Buscar este blog

domingo, 3 de enero de 2021

TUNGUSKA (SIBERIA, 1908) – EXPLOSION DE NAVE NODRIZA EXTRATERRESTRE: Numerosos testigos vieron el objeto sobre sus cabezas antes de explotar en el cielo. Era de un tamaño considerable y de una marcada forma “cilíndrica”, como un tubo. Algunos lo describieron semejante a “una chimenea”. Este “alargado objeto resplandeciente” brillaba con una luz “azul-blanquecina” más intensa que el Sol y su velocidad no era de más de dos o tres kilómetros por segundo, unos diez mil kilómetros por hora.

 

TUNGUSKA (SIBERIA, 1908) – EXPLOSION DE NAVE NODRIZA EXTRATERRESTRE: Numerosos testigos vieron el objeto sobre sus cabezas antes de explotar en el cielo. Era de un tamaño considerable y de una marcada forma “cilíndrica”, como un tubo. Algunos lo describieron semejante a “una chimenea”. Este “alargado objeto resplandeciente” brillaba con una luz “azul-blanquecina” más intensa que el Sol y su velocidad no era de más de dos o tres kilómetros por segundo, unos diez mil kilómetros por hora.


¿Qué ocurrió en Tunguska el 30 de junio de 1908? A una altura de entre 5.000 y 8.000 metros sobre la superficie terrestre se produjo una explosión que tendría repercusiones planetarias. Su energía era 1.000 veces mayor que la explosión nuclear de Hiroshima, afectando a una superficie estimada de 2.000 km cuadrados.

La versión oficial de los hechos nos dice que un asteroide se estrelló sobre el cielo de Siberia, produciendo la devastación en la tundra, derribando millones de árboles, aniquilando rebaños enteros de renos y arrasando innumerables aldeas tunguskas.



Pero otra vez más, como era de esperar, gran parte de los científicos se comportan cobardemente frente a hechos, a primera vista, inexplicables. Alguien, ignorantemente al principio y luego interesadamente después, lanzó el mantra de que una roca atravesó la atmosfera terrestre, para desintegrarse en plena atmosfera sin dejar rastro alguno… salvo la explosión.

En 1990, según dijeron las autoridades rusas, un grupo de científicos intentó demostrar que un meteorito habría sido el responsable de aquella devastadora explosión, y sorpresa: “los hombres de ciencia argumentaron que, si bien no quedaron restos sobre la tierra de aquella roca sideral, se debió al hecho de que el propio meteorito se autodestruyese por un rayo que el mismo había generado…” Sobran los comentarios sobre esta infantil y descabellada teoría, salvo que es inverosímil y que posiblemente forma parte del engranaje sobre ocultación de la realidad extraterrestre en la Tierra.

Numerosos testigos, poco antes de la explosión de Tunguska, vieron como un enorme objeto cilíndrico modificaba su rumbo. Obviamente se trataba de una nave nodriza extraterrestre, que tal vez se hallase en apuros por algún tipo de fallo técnico. Los tripulantes, responsablemente y conscientes de la energía que podría generarse en caso de un desastre irremediable, tal vez buscasen desesperadamente un lugar remoto y apartado en la superficie terrestre; obviamente para minimizar las consecuencias de su final irreparable. Una acción, sin duda, digna de reconocimiento, sintiendo a la vez compasión por los cientos, quizás miles de seres que viajaban en aquella nave extraterrestre que efectivamente se desintegró.

Cráter de Impacto de asteroide en Chicxulub, península de Yucatán, México

Todo apunta sin duda, a que fue una explosión de origen nuclear, y que solo años después, algunos investigadores tras ver los efectos ocasionados por las bombas de Hiroshima y Nagasaki, así como de innumerables pruebas nucleares posteriores, fuesen capaces de relacionar la magnitud de la explosión de   1908 sobre Siberia. Según Robert Lazar, científico norteamericano asociado a la investigación de tecnología inversa en el Área 51 (S4), las naves extraterrestres, para su propulsión, incorporarían reactores nucleares alimentados por antimateria, que es la forma más potente de generación nuclear. Oficialmente en la Tierra, solo conocemos la fisión y fusión nuclear basadas en romper o juntar núcleos atómicos para generar energía; si bien los extraterrestres utilizarían una tercera vía, la aniquilación, es decir, “unir materia con antimateria”. De este modo, con reactores relativamente pequeños, conseguirían fuentes de energía poderosísimas.



En 1921, el mineralogista Leonid Kulik dirigió la primera expedición para investigar los hechos de Tunguska, pero debido a las condiciones del terreno, tuvieron que regresar sin llegar al punto de la explosión. Fue necesaria una segunda expedición, en 1927, para alcanzar el punto donde teóricamente había chocado el meteorito… y donde para su sorpresa, no existía absolutamente ningún cráter de impacto, ni tampoco restos de la roca sideral fueron hallados… tan solo árboles derribados en la devastación.

Bajo mi punto de vista, lo ocurrido en 1908 podría catalogarse como uno de los hechos más relevantes relacionados con la presencia extraterrestre en la Tierra. A fin de cuentas, los seres de las estrellas utilizan máquinas para desplazarse, mucho más evolucionadas, sin duda, pero que también tienen fallos, se estrellan como en Roswell y también se desintegran como en Rusia.

No me extenderé más en el relato, salvo recomendar leer lo siguiente.

 ……………………………………………………………………

 Del libro El enigma de la explosión en Siberia de John Baxter y Thomas Atkins

 


EL OBJETO CILÍNDRICO

 ¿Es posible que el objeto cilíndrico que en 1908 explotó en el aire sobre Siberia central, fuera una nave espacial?

Mientras continuaba el debate acerca de esta multimegatónica explosión durante los años 1960- 1970, un número cada vez mayor de científicos llegó a la conclusión de que la respuesta debía ser, inevitablemente afirmativa. Y ello en parte debido a que todas las explicaciones naturales del “cuerpo cósmico” no resistían los rigurosos análisis científicos, pero también porque al entrar la Humanidad en una nueva era de tecnología espacial, la idea comenzó a parecer más plausible.

La creencia de que se trataba de un objeto artificial ganó nuevo adepto con los descubrimientos basados en la particular forma de la zona afectada por la explosión, por el estudio de las partículas encontradas, y, además, por algunos sorprendentes cálculos efectuados recientemente por expertos en aerodinámica acerca de la trayectoria del vuelo a través de la atmósfera.



 Los límites extrañamente irregulares de la región afectada ya habían sido advertidos por E. L. Krinov durante la tercera expedición en 1929. “El área del bosque arrasado tiene una forma ovalada, con su eje mayor orientado en dirección sudeste-noroeste.” La forma ovalada sorprendió a los primeros investigadores, quienes esperaban que el área destruida tuviera forma circular. Las fotografías aéreas de 1938 certificaron esta forma ovalada; y las expediciones de K P. Florensky en 1958, 1961 y 1962, después de un completo reconocimiento aéreo y terrestre, determinaron que los 3.100 kilómetros cuadrados de bosque arrasado por la explosión y la dispersión de “'polvo cósmico” de la explosión, tenían un contorno definidamente elíptico. Los nuevos mapas dibujados por el equipo de Florensky mostraban en forma clara que el centro de la destrucción, la región totalmente quemada con los árboles muertos pero erguidos, estaba en una posición un tanto descentrada con respecto a la onda explosiva, que se dirigía en especial hacia el sur y el nordeste.



¿Qué significado tenía este extraño contorno elíptico de la zona de la explosión? Con respecto a ese extremo, Felíx Zigel escribió: “Es evidente en el mapa de la región que el límite del área de destrucción total del bosque es irregular en su trazado. Asimismo, el epicentro de la explosión y la zona de los árboles que quedaron en pie ocupa una posición excéntrica en la región afectada por la catástrofe. Obviamente, esta asimetría no puede ser explicada por el efecto de la onda balística como consecuencia del vuelo del objeto. En efecto, la zona de la destrucción se alarga en una dirección que no es paralela a la trayectoria del objeto, sino que forma un gran ángulo con ella”. Por lo tanto, Zigel califica la explosión como “directiva”: su efecto “no era el mismo en todas direcciones”.

Después de sus expediciones de 1959 y 1960, durante las cuales volvió a examinar todas las evidencias físicas disponibles, A. V. Zolotov llegó a una conclusión que Zigel y otros expertos encontraron aceptable: la explosión tuvo una forma ovalada, poco corriente, debido a que el explosivo se hallaba dentro de algún tipo de “envase.” la estructura de este envase, tal como el grueso cilindro de papel de un fuego de artificio, fue la causa de que la carga explosiva se abriera elípticamente al explotar. “la directividad de la explosión -comentó Zigel- se debió a la no-homogeneidad del envase.” El objeto de Tunguska "constaba por lo menos de dos partes: una substancia capaz de provocar una explosión nuclear y una cápsula no explosiva".



¿Pero hay alguna prueba concreta de la existencia de esta cápsula no explosiva? Algunos especialistas creían que Kulik había aportado al menos algunas pruebas parciales en las muestras de suelo que había recogido en sus expediciones. A finales de la década de 1950, cuando se sometieron las muestras al examen de modernos microscopios y a pruebas de laboratorio se encontraron en ellas pequeñas partículas de materia extraterrestre. El suelo de Tunguska contenía concentraciones de glóbulos esféricos, de un tamaño de algunos milímetros, compuestos principalmente de silicato y magnetita, un óxido de hierro magnetizado. Los glóbulos de magnetita parecían pequeñas gotitas de bulbos y estaban a veces unidos en racimos. Krinov, que tomó parte en el estudio de las muestras, anotó que “a veces se encontró un glóbulo de magnetita encerrado en un glóbulo de silicato transparente”. Estas partículas separadas parecían haberse derretido por efecto de un tremendo calor, tal como la trinitita encontrada en Alamogordo.




 Si estas esferas no tenían origen terrestre, ¿eran simplemente el polvo de micrometeoritos que caen a diario en todo el planeta o podían ser fragmentos del objeto de Tunguska? En 1962, Florensky trató de resolver este interrogante. Utilizando un helicóptero, su equipo trazó el diseño de la elipse de la explosión obre una gran área y luego recogió muestras diferentes para someterlas a análisis químicos. “En el campamento base de la taiga instalamos un molino de concentración, para aislar trozos infinitesimales de materia extraterrestre contenida en numerosas bolsas con muestras del suelo. Poco a poco, el cuadro comenzó a tomar forma, a medida que se fue delimitando la configuración del modelo disperso.”

Tal como esperaban, miles de “pequeñas esferas brillantes” muchas de ellas soldadas entre sí, estaban incrustadas como perdigones en la tierra y en los árboles. La forma de su distribución, además, correspondía a la onda elíptica de la explosión; las partículas parecían haber sido dispersadas en la región por una “corriente de aire caliente”. Florensky, partidario todavía de la obsoleta teoría del cometa, sostenía que eran restos fundidos del cometa; pero Zolotov y muchos otros estaban seguros de que estas partículas fundidas no podían provenir de un cometa o meteorito.




Esta tesis se vio fortalecida cuando en un análisis más detallado se encontraron pequeños indicios de cobalto y níquel, así como de cobre y germanio. Kazantsev y aquellos que apoyaban sus puntos de vista argumentaron que el descubrimiento de estos elementos metálicos confirmaban la teoría de la nave espacial. “Recuerden que la nave debía poseer instrumentos técnicos y eléctricos -argumentaba Kazantsev-, y también cables de cobre y, seguramente. medios de comunicación -semiconductores conteniendo germanio-.” Sin embargo, no se ha determinado con exactitud el origen de los extraños glóbulos. Es indudable que las partículas fundidas fueron formadas por el enorme calor de la explosión; y es posible deducir, con muchas probabilidades de acertar, que son los únicos vestigios que quedan del “objeto cilíndrico”, la cápsula no-explosiva que contenía el fuego atómico.




Muy pronto, Zigel y otros expertos en aerodinámica, buenos conocedores de la moderna tecnología de los cohetes y de las trayectorias en la alta atmósfera, hicieron algunas asombrosas aseveraciones que inclinaban la balanza a favor de la teoría de la nave espacial. Cuando A. Y. Manotskov, un diseñador de aviones delineó la trayectoria del objeto en el aire, sus cálculos coincidieron con la idea de Zolotov de que el objeto debía llevar una velocidad muy inferior a la de un cuerpo cósmico natural. Los meteoritos se precipitan en la atmósfera a velocidades de catorce o dieciocho kilómetros por segundo, y a veces a treinta y cinco kilómetros por segundo. Manotskov llegó a la conclusión de que el objeto de 1908 habia desarrollado una velocidad mucho menor y que, cerca de la tierra había reducido su velocidad a “0,7 kilómetros por segundo, o sea dos mil cuatrocientos kilómetros por hora”, lo que es comparable a la velocidad de un avión a reacción. Boris Liapunov, especialista soviético en cohetes, examinó estos cálculos y estuvo de acuerdo con Manotskov en que el objeto se había comportado en su trayectoria de entrada y en su velocidad como un avión supersónico.

¿Qué trayectoria de vuelo siguió esta nave a través de la atmósfera terrestre? Éste ha ido siempre uno de los aspectos más debatidos de todo el fenómeno de Tunguska. Los datos fundamentales para determinar su trayectoria son las observaciones de los testigos oculares y la onda balística de choque causada por la rápida compresión del aire delante del objeto en movimiento.

Un avión capaz de desarrollar una gran velocidad, como el avión espía norteamericano SR-71, que puede volar a más de tres mil kilómetros por hora, reúne ante su morro una onda cónica de moléculas de aire comprimido que ocasionan los fuertes estampidos sónicos cuando las ondas llegan al suelo y, aun a altitudes de varios kilómetros pueden causar daños a nivel del suelo. El estruendo ensordecedor que se escuchó en junio de 1908 durante el vuelo del objeto por la zona de Tunguska se debió seguramente a su potente onda balística: la serie de truenos que se escucharon después fueron el resultado de las ondas de la explosión.

 La mayoría de los investigadores está de acuerdo en la necesidad de determinar la trayectoria del vuelo para descubrir la identidad real del objeto. Después de estudiar el efecto de la onda balística y de la explosión, varios equipos de investigadores han llegado a conclusiones muy diferentes acerca de la trayectoria del vuelo.

Tres de los primeros estudiosos del suceso de Tunguska, Voznesensky, Suslov y Astapovich, basándose principalmente en los informes de los testigos y en los datos sísmicos, llegaron a la conclusión de que el objeto se movía en dirección sur-sudeste a nor-noroeste. Kulik, después de examinar los efectos de la explosión en el Pantano del Sur, creía que “el meteorito había volado en dirección sur-norte”, mientras que Krinov proponía que “la trayectoria había sido sudeste-noroeste” y daba como “posición proyectada sobre la superficie de la Tierra para el inicio de la trayectoria, la orilla norte del lago Baikal”.

Más tarde, los descubrimientos que hizo convencieron a Florensky de que “tanto la disposición general de los árboles derribados como la relación entre los centros de los árboles caídos y los efectos de las quemaduras - y también la distribución del polvillo cósmico- indican que el objeto procedía del este-sudeste. Según otro científico, V. G. Konenkin, la trayectoria más probable era este-sudeste a oeste-noroeste. Durante sus investigaciones sobre el terreno, Zolotov examinó los árboles erguidos que mostraban huellas de la onda balística y la onda de la explosión y llegó a la conclusión de que la onda de aire, que causó un daño pequeño comparado con el de la explosión, había aparecido desde el sudoeste.

¿Procedía el objeto del sudeste o del sudoeste? Al principio, el problema parecía imposible de resolver, ya que en los testimonios de los testigos se citaba una dirección y la forma en que los árboles se habían visto afectados indicaba otra. El objeto había sido visto como "un cuerpo resplandeciente” desde las aldeas cercanas a Kansk, al sudoeste del lugar de la explosión, pero también había sido visto desde Kirensk y otras ciudades que quedaban hacia el sudeste. Muchos testigos afirmaban que ambas trayectorias eran verdaderas a pesar de que, obviamente, el mismo objeto no podía haber aparecido en forma simultánea en dos lugares diferentes, distantes cientos de kilómetro entre sí.



¿O acaso era posible? El problema de las diferentes trayectorias se resolvió finalmente con una respuesta desconcertante: ambas trayectorias eran correctas. ¡El objeto babia cambiado su dirección durante su vuelo sobre Siberia!

Según la opinión de algunos científicos, la información que habían obtenido las expediciones de Florensky y Zolotov acerca del efecto observado en los árboles daban una base firme para pensar que se había producido una alteración en la trayectoria de vuelo del objeto. Según las más recientes investigaciones parece que en la última fase de su descenso, el objeto se aproximó desde el oeste y luego cambió su rumbo hacia el este antes de la explosión. En efecto, la onda balística indica que se efectuó algún tipo de corrección de vuelo en la atmósfera.

 A la misma conclusión llegó Felix Zigel, quien, como profesor en el Instituto de Aviación de Moscú, había participado activamente en el entrenamiento de muchos cosmonautas soviéticos.

Sus últimos estudios de las declaraciones de los testigos y de los datos físico le habían convencido de que "antes de la explosión, el objeto había trazado en la atmósfera un gran arco de unos seiscientos kilómetros (de azimut)", es decir que “llevó a cabo una maniobra”. Ningún objeto natural puede realizar esto. Así, Zigel junto con otros expertos soviéticos en aviación como Manotskov y Liapunov, se unieron a Kazantsev en la creencia de que el notable objeto cilíndrico que había ocasionado una detonación atómica de forma elíptica en 1908 sólo podía haber ido “una nave artificial procedente de otro planeta”.

 Al margen de sus maniobras en la proximidad de la superficie de la Tierra, la nave debió maniobrar en la aproximación desde el espacio exterior, para situarse en un ángulo de entrada a la atmósfera casi idéntico al que siguen los modernos vehículos espaciales. Para entrar en nuestra atmósfera sin problemas a través de la densa capa de aire que rodea a nuestro planeta, una nave espacial debe mantener un ángulo de vuelo exacto de -6,2 grado con respecto al horizonte. El astronauta norteamericano Michael Collins ha descrito así la dificultad que plantea la entrada en la atmósfera: “Los límites permitidos eran extraordinariamente pequeños. En el viaje de regreso, el corredor atmosférico de reentrada, o zona de supervivencia, ...era solamente de sesenta kilómetros de profundidad, y acertar a un blanco de sesenta kilómetros desde una distancia de trescientos setenta mil kilómetros es como tratar de cortar un cabello con una navaja lanzada desde una distancia de siete metros”. No acertar a introducirse en este corredor puede ser fatal, ya que si el ángulo es demasiado agudo la nave se quemará por efecto del gran calor friccional; es muy pequeño la nave rebotará hacia el espacio. Para penetrar en las capas inferiores de la atmósfera terrestre, la nave de 1908 debió ejecutar con gran perfección la maniobra, de entrada en el corredor.

 Según el astrónomo soviético B. Y. Levin, que llevó a cabo un cuidadoso estudio de los movimientos del objeto de Tunguska a través de la atmósfera, debió ser visto por primera vez cuando se hallaba a una altura de unos ciento treinta kilómetros.


Nave nodriza extraterrestre

Los testigos vieron un tubo ardiente "que brillaba en forma intensa con una luz blanco-azulada". La zona de entrada de la atmósfera se encuentra a esta misma altura; al pasar a través de estas capas superiores cualquier objeto de tamaño regular, como una nave espacial, adquiere una capa de plasma que produce un resplandor luminoso semejante a un meteorito.

Hay indicios muy firmes, por tanto, que indican que la explosión de Siberia puede explicarse por la presencia de un vehículo extraterrestre. A pesar de que las pruebas no son completas y no pueden considerarse absolutamente concluyentes los de cubrimiento de la astrofísica y la astronomía modernas, en particular, en tomo a la posibilidad de que exista vida en otras partes del Universo, proporcionan una nueva perspectiva desde la cual, esta teoría aparece cada vez más aceptable y lógica.              

                                ………………………………………………………………


 LA EXPLOSIÓN

 A una gran altura sobre el Océano Índico, una inmensa masa cae desde el espacio atravesando la corteza de la atmósfera terrestre. A tan gran altura, no hay ruidos, casi no hay fricción; al no encontrar obstáculos, el objeto cae veloz hacia la Tierra.

Con una larga trayectoria curva, se dirige hacia el norte a velocidad supersónica atravesando el continente asiático, a gran altura sobre las cumbres del Himalaya. Atraído por la gravedad, entra en contacto con los estratos más densos de la atmósfera terrestre. Comienza a producirse un intenso calor friccional.

Su fulgor aparece por primera vez ante la vista humana sobre China Occidental en la madrugada del 30 de junio de 1908. Las caravanas que serpentean a través del desierto de Gobi hacen un alto y observan con pavor una bola de fuego que cruza el cielo. Luego, desaparece más allá de la frontera de Mongolia. Se introduce en las capas más densas de la atmósfera y resplandece por efecto de una temperatura de 2.760° C. más brillante que el pálido sol de la mañana. En la Rusia Central, un estruendo ensordecedor aterroriza a los habitantes de las pequeñas ciudades y aldeas, que constituyen los únicos habitáculos humanos en estas remotas y desiertas regiones. Una poderosa onda balística que precede a la masa descendente golpea el suelo. Los árboles son derribados, las chozas de los nómadas destruidas, los hombres y animales diseminados como si fueran partículas de polvo.

 A las 7.17 de la mañana, la Meseta Central Siberiana, cerca del río Tunguska, una región desolada y casi deshabitada, de turberas y bosques de pinos, se estremece bajo el impacto de una explosión cataclísmica.

 La detonación revistió tal violencia que el Centro Sismográfico de Irkutsk, situado a 800 kilómetros al sur, registró lo mismos temblores que si se tratara de un terremoto. Las vibraciones recorrieron cinco mil kilómetros y fueron recogidas por otras estaciones, en Moscú y en la capital del imperio zarista, San Petersburgo; el Observatorio Sismográfico de Jena, Alemania, a cinco mil ciento ochenta y cuatro kilómetros de distancia, registró fuertes choques sísmicos. Aun en lugares tan alejados como Washington y Java los sismógrafos se vieron activados por efecto del impacto.



Instantáneamente, una gigantesca columna de fuego se elevó en el cielo de un azul purísimo, alcanzando tanta altura que se hizo visible sobre el horizonte a los atónitos habitantes de varios pueblos siberianos situados a cientos de kilómetros de distancia; luego en el aire resonó el estampido de truenos que se escucharon a más de ochocientos kilómetros. El estruendo era tan intenso que algunos pastores que se hallaban más próximos al impacto quedaron sordos; otros sufrieron “shocks” y, aturdidos, quedaron sin habla.

Al tiempo que el brillante fuego se destacaba en el cielo, una abrasadora corriente térmica recorrió la taiga, o bosques del norte, arrasando las altas coníferas y provocando incendios que tardarían varios días en extinguirse. Los asombrados ciudadanos de Vanavara. un centro comercial que dista 60 kilómetros, trataban de proteger sus rostros de la intensa corriente, abrasadora. Segundos más tarde una onda de choque generada por el impacto recorrió el pequeño pueblo, levantando la tierra, derribando techos, destrozando ventanas y catapultando a la gente hacia arriba.


Tras-Siberiano

A una distancia de seiscientos kilómetros en dirección sur-suroeste, ráfagas huracanadas sacudieron puertas, ventanas y faroles en Kansk, una estación de ferrocarril del recién terminado Trans-Siberiano. En cosa de minutos, dos nuevas ondas de choque sacudieron el pueblo. La gente que trabajaba en las barcas cayó en el río, mientras más al sur, los caballos tropezaban y caían al suelo.

Cerca de Kansk, a bordo del Trans-Siberiano, los pasajeros aterrorizados por el estruendo ensordecedor casi se vieron despedidos de sus asientos. El tren sufría tremendas acudidas y vibraba con violencia sobre sus rieles. Cuando el asombrado maquinista se dio cuenta de que se ondulaban los rieles, aplicó el freno y el tren se detuvo con un chirrido. Cuando cesaron los temblores de tierra, el tren prosiguió basta la estación más cercana, donde el conductor y lo agentes de la estación inspeccionaron el convoy para asegurarse de que los pasajeros y la carga no habían sufrido daños.

En la región de Tunguska, al tiempo que masas oscuras de espesas nubes ascendían a una altura de más de quince kilómetros, se desencadenó una ominosa “lluvia negra”, como resultado de la súbita condensación de aire junto con el polvo y las partículas que había succionado hacia el cielo el torbellino formado en el vórtice de la explosión. Intermitentes rumores de truenos, semejantes al estruendo de artillería pesada, retumbaron a lo largo de toda la Rusia Central.

En San Petersburgo, situado a gran distancia hacia el oeste, nadie se enteró de la explosión ni se oiría hablar de ella durante muchos años. En un principio se creyó que las ondas sísmicas, que registraban los sismógrafos correspondían a temblores de tierra. En 1908, eran otros los problemas que preocupaban a la mayoría de los rusos, ya que su país estaba atenazado por tensione sociales que, finalmente provocarían el estallido de la Revolución. Desde su capital imperial, una ciudad elegante, cuyos lazos culturales con Europa demostraban el alejamiento del Gobierno con respecto a los problemas de sus ciudadanos, el zar Nicolás II mantenía un precario control sobre una nación dividida y, en muchos casos, desesperada.

Para superar la amenaza de revolución en 1905, Nicolás II hubo de permitir, muy a su pesar, la formación del primer parlamento ruso, la Duma; y las elecciones de 1907 habían llevado a él a muchos socialdemócratas y a veteranos de anteriores revoluciones contra la autocracia zarista. Por primera vez, Rusia poseía sindicatos -aunque no se les reconocía el derecho a la huelga- y una prensa moderadamente libre. Pero en las Universidades continuaba el descontento; entre aquellos hombres cuyas actividades políticas les habían llevado a la cárcel, había un joven estudiante de ingeniería forestal llamado Leonid Kulik, que llegaría a tener gran importancia en la solución del misterio de Tunguska.



Para muchos estudiantes, la nueva Duma parecía tan poco interesada en los problemas de Rusia como los Consejos del Zar. En los meses de junio y julio de 1908 las noticias que interesaban en San Petersburgo no eran las catástrofes como la explosión de Tunguska --que sólo apareció mencionada en los periódicos locales de Siberia- sino acontecimientos como la celebración de un duelo entre dos miembros de la Duma por diferencias políticas. El traslado de la capital de Rusia desde San Petersburgo a Moscú no tendría lugar basta 1918; mientras tanto el Gobierno permanecía aislado e indiferente a los desastres y misterios que tenían lugar en las vastas y desconocidas regiones orientales del país.

La espantosa miseria de esta tierra oprimida y su sentido misterioso y de promisión son evocados por Nicolás Gogol en su tragicómica obra maestra Almas muertas. Al describir el viaje de su héroe Chichikov a través de las estepas rusas escribe: “Yo te veo: un país sombrío, desierto y disperso... Así pues, ¿cuál es la fuerza misteriosa e incomprensible que me lleva hacia ti? ¿Por qué oigo constantemente el eco de tu lúgubre canto que va de mar a mar por toda tu inmensidad? ... Y ya que tú no tienes fin ¿no será en tu seno dónde nacerá un pensamiento sin fronteras?”.

En 1908, al otro lado del Pacifico, en los Estados Unidos, donde Teddy Roosevelt estaba cumpliendo el último año de su segundo mandato presidencial, pocas personas prestaban atención a los trastornos que sufría el lejano país del Zar. Ninguna noticia de la explosión de Siberia había llegado aún a los Estados Unidos. Lo cierto es que los norteamericanos estaban presenciando la aparición de una serie de máquinas nuevas que revolucionarían el transporte, las comunicaciones y la guerra en todo el mundo. Henry Ford acababa de lanzar su modelo T, el primer automóvil fabricado en serie; dentro de dos décadas, veinticinco millones de vehículos como ése recorrerían el paisaje de los EE. UU.

El Departamento de Defensa de Estados Unidos, después de desechar su primera carta considerándole un chiflado, decidió finalmente formar con el inventor Orville Wright un contrato para la construcción del primer avión militar. En agosto, su hermano Wilbur asombró a la prensa francesa al dibujar la figura de un ocho con su máquina voladora y permanecer en el aire ciento siete segundos en el hipódromo de Hunaudieres; y en septiembre, en Fort Myer, Virginia, Orville logró mantener su máquina en el aire durante una hora y cinco minutos. Dos años más tarde, el Gobierno de los Estados Unidos llevó a cabo las primeras experiencias de bombardeo aéreo.



Los científicos de todo el mundo, provistos de los últimos adelantos tecnológicos del siglo XIX, intentaban la tarea de interpretar el Universo al recién nacido siglo XX. Los astrónomos mediante la observación del sistema solar y de nuestra Galaxia a través de telescopios cada vez más. potentes habían recogido nueva y, a menudo, desconcertante información acerca del comportamiento de estrellas remotas y otros fenómenos cósmicos. En 1908, el Cosmos se consideraba todavía como básicamente estable y sin cambios; se creía que su “límite” era la Vía Láctea, que aún no había sido completamente cartografiada.

Los instrumentos meteorológicos, aún relativamente primitivos, se utilizaban para explorar la intrincada relación entre las manchas solares y los campos magnéticos terrestres, pero sin un conocimiento sólido de la Física Nuclear sus mediciones no podían ser perfectamente interpretadas. En este tiempo, Robert Millikan estaba haciendo sus trabajos iniciales en rayos X. y la hipótesis del “éter” acerca del espacio acababa de ser abandonada. Albert Einstein pronto haría cambiar radicalmente el concepto científico de espacio, tiempo y materia con su teoría general de la relatividad. El neutrón aún no había sido descubierto por James Chadwick. El Premio Nobel de Química de 1908 fue otorgado a Ernest Rutherford por su estudio pionero en radiactividad; él formularía pronto su teoría del núcleo atómico, que llegaría a ser uno de los conceptos fundamentales de la Física moderna.

Retrospectivamente el año 1 908 parece haber sido testigo de acontecimientos extraños e inexplicables, un período en que la gente dice haber visto extrañas luces moviéndose en la noche o capitanes que han informado de “nubes magnéticas” que descendían sobre sus barcos. Extraños “objetos volantes" eran observados mientras cruzaban el aire a velocidades fantásticas sobre Estados Unidos y Europa. Durante el verano, una “serpiente marina de setenta metros” apareció en el Golfo de México, frente a la península de Yucatán, y fue descrita detalladamente por los pasajeros de un navío.



Los científicos que observaban el cielo en 1908 se hallaban preparados para nuevos acontecimientos, pero mal equipados para identificarlos o interpretarlos, en especial un suceso tan complejo y sin precedentes como el que se desencadenó cerca del río Tunguska.

Aunque la noticia de la explosión no se babia publicado en la prensa estadounidense y europea y los científicos no sabían nada aún del suceso, los periódicos en 1908 abundaron en especulaciones acerca de los extraños fenómenos meteorológicos y perturbaciones magnéticas que siguieron al devastador impacto. En una crónica desde Berlín para el New York Times del 3 de julio se intentaba explicar los extraños colores que se habían observado recientemente en la Aurora Boreal:

Unas luces verdaderamente extrañas se observaron en los cielos del Polo Norte durante las noches del martes y miércoles. La difusa y brillante iluminación, blanca y amarilla, se mantuvo durante la noche para desaparecer al alba. Archenbold, director del Observatorio de Treptow, dice que, dada la extraordinaria brillantez del fenómeno, podría tener relación con importantes cambios ocurridos en la superficie solar, los cuales han podido producir descargas eléctricas. Sin embargo, el director Archenbold menciona un fenómeno similar ocurrido en 1883, que estuvo en relación directa con una erupción del volcán Krakatoa en el estrecho de la Sonda. Noticias de Copenhague y Konigsberg afirman que idénticas luces brillantes se han podido observar en estas ciudades, y se presume que fueron visibles en todo el norte de Europa.

Pero la erupción que tuvo lugar en 1883 en las Indias Orientales sólo guardaba paralelismo en su amplitud e intensidad; la explosión de Siberia en 1908 no fue volcánica, y la escala de tiempos y características físicas del fenómeno resultante de este suceso son totalmente diferentes -y en verdad, mucho más terroríficas y misteriosas- que las que provocó la erupción del Krakatoa.

La aparición de descargas atmosféricas poco usuales desataron un sinfín de especulaciones en Inglaterra al día siguiente de la explosión. “Hubo una ligera, pero notoria perturbación de los imanes en la noche del martes”, decía un editorial del rotativo londinense Times; pero esta interferencia magnética se asoció en un principio -erróneamente- con “perturbaciones solares” en lugar de relacionarla con la catástrofe de Siberia, que en ese momento aún no se conocía en Londres.

En un lapso de cinco horas después de la explosión, corrientes turbulentas de aire avanzaron hacia el oeste, hasta más allá del Mar del Norte, provocando fuertes oscilaciones en las estaciones meteorológicas de Inglaterra. Durante un lapso de veinte minutos en seis estaciones situadas entre Cambridge, 80 kilómetros al norte de Londres, y Petersfield a noventa kilómetros al Sur, los barómetros registradores, recientemente inventados, registraron repentinas fluctuaciones de presión atmosférica. Los desconcertados meteorólogos dedujeron que en alguna parte del mundo había ocurrido una gran perturbación atmosférica; pero no fue sino dos décadas después cuando las primeras noticias de la devastación que se había producido en la región de Tunguska llegaron a la prensa de Londres, que descubrió que los registros barográficos de 1908 coincidían con la asombrosa explosión rusa del mismo año, y que las masas de aire dieron dos veces la vuelta al mundo.

Pero más sorprendente tal vez que lo inexplicados efectos sobre los campos magnéticos de la Tierra y las poderosas ondas de vientos asociadas con el impacto, fue la aparición, a una gran altitud, de masivas y luminosas "nubes plateadas" que cubrían Siberia y todo el norte de Europa. La luz era tan intensa que, durante varias noches después del suceso, en algunos lugares se podían tomar fotografías a medianoche y los barcos resultaban claramente visibles en el mar a millas de distancia. Un científico ruso describió las gruesas capas de nube luminosas como “iluminadas por una luz amarillo-verdosa que algunas veces cambiaba a un tono rosáceo”. Y agregó: “es la primera vez que veo un fenómeno de tales características”.

Por otra parte, durante varias emanas se observaron nubes de polvo de gran tamaño y fantásticos espectáculos nocturnos por todo el Continente, incluso en un país situado tan al sur como España. El 30 de junio, día de la explosión, un científico vio en Holanda “una masa ondulante” que pasaba por el horizonte, hacia el noroeste. “No se trataba de una nube -declaró- porque el mismo cielo azul parecía ondular.” Esa misma tarde, un astrónomo de Heidelberg observó que al tratar de fotografiar las estrellas sus placas resultaban veladas por la anormal luminosidad del cielo. En Amberes, después del ocaso, el horizonte parecía estar encendido en el norte.

En 1930, en el Royal Meteorological Society Quarterly Journal. Spencer Rusell se refería a los extraños colores que observó sobre Inglaterra en las noches del 30 de junio y 1 de julio de 1908:

Una fuerte luz anaranjada se hizo visible por el norte y noroeste... provocando una anormal prolongación del crepúsculo que duró hasta el amanecer del 1 de julio, cuando por el este, el cielo presentaba un color verde intenso con tono amarillo oro... Todo el cielo del norte durante estas dos noches, desde el horizonte hasta una altura de 40° el cielo presentaba en el norte un color rojo difuso que variaba desde el rosa hasta el carmesí intenso. Había una total ausencia de centelleos o brillos mortecinos, y ninguna tendencia a la formación de luces llameantes o arcos luminosos, característicos de los fenómenos de las Auroras Boreales... El crepúsculo se prolongó hasta el amanecer y no hubo real oscuridad en esos dos días... Del fenómeno se informó desde varios lugares del Reino Unido y en el continente, en Copenhague, Konigsberg, Berlín y Viena.


Representación de la erupción del volcán Krakatoa, año 1883

De acuerdo con el Times de Londres del 4 de julio de 1908, los “notables resplandores rojizos que últimamente se han visto por la noche han llamado de forma poderosa la atención y han sido observados sobre un área que se extiende hasta Berlín”. La causa se atribuye a “determinadas condiciones atmosféricas ', tal como ocurrió después de lo de Krakatoa, aunque no se ha informado de que haya ocurrido en fecha reciente ninguna erupción volcánica de violencia extraordinaria”. El Times señalaba que los resplandores “anormales” sólo aparecían en el cielo después del crepúsculo: el cielo se oscurecía en forma parcial para luego iluminarse con “colores profundos y misteriosos”.

El 5 de julio, en un reportaje del New York Times desde Londres con el título “Como en el amanecer, a medianoche”, un corresponsal escribía:

Después de puestas de sol de una belleza excepcional y de efectos crepusculares notables, incluso en Inglaterra, a medianoche, el cielo se volvía de un color azul claro, como si comenzara el alba, adquiría un color rojo tan intenso que en las comisarías de policía se recibían llamadas de personas que creían que se había declarado un gran incendio en el norte de Londres.

En los suburbios de Londres la gente salía a las calles para presenciar el pavoroso fenómeno cósmico. En Huntingdon, al norte de Londres, una mujer escribió al Times, alarmada por la intensa luz nocturna, relatando que poco después de la medianoche del 1 de julio el cielo estaba tan brillante que "era posible leer dentro de la casa, y que las manecillas del reloj de mi habitación resultaban perfectamente visibles. Una hora más tarde, hacia la 1.30 de la madrugada, la habitación estaba iluminada como si fuera de día; la luz del cielo era entonces más difusa y de un amarillo más pálido". Y terminaba diciendo: "Yo no había visto jamás nada siquiera parecido en Inglaterra, y sería interesante que alguien pudiera explicar la causa de un espectáculo tan inusitado”.

Pero ninguna explicación satisfactoria se ofreció al interrogante planteado por esta mujer. El silencio acerca de la naturaleza de los increíbles espectáculos nocturnos que podían verse en Europa y el enigma de la gran explosión de Siberia no se rompería durante más de una década.


 ………………………………………………………………………

Y llegó el fuego y destruyó el bosque, los renos y los almacenes. Después, cuando los tunguskos fueron a buscar el rebaño, sólo encontraron esqueletos de renos calcinados.

Testigo de la explosión de Siberia de 1908

Estaba sentado en el porche mirando hacia el norte cuando, de pronto, hacia el noroeste, surgió un gran resplandor de luz. Era tan intenso el calor que... mi camisa casi se quemó en mi espalda. Distinguí una inmensa bola de fuego que cubría el cielo en su mayor parte... Después e oscureció y al mismo tiempo sentí una explosión que me lanzó a varios metros del porche. Perdí el conocimiento...

Testigo situado a 70 kilómetros de la explosión de Siberia

Después del terrible resplandor --que más tarde comprendió el padre Kleinsorge, le recordaba algo que había leído cuando era niño acerca de un gran meteoro que había chocado con la Tierra-, tuvo tiempo (ya que estaba a dos mil metros del centro) para experimentar un pensamiento: Ha caído una bomba directamente sobre nosotros. Entonces, durante algunos segundos o minutos, perdió el conocimiento.

Sobreviviente de la explosión de Hiroshima en 1945, de Hiroshima de John Hersey

 …………………………………………………………………………………..

 LA EXPEDICIÓN A TUNGUSKA

Casi inmediatamente después de llegar a Petrogrado, Kulik comenzó a planear la próxima y más importante expedición a Siberia. Después de su informe a la Academia de Ciencias sobre el incompleto viaje de 1921, y durante los próximos seis años, Kulik continuó recibiendo nuevos datos de otros investigadores y declaraciones de otros testigos oculares, a la luz de los cuales, la explosión parecía haber sido más potente de lo que él había imaginado. Estos informes confirmaron su creencia de que el epicentro, o punto de caída, se hallaba al norte, en la región del río Tunguska; pronto se convenció de que un reconocimiento completo de esta área, preferiblemente a comienzo de primavera, cuando el clima era, por lo menos, tolerable, revelaría la verdadera naturaleza de la extraña detonación y le permitiría separar los hechos auténticos de la ficción en lo numerosos rumores que circulaban.




Algunos otros científicos que estaban trabajando en la región de Tunguska recogieron interesantes, y a veces aterradoras, historias de la población local, los tunguskos. S. B. Obruchev, un geólogo que llevaba a cabo investigaciones a lo largo del río Tunguska en el verano de 1924. encontró un sentimiento tan fuerte de temor supersticioso entre los nativos con respecto a la explosión, que pensó que se trataba del impacto de un gran meteorito y escribió: “Para el pueblo tungusko, el meteorito parece ser sagrado y ocultan cuidadosamente el sitio donde cayó”. Como Kulik comprobaría en su segundo viaje a Siberia, muchos tunguskos temían hablar acerca de la explosión y muchos otros negaban saber nada sobre el tema. Otros admitieron de mala gana a Obruchev que si viajaba durante tres o cuatro días hacia el nordeste de Vanavara hasta una zona salvaje y casi inaccesible cerca de lo río Chambé y Khushmo encontraría una zona muy extensa de “bosque arrasado”. Otros informes locales enviados a Kulik decían que, según lo tunguskos, por lo menos mil renos habían muerto y varios de sus poblados nómadas habían desaparecido a consecuencia de la explosión. “Un viento violento” arrasó la taiga, decían otros y “salió agua de la tierra”.

Una de las más impresionantes descripciones de los efectos de la explosión fue la que hizo Ilya Potapovich, un tungusko que luego sería el guía-jefe de la expedición de 1927. La terrible narración de Ilya Potapovich acerca de las experiencias de su hermano fue recogida en 1923 y enviada a Kulik por un geólogo llamado Sobolev que trabajaba cerca de la región:

Quince años atrás, el hermano (de Potapovich), que era tungusko y apenas hablaba el ruso, vivía en el río Chambé. Un día ocurrió una terrible explosión, de tan enorme fuerza que el bosque quedó arrasado a lo largo de muchas verstas en ambas orillas del río. La choza de su hermano fue arrasada hasta los cimientos, el techo se lo llevó el viento y la mayoría de los renos huyeron presas del pánico. El ruido ensordeció a su hermano y la conmoción que sufrió le causó una larga enfermedad. En el bosque arrasado se formó una fosa de la cual surgió una corriente de agua que fluyó hacia el río Chambé. El camino del Tunguska pasaba antes por ese lugar, pero ahora estaba abandonado porque había quedado bloqueado, intransitable y, además, el lugar despertaba el terror entre el pueblo tungusko. Desde el río Tunguska Podkamennaya a este Jugar el viaje duraba tres días, ida y vuelta, en trineo tirado por renos. Mientras Ilya Potapovich contaba su relato se refería en todo momento a su hermano que era el que lo había padecido. Su hermano se animaba y contaba enérgicamente algo en tungusko a Kartashov, golpeando los postes y el techo de su tienda y gesticulando para hacernos ver cómo había sido arrasada.

Según Akulina, la viuda del hermano de Ilya, a la que interrogó en 1926 el etnógrafo l. M. Suslov, toda la familia, que se encontraba dentro de la tienda fue lanzada al aire y varios de sus miembros quedaron aturdidos por la explosión. La tienda estaba situada a unos cuarenta kilómetros al sureste del lugar de la explosión. Cuando Akulina y su esposo se despertaron, continuaba el informe de Suslov, vieron "el bosque en llamas a su alrededor, con muchos árboles derribados. El ruido era ensordecedor". Suslov habló con un anciano tungusko que había compartido la tienda con la familia, y éste es su relato:

Vasily estaba durmiendo en el momento en que la tienda fue desgarrada y cayó hacia un lado por efecto de una fuerte acudida. No perdió el conocimiento. Dijo que había oído un trueno increíblemente prolongado y fuerte; el suelo se sacudió, los árboles en llamas caían y todo estaba en torno lleno de humo y niebla. Pronto el trueno cesó y el viento se calmó, pero el bosque continuó ardiendo. Los tres tunguskos salieron a buscar sus renos, que habían huido durante la catástrofe. Pero sólo pudieron encontrar a unos pocos.




A medida que continuaban los informes de los testigos presenciales, fue haciéndose evidente que, para los tunguskos, la catástrofe de 1908 era un castigo divino, la ira inexplicable de un dio vengador. Suslov, que estaba estudiando la cultura de los pueblos que habitaban el norte y centro de Siberia, y que había establecido una relación con ellos, se encontraba a menudo con hombres de las tribus que le contaban horribles historias de destrucción. En Strelka, un pequeño asentamiento comercial en el río Chunya, se encontró con unos niños tunguskos que vivían en una tienda en el río Avarkita en el momento de la explosión. “Una terrible tormenta, tan fuerte que era difícil tenerse en pie, derribó los árboles que estaban cerca de la choza", le contaron a Suslov "Por el norte apareció una gran nube y ellos creyeron que era humo".

En Strelka, Suslov habló con un grupo de cerca de sesenta tunguskos, que coincidieron no sólo en que la catástrofe des1908 había “aplastado” la taiga, matando a sus animales e hiriendo a algunos hombres, sino también en que el estallido “había provocado una enfermedad a los renos una especie de costras, que nunca habían sufrido antes de la explosión”.

La trayectoria de la bola de fuego y la posible localización del lugar del impacto habían sido estudiadas a mediados de los años 20 por A.V. Voznesensky, antiguo director del Observatorio

de Irkutsk. A partir de algunas de las informaciones obtenidas por Kulik y Obruchev, así como datos sísmicos de lrkutsk y otras estaciones rusas y observaciones de fenómenos acústicos a través de Siberia Central trató de determinar la trayectoria del objeto y el Jugar del impacto. Se dio cuenta de que la explosión había sido vista y oída por personas que vivían en una inmensa extensión geográfica, mayor que Francia y Alemania juntas. El ”resplandeciente objeto” había sido visto mientras cruzaba el cielo despejado por millares de personas, desde el borde sur de Siberia hasta la región de Tunguska, mientras que el ruido de la explosión, el fuerte estampido y el retumbar "como de trueno " fueron audibles en un radio de ochocientos kilómetros. De estos informes y de los datos sísmicos, estableció la hora aproximada de la explosión, las 7.17 de la mañana del 30 de junio de 1908. El lugar de la caída se hallaba al norte de Vanavara.




Yoznesensky lanzó la hipótesis de que la explosión había sido causada no por un solo meteorito, sino más bien por un grupo de ellos que “volaban en la misma dirección y fueron deshaciéndose gradualmente”. Las grandes ondas de aire fueron consecuencia de que “los fragmentos de los meteoritos” expandieran su energía sobre Siberia central, y el estampido y las vibraciones del suelo se debieron a “una masa muy considerable que cayó a tierra”'. Convencido de que una futura expedición descubriría en la región de Tunguska las huellas de un gigantesco impacto similar al Cráter del Meteoro en Arizona. Voznesensky concluía que:

...es altamente probable que quien investigue en el futuro el lugar en que cayó el meteorito de Khatanga Tunguska encuentre algo muy similar al Cráter del Meteoro en Arizona; o sea, que en dos o tres kilómetros a la redonda encontrará una masa de fragmentos que se separaron del núcleo principal antes de que éste cayera y también durante su caída. Los indios de Arizona aún conservan la leyenda de que sus antepasados vieron un resplandeciente carruaje que caía del cielo y penetraba en la tierra en el lugar en que se halla el cráter; entre los actuales tunguskos circula un relato similar acerca de una nueva piedra resplandeciente. Se negaron decididamente a mostrar esta piedra a los rusos que pretendieron investigar los acontecimientos en 1908. Sea lo que fuere lo que resulte de la investigación y la búsqueda del meteorito de Khatanga será un tema muy importante de estudio, particularmente si este meteorito pertenece al tipo de los meteoritos de hierro.

Los detallados testimonios que reunieron Obruchev y Suslov y los cálculos de Voznesensky sirvieron de gran ayuda para que Kulik pudiera convencer a la Academia de Ciencias Soviética - pese a que muchos de sus miembros no estaban convencidos de que las pruebas indicaban que se trataba de un meteorito--, para autorizar la primera expedición a la cuenca del río Tunguska. Así, en febrero de 1927 Kulik salió desde Leningrado (nombre con que Petrogrado fue rebautizado en 1924) con un ayudante investigador y viajó en el expreso trans-siberiano hasta Kansk y luego más hacia el este hasta la remota estación de Taishet. En cada uno de estos pequeños centros encontró otras personas que corroboraron que la "bola de fuego" se dirigía hacia el norte y que habían oído el “prolongado trueno” de su explosión. En Kansk, a unos seiscientos kilómetros al suroeste del río Tunguska, las personas habían sentido en las calles “un estruendo subterráneo. Dentro de las casas, los objetos colgantes se balanceaban, la loza se rompió y en una casa golpeteaban los postigos interiores de madera”.

Otras informaciones del distrito de Kansk hablaban de barqueros arrojados al río y de caballos derribados por la fuerza del estruendo y los temblores de tierra. En Taishet, a unos ciento cincuenta kilómetros de Kansk, los edificios y postes de telégrafo se estremecieron, las puertas de las casas se rompieron y cayeron objetos al suelo.

En marzo. después de reunir provisiones y equipo, Kulik y su ayudante comenzaron el viaje hacia el norte de Taishet en busca del supuesto lugar de la caída. Aun ya bien adentrada la primavera, Siberia es uno de los lugares más inhóspitos de la Tierra, pero Kulik no tenía elección acerca de su itinerario. Si hubiera llegado antes, la zona hubiera resultado infranqueable a causa de la nieve. A mediados del verano la mayor parte de la taiga se convertía en un pantano donde las nubes de mosquitos atormentaban a los hombres y animales. Pero en marzo con el suelo firme aún bajo una delgada capa de nieve, se podía avanzar por la región, aunque ocasionales tempestades hacían que la temperatura descendiera hasta cinco grados centígrados bajo cero y podían convertir a cualquier expedición en una prueba de resistencia.



Kulik y su ayudante avanzaron en un trineo tirado por caballos a lo largo del río Angara hasta Keshma, una pequeña aldea en donde compraron más alimentos y provisiones. El terreno se presentaba cada vez más difícil, cruzado por riachuelos, barrancos y empinadas laderas. La alta latitud inutilizaba sus brújulas. Los mapas eran inexactos, cuando lo había. Finalmente, en los últimos días de marzo llegaron a Vanavara, en el río Tunguska. Último alto antes de ingresar en la vasta extensión de la taiga, este pequeño reducto consistía en algunas casas, puestos de comercio y calles fangosas. Kulik contrató a Ilya Potapovich, el tungusko, y su guía y su ayudante comenzaron a interrogar a la población local acerca de la explosión.

Kulik obtuvo interesantes relatos de varios habitantes de Vanavara acerca de la explosión, que se referían especialmente al calor abrasador y a las ondas de choque. En la mañana del 30 de junio de 1908 el granjero S. B. Semenov estaba sentado en el porche abierto de su casa, mirando hacia el norte, cuando de pronto vio un "gran resplandor luminoso" sobre el horizonte, en el noroeste. He aquí su descripción:

Hacía tanto calor que ya no podía quedarme donde estaba. Mi camisa casi se desprendió, quemada, de mi espalda. Vi una enorme bola de fuego que cubría gran parte del cielo. Sólo tuve un momento para advertir su tamaño. Después, el cielo se oscureció y al mismo tiempo sentí una explosión que me lanzó a varios metros de distancia. Perdí el conocimiento durante algunos momentos y al recuperarme oí un gran estruendo que sacudió la casa y estuvo a punto de desgajarla de sus cimientos. Los cristales y el armazón de la casa se estremecieron y en medio del lugar que ocupaba la choza se abrió un gran agujero.

Al mismo tiempo, P. P. Kosolapov, un vecino que se hallaba trabajando cerca de la ventana de la casa sintió que sus orejas se quemaban por efecto de “un poderoso calor”. Se llevó las manos a ellas y preguntó a Semenov si había visto algo.

"¿Cómo no lo iba a ver? - respondió Semenov-. Sentí como si hubiera sido aprisionado por el calor." Kosolapov entró en la casa y de pronto "se oyó un gran estampido de trueno y cayó barro del techo, una puerta de la estufa voló y un trozo de cristal de la ventana se desprendió y cayó en la habitación”.

A pesar de que Kulik no había oído nunca que tales fenómenos tuvieran relación con las caídas de meteoritos, creía que se debían al gran tamaño del meteorito y a la liberación de energía producida por su colisión con la tierra. Se equivocaba, pero en aquellos momentos, ni él ni los demás científicos tenían suficientes conocimientos como para poder explicar este tipo de fuego radiante.

Tal como les había sucedido a otros investigadores anteriores, Kulik encontró que los tunguskos preferían no hablar de este suceso. Algunos eran abiertamente hostiles. En forma gradual, fue conociendo los detalles de una nueva religión que había nacido entre algunos habitantes de la taiga después de la explosión, y según sus normas, los tunguskos se negaban a ayudar a quienquiera que intentara acercarse al lugar de la caída. El objeto resplandeciente, decían, era una visita del dios Ogdy (Fuego), que había maldecido la región derribando los árboles y matando a los animales. Ningún hombre se atrevía a acercarse al lugar de la caída para no caer en la maldición del fuego de Ogdy. Circulaban historias acerca de manadas de renos sacrificados para aplacar al dios y rumores de que Ogdy impediría el deshielo, enojado por los intrusos, si éstos le molestaban.



Estas historias aumentaron aún más los deseos de Kulik de visitar personalmente la zona de la explosión. Al día siguiente de su llegada a Vanavara, él y Potapovich trataron de internarse en la taiga montados a caballo. No existían caminos hacia el bosque. Regresaron a Vanavara y Kulik continuó entrevistando a sus habitantes y preparándose para el largo viaje hacia la espesura de la taiga. El 8 de abril, Kulik, su ayudante e Ilya Potapovich salieron con sus bagajes y caballos por el sinuoso sendero que corría paralelo al rio Tunguska. Cuando llegaron a la cabaña de Okchen, un tungusko amigo, en el rio Chambé, todos estaban exhaustos, con síntomas de escorbuto por falta de comida adecuada y aquejados de infecciones que habían contraído en los pestilentes pantanos que habían debido atravesar. Kulik y su compañero no habían experimentado nunca antes tan duros sufrimientos, pero daba energía para proseguir.

Supieron, por los tunguskos, que se hallaban próximos al comienzo del bosque devastado, el borde del área de la explosión. Después de descansar durante una noche, cargaron su equipo a lomos de renos y salieron por la orilla del Chambé; luego dejaron el rio y tomaron rumbo norte. Dos días más tarde cruzaron el rio Makirta, un afluente del Chambé. Era el 13 de abril. El borde de Makirta la pequeña expedición contemplo una visión increíble: las primeras señales de la enorme explosión.

 ……………………………………………………………………………

 ¿ANTIMATERIA O AGUJERO NEGRO?

Las pruebas abrumadoras que demostraban que en Siberia se había producido una explosión atómica en 1908, impulsaron a algunos científicos a tratar de encontrar una explicación natural en las zonas más abstractas de la Física y de la Astronomía teóricas. Si esta explosión no se podía atribuir a ningún objeto cósmico ordinario, ¿era posible que alguna forma desconocida y extremadamente peligrosa de materia extraterrestre hubiera penetrado nuestra atmósfera, produciendo una detonación equivalente a una energía nuclear de 1023 ergs. y sin dejar la más mínima huella física tras de sí?

“Está fuera de toda duda que el objeto cósmico de Tunguska no pudo haber sido un cometa --escribió el geofísico Zolotov expresando la opinión de muchos de sus colegas-. Tampoco pudo haber sido un meteorito normal de hielo, piedra o hierro. El objeto de Tunguska representa un fenómeno de la naturaleza, aún desconocido y mucho más complicado de lo que se ha encontrado hasta ahora.”



El experto en temas espaciales Felix Zigel, comentó: “A pesar de los grandes avances de conocimientos en la estructura de la materia, estamos lejos aún de conocer todo acerca de las propiedades internas de la materia y acerca de las condiciones bajo las cuales puede ser liberada la energía nuclear. Lo único que sabemos es que el 30 de junio de 1908, la Tierra chocó con un cuerpo celeste y natural, si bien extraordinario y desconocido”.

¿Podría haber ido, por ejemplo, un pequeño cuerpo de antimateria la causa de la explosión? ¿O tal vez fueron los llamados “agujeros negros”" lo causantes de la destrucción masiva de la taiga? Los teóricos modernos examinaron estos dos fenómenos cósmicos recientemente conocidos como una posible solución del enigma de Siberia.

Aún antes de que los primeros experimentos confirmaran parcialmente la existencia de la antimateria, su presencia en el espacio había sido supuesta en los años 30 por el físico y Premio

Nobel P. A. M. Dirac y más tarde imaginada por escritores de ciencia ficción como Jack Williamson, quien en su libro Seetee Shock lo utilizó como elemento en un profundo drama cosmológico. La premisa de la antimateria es simple y lógica. ¿Por qué, se preguntan los físicos no podría haber, flotando en el espacio libre, átomo en los que las cargas eléctricas de las partículas están invertidas, átomo en los cuales las partículas con carga positiva (positrones) giran alrededor de un núcleo con una carga negativa, en vez de ser las partículas negativas las que giran alrededor de un núcleo positivo, como en los átomos terrestres? Si un fragmento de antimateria entrara en contacto con un objeto terrestre ambo quedarían instantánea y totalmente aniquilados.

Según algunos físicos y astrónomos la antimateria podría ofrecer una explicación natural para muchos fenómenos inexplicables.

 En los desiertos de todo el mundo, por ejemplo, se han encontrado grandes trozos de material fundido de aspecto vidrioso y color amarillo verdoso que son casi idéntico a lo que aparecen en puntos de caída de meteorito. Se han recogido muestras en Libia, Australia, y a lo largo del centro y sur de África. Pero no se han encontrado huellas de los meteoritos que pudieran haber provocado tales depósitos.

A lo largo de la llanura costera de Carolina del Sur y en otros lugares de la costa este de los Estados Unidos se encuentran millares de depresiones de forma ovalada y poco profundas, conocidas por el nombre de “Bahías de Carolina”. Desde el aire, estas bahías son a menudo muy notorias. “Los geomorfólogos no han encontrado explicaciones satisfactorias para estas curiosas formaciones naturales”, dice respecto a ellas la Encyclopaedia Britannica.

Hacia el norte de Virginia. en el corazón del gran pantano del Dismal, se halla el lago Drummond, en una depresión, ovalada y quemada por la turba que forma el pantano. Los indios dicen que un “pájaro de fuego” originó la depresión y los científicos han sugerido que un meteorito fue la causa de la zona quemada que se extiende a través de la turba basta el fondo arenoso del lago, pero no se ha encontrado ningún objeto meteorítico en el lugar.

El 15 de septiembre de 1940, el New York Times informó: “En el momento en que el yate Rockit II, tripulado por cuatro personas pacíficas, atravesaba el estrecho de Long lsland cerca de Bridgeport, Connecticut, ayer por la mañana, una granada silbó por encima de la proa y estalló en el agua a cien metros de distancia”'. Los pasajeros declararon: “Primero se produjo el silbido, un ruido atroz. Un segundo más tarde, la explosión levantó una columna de agua de siete o diez metros. Era algo insólito en aquel estrecho siempre sereno ¡Y no había ni siquiera un bote a la vista, ni un avión!”. Investigaciones posteriores demostraron que ninguna granada de artillería podría haber explotado cerca del barco.

Todos estos incidentes fueron recogidos por publicaciones técnicas sobre lo meteorito como posible resultado de fragmentos pequeños de antimateria que hubieran golpeado la Tierra. Un pequeño meteorito de antimateria provocaría una explosión desproporcionada para su tamaño, luego se vaporizaría sin dejar huellas, excepto, posiblemente, cráteres enigmáticos similares a las “bahías de Carolina”, depósitos de arena fundida en el desierto, sucesos misteriosos como el que ocurriera en el estrecho de Long lsland. Asimismo, señalan algunos científicos, podría aportar una explicación plausible para los sucesos de Tunguska.

La teoría de la antimateria lanzada inicialmente en la edición de 1941 de Contributions of the Society for Research on Meteorites una de las más conocidas publicaciones internacionales en la ciencia de los meteoritos, llamó grandemente la atención y produjo también algunos desacuerdos. Lincoln La Paz. autor del artículo que se hallaba entonces en el Departamento de Matemáticas de la Universidad de Ohio y que más tarde llegaría a ser un notable experto en meteoritos en varias universidades norteamericanas, y cotraductor al inglés de varios escritos de Kulik sobre el fenómeno de Tunguska, ya había anticipado las objeciones más habituales a la teoría -que la antimateria explotaría en su primer contacto con la atmósfera terrestre- citando las conclusiones del físico V. Rojansky en el sentido de que “un meteorito de hierro contraterrestre (antimateria de hierro), de una forma aproximadamente cilíndrica y que cayera con su eje en posición vertical podría atravesar indemne la atmósfera terrestre… Si un meteorito de hierro contraterrestre, de un tamaño comparable a uno de los grandes objetos de hierro que se supone que han caído, llegara a chocar con la Tierra, se produciría una explosión extraordinariamente potente ya que, además de la gran cantidad de energía térmica resultante de la transformación de la energía cinética de la masa del meteorito, una gran cantidad de energía sería liberada a raíz de su aniquilación”.

Willard Libby, el químico norteamericano que había desarrollado la técnica de dotación del Carbono 14, publicó un ensayo en 1965 junto con Clyde Cowan y C. R. Atluri argumentando en favor de la teoría “antiroca”. “En la búsqueda de otros medios naturales por los cuales se pueda obtener una gran producción de energía nuclear --comenzaba el articulo-- no podemos encontrar otro que la aniquilación de la antimateria con los gases de la atmósfera.” Especulando acerca del vuelo de un bólido de antimateria a través del aire, manifestaban que “sólo una fracción del bólido se aniquilaría en el aire” y que podría permanecer “esencialmente sólido” hasta entrar en contacto con las capas inferiores, más pesadas, de la atmósfera, donde “la aniquilación continuada le transformaría al estado gaseoso y lo disgregaría por medio de una explosión”.

Resultado de esta explosión sería el aumento de carbono radiactivo en la atmósfera. Estimando que la cantidad de carbono 14 producida por la aniquilación de una pequeña antiroca podría ser comparable a la cantidad emitida en la atmósfera durante las últimas pruebas nucleares de la U.R.S.S. en Novaya Zemlya, Libby y otros científicos midieron los depósitos de los anillos de los árboles norteamericanos y encontraron que la cantidad de radiocarbono aumentaba después de 1908, aunque admitieran que existían ciertas “dudas” en esa prueba.

El escritor de ciencia ficción, Kazanev, aceptó también la teoría contraterrestre como una posibilidad, ya que no había razón por la que los visitantes marcianos de los que él hablaba no hubieran usado la antimateria como componente de sus naves o máquinas. Pero la mayoría de los científicos soviéticos rechazaron la idea de la antimateria, basándose en que lo meteoritos contraterrestres, si existían, no podían explicar los efectos físicos reales de la explosión de Tunguska.

El comité patrocinado por los Estados Unidos para informar sobre los objetos volantes no identificados, cuya dirección estaba a cargo de Edward U. Condon, examinó la teoría y acotó que una explosión de antimateria “tiene unas consecuencias mensurables. Cuando la materia y la antimateria entran en contacto se aniquilan mutuamente y producen rayos gama, kaones y piones. Si un meteorito de antimateria chocara con la atmósfera se producirían piones negativos. El núcleo de los átomos del aire circundante absorbería lo piones negativos y liberaría neutrones. El núcleo de nitrógeno capturaría a los neutrones y se convertiría en carbono 14. El radiocarbono, como el dióxido de carbono, se dispersaría por la atmósfera y seria absorbido por los organismos vivientes”.



El mismo informe continuaba: “La energía del bólido de Tunguska fue calculada por medio del estudio de la destrucción que ocasionó. Se calculó así la cantidad inicial de antimateria y la cantidad de dióxido de carbono radiactivo producido. Se analizaron las secciones de los árboles que crecieron en 1908. La conclusión de varios científicos es que probablemente el meteorito de Tunguska no estaba compuesto de antimateria”.

Pero para otros científicos occidentales, no familiarizados con el gran acopio de datos acumulados por los últimos investigadores soviéticos, la antimateria constituía una de las pocas explicaciones plausibles acerca de la explosión de Tunguska. Sin embargo, a esta teoría, se opuso luego otra hipótesis aún más extraña: que la explosión había sido el resultado de la colisión entre la Tierra y un “agujero negro”.



Ya en 1939, J. Robert Oppenheimer, una figura clave en el proyecto Manhattan que construyó la primera bomba atómica, había especulado acerca de otros estados de la materia creados por las presiones y temperaturas de una estrella en proceso de extinción.

La mayoría de las estrellas de tamaño normal, incluyendo a aquéllas del tamaño del Sol, finalmente se desvanecen, y mueren como una hoguera sus capas exteriores se derrumban en el núcleo moribundo hasta que se convierten en una densa bola de neutrones giratorios. ¿Ocurre lo mismo en el caso de las estrellas más grandes, muchas veces mayores que el Sol, desparramadas por todo el Universo? Oppenheimer creía que estas estrellas mayores se derrumbaban de una manera totalmente diferente y terrorífica. A medida que las capas interiores caían hacia adentro, toda ella se convertiría en una nueva forma de materia, de enorme densidad, llamada popularmente “agujero negro”. Una simple astilla de esta materia podría pesar millones de toneladas.

El científico británico John G. Taylor calificó al agujero negro, como “el objeto más extraño” y lo comparó con un “caníbal que se traga todo lo que se pone en su camino: una vez engullido por él, no hay posibilidad de escapar”. En un artículo del periodista Tony Osman en el Sunday Times de Londres, se sugería que un agujero negro puede ser descrito gráficamente como "un aspirador cósmico, que succiona estrellas, luz, y cualquier otra cosa que se ponga en su camino.

Pero es algo más que eso. Un agujero negro es tan denso que ninguna de las leyes físicas conocidas puede aplicársele y nadie puede ni siquiera imaginar qué leyes podrían aplicársele.

Dentro de un agujero negro tenemos el origen del Universo de arrollado al revés.

Tales objetos podrían distorsionar la trama del Universo, absorbiendo rayos luminosos tan vorazmente que ellos mismos, y aun el espacio alrededor de ellos, se volvería invisible; en presencia de otra estrella atraerían gas y emitirían torrente de intensas radiaciones. En 1970 se estimó que el número de agujeros negros en el Universo podía ser de mil millones, con diferentes tamaños, algunos como nuestro Sol y otros, formados tal vez en el comienzo del Universo, no más grandes que una mota de polvo. Recientemente, por medio de un satélite artificial, los astrónomos han detectado rayos X emitidos desde la Constelación del Cisne; estas emisiones indican que, en una de sus estrellas binarias, Cyg X- 1, un supergigante azul, parece estar rotando alrededor de una estrella invisible, mucho más grande que nuestro Sol. Este vecino invisible, que se alimenta de la energía del Cyg X- 1, podría ser un agujero negro.

El redactor científico del New York Times ha expresado lo siguiente: “No hay nada en el arte del alquimista medieval, o en el del escritor de ciencia ficción contemporáneo que sea más extraño que el concepto del agujero negro”. En un artículo reciente se estudió la hipótesis de que un “diminuto agujero negro” penetró en Siberia, atravesó la Tierra y emergió en el Atlántico Norte. Esta idea la adelantaron en 1973 A. A. Jackson y Michael P. Ryan, ambos científicos de la Universidad de Texas, para explicar la explosión de la región de Tunguska. Si es que existen estos comprimidos “mini” agujeros negros, uno de ellos pudo haber chocado con la Tierra produciendo un efecto similar a una explosión nuclear, para después atravesar la Tierra como una bala hasta salir por el otro lado y continuar su trayectoria por el Universo.

Los expertos soviéticos en el suceso de Tunguska examinaron estas nuevas teorías, pero finalmente las rechazaron porque no concordaban con las evidencias reales. La gran cantidad de testimonios de testigos, complementada con los descubrimientos de varias expediciones, eliminaba por completo la hipótesis de un agujero negro o de una partícula de antimateria.

Inmune a la fricción con la atmósfera terrestre, un agujero negro posiblemente hubiera golpeado sin aviso y hubiera dejado un profundo cráter impregnado de una intensa radiación. La ausencia de un cráter y de radiación intensa argumenta en contra de esta teoría, así como la forma y la velocidad del objeto que cayó en 1908.

Por los numerosos testigos que vieron el objeto antes de explotar en el cielo, sabemos que era de un tamaño considerable y de una marcada forma “cilíndrica”, como un tubo. Algunos lo describieron como semejante a “una chimenea”. Este “alargado objeto resplandeciente” brillaba con una luz “azul-blanquecina” más intensa que el Sol y dejaba en el cielo una ancha cola de humo multicolor. En su descenso en la región de Tunguska, el objeto creó una gran onda balística que era, según los expertos. exactamente igual a la onda de aire de un misil.

La velocidad de este objeto cilíndrico en forma de proyectil se creía en un comienzo que era de aproximadamente cincuenta o sesenta kilómetros por segundo, principalmente, en razón de la gran fuerza cinética de la explosión; pero el geofísico soviético Zolotov hizo con posterioridad un cálculo más ajustado de su velocidad. Mediante la comparación del efecto de la onda balística y de la explosión en los árboles de la región calculó que, poco antes de la explosión, la velocidad no era de más de dos o tres kilómetro por segundo unos diez mil kilómetros por hora.

El profesor Zigel indica que los testigos vieron el objeto sobre sus cabezas y oyeron su estruendo ensordecedor simultáneamente, lo cual sólo podía ser posible si la velocidad del objeto era poco mayor que la del sonido, o sea, aproximadamente un kilómetro por segundo. Si el objeto hubiera atravesado la atmósfera a una velocidad de cincuenta o sesenta kilómetros por segundo, "los testigos lo hubieran visto primero y sólo más tarde hubiera escuchado el ruido, al igual que el trueno se oye después de contemplar el resplandor del relámpago". La velocidad final no podía ser más que de algunos kilómetros por segundo, concluye Zigel, pues de otro modo lo testigos no hubieran podido obtener una impresión visual concreta de la forma del objeto.

Ni la tesis de la antimateria ni la del agujero negro podrían explicar el lento descenso del objeto tubular que dejó una estela ardiente, las explosiones distanciadas, la extraña disposición de los árboles derribados, el repentino crecimiento de la vegetación después del impacto, la clara evidencia de la explosión en el aire antes que en tierra, o el conjunto de factores que habían contribuido previamente a descartar las teorías del cometa o del meteorito. Lo hechos conocidos parecían frustrar todos los intentos de los científicos para explicar el suceso de Tunguska en término de algún fenómeno natural.

 

……………………………………………………………………

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu colaboración expresando un punto de vista sobre este tema. Una vez moderado,tu comentario aparecerá en el blog.