Neil Armstrong: Una hora después del alunizaje empezamos a recoger muestras de rocas. Y nos movimos alrededor del «Águila». Caminamos unos diez minutos y, al llegar al pie de una elevación de unos 90 pies de altura (menos de 30 metros), nos encontramos con lo inimaginable... ¡Unas edificaciones salieron de la nada!
¿Por qué los americanos ya no quieren enviar ninguna misión tripulada a la Luna? En teoría, el satélite natural de la Tierra debería servir como trampolín hacia otros planetas: Construir bases en la Luna entraría toda lógica y desde ahí, enviar naves tripuladas a Marte…
Justamente ahora cuando el rover Perseverance, de la misión Mars 2020, ha llegado a suelo marciano, (18 de febrero de 2021); es el momento que curiosamente la NASA ha fijado como objetivo la colonización de Marte y alguien debería reflexionar… ¿Qué ocurre con la Luna? Tan solo los chinos se preocuparon por enviar a nuestro satélite natural una sonda, la Chang'e-5, alunizando con éxito (3 de enero de 2019) en el cráter Von Kármán, situado en la cara oculta.
Posiblemente algo ocurrió tras el último viaje del Apolo 17, aquel lejano 11 de diciembre de 1972. Podría decirse que este es un punto de inflexión en la carrera espacial norteamericana… ya que desde entonces se cortaron todas las misiones lunares. Han pasado 48 años desde aquella fecha y la única razón oficial que se esgrime es la económica, por un coste de aproximado de 150.000 millones de dólares actuales.
Sin embargo, Neil Armstrong y Buzz Aldrin, (Apolo 11, 20 de julio de 1969), caminando sobre el suelo lunar, habrían hallado unas edificaciones de origen extraterrestre abandonadas miles de años atrás; como el mismo Armstrong reconoció en una reunión en su casa de Baton Rouge, Luisiana. Y curiosamente, tal vez esa sea la verdadera razón para no volver a la Luna…. quizás porque alguien tomo la extraña decisión de destruir aquellas construcciones no terrestres, hacerlas desaparecer a los ojos humanos.
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Del libro La gran catástrofe amarilla, de JJ Benítez
Al regresar al Costa Deliziosa me aguarda una interesante sorpresa. Blanca ha recibido un informe de uno de mis «contactos». En este caso se trata de Agustín Ceva (estoy autorizado a revelar su identidad). Vive en Arabia Saudita. Hace tiempo me confesó algo sorprendente. Traté de viajar a Riad para conversar con él, pero fue imposible. Arabia Saudita no me autorizó a entrar en el país. Visité la embajada, en Madrid, y expuse mis intenciones.
Negativo. Los esfuerzos de Agustín, reuniendo la documentación exigida para mi visita, fueron igualmente estériles. Negativo. Siempre negativo. Y decidimos encontrarnos en algún lugar de Europa. Pero, mientras llega ese momento, solicité a mi amigo que hiciera un relato pormenorizado de lo que «vivió» en primera persona. Blanca, como digo, lo ha recibido hoy —27 de enero— por correo electrónico, a las 17:24 horas. Me limitaré a transcribir el mensaje, tal y como ha llegado:
...Fue a finales del invierno del año 1979... Terminábamos de merendar una pizza en el Ratskeller, un icónico restaurante... Me encontraba en la compañía de David, un compañero de clase... Al salir del lugar, David se encontró con Erick. Y mi amigo me lo presentó:
—Es el hijo de Neil Armstrong —aseguró—. El astronauta...
Y repliqué:
—Hi!... Nice to meet you! (¡Hola! ¡Encantado de conocerte!)
No hubo apretón de manos. Erick era un veinteañero de mi estatura (1,65-1,67 metros), con lentes y de rostro amable. Hacía matemáticas y yo bioquímica. Le transmití mi sincera admiración por su padre y Erick dijo algo que me sorprendió:
—Tal vez, con un poco de suerte, te pueda presentar algún día a mi papá.
Pocas semanas más tarde volví a coincidir con el hijo de Armstrong en uno de los senderos de la universidad. Nos saludamos y comentamos lo difíciles que eran los exámenes. Y Erick explicó que, después de los exámenes, él y un reducido grupo de amigos irían a Baton Rouge, a la casa de su familia, con el fin de conocer a su padre. Si tenía interés podía unirme a ellos.
—Sería fantástico —respondí sin titubear—. Por supuesto que me uno.
Me dijo que él contactaría con David para perfilar los detalles de la visita... A los pocos días, Erick organizó el viaje... Seríamos cuatro los que tendríamos la fortuna de conocer a Neil Armstrong... Me sentí feliz. Neil era una leyenda... El viaje fue programado para el famoso Spring Brake, un periodo de vacaciones de una semana... Iríamos un jueves por la tarde y regresaríamos el viernes... Baton Rouge quedaba a dos horas escasas de Nueva Orleans... Saldríamos desde Tulane (la universidad) para llegar a Baton Rouge hacia las cuatro de la tarde...
La idea era tener el encuentro con Neil entre las cinco y las siete... Podríamos conversar con él. Antes del viaje, Erick nos dio algunas instrucciones: nada de fotos y autógrafos y tampoco grabadoras. No podíamos tomar notas de lo que dijera... No debíamos hablar con la prensa sobre la reunión... Sería un encuentro entre amigos... Y solicitó que no hiciéramos preguntas que pudieran comprometer la seguridad o la confidencialidad... En lo personal, yo había decidido no hacer preguntas... Naturalmente, acepté las condiciones.
Baton Rouge, Luisiana |
Llegamos a Baton Rouge, capital de Luisiana, y en cosa de treinta minutos estábamos frente a la casa del astronauta... Tengo un vago recuerdo de la mansión... Tenía un portal blanco, con unas escaleras de subida... La sala era espaciosa y elegante... Lo más impactante fue ver en una de las paredes una espada con una gema verde, una esmeralda... Me acerqué. Estaba encerrada en una urna... En la base se leía: «William I» ... Erick me sacó de dudas:
—Esa espada —explicó— se la regaló la reina Isabel de Inglaterra a mi papá por su hazaña en la Luna.
Poco después de las cinco de la tarde vimos aparecer a Armstrong. Lo hizo por una puerta lateral... Se hizo un silencio casi religioso... Y en tono sereno y cordial saludó:
—¡Hola, chicos!
Respondimos con un «hola». Y el hombre se disculpó por el retraso... La culpa era de la lluvia... Acto seguido, Erick dijo:
—Tengo el orgullo de presentarles a mi padre, el señor Armstrong.
Neil Armstrong |
Y Neil fue estrechando la mano de cada uno de nosotros... Fue un acto breve pero emotivo... Pude mirarle a los ojos... Eran de un azul claro...
Transmitía vida y mucha calma interior.
Sin más, y mientras tomábamos un refresco, el astronauta se dirigió a los cinco y explicó que, aunque había contado el viaje y el alunizaje una infinidad de veces, también sucedieron cosas que no se esperaron y que cada vez que las recordaba le producían una fuerte sensación... Era como si las estuviera viviendo de nuevo... Fue como un aviso… Mi intriga creció... Y pensé que se refería a detalles técnicos de la misión.
Y anticipó que lo que iba a contar no era de dominio oficial y mucho menos público...
Con voz suave —casi como un susurro— reveló que a partir del
segundo día de vuelo observaron cómo un objeto los escoltaba a media milla (800
metros) de distancia.
—Se veía claramente su forma ovalada —aseguró—. No era muy grande, pero su brillo y movimiento eran incuestionables.
Armstrong reportó el avistamiento a Cabo Cañaveral, pero los mandos le dijeron que siguiera con el plan de vuelo inicial y que estarían pendientes de lo reportado... Neil, al parecer, se molestó por el hecho de que la NASA no diera importancia a lo que estaban viendo.
El objeto los acompañó hasta el momento de la separación del módulo en el que se hallaba Collins...
—A medida que nos acercábamos al lugar del alunizaje (mar de la
Tranquilidad) —prosiguió Neil— vimos otras luces.
Ocurrió en tres ocasiones. Se movían con rapidez. Los observamos en el
horizonte y por debajo del «Águila». Lo reportamos a Houston,
pero no respondieron. Únicamente dijeron: «No se preocupen de eso...
Concéntrense en el alunizaje».
Armstrong aseguró que, para entonces, tanto Aldrin como él se daban cuenta de que no estaban solos en la Luna y, aunque con cierto temor, no les quedaba más remedio que seguir con la misión, confiando en que «aquello» no interferiría en su trabajo... Y Armstrong reconoció igualmente «que estaban nerviosos» ...
Relató con detalle lo que iba sintiendo a medida que estaba a punto de abrir la escotilla... Fue una extrema emoción... Se hallaban frente a una «infinita inmensidad negra plagada de estrellas» ...
Cuando puso el pie en la Luna sintió que la más grande hazaña del ser humano se había cumplido y él, en particular, era consciente de que representaba a toda la humanidad... Su emoción era enorme, pero estaba entrenado para sujetarla.
Lo que pasó a contar a continuación nos dejó estupefactos:
—Al girar mi cuerpo, por la derecha, a la altura de mi hombro, a un
cuarto de milla (unos 450 metros) me impactó ver de golpe cuatro OVNIS suspendidos
en el aire y a cosa de 30 metros de altura, aproximadamente. Eran de igual
tamaño y forma. Lanzaban luces azules, blancas y rojas. Aparecían en perfecta
formación.
Nos dijo que no daba crédito a lo que estaba viendo y pidió a Buzz que mirase... El tono de Armstrong, al contarlo, era de asombro.
Uno de nosotros no pudo contener la curiosidad y preguntó si el avistamiento de los cuatro OVNIS fue reportado a la NASA y por qué no se escuchó nada en las transmisiones. Neil respondió que, conociendo la importancia de lo que estaban viendo, mantuvieron la calma y cambiaron a la frecuencia de emergencia, en la que sí lo reportaron.
En esos momentos, el astronauta hizo una pausa y se alejó hacia la cocina... No sabíamos si la charla había terminado... Y empezamos a conversar entre nosotros —asombrados—, preguntando a Erick sobre lo expuesto por su padre... El muchacho fue prudente.
Diez minutos después vimos retornar a Neil... Se sentó de nuevo y manifestó:
—Lo que les he contado —y voy a contar ahora— no puede ser divulgado. Es sólo para ustedes y para alguien muy cercano y de absoluta confianza. Yo les cuento porque Erick me lo ha pedido.
Y prosiguió su relato:
—Los OVNIS se mantuvieron allí unos diez minutos. Después se separaron suavemente por el lado izquierdo y desaparecieron. Una hora después del alunizaje empezamos a recoger muestras de rocas. Y nos movimos alrededor del «Águila». Caminamos unos diez minutos y, al llegar al pie de una elevación de unos 90 pies de altura (menos de 30 metros), nos encontramos con lo inimaginable...
El hombre que vio una Base Lunar Extraterrestre. (Canal Mundo
Desconocido)
FUENTE:https://www.youtube.com/watch?v=KYi-Pc6oWPA&feature=youtu.be
—¡Unas edificaciones salieron de la nada!
Estábamos mudos.
—¡Increíble! —prosiguió, al tiempo que se ponía de pie—. Estaban a unos cien pies (30 metros). ¡Eran ruinas! Mis ojos estaban a punto de saltarse de las órbitas y mi corazón muy acelerado. «¿Qué demonios es esto?» —me pregunté—. «¿Qué hace esto aquí?» Mi compañero y yo estábamos totalmente perturbados y al borde de un ataque de ansiedad. No sabíamos si acercarnos o no.
Las manos de Armstrong gesticulaban. Su emoción era notable, y explicó que la tensión fue tal que se olvidaron de cambiar a la frecuencia de emergencia. En otras palabras: su relato fue escuchado por mucha gente en la central de NASA, en Houston. Pero el comando central respondió «que no se preocuparan y que siguieran recogiendo muestras».
—Era evidente —matizó el astronauta— que los de Houston sabían con antelación de los edificios en ruinas y de la existencia de aquellas naves. Me sentí decepcionado y engañado.
—Claro que entramos. Había puertas y ventanas. Vimos dinteles que sostenían la mampostería. Había grandes espacios, como salones, pero todo en ruinas. Las paredes eran altas: de unos 12 pies (4 metros). La arquitectura —mayoritariamente— era de líneas rectas. Calculamos que el edificio podía tener entre 3.500 y 4.000 pies cuadrados (entre 1.166 y 1.333 metros cuadrados). Todo aparecía cubierto de polvo. Toqué las paredes. Eran gruesas y firmes. Supongo que el lugar fue abandonado hacía miles de años. Por supuesto, no se trataba de una formación natural. Era una edificación levantada con un propósito. Estuvimos en las ruinas unos 45 minutos.
Cuando se acoplaron con Collins le contaron lo que habían visto. Y Armstrong explicó que todo fue filmado.
—Cuando regresamos a la Tierra —confesó— los militares confiscaron las filmaciones y las fotografías.
Obeliscos sobre la Luna
Minutos después, Neil se excusó —estaba cansado— y se retiró.
Volví a conversar con Armstrong en una segunda oportunidad y ratificó todo lo dicho.
La información de Ceva confirma lo que ya sabía y que fue expuesto en «Mirlo rojo», uno de los documentales de Planeta encantado.
Por supuesto, Neil Armstrong no contó toda la verdad. No dijo, por ejemplo, que esas edificaciones en la superficie lunar fueron destruidas con armas tácticas nucleares por el Apollo 17 (1972). Por eso no se ha vuelto a la luna en cincuenta años. Sencillamente: está contaminada.
Nuevamente decido guardar silencio sobre las revelaciones de Armstrong. Sólo Blanca sabe de las importantes reuniones de Agustín Ceva con el primer hombre que pisó la Luna.
El barco zarpa a las 21 horas, rumbo a Perú. Y me pregunto: «¿Cuánto más nos ocultan los militares?».