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lunes, 30 de marzo de 2020

Asket procedía del Universo DAL: “Es desconocido para tu universo, pero es paralelo al vuestro. Contándolo en vuestro tiempo se encuentra en un plano igual. Muchos de los universos se hallan en planos de tiempo y espacios desconocidos por completo para vosotros. A causa del desarrollo tecnológico, la barrera puede abrirse desde nuestro universo al vuestro”.

Asket procedía del Universo DAL: “Es desconocido para tu universo, pero es paralelo al vuestro. Contándolo en vuestro tiempo se encuentra en un plano igual. Muchos de los universos se hallan en planos de tiempo y espacios desconocidos por completo para vosotros. A causa del desarrollo tecnológico, la barrera puede abrirse desde nuestro universo al vuestro”.


¿Por qué no se manifiestan de una forma pública los extraterrestres? ¿Deberían sus naves situarse justo encima de un estadio lleno de público…? Y si verdaderamente están visitando la Tierra… ¿Por qué no se muestran? ¿A que están esperando?

Obviamente, podría añadir tantas preguntas como seres humanos existen en este planeta. Lo cierto es que, los seres humanos nos movemos en un mar de incertidumbre, dudas y preguntas sin respuesta “frente al mayor desafío de la humanidad”: Los extraterrestres ya están aquí, en nuestro planeta y son muchas las personas quienes han visto sus naves y otras más han logrado fotografiarlas; además, los radares las detectan de vez en cuando y aviones militares persiguen estos ingenios tecnológicos con la única finalidad de abatirlos; también y en otro plano, algunos contactados dicen haberse comunicado con esos tripulantes de  mundos lejanos, tal es el caso del suizo  Eduard Billy Meir .

Júpiter (con alguno de sus satélites visibles)  y Venus (el mas brillante)
Por si fuera poco, aparecen en escena los desinformadores profesionales, empeñados estos en hacernos creer que  los extraterrestres son un mero espejismo, una quimera creada por nuestra mente… nos dicen que “el planeta Venus” es capaz de volar a velocidades increíbles, aparecer y desmaterializarse instantáneamente, detenerse en seco, ascender y descender rompiendo las leyes de la física conocida, saltándose la inercia de los cuerpos móviles y asegurando estos embaucadores que si alguien viajase en esas naves moriría al instante, aplastado contra las paredes… sin embargo, yo mismo he visto en alguna ocasión como esas naves extraterrestres surcaban los cielos, es decir, …”que para mí realidad y bajo mi punto de vista, los extraterrestres ya están aquí, en la Tierra y es una verdad irrefutable”.

Pero… ¿Por qué las autoridades que administran las naciones del mundo tratan de ocultar esta información? Existe una teoría que al parecer funciona como un mantra entre todos los dirigentes de este planeta: “Cualquier civilización menos desarrollada que entre en contacto con otra superior, quedará anulada y finalmente, desaparecerá”. Y ponen como ejemplo la llegada del hombre blanco a Norteamérica, cuando las tribus indias estuvieron a punto de ser aniquiladas por las ansias de conquista de territorios vírgenes, tanto así por los buscadores de oro, ávidos de riqueza.


Muchos expertos aseguran que el motivo real de la ocultación del fenómeno OVNI,  vendría por el miedo de las élites a perder su condición de poder, tal vez porque esos mandatarios intuyen que una vez se haya dado el definitivo contacto oficial con dichas civilizaciones extraterrestres, sopesando  pros y  contras, los seres humanos en su mayoría aprobarían integrarse en esa comunidad mayor de planetas que al parecer ya existe en nuestra Galaxia, donde guerras y hambrunas dejaron de existir hace ya miles de años; mundos constituidos por una sola nación; espacios que no conciben tanto  la riqueza como la pobreza, sino el desarrollo de cada individuo; lugares estos donde todos los habitantes colaboran para el bien común, lejos de las desigualdades abismales que tenemos actualmente en la Tierra. Allí, según han explicado a veces los propios extraterrestres, no existe la enfermedad ni el sufrimiento para ninguna criatura, y la vida se prolonga durante miles de años.

En esos planetas, según nos han descrito ciertos contactados, se cuida el medio natural hasta el último detalle, conviviendo en perfecta armonía con la naturaleza, a la vez que, por encima de todo, prevalece la búsqueda espiritual, el camino de evolución hacia estratos superiores, niveles de vibración elevadas que poco a poco nos llevarían hacia esa Entidad que muchos de ellos llaman como Suprema Fuerza Creadora.


Pero ¿Qué podemos hacer en la Tierra frente al egoísmo individual de unos pocos en detrimento de la mayoría? ¿Qué pueden hacer los propios extraterrestres, salvo esperar acontecimientos? Ahí dejo la pregunta… porque cada uno de nosotros debería buscar esa respuesta, así como evolucionar en el plano mental, dedicar al menos media hora al día para reflexionar; detenernos y pensar que podemos hacer por los demás; buscar el modo de mejorar esta sociedad, ayudar a los demás, porque esta es la única forma para todos nosotros de llegar a ese horizonte anhelado, en el cual la Tierra se integrara, lógicamente, en esa Comunidad de Mundos de esta Galaxia.

He traído a modo de segunda parte, la experiencia vital del contactado Eduard Billy Meir, y como ya desde niño, los extraterrestres fueron preparándolo para transmitirle una información que ha llegado hasta nuestros días. En este relato recogido en el libro Años Luz, de Gary Kinder, se habla de las Pléyades, y también de universos paralelos al nuestro, conceptos que la física actual terrestre ya contempla y teoriza, aunque ahora los seres humanos seamos todavía incapaces de llegar a “esos lugares desconocidos”, debido precisamente a una tecnología insuficiente.


Este es un relato apasionante que se desarrolló en los años 70, en los cuales un grupo de investigadores norteamericanos, el matrimonio Lee y Brit Elders, Wendelle Stevens y Tom Welch viajaron en varias ocasiones a la humilde granja de Schmidruti, en Hinwil (Suiza) para entrevistarse con Eduard Billy Meier. Allí pudieron hablar con el contactado suizo, quien les mostró infinidad de fotos, las mejores hechas hasta el momento de naves extraterrestres. También les enseñó videos grabados en super 8 donde platillos volantes se materializaban y desaparecían instantáneamente, provocando un fuerte campo electromagnético. Incluso Billy Meier les entregó, para ser analizada, una pequeña muestra de metal extraterrestre que le habían dado los pleyadianos, material que finalmente desapareció en extrañas circunstancias de un laboratorio en EE. UU.

Sugiero, aunque en parte se repita la temática, leer la anterior entrada en este blog: Billy Meir y los visitantes de las Pléyades, ya que la información de esta entrada se complementa y da una visión mucho más amplia.


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Del libro Años luz, de Gary Kinder

De vuelta a la cocina de la granja, Meier no vaciló en contarle a Stevens la larga historia de su implicación con los pleyadianos, algo que había comenzado en su infancia. Le manifestó que su primer avistamiento de una nave alienígena tuvo lugar una mañana cuando sólo tenía cinco años y medio.
-Fue en 1942. Estaba yo con mi padre -explicó Meier-y me hallaba detrás de la casa bajo un nogal, en pleno verano. Cuando vi volar la nave, no me pareció extraño. Sólo lo parecía en nuestro mundo, pero de alguna forma tenía la sensación de que se trataba de algo familiar para mí. Cayó del cielo hasta la torre de la iglesia, luego se dirigió hacia nosotros y se alejó a continuación por el Oeste. Fue algo rápido, muy rápido. Observé todo aquello durante un minuto y medio tal vez, y cuando se alejó hacia el Oeste, transcurrieron sólo unos segundos.
El objeto le recordó a Meier un disco grande que volaba a sólo unos 200 metros por encima del suelo, por completo silencioso, que luego desapareció por el Horagenwald.

Preguntó a su padre:
-Papá, ¿qué ha sucedido aquí?
Pero su padre sólo replicó:
-Se trata de un arma secreta de Adolfo Hitler.
-Estaba pensando que eso no podía ser verdad -explicó Meier-, que había algo más. No sé si mi padre se percató de lo que vio, porque no se preocupó más de aquel asunto. Pero yo si comencé a mirar el cielo, de día y de noche.


Meier contó a Stevens que pasaron dos meses antes de volver a ver el disco volador plateado, esta vez descendiendo con lentitud hacia un campo donde estaba jugando solo. Pero en cuanto el disco se acercó a la altura de la hierba, de repente, sin un sonido, se desvaneció. Al cabo de unos momentos de desaparecer el disco, algo «similar a una voz» se alzó en el interior de su cabeza acompañado de una figura, o de vívidas figuras en su mente, la voz a continuación le habló una vez al día. Se le requería para que contestase y que buscase respuestas por sí mismo.

- Al principio, no recibía palabras completas o frases -explicó a Stevens-. Era algo parecido a imágenes. Con el tiempo esas imágenes se convirtieron en palabras y frases. Una vez traté de reproducir uno de esos símbolos, pero no fui capaz de hacerlo.

Turbado por la voz y por las imágenes que tenía en su cabeza, Meier habló con Parson Zimmermann, el ministro protestante del pueblo, acerca del gran disco volador que había visto, y de la voz que penetró en su cabeza muy poco después. Zimmermann tenía una reputación en el pueblo de ser amante de la mística y de ser más liberal en su forma de pensar que la mayor parte de sus parroquianos.

- Conocía a Parson Zimmermann -explicó Meier-. Era el sacerdote de la familia, y yo solía jugar con sus hijos. Otra razón de que fuese a verle era que, aunque yo fuese un pobre chiquillo, había oído decir que se ocupaba de asuntos místicos. Le conté la experiencia tenida con mi padre, y las voces que escuchaba dentro de mí, las llamadas telepáticas. Por eso fui a verle, porque creí que me estaba volviendo loco. Solía ir después de la escuela, pues no estaba muy lejos de la misma. Me dijo que sabía cosas acerca de esos objetos voladores, era la época en que aún no les llamaban OVNIS, y que no se trataba de una cosa nueva para él. La gente que volaba en ellos procedía de otro mundo y no de la Tierra. Me contó que lo comprendía, pero que no podía decir nada. Era sacerdote y aquello podría conmocionar a la gente. Me pidió que tratase de aprender telepatía para proporcionar las debidas respuestas. Por lo tanto, intenté hacer lo que me decían.

Al cabo de unas semanas la cosa funcionó, y fui capaz de responder. Me acuerdo muy bien que el padre Zimmermann me dijo que no hablara de aquello con nadie, pues, en caso contrario, todo el mundo diría que yo estaba loco.

Por lo tanto, en el momento que oía la voz que le hablaba, el joven Meier trataba de dirigir sus pensamientos hacia dentro, y antes de que pasase mucho tiempo sintió que aquellos pensamientos entraban en contacto con algo.

- La primera reacción desde el otro lado -siguió diciendo fue parecida a una risa gentil y fina, que escuché en lo más hondo de mí, y me sentí a gusto y relajado. Aún escucho aquella risa, pero no puedo definirla. Se trataba de una risa muy amorosa.

Luego el contacto se extinguió una vez más, y Meier ni escuchó voces ni se percató de la existencia de imágenes. De repente, todo quedó de nuevo en silencio.

El 3 de febrero de 1944, cuando Meier cumplió siete años, una nueva voz, baja y clara, entró en su mente consciente, «y me ordenó que aprendiese y recogiese los conocimientos que me transmitían». Meier temió que la claridad de aquella nueva voz significase que, al fin, había sucumbido a la locura.

- Mi temor se debía a que, al ser un chiquillo, carecía de toda experiencia del asunto telepático. De nuevo fui a ver a Parson Zimmermann para contarle lo que estaba pasando. Él me informó y poco a poco fui comprendiendo.

Aquella voz clara y grave que Meier escuchaba pertenecía un ser llamado Sfath, cuyas técnicas de transmisión de pensamiento continuaron con frecuencia durante el verano de 1944. Luego, un día de setiembre, mientras Meier andaba solo por un prado, de improviso Sfath se anunció telepáticamente, y le dijo al chico que debería aguardar allí y no tener miedo.


- Esto ocurrió algún tiempo después y muy lejos de nuestro hogar -explicó Meier-. Estaba yo a cinco o seis kilómetros, detrás de un bosque muy denso, un lugar solitario. Allí vi algo que caía del cielo, lenta, muy lentamente, y que cada vez se hacía mayor. Se trataba de algo parecido a una pera metálica. Luego se abrió una rampa, que descendió igual que un ascensor. Entré en la nave y nos fuimos arriba, por encima de la Tierra. Había un hombre muy viejo que me miraba igual que un patriarca. Se llamaba Sfath. Era un ser humano, como cualquier otro de aquí, de la Tierra, sólo que muy viejo. Hablamos durante horas y luego me llevó de nuevo al suelo. Lo más divertido fue que conocía mi lengua materna mejor que yo.

El venerable Sfath le contó a Meier que sólo continuaría como su mentor espiritual durante los primeros años de la década de los cincuenta, cuando una forma mucho más elevada de vida asumiría la responsabilidad de posteriores enseñanzas. Meier había sido seleccionado para una misión, pero Sfath reveló que pasarían décadas antes de que el muchacho conociera su naturaleza. Hasta que llegara aquel momento, Meier debía prepararse para hacer frente a muchas cosas, algunas de las cuales pondrían de nuevo en tela de juicio su cordura, y otras que podrían llegar a producirle daño físico. Al cabo de cuatro horas Sfath llevó de nuevo a Meier al prado y luego partió. El jovencito no le volvió a ver. Durante muchos años, a partir de entonces, continuó transmitiendo pensamientos a Meier, preparándole, según le pareció, para el próximo paso en su evolución espiritual. Luego. el 3 de febrero de 1953, cuando Meier ya tenía dieciséis años, la voz de Sfath cesó para siempre de resonar en su mente.


Transcurrieron varios meses antes de que el silencio se viese de nuevo roto por una nueva voz, a un tiempo presente y que hablaba con él. A diferencia del tono suave y armónico de Sfath, la nueva voz sonaba joven y fresca, plena de fuerza. Se llamaba Asket.


«Es desconocido para tu universo -aleccionó a Meier-, pero nuestro universo es paralelo al vuestro. Contándolo en vuestro tiempo se encuentra en un plano igual. Muchos de los universos se hallan en planos de tiempo y espacios desconocidos por completo para vosotros. A causa del desarrollo tecnológico, la barrera puede abrirse desde nuestro universo al vuestro.»


Contaba Meier doce años cuando pasó ocho meses en un sanatorio antituberculoso, y a los catorce el Tribunal de Menores le mandó al correccional en Albisbrunn por hacer constantemente novillos. Allí pasó tres años antes de que las autoridades le devolviesen a sus padres, y abandonó la escuela sin haber completado la enseñanza primaria. Ya en edad de trabajar tuvo diversos empleos, desde instalar tuberías de alcantarillado a ordeñar vacas. En una ocasión, con otros varios jóvenes, fue detenido por la Policía por robo y enviado al centro de detención preventiva de Aarburg, desde donde se enroló en la Legión Extranjera, francesa, desertó unos meses después de completar la instrucción y regresó a Suiza, al centro de detención. Le contó a Stevens que, tras sus años de adolescencia, reformatorio y desempeño de oficios raros, Asket le alentó para que se aventurase en el mundo, para que explorase y aprendiera cosas. Inspirado por estas enseñanzas telepáticas y por su afianzamiento, Meier explicó que dio comienzo a sus primeros viajes a Oriente Medio en 1958.

- Se me dijo que me fuera por ahí por mí mismo y viese lo que había realmente -contó-, porque existe una conexión con vidas anteriores. Los lugares más importantes fueron Jerusalén, Belén y Jordania. De nuevo resultaron importantes Paquistán Oriental, las estribaciones de las montañas del Himalaya y la India, sobre todo Nueva Delhi y Mehrauli. Debo añadir también Turquía. Todo ello tenía una conexión con, Emmanuel; era su ruta y donde vivía. Se me dijo que me pusiese en contacto con ciertas personas, algunas de las cuales me esperaban, pues ya estaban informadas. En Mehraulí aprendí las enseñanzas y filosofía de Buda gracias a un monje budista.


Pasaron semanas y hasta meses sin contacto con Asket. Luego, de repente, su voz volvió a estar en el interior de su mente, indicando que deseaba transmitirle información.
- «¿Tienes tiempo?», le preguntó.
La mayoría de las veces respondía que sí, porque su instrucción era más importante que cualquier otra cosa. Y si respondía afirmativamente, ella proseguía:
- «¿Quieres ir a este lugar mañana y verte con estas personas?"
O;
- «Quiero que vayas allí y te encargues de esto.»
O:
- «Quiero que vayas a ese sitio y aprendas esto.»

- Se trata de algo muy normal -le explicó a Stevens-. Es como si me llamases y me dijeses: «Billy, ¿tienes tiempo para hacer tal cosa?» Pues es lo mismo.

Meier consideraba aquel ajetreo como una parte de la misión que le habían encomendado cuando era muchacho. Resultaba «instructivo». Según explicó a Stevens, «debía conocer al hombre, el alma del hombre, la vida del hombre, los antecedentes del conocimiento». También debía aprender cosas acerca de la Naturaleza.

- Se aprende muchísimo de la Naturaleza -explicó-. Observas las plantas y los animales, todo cuanto existe, cómo llega a la vida, cómo muere, cómo pueden vivir juntos. Así fue como aprendí las leyes y los mandamientos de la Naturaleza. Las leyes y mandamientos de la Naturaleza son lo mismo que las leyes y los mandamientos de la creación. La creación no es un poder separado, la creación está en todas partes.



Al visitar tantos sitios, Grecia, Turquía, Siria, Jordania, lraq, Arabia Saudí y luego a través de Kuwait, Irán, hasta Paquistán Oriental y, finalmente, la India, Meier había viajado «por tierra, en coches, en autostop, en autobús, en tren y en barco». Encontró trabajo como cazador de serpientes y jardinero, condujo camiones cargados de nitroglicerina, cantó por las calles, sirvió
mesas, crio cerdos, pasó por veterinario, hizo de entrenador, trabajó como enfermero, recogió uvas, diseñó joyas, montó espectáculos de marionetas, crio gallinas y enseñó alemán; todo, según le contó a Stevens, bajo la tutela de Asket. Durante sus viajes se ganó el apodo de Billy, como resultado de su enamoramiento por el Oeste americano y por los héroes populares como Billy el Niño, Buffalo Bill y Wild Bill Hickok.


Mientras Meier erraba de país en país, de empleo en empleo, Asket continuaba las enseñanzas telepáticas comenzadas por Sfath, impartiéndole grandes conocimientos espirituales. Le dijo:

- Te han escogido como auténtico oferente, como otros muchos en tiempos primitivos antes que tú. Tendrás más conocimientos que cualquier otro ser terrestre de tu tiempo. Y a causa de esto, quedarás bajo el control y tutela de ciertas formas de vida que te protegerán, guiarán, conducirán y formarán. Esto conlleva una ley de la creación que no puede transgrediese de ningún modo, pues los verdaderos oferentes no son llamados para su misión a cierta edad, sino que ya están destinados a ello desde el momento mismo de la procreación. Una vida así puede ser difícil, porque la criatura elegida tiene que percibir unas cosas extraordinarias.

Cerca de la ciudad costera de Iskenderun, en Turquía, el 3 de agosto de 1965, de viaje por Oriente Medio, Meier iba de pasajero en un viejo autobús cuando éste colisionó con otro, saliendo él por una ventanilla. El accidente le seccionó el brazo izquierdo exactamente por encima del codo. Le contó a Stevens que fue dejado por muerto a un lado de la carretera y yació inconsciente durante varias horas hasta que un médico pasó por allí por casualidad, le inspeccionó en busca de signos vitales y le mandó a un hospital local. Estuvo dos semanas hospitalizado y cuando se sintió lo suficientemente bien como para viajar de nuevo, emprendió viaje a Grecia, donde se alojó en un hotel en Tesalónica, vendiendo camisas «en alemán, con mi mano, mis ojos, mi boca, con mis pies, con un lápiz y papel». En una fiesta de Navidad de aquel año, conoció a una chica griega de diecisiete años llamada Kaliope Zafireou.


Encontrándose en la India en 1964, Asket le permitió fotografiar su nave espacial en las afueras de Mehrauli. En la foto, el aparato tiene una clara forma de disco, y en la parte superior una pequeña cúpula, pero aparte de eso no presenta más detalles. Meier tenía aún la foto y se la mostró a Stevens.

Aquel año, Asket, como Sfath antes que ella, le dejó. En su contacto final, le había informado que, en su propio beneficio, al igual que en el de sus nuevos contactos, debería ser «monitorizado» durante los once años siguientes. Al final de este tiempo, si se aseguraban de que había logrado el apropiado plano espiritual para tener un contacto cara a cara, los nuevos seres le revelarían su presencia.

- Tus antepasados procedían de la constelación de la Lira -le contó Asket-, y cuando estés lo suficientemente maduro para escuchar las nuevas enseñanzas referentes a esos asuntos, obtendrás las respuestas de los descendientes de tus propios antepasados. La verdad eterna continúa siendo siempre la verdad eterna.

Y así terminó el relato de Meier acerca de sus encuentros de juventud.

A primeras horas de la mañana del día siguiente, Stevens regresó al cálido y tranquilo pequeño comedor con paneles del Freihof, donde se tomó el té muy fuerte y se puso a traducir al inglés el primer contacto de Meier con aquella nueva forma de vida, los pleyadianos. Lo había dejado en lo de la nave espacial que al fin se posó en el prado. Cuando Stevens volvió a leer de nuevo, las notas de Meier describían el aparato aterrizado en el prado como algo que parecía latir. Su casi translúcida piel plateada brillaba al sol. Salvo los ojos de buey alrededor de la cúpula, ni junturas ni sobrepuestos interrumpían la pulida y contorneada superficie; carecía, además, de cualquier clase de marcas o símbolos.



Meier se acercó a la nave para mirarla más de cerca y conseguir unas fotos mejores, pero al llegar a unos cien metros, de repente, algo impidió su avance, «como si corriese contra el viento en una tormenta silenciosa», escribía.

«Luché con todas mis fuerzas para seguir avanzando. Incluso lo conseguí, pero sólo durante unos cuantos metros. Luego aquella fuerza adversa se hizo demasiado poderosa, y tuve que sentarme en el suelo, miré el objeto y aguardé a ver qué sucedía...»

En menos de un minuto, apareció una figura detrás de la nave. A medida que se aproximaba, Meier pudo ver que tenía forma humana, que andaba erguida sobre dos piernas y que tenía brazos a los lados. Iba cubierta hasta el cuello con un traje rígido de una sola pieza, de un color gris y áspero, como si se tratase de la piel de un elefante, pensó. Un cuello ajustado rodeaba la base del pescuezo, y el traje acababa en unas botas altas oscuras.

Aquel ser, naturalmente, era la pleyadiana Semjase, una mujer de ojos de un azul pálido fuera de lo corriente; su cabello ámbar le caía sobre los hombros hasta la cintura; destacaban su naricilla, su delicada boca y sus pómulos salientes en extremo. Meier observó en aquel instante que sólo dos de los rasgos de Semjase se diferenciaban verdaderamente de un ser terrestre. Sus pequeñas orejas se unían a su cabeza en una línea recta y no en una curva delicada, y su blanca piel era tan pálida y perfecta que casi se aproximaba a la luminiscencia.

Semjase anduvo de forma confiada y grácil hacia él, tocándole el brazo y ayudándole amablemente a ponerse en pie; luego se dirigieron hasta un árbol que se hallaba cerca de donde Meier tenía su moto. Allí, en la hierba, estuvieron hablando durante una hora y cuarto expresándose Semjase en alemán para que Meier pudiese entenderla.

Meier escribió en sus notas que durante mucho tiempo los pleyadianos habían deseado entrar en contacto con un ser terrestre que fuera sincero en ayudarles en su misión. Le habían cuidado y observado desde que tenía cinco años, y dado que él había respondido de forma adecuada a cada uno de los diferentes niveles, habían seguido en contacto con él. En enero de 1975, se encontró dispuesto a aceptar la existencia de los pleyadianos y comprender la simple misión para la que había sido seleccionado.


Semjase le explicó, brevemente, que la civilización pleyadiana se había originado muchos miles de años atrás, no en las Pléyades, un sistema estelar muchísimo más joven que el nuestro, sino en la constelación de la Lira. Cuando se declaró la guerra, antes de que el planeta fuese destruido, gran parte de la población emigró a otros sistemas estelares, a las Pléyades, a las Híades y a un planeta que orbitaba cerca de una estrella llamada Vega. En otro viaje interestelar, los nuevos pleyadianos descubrieron la Tierra y su vida primitiva evolucionando en una atmósfera hospitalaria para ellos. Desde aquel momento, según Semjase, la Tierra había sido destruida dos veces por sus propios habitantes: la primera vez por una civilización desarrollada a partir de los primeros pleyadianos quienes permanecieron y se casaron con los primeros seres humanos; la segunda, cuando otra generación de pleyadianos colonizaron la Tierra y produjeron una tecnología avanzada hasta que, de nuevo, la guerra destruyó el planeta.

Semjase y los pleyadianos que eligieron regresar de nuevo a la Tierra eran descendientes de una pacífica fracción liriana, que ahora se sentía responsable de guiar a la Tierra en su evolución espiritual, para que los humanos terrestres evitasen los retrocesos que, tiempo atrás, habían experimentado sus antepasados pleyadianos.

Para ayudarles en su misión, los pleyadianos habían entrado en contacto telepático con numerosos seres terrestres, pero los elegidos, llegado el momento, demostraron carecer de conocimientos, voluntad o lealtad. Los pocos que poseían todas estas cualidades temían exponerse, y por eso se mantenían callados acerca de sus contactos.

«En el pasado fuimos testigos de todos aquellos que eran incapaces de distinguir la verdad y les asustaba hacerlo -explicó Semjase a Meier-. Alegaban que serían tachados de locos, y que los demás llevarían a cabo conspiraciones para probar que mentían. Esto no sirve a ningún propósito para los seres terrestres ni para nosotros mismos. Si esos humanos hubieran sido sinceros, les habríamos ofrecido la oportunidad de tomar claras pruebas fotográficas de nuestras naves luminosas. A ti ya te lo hemos permitido, y en el futuro aún llegarán unas mayores oportunidades.»

El tomar fotos de los navíos luminosos pleyadianos era parte de la misión de Meier; las fotos proporcionaban pruebas de que los pleyadianos existían, y esta realidad era paso necesario antes de que los humanos terrestres pudiesen comenzar a aceptar la verdad de que pertenecían a una red de sociedades galácticas. Los mismos pleyadianos eran sólo uno de los muchos millones de razas cósmicas que viajaban libremente por el espacio.



En el mar del Universo - 1ª parte


En el mar del Universo - 2ª parte


«El humano terrestre nos llama extraterrestres o pueblo estelar, o lo que mejor le parece -había dicho Semjase-. Nos atribuye unas habilidades sobrenaturales, aunque no conozca nada sobre nosotros. Realmente, somos seres humanos como lo son los terrestres, pero nuestro conocimiento, nuestra sabiduría y nuestras capacidades técnicas son muy superiores a las suyas».

«Una de nuestras preocupaciones es vuestras religiones y el efecto contraproducente que han tenido en el desarrollo del espíritu humano. Una cosa por encima de todo es el poder sobre la vida y la muerte de cada criatura. Ésta es la creación, leyes que son irrefutables y eternamente válidas. El ser humano las reconoce en la Naturaleza si se molesta lo suficiente para observarla, pues le muestran el camino a seguir hacia la grandeza del espíritu. Mientras el humano terrestre condescienda con la religión, el auténtico espíritu disminuirá».

« En la Tierra -añadió-, los charlatanes han extendido la mentira de que hemos venido por orden de la creación como ángeles, para traer a los humanos terrestres las ansias por la paz, la verdad, la protección y el orden de vuestro Dios. Esto es falso porque nosotros nunca hemos recibido semejantes órdenes y nunca será así. La creación nunca da órdenes. Es ley por sí misma, y cada forma de vida debe conformarse con lo que es y convertirse en una parte de toda esa ley. Aportar esta verdad a la luz del mundo».

Antes de separarse aquella tarde, Semjase prometió a Meier que seguirían numerosos contactos, y que ella también le transmitiría pensamientos telepáticamente.

- «No te preocupes que lo haga en momentos inadecuados -le había dicho-. Sé cómo mirar tu carácter y tu voluntad por la independencia; en ese caso siempre tomaré mis actos a través de ti. Llegará el momento en que nos encontremos en mi nave luminosa, y serás capaz de volar conmigo por el espacio. Te informaré más adelante acerca de todo esto».

Semjase caminó por el prado hasta su nave luminosa. Una vez estuvo dentro, comenzaron de nuevo a emanar ondas de la nave, distorsionando las formas y colores de todo cuanto la rodeaba. Una corona azul rojiza irradió hacia afuera. Meier tomó varias fotos más mientras la nave luminosa se alzaba lentamente por encima de los pinos y se dirigía hacia el Norte. Eran exactamente las cuatro cuando hizo la última foto del carrete; un instante después la nave luminosa se disparó en línea recta hacia las nubes y desapareció de la vista de Meier. Una vez más la actividad volvió al prado.



Una tarde, aprovechando la mejoría del tiempo, Stevens pidió a Meier que le llevase a uno de los lugares de contacto. Con su moto, Meier le guio a él y al intérprete a un acantilado lleno de hierba cerca de Hasenbol, a unos cuarenta minutos de la granja. En el farallón, Meier había tomado una serie de fotografías en las cuales una nave espacial se aproximaba desde lontananza.
«Las fotos -recordó Stevens- muestran al objeto comenzando como un centelleo, sólo un pequeño centelleo, que cada vez se hacía más grande, hasta que la nave quedó suspendida detrás de un árbol.»

Llegados a Hasenbol, Stevens quedó impresionado por el terreno e intrigado por la forma en que Meier había preparado las fotos para conseguir que la nave luminosa apareciese en vuelo hacia la cámara desde un punto situado por encima de un valle profundo. Pero al aproximarse al lugar, se le suscitó otro problema que no se le había ocurrido plantearse. La única forma de llegar a lo alto del acantilado era trepando por una polvorienta carretera cortada por una valla. Más allá de la valla, la carretera se estrechaba y, finalmente, se convertía en dos roderas separadas por una ancha franja de tupida hierba que cortaba a través del prado y luego atravesaba de forma empinada por el lado del acantilado.

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Las Pléyades

Las Pléyades (localización)
En ocasiones y de una manera extraña, parecía muy filosófico; otras veces se le notaba en extremo técnico y exacto, pero de una forma que parecía que Meier ni siquiera se daba cuenta:

-Nosotros somos los pleyadianos -explicaba Meier a la gente sentada a la mesa-. Procedemos de un cruce entre pleyadianos y seres humanos de la Tierra.
- ¿Y por qué no vivimos tanto tiempo como ellos? -preguntó Welch.
- Debemos completar nuestra era -explicaba Meier-, como ellos lo hicieron en sus planetas hace millones o miles de millones de años. La era de una forma viviente, especialmente de un ser humano, evoluciona de manera muy lenta, como la sabiduría, el conocimiento, y su tecnología. Por ejemplo, en Europa, hace unos veinticinco años la vida media del europeo era de setenta y dos años y ahora es de setenta y cinco.
- ¿Y a que se parece Erra? -preguntó Elders.
Meier explicó que nunca había viajado allí.
- Pero se parece mucho a la Tierra -dijo-. Es un poco más pequeño que la Tierra, pero los edificios son redondos. Los vehículos no tienen ruedas, están suspendidos y el trabajo lo realizan los robots y los androides. Los androides son a medias mecánicos y a medias orgánicos, y capaces de pensar por sí mismos, pero los humanos vigilan todo cuanto se hace. Cada familia no cuenta con más de cinco personas, los padres y un máximo de tres hijos.

Meier les contó que unas tres mil naves de otros sistemas estelares de la galaxia visitaban la Tierra cada año:

-Existen ocho razas humanas diferentes que poseen estaciones aquí en la Tierra -afirmó-. Exploran, estudian, están aquí para observar.
- ¿Trata alguno de ellos de destruirnos? -preguntó Elders.
- No -replicó Meier-. Si una raza humana cruza una distancia muy grande, tal vez años luz de espacio, no va a venir aquí para plantear problemas o para comenzar una guerra. El ser humano
es una criatura combativa, toda su vida se basa en la lucha, por lo que cree que, si hay aquí una raza procedente de otro planeta, esas criaturas harán exactamente lo mismo que él. Pero eso no es cierto.
Si lo deseasen, los pleyadianos destruirían la Tierra en cuestión de minutos, explicó Meier, y hubieran esclavizado a todos los terrestres hace ya miles de años. Meier admitió que algunas de las otras naves se habían llevado a humanos contra su voluntad, pero comparó la situación con los científicos terrestres y los antropólogos, quienes, al descubrir a un pueblo primitivo que todavía existe en la Tierra, mandan equipos para estudiarlos y luego vuelven con ellos para enviarlos al laboratorio.
-Los humanos son humanos -manifestó Meier.
Si los pleyadianos u otras entidades se llevaban a seres humanos, sólo era por satisfacer su legítima curiosidad. De vez en cuando, se comete algún error y un humano secuestrado muere, lo mismo que los médicos de la Tierra cometen errores que originan alguna muerte. Pero nunca han sacrificado a propósito la vida humana.
Meier estaba seguro de que tendría lugar la Tercera Guerra Mundial.
- Eso es seguro -dijo.
- ¿Y cuándo ocurrirá? -preguntó Welch.
- Ésa es una buena pregunta -respondió Meier.
- ¿Muy pronto?
- No falta demasiado -repuso Meier-. Ellos conocen la fecha exacta, pero no es bueno saberla.
- ¿Intentarán los pleyadianos impedirla?
- Eso es imposible -replicó Meier.


Explicó a la gente de la mesa que a los pleyadianos no se les permitía interferirse en el desarrollo de la Tierra.
- Resulta por completo imposible detener todas esas cosas. Hace unos dos mil años, varios profetas previeron la Tercera Guerra Mundial. Pero nadie los escuchó durante dos mil años. Y ya es muy tarde.

» Un holocausto así sólo podría prevenirse por medio del cambio, y el cambio sólo llegaría de dos maneras. Una, por la enseñanza, al mostrar a los seres humanos cómo se avanza espiritualmente desde dentro, es lo que los pleyadianos desean hacer; la otra manera consiste en recurrir a la fuerza, cosa que les está prohibida. No darían un solo paso para prevenir la guerra a menos que nuestra guerra terrestre amenazase la civilización en cualquier otro sitio. Aunque poseyesen el poder para detener la postrera conflagración, se mantendrían quietos, observando cómo nos destruíamos unos a otros, si ése era nuestro deseo, aunque fuese un auténtico loco el que apretase el botón. Los pleyadianos sólo desean efectuar pequeños cambios en las personas de mente y corazón lúcidos, enseñando a esas personas y permitiéndoles crecer desde dentro.

» Si viajasen al espacio --explicó Meier-, encontrarían humanos dondequiera que fuesen. Y cuando empiezan a pensar, necesitan un maestro. Si no han visto nunca una flor, si nunca han oído nada acerca de una flor, sólo el que conozca las flores podrá enseñarles. Y así es como ocurren las cosas en todo el universo. Las fotografías sólo sirven para hacer que la gente piense, para mostrarles algo; la gente vendrá a ver esas fotos, pero estudiarán las enseñanzas y acudirán para aprender.

Meier le contó a Welch muchas cosas que le habían explicado los pleyadianos, y una de las más controvertidas e intrigantes consistía en la razón fundamental de la presencia de las pleyadianos
en la Tierra.


Con los pleyadianos a unos quinientos años luz de la Tierra, los físicos terrestres opinan que, viajando a la mayor velocidad concebible, es decir, a la velocidad de la luz, un viaje desde las Pléyades a la Tierra, y regreso, requerirla mil años. Sin embargo, Meier mantenía que el sistema de propulsión pleyadiano era capaz de alcanzar velocidades de muchos millones de veces más veloces que la luz, y que, con frecuencia, Semjase iba y volvía desde su planeta natal, Erra, y la Tierra. Los pleyadianos, añadía Meier, realizaban el viaje en siete horas. Durante el cuarto contacto, y de nuevo en el octavo, Semjase le había explicado aspectos del sistema de propulsión que permitían a las naves luminosas pleyadianas trascender la distancia y el paso del tiempo.
- Para viajar a través del espacio cósmico -dijo-, se necesita un impulso que sobrepase muchas veces la velocidad de la luz. Pero esa propulsión sólo entra en acción cuando ya se ha alcanzado dicha velocidad. Esto significa que una nave luminosa necesita por lo menos dos impulsos: uno normal que proporciona impulso hasta alcanzar la velocidad de la luz, y un segundo hiperimpulso, como vosotros la llamaríais. Con este segundo impulso paralizamos el tiempo y el espacio de manera simultánea -explicó Semjase-. Esto anula el tiempo y el espacio. Y sólo cuando el tiempo y el espacio han dejado de existir somos capaces de viajar a distancias de años luz en una fracción de segundo. Todo se realiza de una manera tan rápida que los vivientes ni se dan cuenta.



» Necesitamos siete horas para llegar a la Tierra porque primero debemos volar muy lejos por el espacio antes de pasar a la hipervelocidad. Debemos abandonar el estado hiperespacial muy lejos de vuestro sistema solar, y volar luego hasta aquí gracias a un impulso normal.

» No estoy autorizada para darte más detalles. Pero puedo decirte que vuestros círculos científicos más avanzados siguen aún trabajando sobre sistemas conocidos como impulsos emisores de luz e impulsos de «taquiones». Los principios elementales ya les son conocidos. El impulso emisor de luz sirve como un sistema de propulsión normal para hacer avanzar las naves hasta los límites del espacio y del tiempo. Una vez allí, el impulso del «taquión» entra en acción. Se trata del sistema de hiperpropulsión, que es capaz de forzar el espacio y el tiempo hasta el hiperespacio. Nosotros empleamos otros nombres, pero los principios son exactamente los mismos.

» Antes del primer viaje de Stevens a Suiza en 1977, Lou Zinsstag le había mandado las notas de contacto pertenecientes al sistema de propulsión pleyadiano. Pero Stevens no había oído nunca el término «taquión». Ni él ni los Elder ni Welch.

Una vez que Welch hubo leído las notas de contacto con la explicación del sistema de propulsión pleyadiano, a menudo le preguntó a Meier qué sabía de aquel término. Welch regresó pensando que Meier sabia más de lo que debiera dado su modo de vida y la escasez de información que sobre aquel tema se tenía excepto en los círculos científicos más sofisticados.


«Escribió en las notas todo lo que le habían contado -dijo Welch-, y luego sintetizó lo que había comprendido como un método de viaje espacial. Vi esas notas en 1978. Nos enteramos después de que, durante algún tiempo, los especialistas, bien conectados con la NASA o con compañías como la «General Dynamics» habían estado trabajando en silencio sobre esto como concepto de propulsión. Lo más interesante es que el hombre que escribió esas notas tenía una formación equivalente a general básica. No había vivido nunca cerca de bibliotecas importantes, ni tampoco de ningún centro científico notorio, ni había tenido contactos directos en esos campos. En aquel tiempo, no sabíamos lo que significaba “taquión”. Y aplicar el concepto del “taquión” teórico a la propulsión espacial suponía un paso importante que aún había que dar. No existían pruebas de que llegásemos a averiguar que hubiese colaborado alguien en todas esas cosas.

» Pero lo que más me desconcertaba era que, tan pronto como empezamos a hurgar en ello, de repente surgía en las notas o a través de Billy, algo sofisticado, único y avanzado en campos diferentes. En las notas aparecen conversaciones acerca del universo y de la mecánica celeste, sobre métodos de curación y equipo médico avanzado, que no tenían el menor sentido procediendo de un hombre que vivía en una remota campiña de Suiza. No obstante, me percaté de estas cosas al ver cómo se desenvolvía hablando y como hacía frente a diversos conocimientos. Todo parecía fuera de contexto respecto a su personalidad. Parecía que aquel hombre tuviese un tutor en varios campos, y que fuese además un tutor increíble

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Irina Froning, la mujer que había descubierto el Diario de fotos de Meier en el despacho de su amiga a horas avanzadas de la noche, estaba casada con H. David Froning Jr., ingeniero astronáutico en la «McDonnell Doug]as Corporation» desde hacía veinticinco años. Con anterioridad se había dedicado al campo ultrasecreto de la defensa militar. Como jefe de personal, había ayudado al desarrollo de misiles para la defensa balística, y llevado a cabo investigaciones exploratorias para desarrollar ideas y tecnología en diseño de naves espaciales avanzadas. Miembro desde hacía mucho tiempo de la «British Interplanetary Society» y del «American Institute of Aeronautics and Astronautics», Froning había presentado numerosas comunicaciones en conferencias técnicas sobre vuelos interespaciales, tanto en Europa como en Estados Unidos.

La idea de atravesar las vastas distancias interestelares intrigaba a Froning desde hacía quince años. En busca de un medio para transportar a la Humanidad más allá de la velocidad de la luz, se pasaba gran parte de su tiempo libre examinando las teorías de la relatividad de Einstein y considerando nuevas formas para encuadrar esas teorías en una ley más general, del mismo modo que las leyes de Einstein de la relatividad no habían violado, sino que se habían adecuado a las leyes del movimiento de Newton.


En 1966, Froning, entre otros, sostuvo que las barreras del espacio del tiempo no eran insuperables, y que algún día la Humanidad sobrepasaría la velocidad de la luz. En un artículo escrito aquel año, señaló que, sólo veinte años atrás, difícilmente un científico o un ingeniero hubieran creído que el hombre rompería la barrera del sonido y sobreviviría después de ello. Muchos pilotos habían muerto al intentarlo. Sin embargo, predijo Froning, a fines de los años ochenta, los aviones hipersónicos de las líneas aéreas volaban de Nueva York a Madrid en menos de una hora, es decir, cinco veces más de prisa que la velocidad del sonido. *

( *En 1986, el presidente Reagan anunció planes para desarrollar la tecnología de un avión de líneas aéreas supersónico llamado «El Oriente Exprés»).

En sus primeras investigaciones, Froning llegó de forma inmediata a la conclusión de que los cohetes que consumiesen combustible terrestre serían demasiado pesados y costosos para alcanzar la velocidad de la luz. También consideró y descartó la posibilidad de que los estatorreactores recogiesen átomos de hidrógeno y los convirtiesen en combustible mientras la nave viajaba a través del espacio cósmico. Esa «cuchara» debería tener casi cien kilómetros de diámetro. Pero, de todos modos, Froning continuó sus investigaciones.

Cuando Irina regresó a casa aquel lunes, David se encontraba aún fuera de la ciudad. Como quiera que deseaba ver el Diario de fotos que había ojeado en el despacho de su amiga, llamó a varias librerías hasta que localizó un ejemplar.

Cuando su marido regresó a casa, lo primero que hizo fue obsequiarla con el libro, antes de que tuviera ni tiempo de saludarla.

«Supongo que nunca había quedado más impresionado por un libro -comentó David-. Si lo que cuenta Meier se trata, simplemente, de un fraude; resulta claro que le han inspirado algunos científicos de sólidos conocimientos».
Más tarde afirmó que se sintió como «entumecido».
«Resultaba tan excitante ... -añadió-. Algo que a un tiempo te hacía estremecer y te obnubilaba. Constituía una revelación. De repente, muchas cosas tenían sentido. No se me había ocurrido nunca que los taquiones existieran fuera de la dimensión del tiempo.»

Froning había diseñado un estatorreactor teórico de cuantos, que poseía potencia para que las naves estelares casi alcanzasen la velocidad de la luz en cosa de horas, por medio de pulsaciones ubicuas de energía, que algunos científicos opinaban existían en el «tejido» del espacio. También teorizaba acerca del otro lado de la barrera de la luz y desarrolló un modelo conceptual de cómo sería un aparato que viajase más de prisa que la velocidad de la luz.

«Pero no tenía nada que ligase entre sí esos dos conceptos -explicó-. Lo que me atenazaba más era, al parecer, la imposibilidad de cubrir esas tremendas distancias interestelares en cuestión de minutos, en vez en siglos, como aquí en la Tierra. A continuación leí el libro de Meier y, de improviso, todo pareció plausible.


Al cabo de dos semanas, Froning concibió una forma de alcanzar la velocidad de la luz y luego realizar la transición a un viaje más rápido que la luz.
«La mayoría de la gente cree que la velocidad que supera la de la luz se da en nuestro reino de la existencia espacio-tiempo -explicó-. Pero cuando Meier mencionó que el viaje se realizó en siete horas y que la parte más larga se hizo en sólo varios segundos, se me ocurrió que, durante ese intervalo, no transcurre casi el tiempo. Y ello aún me llevó más allá, en realidad se puede sobrepasar nuestro plano de existencia espacio-temporal y viajar quintillones de kilómetros a través del espacio mientras transcurren solo unos segundos. Era una posibilidad que nunca se me había ocurrido.»

Con la ayuda de un librero, Froning localizó a Wendelle Stevens en Tucson, y le llamó para solicitar información adicional del citado sistema de propulsión. Una cosa le impresionó sobre todo acerca de las notas de contacto, más detalladas que las que mandara Stevens. La voz de Semjase dirigía cada uno de los principales requisitos científicos para acelerar hasta la velocidad de la luz y realizar el salto, o hipersalto, y a continuación desacelerar.

«Aunque no explicaba de forma específica cómo se llevaba a cabo -recordó Froning-, suministraba los suficientes datos técnicos para satisfacerme como científico. Y eso resulta muy convincente cuando se lleva a cabo.»

Lo que más impresionó a Froning fue que, casi un año antes de que lrina descubriese el Diario fotográfico, había calculado la eficiencia de propulsión de su nuevo estatorreactor de cuantos y determinado que los tiempos típicos para que semejante aparato alcanzase la velocidad de la luz abarcarían unas cuatro horas. Según las cifras de Meier, los navíos pleyadianos requerían, aproximadamente, 8,5 horas para acelerar a la velocidad de la luz, sólo segundos para atravesar una distancia de casi quinientos años luz, y luego otras 3,50 horas para desacelerar y alcanzar en vuelo la Tierra. La credibilidad de las cifras de Meier asombró a Froning. Para llegar a esos números, Froning había utilizado fórmulas complejas que incluían índices de aceleración. Luego descubrió que, según las afirmaciones de Meier, no sólo las naves pleyadianas necesitaban 3,5 horas para alcanzar la velocidad de la luz, sino que, en ese punto, las naves habrían viajado, aproximadamente, 170 millones de kilómetros. Y asimismo, esas cifras se encontraban dentro de un margen del 20 por 100 de sus cálculos previos.


El caso de Billy Meier (Documental)

«Creo que resultaría muy improbable para alguien con los antecedentes culturales de Meier llegar a esa combinación de cifras y llevarlas a un radio de acción aceptable científicamente -explicó Froning-. Debió asesorarle alguien muy versado en ciencias, con conocimientos de relatividad espacial y de mecánica de vuelo para saber qué clase de tiempos y distancias tenían sentido. Si se trata de un fraude, debe de haberse realizado con ayuda de alguien parecido a mí y que tuviese en cuenta toda clase de cosas plausibles.

» Sólo he discutido este caso de Meier con científicos de gran amplitud de miras respecto a los vuelos interestelares, pero le diré una cosa: la mayoría de ellos creen que se trata de algo digno de crédito y se hallan de acuerdo, por lo menos, con una parte o en ocasiones con todo. Me refiero a las cosas explicadas por los pleyadianos.»

Antes de desaparecer el triángulo dorado y plateado del alcance de Marcel Vogel, el científico de «IBM» lo había colocado bajo su microscopio electrónico de 250.000 dólares, y lo pasó a una videocinta en la que grabó sus descubrimientos. El pequeño espécimen contenía plata en estado muy puro, «aluminio en extremo puro», potasio, calcio, cromo, cobre, argón, bromo, cloro, hierro, azufre y silicio. Una zona microscópica reveló «una mezcla de casi todos los elementos de la tabla periódica». Y cada uno de ellos se hallaba en estado notablemente puro.

«Se trata de una combinación fuera de lo corriente -dijo más tarde Vogel-, pero no afirmaría yo que se trate de un procedimiento o combinación confeccionada por extraterrestres.»

Lo que intrigó a Vogel más que el número de elementos y de su pureza fue su presentación aislada. Cada elemento puro estaba unido a todos los demás, pero de alguna forma conservaba su identidad.


«Resulta extraño observar la yuxtaposición de los metales -explicó mientras miraba por el microscopio y dictaba sus hallazgos en la videocinta-. Una capa sobre otra muy pura, pero sin interpenetrarse. Aparece una combinación de metales y no metales unidos, muy fuertemente ligados. No sé de nadie que haya contemplado jamás algo parecido.»

En una pequeña zona de la parte media de la muestra, ampliada quinientas veces, encontró dos ranuras paralelas unidas por pliegues, unas rayitas microforjadas de alguna manera en el metal. Pero aún le resultó más sorprendente que el elemento principal presente en aquella pequeña área fuese el correspondiente a las tierras raras llamado tulio.

«Se trata de algo inesperado por completo -dijo-. El tulio fue purificado durante la Segunda Guerra Mundial, como subproducto de las investigaciones en energía nuclear, y únicamente en cantidades muy pequeñas. Es en extremo costoso, mucho más que el platino y muy raro de encontrar. Se necesita una persona con unos grandes conocimientos en metalurgia para que sea consciente de un compuesto como éste.»

El aumento de aquel fragmento de poco más de un centímetro creció de 500 a 1.600, y Vogel observó cosas que jamás había visto.
«Todo un nuevo mundo aparece en el espécimen. Existen estructuras dentro de otras estructuras, algo por completo desacostumbrado. En aumentos menores se ve sólo una superficie metálica. Pero ahora se observa una estructura compuesta por varios tipos de áreas entrelazadas. Es muy excitante.»

Vogel sondeó más en el metal.

«Nos hallamos ahora a más de 2.500 aumentos, y se ven estructuras birrefringentes. ¡Muy excitante! Es muy raro que un metal tenga esas zonas de doble refringencia. Al principio, si tomamos una sección y la sacamos, parece un metal, tiene la apariencia lustrosa de un metal. Pero una vez colocada bajo luz polarizada, averiguas que sí es un metal, pero, al mismo tiempo ... ¡es un cristal!»



Durante horas, Vogel continuó sondeando en el interior de aquella diminuta muestra, fascinado por lo que veía. A la mañana siguiente telefoneó a un científico investigador del «Centro de Investigaciones Ames», de la NASA, el doctor Richard Haines.
- ¿Por qué no viene? -le pidió-. Deseo mostrarle una cosa.
«Me dio la suficiente información por teléfono para tentarme -recordó Haines-. Por lo tanto, fui.»

El despacho de Vogel se encontraba junto a la escalera en el segundo piso de uno de los numerosos edificios del Centro de Investigaciones de «IBM». Cuando Haines entró en el despacho, Vogel le dijo:

-Tengo que enseñarle algo.

Luego se metió la mano en el bolsillo en busca de una bolsita de plástico en la que había puesto con cuidado la noche anterior el fragmento triangular.
«Introdujo la mano en el bolsillo -recordó Haines-y no la encontró... Se me quedó mirando con una expresión que nunca olvidaré: estaba como alelado. O era un gran actor o decía la verdad. Creo que, en efecto, decía la verdad.»

En algún lugar, entre el laboratorio y el despacho de Vogel, había desaparecido el pequeño fragmento metálico.

«Aseguró que debía de haberlo guardado en algún sitio. Por lo tanto, comenzó a buscar frenéticamente por todo el laboratorio. Registró el escritorio de su despacho principal, siguió luego por el laboratorio, buscó por todas partes, pero no lo encontró. Se disculpó profusamente, porque creía haberme obligado a presentarme allí y sólo para que viera un metal que ya no podía mostrarme. Me enseñó algunas fotografías en color de la muestra, y aludió a algo anómalo, algo que era una de las razones de pedirme que acudiera allí. Porque aquello era todo un caso: tener a alguien con aquel tipo de reputación y que luego resultaba que hacía unas aseveraciones de aquella naturaleza.»

Vogel no llegó a recuperar la pieza metálica perdida, ni pudo tampoco explicar su desaparición. Confiaba en que Stevens le suministrase otra, pero aquélla era la única muestra de lo que, presumiblemente, representaba la fase final en la construcción del casco de la nave luminosa.

«Necesitaba examinar pruebas adicionales para estar seguro de que aquello era algo realmente único -explicó Vogel-. Estaba entusiasmado. Me hallaba emocionalmente ligado a su estudio porque se trataba de un desafío ideal, de algo que muchos científicos se hubieran sentido orgullosos de tener y seguir adelante. Lo que resultaba más fuera de lo común era la pureza de los metales presentes en el diminuto espécimen. Su pequeña cantidad. Eso fue lo que me intrigó y la razón de que desease más ejemplares para seguir examinándolos. Hubiera llegado mucho más lejos en el análisis metalúrgico investigando su índice de torsión y sus características de fusión. Deseaba una segunda opinión de alguna otra persona del “MIT”, para que pudiéramos comparar notas antes de darlo a la publicidad. Se trataba de una oportunidad única, y hubiera acudido a la NASA para solicitar también la ayuda de sus propios científicos, a los que habría interesado, porque poseíamos un fragmento de material que poder observar. Gozo de muchos contactos dentro de “IBM”, profundamente interesados en explorar cosas conmigo. Hubiera formado un equipo de ocho o nueve hombres. Pero lo eché todo a perder.»

La desaparición de aquel metal insólito decepcionó a Vogel, pero también le desilusionó por un igual el que, Stevens y EIders, deseosos de encontrar apoyo para su caso, hubieran publicado sus hallazgos preliminares en su Diario fotográfico, antes de haber podido completar las pruebas, y sin darle una oportunidad de revisar, para mayor exactitud, todo lo que habían escrito.

«Era un amasijo de cosas y de fragmentos de observaciones -manifestó más tarde--. no una manera coherente de presentarlo. Técnicamente resultaba erróneo, y yo me resentí por ello. Constituyó algo desgraciado porque yo estaba deseoso de emplear toda la tecnología que me fuera posible con intenciones de alcanzar una respuesta real.»

Vogel perdió su entusiasmo por el proyecto.

«No a causa del metal -declaró más tarde-, sino por la manera en que actuaban aquellas personas.»

De todos modos, el metal había desaparecido de forma definitiva.

«Estaba entusiasmado -concluyó Vogel-, estaba interesado, puse en aquello todo mi esfuerzo. Pero el caso permanece incompleto, ésa es la mejor manera de informar al respecto.»

Poco después de que desapareciera la muestra metálica, y antes de que se publicase el Diario fotográfico, el equipo japonés de la «Nippon Television» volvió a San José para filmar a Vogel con destino al documental rodado sobre el caso Meier. Vogel habló de forma abierta con el entrevistador Jun-Ichi Yaoi acerca del resultado de sus averiguaciones iniciales. «No puedo explicar el tipo de material que tuve en las manos -le dijo a Yaoi-. Como científico, no conseguí ninguna combinación conocida de materiales. Es algo que no se puede lograr en este planeta mediante ninguna de las tecnologías que conozco ... Se lo mostré a uno de mis amigos, que es metalúrgico, Y éste se limitó a mover la cabeza y decirme:

»- ¡Desconozco cómo se puede juntar todo eso!

» Y éste es el punto en que nos encontramos ahora mismo. Yo creo que es importante que aquellos de nosotros que pertenecemos al mundo científico, nos sentemos y nos dediquemos a un estudio serio acerca de esas cosas, en vez de calificarlas simplemente de fruto de la imaginación desbordada de la gente ...»

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GALERÍA DE FOTOS -  NAVES EXTRATERRESTRES 
 BILLY MEIER