la Luna?
-Sí.
-¿Ves la Luna?
-No.
-¿Qué hacéis ahora?
-Veo
la Tierra. Estoy muy a gusto. Quiero quedarme.
-¿Ves a Mus?
-Sí.
-¿Qué hace?
-Está
conmigo, quieto.
(Pausa.) Me llevan a otra ventana.
-¿Qué ves?
-Estrellas.
-¿Te han desconectado los
cables?
-Veo
la Luna.
-¿Ves
la Luna?
-Sí.
-¿Cómo
es?
-No están fijas. (El parpadeo sólo puede
apreciarse dentro de la atmosfera terrestre, pues es debido a la refracción de
la luz.)
-Háblame de la Luna.
-Es
grande. Muy grande.
(Pausa.) Tiene puntos. (Pausa.) Son los cráteres. (Durante esta fase de
la hipnosis, Julio habla muy bajo, como si la emoción y la sorpresa le impidieran
expresarse.)
-¿Son los cráteres?
-Sí.
-¿Los ves como desde la Tierra?
-Mucho
más grandes.
-¿Qué ves más grande, la Tierra o la Luna?
-La
Tierra.
-¿Y ahora?
-No
veo la Tierra.
-¿Qué ves?
-La
Luna y estrellas. Estoy muy a gusto. Quiero quedarme. (Pausa.) Otra vez, la Tierra. Es como media Luna. (Para observar una fase
creciente o menguante es preciso que se encontraran a gran altura.)
-¿Qué hacéis?
-Se
va iluminando. Se va iluminando. (Parece que se acercan a la parte bañada por el sol.)
(Pausa.) Me llevan.
-¿Adónde?
-Al
sillón.
-¿Te atan?
-Sí.
Las correas. Me ponen las correas. (Pausa.) A Mus, también.
-¿Le han sentado?
-Sí,
en la silla de la izquierda.
(Pausa.) (De nuevo angustiado.) Otra vez
peso.
-¿Pesas? ,
-Peso
mucho... peso mucho... mucho
(tensa los músculos como si estuviera sometido a un gran esfuerzo).
-¿Qué te pasa?
-(Con voz lastimera:) No veo nada... no veo. Nada. (Inspira y
espira con dificultad.) (Pausa.)
-¿Dónde estás? ¿Ves ya?
-(Asombrado:) Veo el campo.
-¿Ves el campo?
-Sí,
oigo...
-¿Qué oyes?
-Silba
fuerte.
-¿Hay un silbido?
-iMus! (Parece llamar al perro.) Me visten.
-¿Te están vistiendo?
-Sí,
me han quitado los cables.
(Pausa.) Me siento otra vez...
-¿Sigues oyendo el pitido?
-Muy
fuerte.
-¿Muy fuerte?
-Sí.
-¿Continúa aún el silbido?
-Sí,
en mi cabeza.
(Cambia radicalmente el tono de su voz, como si despertara.) ¡Mus! ¡Ah!, estás aquí. (Como la
mayoría de los contactados o abducidos por la tripulación de un ovni, Julio
presenta una laguna en sus recuerdos. El silbido que a él se le antojó uno
solo, fueron en realidad dos y constituían sendas señales hipnóticas, la
primera para dormir y la segunda para despertar. Es muy probable que los
anfitriones de Julio quisieran ahorrar a éste las experiencias más traumáticas
del encuentro, y cabe señalar que su comportamiento fue siempre cortés, aun
durante este tiempo, ya que solo se “apoderaron” del testigo durante la toma de
muestras, el viaje lo hizo ya siendo dueño de sus movimientos.)
Nota. Debido a que la hipnosis
hace aflorar los sucesos traumáticos y reprimidos, Julio ha ido recordando
flashes del examen fisiológico y del viaje, en especial del primero. Parece que
dentro de la esfera, y a su espalda, había una maquina, en tanto que él se
mantenía allí dentro con los brazos y las piernas en aspa.
La
escopeta y los cartuchos
Pregunta: J. A. Campaña. Entrevista en estado vigil.
- Escuchaste el silbido, ¿y qué
pasó?
-Mus,
que estaba a mi lado,
desapareció de repente. El fenómeno fue tan fugaz como un «salto»
de fotograma. Miré y ya no vi al perro.
-¿No te sorprendió?
-Mucho,
justamente en ese momento estaba acariciándole, tenía la mano puesta en su
cabeza.
-¿Y cómo te explicaste aquello?
-Supuse
que el animal, asustado por el silbido, habría dado un brinco. Además, eran
tantas las cosas que no entendía, que una más no importaba.
-¿Qué sucedió luego?
-Recuerdo
bastante peor esta segunda parte de la historia; es más, ignoro si los hechos
ocurrieron en el orden que considero correcto.
-Entendido.
-Bueno,
pues volví la cabeza buscando Mus y lo encontré detrás de mí, por
la zona de la computadora. Lo llamé y vino una flecha, acurrucándose en el
mismo lugar de antes, a la izquierda
de la silla.
-¿Qué hacían los otros?
-Seguían
a lo suyo. Accionaban los mandos de las mesas mientras gobernaban sus sillas. A
mí me tenían loco. De pronto, sonó otra vez el ti-ti-ti cortado, la pantalla se
tornó opaca y apareció de nuevo el jefe.
-¿Conversó con los demás?
-Sí,
pero en esta ocasión el diálogo fue más breve; duraría unos 2 minutos.
-¿Entendiste algo?
-¡Ni
jota!, además, mi contacto
telepático volvió a cortarse; me sentí completamente solo.
-¿Veías sólo la cabeza del jefe?
-La
cabeza completa y parte del cuello.
-¿Dónde se producía la imagen?
-Justo
en el centro del cristal. Parecía un despilfarro tanto espacio para una sola
figura; sobraba un metro de pantalla por cada lado.
-¿Distinguías algo detrás de su
cabeza?
-No,
la imagen se recortaba contra una superficie blanca idéntica a las paredes de
la sala. La definición de forma y color era perfecta. No se apreciaban las típicas líneas
que se originan en nuestras televisiones.
-¿Aparecía en todas las
pantallas?
-Sí,
incluida la que había sobre la mesa desocupada.
-¿Tú crees que os veía?
-Seguro.
-¿Continuó impartiendo órdenes?
-Esa
impresión me hizo. Aquel individuo
mandaba allí, se notaba por su tono de voz y la rigidez que adoptaba al hablar.
-¿Escuchaste los mismos fonemas
desagradables?
-Si
no los mismos, muy parecidos. Yo, la verdad, empezaba a cansarme de aquello.
Había visto ya cómo era la nave y sólo deseaba irme. Temía -infeliz de mí- que
aquello despegara; agarraba a Mus con todas mis fuerzas.
-¿Había gran diferencia de edad
entre el jefe y los otros?
-Él
tendría unos 65 años, mientras que ellos representaban 35 o 40; eran gente
hecha.
-¿Qué más?
-La
pantalla volvió a hacerse transparente y se reanudó mi contacto telepático. El
que estaba a mi lado preguntó por la escopeta, quería saber qué era.
-¿Y qué hiciste?
-Explicárselo.
A propósito, noté que llamaba a los demás. Nos reunimos los cuatro en la parte
izquierda de la mesa central, junto al pivote que sostenía la pantalla.
-¿Distinguías entre unas «voces»
y otras?
-Como
te he dicho, casi siempre estuve en contacto con mi amigo; pero sí,
efectivamente, sabía cuando hablaba uno u otro.
-¿Puedes repetir detalladamente
tu conversación con ellos?
-¿Qué
es eso?, contesté que una carabina. ¿Para qué sirve? para cazar animales,
repuse. ¿Cazas por necesidad?, añadieron, no, porque me gusta, les expliqué.
Entonces, el más alto de todos hizo un gesto de disgusto, como diciendo ¡qué salvaje!
pero fue casi imperceptible. A continuación, me pidieron la escopeta para examinarla.
Ésta pasó de mano en mano y ellos la miraron con gran curiosidad, comentando
algo como ¡vaya cosas que hacen esta gente!
-¿No temiste que quisieran
quitarte la carabina?
-En
absoluto, siempre supe que eran buenas personas, la descargué, eso sí, no
fueran a sacudirse un tiro. Por cierto, que cuando vieron caer los cartuchos al
suelo se interesaron por
ellos. Les expliqué que se trataba de la
munición, incluso abrí uno para que vieran sus distintas partes.
-¿Se quedaron con él?
-Sí,
el más alto de todos trajo un cilindro metálico donde guardaron el cartucho,
así como otro intacto que les entregué. Dijeron que los querían para estudio.
-¿Cómo abriste el cartucho?
-Con
mi navaja. Al principio no la encontré; estaba en el bolsillo contrario. Se ve
que me registraron o que cayó al quitarme la ropa.
-¿Qué más ocurrió?
-Pues,
aunque suene ridículo, me fumé un cigarro. Mientras estaba abriendo el
cartucho, sentí unos tremendos deseos de fumar, tanto que no sé si no me los
produjeron ellos.
(En realidad, Julio, que es un gran fumador, había estado dos horas sin probar
un pitillo, y al buscar la navaja tropezó con el paquete de tabaco, lo que
inconscientemente despertó sus ganas de fumar; por supuesto, él desconocía todo
sobre el viaje.)
-¿Y dónde echaste la ceniza?
-En
el santo
suelo, puse aquello perdido pero a nadie pareció importarle.
-¿Qué hicieron mientras fumabas?
-Me
pidieron un cigarrillo, también con fines de investigación; lo introdujeron en
el mismo cilindro. Yo, siguiendo mi costumbre, ofrecí tabaco, concretamente, al
más alto, pero ahí se acabó la ronda, me hizo un gesto con la mano de lo más seco,
indicándome que él no se metía aquello entre pecho y espalda. Yo les expliqué
el asunto como pude, igual que lo haría a mi hijo pequeño.
-¿Qué te preguntaban?
-Cómo
funcionaba esto. Les dije que existían dos bloques ideológicos y les hablé de
nuestras formas de gobierno.
-¿Lo entendían?
-Perfectamente,
y me extrañó que gente tan bien informada e inteligente hiciera preguntas tan
simples. Ellos se desenvolvían muy bien en el exterior, y debían saber, si no
todo, sí casi todo sobre nosotros. Verdaderamente mi admiración por ellos bajó bastante, en tanto que aumentaba mi recelo. No sabía si estaban tomándome el pelo, o qué.
Sesión
hipnótica. Octubre de 1979
(Julio
vuelve a recobrar la consciencia. Busca a Mus.)
-¿Mus?
¿Donde está ahora Mus?
-Se ha ido.
-¿Se
ha ido Mus? ¿Dónde está?
-(Julio
llama al perro, indicándole que se acerque) Ven aquí, Mus; Aquí. Quieto, quieto. (Tranquiliza al
animal.)
-¿Está
quieto ya Mus?
-Sí.
-¿No
oyes nada?
-Silba.
-¿Quién
silba?
-Silba todo. Cortado.
-¿Cortado?
-La pantalla.
-¿Qué
sucede?
-Se ilumina. Aparece él.
-¿El
de antes?
-Sí.
-¿Habla?
-Sí. Se apaga…
-¿El
qué, la luz del aposento?
-No, la pantalla.
-¿Ahora,
qué estáis haciendo?
-La escopeta...
-¿La,
escopeta? ¿Qué pasa con la escopeta?
-Quieren verla.
-¿Quieren
ver la escopeta?
-Sí.
-¿Se
la enseñas? ¿Qué hacen?
-La cogen. La miran.
-¿La
examinan?
-Sí, el cartucho (Pausa.) No encuentro la navaja.
-¿Para
qué quieres una navaja?
-¡Ah!,
sí... (Parece encontrarla.) Abro...
-¿Abres?
¿Qué abres?
-El cartucho.
-¿Qué
hay en el cartucho?
-Pólvora, perdigones... el taco.
-¿Lo
miran?
-Sí. Lo recogen.
-¿Lo
recogen?
-Sí. Les doy un cigarro.
-¿Les
das un cigarro?
-Sí,
de los que fumo.
-¿Qué
hacen?
-Lo
miran. Se lo llevan.
-¿Adónde lo llevan?
-No
sé. (Pausa.) ¿De dónde vienen?
-¿Les preguntas?
-Sí.
-¿Qué te responden?
-Signos.
-¿Identificas alguno?
-No,
son rayas.
(Pausa.) Tres… siete... cuadrado.
-¿Es un cuadrado?
-No,
líneas, signos...
-¿Qué te recuerdan?
-No
sé, no los conozco.
(Pausa.) Me preguntan.
-¿Qué te preguntan?
-Sobre
la Tierra.
-¿El qué en particular?
-Cómo
está organizada, Les contesto.
La
vuelta al
coche
-Así que estabas un poco
temeroso.
-Sí, y ellos debieron
darse cuenta, porque después de la charla me comunicaron que podía irme.
-¿Te lo dijeron de forma
imperativa?
-No,
muy amablemente. Fue algo como «bueno, pues ya hemos acabado. Cuando quieras,
te vas.»
-¿Y qué hiciste?
-No
esperé que me lo repitieran dos veces. Cogí a Mus, me eché la escopeta
al hombro y descendí por la escalerilla. Por cierto, que la bajada fue bastante
peor que la subida; tuve que soltar al animal casi desde arriba.
-¿Te acompañaron?
-Sí,
vino el que siempre estaba conmigo. Recorrimos los pasillos hasta llegar al
ascensor y allí se despidió de mí. Esto me decepcionó un poco, porque pensé que bajaría hasta el campo;
después supe por qué no lo hizo: fuera, era casi de día y a ellos -estoy
seguro- les molestaba nuestra luz.
-¿Qué te dijo?
-Agradeció
mi colaboración y se despidió como cuando haces un amigo; sería algo
equivalente a «encantado de haberte conocido y cuenta conmigo para lo que
necesites; ya nos veremos ».
-¿Ya nos veremos?
-Hombre,
no sé si dijo adiós o ya nos veremos; piensa que yo recibía una comunicación
mental.
-¿Entraste en el cilindro?
-Sí,
se cerró la puerta y descendí con Mus. A los pocos segundos, el ascensor
se detuvo, elevándose la hoja de metal, fue
entonces cuando comprendí que había ocurrido algo extraño, porque el sol me
deslumbró.
-¿Cuánto tiempo pensabas que
había transcurrido desde tu subida a bordo?
-Como
mucho, media hora; calculaba que serían las 7 y cuarto.
-¿Qué sentiste al ver el sol?
-Nada,
date cuenta que iba medio atontado; creo que ni pensaba. Hice el camino de
vuelta hasta el coche como un autómata...
-¿No te volviste hacia la nave?
-No,
y es extraño, quizá me lo impidieran ellos mentalmente.
-Pero, ¿no notaste que se hacía
de día, mientras estuviste en la sala?
-No,
las ventanas eran bastante oscuras y la luz que entraba por ellas tuvo siempre la misma intensidad.
-¿Llegaste al coche sin
problemas?
-Sí,
allí me estaba esperando Mus, que había salido del ascensor como un
rayo. Me senté dentro intentando serenarme. Probé el motor arrancó, hice lo propio con
las luces y funcionaban; la radio, lo mismo. A raíz de esto pensé que
todo había sido un sueño. «Probablemente, he
llegado hasta aquí y me he quedado
frito», me dije, sin embargo, recordaba la experiencia como si hubiera sido
real, con una nitidez asombrosa.
-¿Por qué no volviste a la
vaguada para salir de dudas?
-Por
miedo; si la nave no estaba, temía volverme loco y si se encontraba allí,
podían cogerme de nuevo; así que continué en el coche.
-¿Hasta qué hora?
-Creo
que hasta las doce.
-¿Tanto tiempo?
-Sí, puse la radio y
esperé; si aquello estaba detrás de la loma, alguna vez tendría que despegar.
Por fin, viendo que no sucedía nada, arranqué y puse rumbo para Madrid.
-¿Fuiste derecho a casa?
-No, iba conduciendo muy despacio, medio anonadado; sobre la una me detuve a la izquierda de la carretera creo que a pocos kilómetros antes de Torremocha del Campo, ya en la provincia de Guadalajara. Necesitaba pensar, así que cogí la escopeta y me di un paseo. Mus me hacía muestras continuamente, pero yo seguía a lo mío, dando vueltas a lo ocurrido. Pasado un rato, me dispuse a comer, y fue al buscar la navaja cuando descubrí que sólo llevaba tres cartuchos en el bolsillo, me faltaban los dos que había entregado en el ovni; nervioso llamé a Mus y miré donde se suponía que le habían pinchado; lo que vi me heló la sangre; el perro tenía el típico orificio que produce una extracción con una aguja, luego... ¡todo había sido cierto!
-No, iba conduciendo muy despacio, medio anonadado; sobre la una me detuve a la izquierda de la carretera creo que a pocos kilómetros antes de Torremocha del Campo, ya en la provincia de Guadalajara. Necesitaba pensar, así que cogí la escopeta y me di un paseo. Mus me hacía muestras continuamente, pero yo seguía a lo mío, dando vueltas a lo ocurrido. Pasado un rato, me dispuse a comer, y fue al buscar la navaja cuando descubrí que sólo llevaba tres cartuchos en el bolsillo, me faltaban los dos que había entregado en el ovni; nervioso llamé a Mus y miré donde se suponía que le habían pinchado; lo que vi me heló la sangre; el perro tenía el típico orificio que produce una extracción con una aguja, luego... ¡todo había sido cierto!
-¿Qué hiciste?
-Evadirme
del tema por todos los medios. Comencé a cazar, yo
creo que como mecanismo de defensa. De nervioso que estaba disparé toda la
canana; pero algo es algo, volví a casa con más de una docena de codornices.
Pero estamos llegando a un terreno vedado. Un elemental sentido del honor me impide traicionar a Julio, quien me rogó que no revelase aspectos de la vida de sus amigos cósmicos que éstos no quieren que se conozcan…al menos por ahora. Pero sí puedo decir que les fascina conversar con nosotros. A veces, son los interlocutores terrestres (los que conversan a través de Julio = radioemisor) quienes tienen que poner fin a estas charlas... en las que incluso se llegan a contar chistes por ambas partes. Y jamás tratan de imponer su superioridad, pese a que ésta es evidente. Cuando alguien alude a ella, se limitan a sonreír y a decir: «Somos diferentes: esto es todo.» ¡«Diferentes» unos seres que cubican 10.000 ICC de cerebro! ¡Y tan diferentes!
Pero una de las cosas que han revelado, y que creó que puedo decir, es que ellos no son nuestros únicos visitantes. Hay otros. Ni tan altos, ni con su elevado concepto de la ética. Otros, que se dedican a sondear y a «programar» la mente de los seres humanos que han contactado o han abducido. Schirmer tuvo la mala suerte de encontrárselos. Y otros también. Son los de la Serpiente. Y las relaciones entre ambos grupos de visitantes no son de las mejores. Esto también puedo decirlo.
¿Y por qué todos vienen a la
Tierra, esta minúscula mota de polvo cósmico perdida en un rincón de la Galaxia?
Atención, que habla la voz de la experiencia... ¿No vale la pena que la escuchemos?
Pero -y esto es quizá lo más importante- junto a estos logros tecnológicos que nos parecen pura magia («cualquier tecnología superior no podrá distinguirse de la magia »), por citar una vez más la archisabida frase de Arthur C. Clarke}, está un impresionante dominio de la mente y de lo que aquí y en este planeta llamamos todavía «facultades paranormales, ESP o PSI», sin darnos cuenta de que para estas civilizaciones galácticas «facultades normales» (como quizá lo serán un día para nosotros). La comunicación mental o telepática ha sustituido a la comunicación oral, en muchas de estas civilizaciones; la hipnosis es una técnica corriente para implantar ideas, órdenes e incluso para borrar vivencias traumatizantes. Esto es maravilloso, pero a1 mismo tiempo es terrible, porque nos coloca ante ellos como inermes conejillos de Indias ante 1a fría mirada del investigador.
Dice Alvin H. Lawson, investigador norteamericano, que pueden inducirse abducciones imaginarias en seres humanos normales, y que estas «abducciones» son muy parecidas -si bien presentan asimismo significativas diferencias- con las abducciones «reales». De acuerdo. Estamos empezando a aprender a manipular la mente, este inmenso «banco de datos» que lo contiene prácticamente todo.
Alguien, muy discretamente, nos observa. Alguien, de vez en cuando -y últimamente parece que con mayor frecuencia: las abducciones conocidas ya totalizan varios centenares-, secuestra temporalmente a uno de nuestros semejantes (dentro de un espectro de características no muy amplio), con finalidades que de momento se nos escapan.
Sesión
hipnótica. Octubre de 1979
-Ya
me puedo ir.
-¿Te lo dicen?
-Lo
siento.
-¿Te vas?
-Bajo
por la escalera.
-¿Y Mus?
-Lo
bajo yo.
(Pausa.) Entramos en el pasillo.
-¿Vas solo?
-No,
me acompaña uno.
-¿Ahora, dónde estás?
-Entro
en el cilindro.
(Pausa.) Se Cierra la puerta. Baja. (Pausa.)
Se abre otra vez. Estoy en el campo...
-¿Qué haces?
-Voy
hacia el coche.
-¿Te vuelves hacia la nave?
-No,
ando por el camino.
-¿Por qué no te vuelves?
-No
sé.
-¿No quieres? (Silencio.) ¿No quieres o no
puedes?
-No
puedo.
Sesión
hipnótica. (Jesús
Durán)
(Sin embarga el encuentro de
Julio no terminaba aquí, en el coche, como todos habíamos pensado hasta ese
momento. En febrero
de 1980, en el transcurso de una sesión hipnótica realizada por el doctor
Durán, descubrimos, por casualidad, que Julio había vuelto otra vez a la nave,
y muy probablemente viajado de nuevo con sus tripulantes.)
-¿Quieres revivir otra vez estos
momentos en los cuales tú acabas de bajar del artefacto? ¿Te parece bien?
-Sí.
-¿Has bajado de la nave?
-Sí.
-Bueno, pues cuéntame todo en
voz alta.
-Ando.
-¿Hacia
dónde?
-El
camino.
(Pausa.)
-¿Miras para atrás o no miras?
-No
puedo.
-¿Sigues el camino?
-Voy
al coche.
-¿Y tardas mucho en llegar al
coche?
-Lo
normal.
-Explícame qué es lo normal,
porque teniendo en cuenta que esa
distancia no la has hecho nunca...
-Sí,
al venir.
-¡Ah! ¿Tardas lo mismo?
-Creo
que sí.
-¿Llegas al coche y qué haces?
-Miro
el reloj.
-¿Qué reloj?
-El
mío.
-¿Has llegado ya al coche?
-No.
-Entonces, ¿fuera miras el
reloj?
-Sí.
-¿Cuánto tiempo ha transcurrido?
-No
sé.
-¿Por qué?
-Tiene
las siete menos veinte.
-¿Ya qué hora saliste del coche?
-A
las siete menos veinte.
-¿No ha transcurrido nada de
tiempo?
-Sí.
-Si el reloj marca la misma
hora...
-El
sol.
(Julio considera que serían las 10
cuando llegó al 124.)
-¿Ha cambiado de lugar?
-Sí,
ahora está.
-¿Qué haces en este momento?
-Abro
el coche. Funciona.
-¿Y antes no funcionaba?
-No.
-¿Y qué pasa?
-No
sé que hora es.
(Pausa.) Lo paro.
-¿Para qué?
-Quiero
ver si están ahí.
-¿Quiénes?
-Ellos. (Pausa.) Voy.
-¿Por dónde?
-Por
el camino.
-Pero ahora sí que puedes mirar,
¿no?
-Sí.
-Antes no podías.
-No.
-Vas otra vez al camino...
-Sí.
-¿Qué sucede?
-Están. (Se refiere a que la nave sigue
allí.)
-¿Están?
-Sí.
-¿Qué hacen?
-Me
llaman. Me llaman.
-¿Qué te dicen?
-(Asombrado.) Está allí... está allí… (Julio cae en un fuerte período de
resistencias. Es imposible obtener más información.)
ANEXO.
Algunas conclusiones
anatómico-morfológicas
(Por la doctora María Teresa
Pérez Alvarez.)
Los sujetos descritos por Julio
no se diferencian del Homo sapiens más que éste de su antecesor Cromagnon,
es decir, son antropomorfos y casi totalmente humanos. De forma curiosa, su
aspecto coincide con las características del «hombre del futuro», diseñado
idealmente por anatomistas y antropólogos: cráneo más desarrollado, aumento
consiguiente de la zona ocular, pérdida total del vello y derivados pilosos,
así como especialización de las manos con alargamiento de los dedos por motivos
funcionales. Algunos imaginan al «hombre del futuro» como un ser enclenque y débil,
no más musculado que un niño de 10
años, y esto es
admisible desde una perspectiva teórica, pero sólo eso, ya que la alimentación
(cada vez más rica) y el deporte hacen más altas y fuertes a las nuevas generaciones.
El desarrollo del mentón resulta
lógico. Si repasamos nuestra galería de ancestros, descubriremos que el mentón
es una aportación relativamente reciente; aun en el hombre de Neanderthal el
prognatismo sigue siendo acusado y el mentón pequeño. Hay que esperar al hombre
de Cromagnon para poder hablar de
auténticos mentones; por tanto, parece ser un carácter anatómico que tiende al
desarrollo.
Neardental |
Si trazamos una línea vertical
que pase entre los dos alveolos dentales de los incisivos inferiores, habremos
delimitado un campo que podríamos llamar del desarrollo del mentón; todos los
mentones que sobrepasen esta línea, corresponderán a razas humanas modernas y
evolucionadas, mientras que las que queden por detrás, representarán formas
antropoides o ancestros del Homo sapiens. Como se ve en el dibujo, el
mentón descrito por Julio es mucho más
saliente que el humano actual, lo que habla de mayor evolución. Parece que la
barbilla está relacionada con la erección
bípeda del hombre y que su desarrollo confiere a éste sentido de la
direccionalidad; en el presente caso, podría tratarse de un contrapeso, por así
decirlo, para equilibrar un tremendo volumen craneal, aunque solo es una
hipótesis.
Homo sapiens |
Otro punto de interés radica en lo
afilado de las barbillas. Antropológicamente, el ángulo sinfisiario, o ángulo por
las dos
ramas del maxilar inferior, nos da el grado de evolución de una raza;
así, en el europeo
actual es agudo, mientras que en determinados pueblos africanos es casi recto,
eso significa que cuanto más cerrado sea el ángulo sinfisiario más evolucionado
será el individuo. Pues bien, según la descripción de Julio, los seres de Medinaceli
poseían barbillas intensamente picudas, lo que también apunta en el mismo
sentido de gran evolución. . )
En este estudio comparativo hay
dos puntos que sorprenden vivamente: uno es la coherencia anatómica
de los individuos descritos y .otro las coincidencias entre
relato y características morfológicas de los sujetos. Por ejemplo Julio habla
de hombros y cinturas escapulares poderosos, algo muy lógico si tienen que
soportar cráneos de grandes dimensiones. Otro, las pupilas aparecen muy
dilatadas, lo que indica un hábitat donde la luz es suave, o simplemente, no hiere a la
vista, y que encaja con la ausencia de pestañas que, funcionalmente, como
toldos, con la, escasa pigmentación del iris y también con el color apergaminado
de la piel. En este sentido, recordemos que la luz reinante en la nave, aunque blanquísima,
era muy tenue,
tanto que cuando Julio abandonó el aparato se sintió deslumbrado
por el sol. Tercera
coincidencia: la ausencia de cejas, que supone a su vez la inexistencia de
sudor y cuero cabelludo, ya que su misión es
retener los cuerpos extraños que caen del cabello y la frente; aquí las
declaraciones de Julio vuelven a ser coherentes, pues opina que aquellos seres no
sudaban y cree que, bajo el verdugo, no había pelo. (Nota. La carencia
de cejas y pestañas puede significar, por deducción, que estos sujetos viven en
un medio artificial o bien en un lugar donde no existe contaminación, viento ni cambios climáticos.)
Por último, la longitud desusada de los dedos (“de pianista” o “de araña” según Julio) casa con los arquetipos elaborados para representar al «hombre del futuro», que poseerá unas falanges digitales muy desarrolladas, la mano sufrirá una auténtica especialización a base de pulsar botones; y esto es justamente lo que Julio describe en su relato: «Aquellos seres accionaban botones y palancas a una velocidad vertiginosa corno no lo haría la mecanógrafa más rápida del mundo.» Es más, sus palabras apuntan hacia una diferenciación anatómica considerable: «De la muñeca para abajo parecían otros. Sus manos no correspondían al resto del cuerpo. Eran largas, muy largas, huesudas y delicadas.. Pensé que nunca habían realizado un trabajo físico.»
Por último, la longitud desusada de los dedos (“de pianista” o “de araña” según Julio) casa con los arquetipos elaborados para representar al «hombre del futuro», que poseerá unas falanges digitales muy desarrolladas, la mano sufrirá una auténtica especialización a base de pulsar botones; y esto es justamente lo que Julio describe en su relato: «Aquellos seres accionaban botones y palancas a una velocidad vertiginosa corno no lo haría la mecanógrafa más rápida del mundo.» Es más, sus palabras apuntan hacia una diferenciación anatómica considerable: «De la muñeca para abajo parecían otros. Sus manos no correspondían al resto del cuerpo. Eran largas, muy largas, huesudas y delicadas.. Pensé que nunca habían realizado un trabajo físico.»
En resumen: La morfología de los
sujetos es altamente adecuada a la de especímenes humanos descendientes del Homo
sapiens o que hubieran seguido, y con antelación, un camino
evolutivo paralelo. Y ahora, algunas consideraciones teóricas sobre el índice cefálico
y capacidad craneal.
Índice
craneal: Se
obtiene mediante la siguiente fórmula:
lC = Anchura craneal X
lOO/Longitud craneal siendo la «anchura craneal» el máximo diámetro transverso
interparietal y la «longitud», la distancia de la glabela al inion (protuberancia
occipital externa).
Un índice cefálico de 84
significa que la anchura de la cabeza es un 84 % de su longitud.
Según Martin, el índice cefálico
humano varía entre 81 y 84,5 y a partir de estas cifras podemos hablar de
cráneos braquicéfalos (redondeados), propios de individuos evolucionados,
mientras que los primitivos tendrían cráneos dolicocéfalos o huidizos con menor
diámetro interparietal.
Según esto, y aplicando las
oportunas mediciones, obtendríamos para
los seres descritos por Julio lC = 30 cm X 100/30 cm = 100 %, es decir, una
braquicefalia absoluta, pues el cráneo sería igual de ancho
que de largo, lo
que significa individuos muy desarrollados evolutivamente.
Capacidad cerebral. Índice de Manouvrier= Longitud craneal X anchura
craneal X altura básilo-bregmática / 2 /
1,14 (si es un cráneo masculino). Error: ± 100 cc.
Aplicando medidas: 30 cm X 30 cm
X 27 cm / 2 /1,14 = 10 657 cc, esto es, más de 5 veces la capacidad
craneal del hombre (índice ordinario, entre 1.450 y 1.950 cc).
Puede existir un segundo error,
pues quizá los senos frontales sean mayores que los nuestros, pero esto
reduciría la capacidad craneal en una cantidad insignificante.
Nota. No es de extrañar tan gran capacidad
cefálica, puesto que un pequeño aumento en medidas lineales origina un gran crecimiento
en volumen.
Utilización del cerebro. Si el ser humano usa, como máximo,
la décima parte de su cerebro, esto supone 195 cc (cifra media) mientras que ellos
utilizarían (información en segundo volumen) el 30 % del suyo, es decir, nada menos que 3.196, cc, casi el
doble de toda nuestra masa cerebral y 16 veces
nuestro cerebro útil.
Nota. Este último es un valor mínimo;
según datos posteriores (información en tercer volumen) pueden llegar a usar hasta
el 65 % de su cerebro (6.297 cc), lo que supone 4 veces nuestra masa cerebral
total y 32 veces la masa útil.
Conclusiones
al «caso Julio»
El «caso Julio» es quizá uno de
los casos de abducción –y me atrevo a decir que sin quizá- que más, riqueza de
información ha proporcionado. Y
ello ha sido así,
en primer lugar, por la decidida voluntad colaboradora del propio Julio, y por
el elevado grado de capacidad expositiva y sintetizadora de su mente. Si bien
cae dentro del patrón ya señalado de «hombre sencillo y bueno», ello no quita
para que su inteligencia esté por encima de lo normal. No hay que confundir «sencillo» con
«tonto». Son dos cosas muy distintas.
A mí personalmente impresionó
mucho hablar con Julio. Diría -¡y digo, qué caray!-, que salí enriquecido de la
conversación. Sus límpidos ojos azules,
de mirada tan franca y directa, me emocionaron. La mirada de Julio es algo
notable; no es una mirada corriente. Uno se siente como desnudo ante ella, y
sabe que no puede mentir porque el dueño de aquellos ojos no miente; es más detesta
la mentira.
¿Un elegido? Y de nuevo las
consabidas preguntas: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Y por quién?
Un día en que Julio hacía de «radio»
(es decir, actuaba pasivamente, en trance hipnótico, como emisor-receptor
simplemente), alguien preguntó a sus «amigos» (pues como en el caso de Adela, llegaron a ser amigos y siguieron en contacto), porque ellos no buscaban, para establecer esas
extrañas relaciones, a eminentes científicos de nuestro mundo. El ser con el
que Julio mantenía comunicación mental se sonrió –parece ser que la sonrisa es
la mayor demostración de alegría que pueden hacer; no llegan a la risa, lo que
los hace muy “británicos”-, y contestó que el mayor de nuestros científicos no
le llega ni a la suela del zapato –o de la bota o lo que sea que calcen- del
más modesto de sus técnicos. Y añadió que lo que buscaban en nosotros era nuestra humanidad, esas cálidas
cualidades humanas que por lo visto ellos han ido perdiendo a lo largo de los
siglos de una difícil y dura evolución autoimpuesta, en un medio frio y hostil.
Ven –y admiran- en nosotros,
aquello que ellos tuvieron hace siglos y que perdieron irremediablemente por
los largos caminos del Tiempo y el Espacio. Hoy son unas soberbias maquinas
biológicas, frías y perfectas, pero robotizadas, sólo con un arcaico sentido
del humor como reliquia de su pérdida humanidad…que reencuentran en nosotros. De ahí que no les interesen los
científicos, de los que no aprenderían nada.
Pero estamos llegando a un terreno vedado. Un elemental sentido del honor me impide traicionar a Julio, quien me rogó que no revelase aspectos de la vida de sus amigos cósmicos que éstos no quieren que se conozcan…al menos por ahora. Pero sí puedo decir que les fascina conversar con nosotros. A veces, son los interlocutores terrestres (los que conversan a través de Julio = radioemisor) quienes tienen que poner fin a estas charlas... en las que incluso se llegan a contar chistes por ambas partes. Y jamás tratan de imponer su superioridad, pese a que ésta es evidente. Cuando alguien alude a ella, se limitan a sonreír y a decir: «Somos diferentes: esto es todo.» ¡«Diferentes» unos seres que cubican 10.000 ICC de cerebro! ¡Y tan diferentes!
Pero una de las cosas que han revelado, y que creó que puedo decir, es que ellos no son nuestros únicos visitantes. Hay otros. Ni tan altos, ni con su elevado concepto de la ética. Otros, que se dedican a sondear y a «programar» la mente de los seres humanos que han contactado o han abducido. Schirmer tuvo la mala suerte de encontrárselos. Y otros también. Son los de la Serpiente. Y las relaciones entre ambos grupos de visitantes no son de las mejores. Esto también puedo decirlo.
-Vuestro mundo es maravilloso
-dijeron una vez a Julio-. Su riqueza biológica es increíble. Existen muy
pocos mundos como él. Nosotros no conocemos ninguno que se le parezca. Es
una cantera casi inagotable de muchas de las cosas que necesitamos Y que no
tenemos: agua: entre ellas. Desdichadamente, vosotros mismos habéis iniciado su
destrucción. Es una historia que ya se ha repetido otras veces: ocurrió en
nuestro propio mundo, hace siglos.
Atención, que habla la voz de la experiencia... ¿No vale la pena que la escuchemos?
Para terminar, y como resumen de
todo lo expuesto en este libro, podríamos decir que las civilizaciones
galácticas de un nivel superior que al parecer están llevando a cabo, y desde
hace muchos años, lo que pudiera llamarse «Operación Tierra» -y que no
necesariamente tiene que tener al Horno sapiens como objetivo-, poseen
una tecnología acorde con esa superioridad, Y junto a la cual la terrestre está
en un estadio muy primitivo todavía.
Pero -y esto es quizá lo más importante- junto a estos logros tecnológicos que nos parecen pura magia («cualquier tecnología superior no podrá distinguirse de la magia »), por citar una vez más la archisabida frase de Arthur C. Clarke}, está un impresionante dominio de la mente y de lo que aquí y en este planeta llamamos todavía «facultades paranormales, ESP o PSI», sin darnos cuenta de que para estas civilizaciones galácticas «facultades normales» (como quizá lo serán un día para nosotros). La comunicación mental o telepática ha sustituido a la comunicación oral, en muchas de estas civilizaciones; la hipnosis es una técnica corriente para implantar ideas, órdenes e incluso para borrar vivencias traumatizantes. Esto es maravilloso, pero a1 mismo tiempo es terrible, porque nos coloca ante ellos como inermes conejillos de Indias ante 1a fría mirada del investigador.
Si el investigador es bueno,
estamos salvados. Si no lo es ... que Dios nos coja confesados, como decían
nuestros abuelos..Y si los hay buenos y los hay malos (como en un western a
la antigua usanza),
que los buenos se las arreglen para pegar paliza a los malos.
¿O no habrá malos ni buenos,
sino sólo «otros»? Nuestros conceptos del bien y el mal pueden resultar ridículos
y cortísimos a escala cósmica...
Dice Alvin H. Lawson, investigador norteamericano, que pueden inducirse abducciones imaginarias en seres humanos normales, y que estas «abducciones» son muy parecidas -si bien presentan asimismo significativas diferencias- con las abducciones «reales». De acuerdo. Estamos empezando a aprender a manipular la mente, este inmenso «banco de datos» que lo contiene prácticamente todo.
«Sin embargo -dice el propio
Lawson en su estudio-, pese a las numerosas semejanzas, existen diferencias
cruciales, como los efectos físicos alegados y los testigos múltiples, las
cuales parecen postular que las abducciones por parte de los ovnis son algo
aparte y distinto que las experiencias imaginarias y alucinatorias ... »
He querido terminar esta obra
citando a Lawson, porque es el primero que a su vez citan los jóvenes
cientifistas que quieren mantener su status de hombre serio ante el que sin
duda es el fenómeno más impresionante, incuestionable y revelador de toda la
panoplia ufológica. La mente humana es capaz de todo: hasta de imaginarse una abducción.
Pero esto no quiere decir -ni mucho menos- que las abducciones no sean «sucesos
reales».
Alguien, muy discretamente, nos observa. Alguien, de vez en cuando -y últimamente parece que con mayor frecuencia: las abducciones conocidas ya totalizan varios centenares-, secuestra temporalmente a uno de nuestros semejantes (dentro de un espectro de características no muy amplio), con finalidades que de momento se nos escapan.
Algún día, en algún sitio,
sabremos la increíble verdad. Algún día, así lo espero, dejaremos de ser «abducidos»
para ser «amigos»… o más aun, «hermanos en el Cosmos».
Que así sea.