Cuando las élites de la Humanidad Gliptolitica escaparon a las Pléyades: Las Piedras de Ica
Leyendo por primera vez el libro Existió Otra Humanidad, de J.J.Benitez es innegable que un montón de preguntas se agolpan en nuestra mente. De alguna forma los esquemas mentales, las enseñanzas y paradigmas establecidos desde el colegio se vienen abajo. Siempre nos han dicho que los seres humanos somos las únicas criaturas inteligentes que han surgido en el planeta azul tras miles de años de evolución.
Analizando estos
prolongados espacios temporales, podemos decir sin lugar a dudas que los seres
humanos somos los últimos inquilinos en llegar a este planeta, teniendo en
cuenta que los primeros signos de vida en la Tierra surgieron aproximadamente
hace ahora 4.000 millones de años en forma de organismos unicelulares hasta que
finalmente, esas formas primigenias, se
convirtieron en seres inteligentes dentro de una sociedad tecnológica.
Sin embargo, cuando se analiza el
extraordinario hallazgo del médico iqueño Javier Cabrera Darquea, los
cimientos de la historia terrestre se
tambalean considerando la magnitud del propio mensaje interpretado. Es conocido
que por razones del destino llegaron a
manos de Javier Cabrera una serie de piedras en las cuales se representaban
diferentes aspectos de una humanidad
anterior a la nuestra, descubrimiento que posteriormente fue difundido por
extraordinario periodista y escritor J.J.Benitez. Aquellos seres que
aparecían coincidieron hace millones de
años en el mismo espacio y tiempo que el de los dinosaurios a los cuales tenían
declarada la guerra, principalmente porque en ello se jugaban su propia
supervivencia. Hablamos entonces de una civilización de una antigüedad muy
lejana en el tiempo, situada por lo menos hace 200 millones de años y cuyo desarrollo técnico superaba al nuestro
actual (Sirva como ejemplo que en aquella civilización eran capaces de
trasplantar cerebros, del mismo modo que podían también trasvasar información cognitiva de unos cerebros a
otros, por lo cual, esa información acumulada durante toda una vida se
implantaba en otra persona sumándose a los del receptor.) Mediante el análisis
de las Piedras de Ica se ha podido comprobar que aquellos seres ya eran capaces
igualmente de realizar vuelos dentro de la atmosfera terrestre, utilizando para
ello grandes saurios voladores “domesticados” como puede verse en alguna de
esas piedras ó bien utilizando naves mecánicas que les permitían a su vez
vuelos interplanetarios.
Javier Cabrera Darquea y J.J.Benitez |
Por alguna razón, posiblemente por un error en el aprovechamiento del magnetismo terrestre, los seres gliptoliticos desataron un cataclismo planetario que provocó su total extinción, salvo la de unos pocos supervivientes que lograron escapar a las Pléyades. Como se describe en las piedras de Ica, la captación del magnetismo exterior para el uso energético desequilibró de tal manera la órbita de dos de las tres lunas existentes en aquel tiempo, que provoco consecuentemente su caída a la Tierra. Se entiende que aquel cataclismo llevó pareja la desaparición de los propios dinosaurios que en ese momento existían, aunque la ciencia oficial nos dice que esa extinción se hubiese producido por el choque un meteorito contra la Tierra hace ahora 65 millones de años.
Ocultándose el sol y bajando bruscamente la temperatura en toda la superficie terrestre la mayoría de plantas y animales morirían irremediablemente y en esas condiciones, los pocos supervivientes que no hubiesen perecido, tendrían los días contados al carecer de alimentos y energía. Por ello, tal vez en meses o quizás años previos a la llegada del cataclismo planetario ó bien, en momentos posteriores, aquella humanidad gliptolitica quiso dejar constancia de su existencia en este planeta. Acontecimientos de esta magnitud deben significar inequívocamente un punto de inflexión para la propia evolución vital, un “reseteo” que dejarían paso a cambios donde diferentes criaturas hacen su aparición, tal es el caso de pequeños mamíferos que en tiempos de los dinosaurios eran incapaces de despegar evolutivamente.
(Transcripción de comunicación extraterrestre recibida por el grupo Aztlan desde Alfa B, Constelación de Centauro)
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Este es el mensaje de Geenom:
Este es el mensaje de Geenom:
Cada generación tiene un
plazo previsto por el colectivo. En el caso del planeta Tierra ese plazo suele
ser de 25.000 años, que es el tiempo que tarda vuestro Sol en dar la vuelta
alrededor de la estrella Alción de la constelación de las Pléyadas. En la
Tierra hay vestigios de vida humana que se remontan a 600 millones de
años. Desde esa época, aproximadamente, la evolución del planeta permitiría la
vida de seres humanos por algunas zonas de su corteza, por lo que los
hombres de Apu trasportaron en sus naves pequeñas comunidades de hombres de
distintos grados de evolución, cuyos planetas de origen estaban sufriendo
cambios que los hacían inhabitables, indefinida o temporalmente. Estos
hombres encontraron en la Tierra un sitio donde vivir durante un tiempo,
hasta que pudieran ser llevados a planetas en condiciones de albergarlos
indefinidamente. Esta es la razón de las llamadas huellas erráticas,
denominación que los arqueólogos y antropólogos han asignado a aquellos
vestigios que, según la cronología establecida académicamente, no podían estar
ahí.
Valga como ejemplo el descubrimiento que realizo Stanley Taylor, de Fimsfor Christ Association, en las orillas del río Paluxy, en Estados Unidos, donde encontró huellas humanas junto a las de dinosaurios, cuando la antropología sitúa la desaparición de estos animales hace mas de 250 millones de años y faltaban aun 247 millones de años para la aparición del primer protohominido. Hace aproximadamente tres millones de años fue realizada la primera modificación genética en unos primates que vuestra ciencia denomina como australopitecos. Como consecuencia de esta modificación, surgió, después de varios miles de años, una nueva especie de seres llamados pitecántropos, con características claramente protohumanas. Por propio desarrollo y asimilación de sus experiencias, el pitecántropos pasó a convertirse en el ser al que se denomina Neanderthal u homo sapiens, con características ya claramente humanas. Estos seres fueron sometidos a una segunda manipulación genética, que dio como resultado la aparición del primer ser humano consciente autóctono de la Tierra: el hombre de Cromagnon u homo sapiens sapiens. Esta nueva modificación afecto al desarrollo del cerebro de los hombres de Neanderthal, especialmente a la conexión entre el neocortex y el hipotálamo, lo que les posibilito para ampliar su capacidad intelectual. Apareció el lenguaje, se activaron una serie de centros y glándulas que permitieron al hombre luchar contra la adversidad, utilizando cada vez más áreas cerebrales.
Pregunta: Quisiera saber quién eres y donde vives.
Para mas informacion sobre las huellas erraticas, consultar los siguientes enlaces:
http://cronicasdelgrantiempo.blogspot.com.ar/2013/01/huellas-imposibles.html
http://elmensajedeotrosmundos.blogspot.com.es/2013/11/hace-millones-de-anos-civilizaciones-no.html
Asimilando este mensaje, de ninguna manera deberíamos sorprendernos por el hecho que millones de años atrás seres extraterrestres altamente evolucionados “sembraran” de este modo la vida en la Tierra. Posteriormente, cuando la civilización gliptolitica ya había desaparecido e hizo acto de presencia el nacimiento de otros tipos de vida animal así como diferentes clases de homínidos que poblarían la Tierra, esos mismos extraterrestres habrían modificado, hace aproximadamente 3 millones de años, las claves genéticas de los “antecesores humanos”. Según explicaron los extraterrestres a ciertos contactados, se habría realizado un segundo retoque genético 500.000 años después y que configuró a los seres humanos tal y como lo somos en la actualidad. Debemos tener en cuenta también y a modo de curiosidad, el hecho de que Francis C. Crick y James Dewey Watson, descubridores de la cadena del ADN, puntualizaran en cierta ocasión que la perfección de la cadena de ADN tal como la conocemos en la actualidad era imposible de conseguir siguiendo los pasos de una “evolución totalmente aleatoria”; es decir, que había sido necesaria la intervención un agente externo que propició ese salto hacia la inteligencia que nos diferencia de otros homínidos parientes de los seres humanos. (A la vista de estos hechos, nos tendríamos que plantear algunos interrogantes…¿Por qué esos otros homínidos tales como el chimpancé, habiendo coexistido en el tiempo con el homo sapiens-sapiens, no han evolucionado ni siquiera de un modo parecido a nosotros? Sin duda, la respuesta a esta pregunta llegaría desde la lógica y el peso aplastante de la realidad: Obviamente, a esos otros primates, los extraterrestres no les sometieron a ninguna reconfiguración genética que por suerte experimentaron los “antecesor” humanos.
Estoy convencido que frente a
estos argumentos una buena parte de la ciencia oficial “se escandalizaría
tachándolos de irracionales y por supuesto, diciéndonos que no hay ninguna
prueba que los confirme” y yo les diría a esos mismos científicos que en primer
lugar tuviesen la decencia y el valor de investigar el sensacional
descubrimiento de las Piedras de Ica, ya que “una buena parte de estos que se
autoconsideran hombres de ciencia no lo son tanto principalmente porque un científico debe
buscar siempre en el horizonte, la verdad (sirva de ejemplo Darwin, considerado
un hereje cuando enumero su Teoría de la Evolución de las Especies), aunque sea
esta misma verdad la que rompa todos sus esquemas mentales y paradigmas
establecidos. Si verdaderamente se quieren hacer llamar científicos, deberían
buscar por ejemplo las claves verdaderas de la evolución humana actual ó bien
indagar en la existencia de otras humanidades anteriores a la actual como se demuestra en las miles de piedras que
el médico iqueño, Javier Cabrera Darquea tuvo por suerte recopilar y analizar,
descubrimiento que difundió posteriormente el escritor e investigador español
Juan Jose Benítez.
Es sabido que últimamente la
ciencia adolece de una cobardía
evidente, máxime cuando los investigadores son preguntados sobre la realidad
extraterrestre: Quienes tienen referencias y saben de la presencia
extraterrestre en el planeta azul, guardan silencio y como mucho se atreven a
decir, que sí, que efectivamente “existen posibilidades de vida mas allá de la
Tierra” y como puede entenderse esas afirmaciones no dejan de ser meras
obviedades, es decir, “no dicen nada con sustancia”; por otro lado están los
científicos “cerrados de mente”, aquellos que ni siquiera se han preocupado por
estudiar mínimamente el fenómeno OVNI ya que interiormente, su ego, les dice
que para confirmar un hecho semejante no les sirve la infinidad de fotografías
y filmaciones que se han realizado en todos estos años, para estos científicos
es necesario ponerles “bajo el microscopio un OVNI, por ejemplo” y entonces sí,
“ellos abrirán su mente a la realidad extraterrestre”. Luego, dentro de la
comunidad científica, están aquellos que negaran rotundamente la realidad
extraterrestre ya que su función en relación con ese tema es desinformar,
engañar a la población en general vistiendo sus afirmaciones con cierta
grandilocuencia científica asegurando que él ó ella, si tuviesen conocimiento
verdadero sobre los extraterrestres, no dudarían en investigarlo. ¿Pero por qué
ciertos científicos desinforman? Intuyo que unos por miedo, otros porque
piensan que actuando de este modo tienen más posibilidades de ascender a
puestos de mayor responsabilidad y poder dentro de sus departamentos y que
además pensando que, “eso de desinformar está bien visto en la comunidad
científica oficial” y luego están aquellos que engañan al público en general
simple y llanamente por dinero, es decir, están comprados. Por supuesto que no
debemos olvidarnos de los científicos que sí dan ese paso decisivo reconociendo
la realidad extraterrestre, pero por desgracia, en la actualidad, son los menos
y sufren sin lugar a dudas, multitud de presiones para que callen.
Y para terminar, respecto a la
desinformación relacionada con fenómeno extraterrestre, existen en la
actualidad también los que yo calificaría como “desinformadores baratos”, es
decir aquellos que utilizan principalmente Internet “montándose su chiringuito”
en un blog ó pagina web. Por lo general a este tipo de "contaminadores sociales" les
pierde el "vicio de mentir compulsivamente" y carecen en general, de la
inteligencia demostrada por los medios oficiales para realizar esos menesteres,
es decir, ni siquiera se toman la molestia de "hablar entre medias verdades ó
medias mentiras"; de este modo estos “zafios desinformadores niegan
sistemáticamente que el fenómeno OVNI exista", intentando asustar e intimidar
mediante insultos generalmente, a quienes osan ir contra sus misivas.
Valga como ejemplo el descubrimiento que realizo Stanley Taylor, de Fimsfor Christ Association, en las orillas del río Paluxy, en Estados Unidos, donde encontró huellas humanas junto a las de dinosaurios, cuando la antropología sitúa la desaparición de estos animales hace mas de 250 millones de años y faltaban aun 247 millones de años para la aparición del primer protohominido. Hace aproximadamente tres millones de años fue realizada la primera modificación genética en unos primates que vuestra ciencia denomina como australopitecos. Como consecuencia de esta modificación, surgió, después de varios miles de años, una nueva especie de seres llamados pitecántropos, con características claramente protohumanas. Por propio desarrollo y asimilación de sus experiencias, el pitecántropos pasó a convertirse en el ser al que se denomina Neanderthal u homo sapiens, con características ya claramente humanas. Estos seres fueron sometidos a una segunda manipulación genética, que dio como resultado la aparición del primer ser humano consciente autóctono de la Tierra: el hombre de Cromagnon u homo sapiens sapiens. Esta nueva modificación afecto al desarrollo del cerebro de los hombres de Neanderthal, especialmente a la conexión entre el neocortex y el hipotálamo, lo que les posibilito para ampliar su capacidad intelectual. Apareció el lenguaje, se activaron una serie de centros y glándulas que permitieron al hombre luchar contra la adversidad, utilizando cada vez más áreas cerebrales.
En el año 1993 José Antonio Campoy, entonces director de la revista Mas Allá, tuvo oportunidad de estar presente en una de las sesiones contactistas del grupo Aztlan, e incluso le permitió hacer una entrevista a Geenom.
Este es un fragmento de esa entrevista:
Pregunta: Quisiera saber quién eres y donde vives.
Respuesta: Soy un ser humano, físicamente vivió, que habita un planeta de la estrella Alfa B, en la constelación de Centauro, a aproximadamente 4,39 años luz de la Tierra.
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(Para ver el resto de esta entrada consultar en el siguiente enlace:
http://elmensajedeotrosmundos.blogspot.com.es/2012/11/mensaje-desde-alfa-b-constelacion-de.htmlhttp://cronicasdelgrantiempo.blogspot.com.ar/2013/01/huellas-imposibles.html
http://elmensajedeotrosmundos.blogspot.com.es/2013/11/hace-millones-de-anos-civilizaciones-no.html
Asimilando este mensaje, de ninguna manera deberíamos sorprendernos por el hecho que millones de años atrás seres extraterrestres altamente evolucionados “sembraran” de este modo la vida en la Tierra. Posteriormente, cuando la civilización gliptolitica ya había desaparecido e hizo acto de presencia el nacimiento de otros tipos de vida animal así como diferentes clases de homínidos que poblarían la Tierra, esos mismos extraterrestres habrían modificado, hace aproximadamente 3 millones de años, las claves genéticas de los “antecesores humanos”. Según explicaron los extraterrestres a ciertos contactados, se habría realizado un segundo retoque genético 500.000 años después y que configuró a los seres humanos tal y como lo somos en la actualidad. Debemos tener en cuenta también y a modo de curiosidad, el hecho de que Francis C. Crick y James Dewey Watson, descubridores de la cadena del ADN, puntualizaran en cierta ocasión que la perfección de la cadena de ADN tal como la conocemos en la actualidad era imposible de conseguir siguiendo los pasos de una “evolución totalmente aleatoria”; es decir, que había sido necesaria la intervención un agente externo que propició ese salto hacia la inteligencia que nos diferencia de otros homínidos parientes de los seres humanos. (A la vista de estos hechos, nos tendríamos que plantear algunos interrogantes…¿Por qué esos otros homínidos tales como el chimpancé, habiendo coexistido en el tiempo con el homo sapiens-sapiens, no han evolucionado ni siquiera de un modo parecido a nosotros? Sin duda, la respuesta a esta pregunta llegaría desde la lógica y el peso aplastante de la realidad: Obviamente, a esos otros primates, los extraterrestres no les sometieron a ninguna reconfiguración genética que por suerte experimentaron los “antecesor” humanos.
James D. Watson y Francis C. Crick |
Charles Darwin |
El físico nuclear Stanton T. Friedman, uno de los pocos científicos que ha tenido la valentía de denunciar la ocultación del fenómeno extraterrestre a la población en general. |
Verdaderamente estos individuos son dignos de lastima ya que ni ellos mismos son capaces de comprender el alcance de sus maldades, cuando tratan por todos los medios de ocultar a la población de este planeta la presencia extraterrestre, un hecho, que si fuese asumido por los gobiernos y poderes económicos impulsaría a la sociedad, incluidos ellos mismos, hacia grados de evolución prácticamente inimaginables: Por ejemplo, supongamos que a un individuo multimillonario se le detectase una enfermedad incurable pero que sociedades extraterrestres fuesen capaces de curar ó bien, que ese mismo multimillonario sopesase la posibilidad, dentro de una sociedad verdaderamente evolucionada, de adquirir conocimientos e incluso, descubrir y conocer otras sociedades extraterrestres, otros planetas. Estoy seguro que ante esa diatriba, alguien con muchas riquezas dudaría sobre sus propias decisiones de ocultación y aun sin haber considerado hasta el momento todos los beneficios relacionados con un futuro ciertamente inmejorable para familiares cercanos como pudieran ser sus propios hijos ó allegados.
A continuación, he transcrito una
pequeña parte del libro Existió otra Humanidad, de J.J.Benitez
donde se aprecia el inconmensurable descubrimiento realizado por Javier
Cabrera Darquea
La huella de los Dioses, 1 de 5
La huella de los Dioses, 2 de 5
La huella de los Dioses, 3 de 5
La huella de los Dioses, 4 de 5
La huella de los Dioses, 5 de 5
Fuente del vídeo y para ver el documental completo La Huella de los Dioses, de J.J. Benitez Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=OR7VJKH-wYw
CAPÍTULO 1
UN «PISAPAPELES» DE 140 MILLONES DE
AÑOS
Todo empezó con un «pisapapeles». O, mejor
dicho, con lo que un amigo del doctor Cabrera Darquea consideró que podría
servir como «pisapapeles». Aquello ocurrió hacia 1966.
Un día como tantos otros, el médico de la
ciudad peruana de Ica, don Javier Cabrera Darquea, recibió, como digo, de manos
de un conciudadano, una pequeña piedra de color pardo en la que aparecía
grabado un extraño pájaro.
Al principio, el médico iqueño no reparó en
el citado grabado. Sin embargo, poco tiempo después de que la piedrecita fuera
depositada sobre su mesa de despacho, el médico del Hospital Obrero de Ica y
profesor de Biología —hombre curioso e inquieto— tomó de nuevo en sus manos el
«pisapapeles» y quedó profundamente extrañado. Aquel grabado no representaba un
ave conocida por el hombre de hoy. Y Javier Cabrera investigó.
Los resultados fueron todavía mucho más
desconcertantes. Aquel «pájaro» era un pterosaurio. En otras palabras, un
reptil volador, un ave prehistórica ya extinguida y que, según la
Paleontología, había vivido en los períodos Jurásico y Cretácico. Es decir,
hace más de 140 millones de años...
«¿Cómo es posible? —se preguntó,
desconcertado, el doctor Cabrera—. ¿Quién ha podido grabar con tanta precisión
un reptil prehistórico ya desaparecido...?»
Estas preguntas empujaron a nuestro protagonista a interesarse vivamente por dicha piedra. E interrogó al amigo que se la había regalado...
—Me han asegurado que las hay a miles
—contestó éste—. Muchas de ellas, incluso, de gran peso y belleza. Tengo
entendido que las graban los campesinos del poblado de Ocucaje...
Javier Cabrera, conocedor de dicho poblado,
así como de las humildes y sencillas gentes que lo pueblan — no en vano era
médico del Hospital Obrero de Ica—, no terminaba de entender. El misterio,
lejos de aclararse, se había oscurecido mucho más. Y la curiosidad insaciable
de Cabrera le impulsó a seguir el «rastro» de la diminuta piedra del
reptil-volador.
Fue así como el médico de Ica iba a
encontrarse con el más fantástico descubrimiento de todos los tiempos: la «biblioteca» lítica de una civilización,
de una Humanidad olvidada que pobló nuestro mundo en la más tenebrosa noche de
los tiempos.
Cuando conocí a Javier Cabrera Darquea, la investigación iniciada por él hacia 1966 se encontraba ya —por suerte para mí— francamente avanzada. Habían sido ocho largos, intensos y silenciosos años de trabajo, de esfuerzos y de constantes gastos por parte del profesor peruano. Todas y cada una de aquellas 11.000 piedras labradas que había logrado reunir en su antigua consulta médica de la plaza de Armas de Ica fueron religiosamente abonadas a los campesinos de Ocucaje, que habían encontrado en el doctor Cabrera el más fiel comprador de los cantos rodados. Uno de estos campesinos —Basilio Uchuyafue— quizá el mayor «proveedor».
Pero, ¿cómo llegué al conocimiento de la
existencia de esta «biblioteca» de piedra que con tanto celo había reunido y
estudiado Javier Cabrera? En realidad, nunca me lo he explicado del todo. En
aquella época —agosto de 1974— yo viajé a Perú como enviado especial de mi periódico
—La Gaceta del Norte—, a fin de trabajar en una serie de reportajes que, hasta
cierto punto, se iba a ver ligada con la formidable «biblioteca» del desierto
peruano. Me refiero a la noticia surgida en Lima acerca de extraños e insólitos
«contactos» telepáticos y físicos entre miembros del llamado Instituto Peruano
de Relaciones Interplanetarias (IPRI) y seres extraterrestres, tripulantes de
los OVNIS.
Cuando me encontraba investigando y
trabajando en dicha noticia, dos miembros de este Instituto —Ernesto Aisa y
Tiberio Petro León—, conocedores e interesados en el hallazgo de Cabrera
Darquea, me hablaron del mismo.
Algunos días después —creo recordar que el
31 de agosto— conocía por primera vez a Javier Cabrera Darquea y sus 11.000
piedras.
OVNI - UFO |
Nunca olvidaré mi primera impresión al
entrar en el centro-museo donde el investigador conserva sus «libros » de
piedra. Creo que haría mal si pasara por alto aquella sensación, aquel shock
que le recorre a uno hasta los últimos rincones del alma al enfrentarse por vez
primera a tantos miles y miles de piedras labradas...
Esa sensación —de tanto valor para mí— es
algo que, como señalaba al comienzo de este libro, sólo puede ser comprendida
cuando se está frente a la «biblioteca» lítica. Sólo así. Y esa sensación, ese
tremendo shock, le hace intuir a uno —y no sé bien por qué— que se encuentra
ante «algo» distinto, desconcertante, estremecedor, desconocido...
A los pocos minutos, después de haber
escuchado las primeras y apresuradas explicaciones de Cabrera y de haber
explorado algunas pocas de los miles de piedras grabadas de la colección,
empecé a sospechar que «aquello» difícilmente podía ser obra de campesinos...
Allí había algo más. Algo grande.
Recuerdo que aquella mi primera estancia en el centro-museo de Javier Cabrera fue más breve que ninguna. Ardía en deseos de conocer a esos campesinos del poblado de Ocucaje, a escasos kilómetros de la ciudad de Ica. Necesitaba despejar totalmente de mi espíritu una incógnita que apenas si podía sustentarse.
«¿Cómo era posible que hubieran atribuido
semejante obra de grabación, semejantes conocimientos, a campesinos que
habitaban en casas de adobe y paja y que, en la mayor parte de los casos, no
sabían leer ni escribir...?» Y mientras viajábamos por el blanco desierto,
rumbo a Ocucaje, recordé algunos de los momentos de mi primera entrevista con
Cabrera...
—...Cuando descubrí que la piedra que me
habían regalado como «pisapapeles» contenía la grabación de un reptil-volador
que había existido hace millones de años, me dediqué a una intensa búsqueda de
piedras. Me puse en contacto con los campesinos que las vendían, y empecé a
adquirirlas. Así descubrí un día que todas aquellas piedras podían «seriarse».
Cada «tema» aparecía grabado, no en una,
sino en varias piedras. A veces, en decenas de ellas... Mi interés creció y
creció, hasta que un día, estando yo trabajando en el Hospital Obrero, tropecé
con Basilio Uchuya. El bueno del «cholito llevaba un paquete bajo el brazo. Un
paquete que contenía piedras grabadas y que habían sido compradas por el
director del Hospital.
»Y así, de esta forma, conocí a Uchuya. A
partir de ese día, el hombre me ha ido proporcionando piedras...
Pero mis pensamientos se vieron interrumpidos ante la súbita aparición —al fondo del polvoriento desierto— de las ocho o diez chozas de adobe que constituyen el humildísimo lugar. Al descender del vehículo, una nube de niños descalzos, casi desnudos y con la profunda timidez del que nada tiene, nos rodeó, solicitándonos sin cesar algunos soles. Aquello hizo que mis ojos se abrieran del todo.
Allí no había más que pobreza y miseria.
Polvo, chozas requemadas por el sol del desierto y campesinos sencillos y
silenciosos que nos observaban desde la oscuridad de sus casuchas.
Los amigos que me acompañaban —Tito y Tiberio—
me señalaron una de aquellas chozas grises, en mitad del arenal.
—Es la casa de Basilio Uchuya —comentaron—.
Los arqueólogos del país afirman que todos estos millares de piedras han sido
grabadas, íntegramente, por él...
*Denominación popular que se da en Perú a
los indios o habitantes del campo
Basilio Uchuya |
—¿Cómo he llegado a la conclusión de que esta
«biblioteca» lítica fue dejada por una Humanidad que vivió hace millones de
años? Bien, desde el primer momento en que comencé a adquirir estas piedras me
di cuenta que se trataba de una «biblioteca». Cualquiera lo habría visto...
¿Qué era entonces lo importante?: conseguir un máximo de piedras o «libros», a
fin de llegar a un conocimiento más exacto y profundo de lo que aquí se nos
estaba tratando de comunicar.
»Y así lo hice. Durante meses y meses compré
y conseguí cuantas piedras pude. Ningún grabado era igual a otro. Nunca se
repetían. ¡Era fascinante...! Era como si fuésemos reuniendo las
"páginas" de un libro y los distintos volúmenes de toda una
gigantesca "biblioteca"... Aquello, repito, podía
"seriarse". Y empecé a descubrir, después de no pocos estudios, que
todo parecía tener un sentido. Allí se estaba "explicando" algo...
»Por supuesto, deseché la idea de que se
tratase de una simple manifestación artística de Dios sabe qué cultura o
civilización.
»Después de lograr varios cientos de estas piedras —de todos los tamaños—, llegué a una conclusión: aquellos grabados y altorrelieves constituían "ideografías". Servían para representar algo. Pero, ¡Dios santo!, ¿qué era aquello en realidad...?
»Pasé miles de horas investigando,
analizando y sopesando cada una de las piedras que me habían ido llegando.
Meses después de iniciar esta labor, toda mi obsesión estaba centrada en
encontrar alguna piedra a través de la cual pudiera conocer la antigüedad de la
civilización que había trabajado semejante "biblioteca".
»Pero el tiempo fue pasando con lentitud y
esa piedra no terminaba de llegar. Yo había descubierto para entonces caballos,
canguros, camellos y otros animales que, sin embargo, no me señalaban con
claridad la antigüedad de estos "libros" de piedra.
»Hasta
que un día —al fin— apareció una con la figura de lo que resultó ser un
dinosaurio... »Era la nítida reproducción de un stegosaurus. Y detrás llegaron
otras muchas piedras en las que fui reconociendo otros animales antediluvianos
como el triceratops, tyrannosaurio, etcétera.
»Estos
grandes saurios —así lo dice la Paleontología— habían poblado el planeta hace
millones de años...
¿Cómo
era posible entonces que hubieran sido grabados por el hombre o por figuras
que, al menos, tenían aspecto humano? Porque en aquellas piedras, en decenas y
decenas de ellas, se repetía constantemente la presencia del hombre junto a la
de estos animales prehistóricos. Y la Ciencia —eso es, al menos, lo que siempre
se nos ha enseñado— no admite la existencia del ser humano más allá del millón
de años...
»Aquello me maravilló. Sin embargo, no podía
dejarme llevar por la imaginación. Era cierto que en muchas de las piedras que
me habían ido trayendo, el hombre "convivía" con los gigantescos
saurios de la Era Secundaria o Mesozoica. Era cierto que los
grabados reproducían con gran exactitud anatómica estos animales desaparecidos.
Pero era necesario asegurarse por completo. ¿Podía tratarse de la imaginación creativa
de unos hombres que jamás conocieron o supieron de estos animales? Lógicamente,
no. Pero, insisto, había que atar todos los cabos... había que buscar una
relación más positiva.
»Yo, francamente, no podía creer que el sentido artístico o la imaginación de unos hombres pudiera coincidir tan exactamente con los restos de los fósiles que conocemos en la actualidad. Es francamente difícil...
»Entonces, ¿cómo podía llegar a esa prueba
definitiva que vinculara al ser humano con los grandes saurios de la Era
Mesozoica? Sólo a través, lógicamente, de conocimientos de la biología y
fisiología de estos animales. Sólo si lograba encontrar piedras donde aquella
Humanidad describiese, por ejemplo, los "ciclos biológicos" de los
saurios gigantes...
—Pero, ¿por qué? —interrumpí a Javier
Cabrera.
—
¿Quién podría describir el ciclo biológico o la fisiología de un animal?
Únicamente quien ha podido observarlo y conocerlo. Únicamente quien ha
convivido con él. Sólo alguien que debía luchar permanentemente contra estos
monstruos porque, sencillamente, eran sus grandes y más feroces enemigos.
»Y esa piedra llegó. Tardó meses, pero, al fin, uno de los campesinos la puso ante mis ojos...
»Aquella piedra era tan fascinante, aquel
altorrelieve significaba tanto en mis investigaciones, que si hubiera tenido
100.000 soles, 100.000 soles le hubiera dado a aquel "cholito"...
Pero, ¿qué encerraba aquella piedra? ¿Por
qué el doctor Cabrera le había concedido semejante importancia?
No tardé en comprenderlo. Allí, ante mis
ojos, colocada sobre una mesa especial, separada ex profeso, estaba una de las
más hermosas piedras labradas de la colección del médico e investigador.
Sólo aquel ejemplar —al igual que sucede con
otras muchas de las piedras que pude contemplar merecía ya un libro.
CAPÍTULO 3
EL HOMBRE CONVIVIÓ CON LOS SAURIOS
—No había posibilidad de error. Estudié esta
piedra una y otra vez. La comparé con el resto, con la «serie» que mostraba a
los grandes saurios prehistóricos... Todo coincidía.
»Allí estaba el "ciclo biológico"
y la forma de destruir al stegosaurus, un monstruo prehistórico perteneciente a
la rama de los dinosaurios armados o blindados y que vivió en el período
Jurásico.
»Pero, observa... Javier Cabrera me señaló
en el altorrelieve de la amarillenta piedra las placas óseas verticales que se extendían
a todo lo largo del lomo del animal. Y comentó, entusiasmado:
—En
este magnífico relieve se puede ver con claridad la doble fila de placas que
protegía a este dinosaurio. Y también vemos en su cola una serie de pinchos,
que le servía como arma defensiva.
»Pues
bien, esta civilización grabó el "ciclo biológico" del stegosaurus no
sólo para ofrecer un conocimiento de Zoología, sino, principalmente, para hacer
ver que la única forma de exterminar a este enemigo era destruyéndolo desde sus
formas más primitivas.»
Y
aquí, junto a la hembra del stegosaurus, que se diferencia del macho por su
cuello más largo, el hombre "gliptolítico" dejó grabado también el
proceso, la metamorfosis, que sufrían las larvas...
Dudé un instante, pero recordé que la
Paleontología enseña que los reptiles prehistóricos no experimentaban metamorfosis.
Los nuevos saurios nacían de un huevo, sí, pero ya con su forma definitiva.
—Esto no encaja con lo que enseña la Ciencia
actual —le insinué a Cabrera.
—En efecto. Esto no concuerda con lo que la
Paleontología asegura...
Quedé perplejo. Y observé los altorrelieves
de aquella desconcertante piedra con mucha más intensidad.
—Aquí
puedes ver —continuó el médico iqueño que, junto al stegosaurus adulto, también
grabaron las larvas—. Primero sin patas. A continuación, con las dos patas
anteriores; después, la larva con las patas posteriores... Esto, querido amigo
español, se llama metamorfosis.
Hasta
ahora habíamos creído que los reptiles prehistóricos nacían ya de los huevos
con sus formas completas. Pero esto nos está mostrando lo contrario. ¡Y esto es
una observación directa! Nadie podría reflejar un conocimiento tan exacto del
ciclo biológico de un animal si no lo hubiera observado meticulosamente.
—Pero
en la piedra, como ves, hay otros elementos —prosiguió Javier Cabrera—. Varios
hombres portan armas y están hiriendo al animal.
Así
era, efectivamente.
—¿Por
qué? Porque estos monstruos amenazaban la vida de aquella Humanidad. Durante la
Era Secundaria, miles de especies de estos enormes saurios se extendieron por
todos los continentes y mares. Y el hombre «gliptolítico» no tuvo más remedio
que declararles la «guerra».
»Por eso en estas piedras, cuando aparecen
escenas de "caza" de dinosaurios, siempre se extienden las matanzas
hasta las larvas de los monstruos antediluvianos. De esta forma, con la muerte
del macho y de la hembra y la destrucción de los huevos y las larvas,
conseguían un exterminio prácticamente completo.
Rompían el ciclo biológico.
—Aquí tienes, por ejemplo, el del agnato. Su
«ciclo biológico» está formado por más de 100 piedras...
Era sorprendente. Había piedras de todos los tamaños. Desde algunas muy reducidas, de apenas 50 ó 100 gramos, hasta otras de 40 y más kilos. Y en todas ellas pude comprobar la evolución, la clara metamorfosis de este pez prehistórico que vivió en nuestros océanos en el período Devónico (Era Primaria o Paleozoica) y al que se le señala, por tanto, más de 320 millones de años.
(Según indica la Paleontología, estos peces
sin mandíbulas son los primeros vertebrados conocidos. Los ostracodermos no
habían desarrollado las mandíbulas óseas o los pares de aletas que poseen todos
los peces posteriores a ellos. Sus restos se encuentran ya en el período
Silúrico, pero son comunes sólo durante el referido período Devónico. Algunos
—sigue afirmando la Paleontología— vivieron en el mar, y otros, en agua dulce.
La mayor parte disponía de un «casco» óseo alrededor de la cabeza y parte
frontal del tronco, así como gruesas escamas también óseas sobre el resto del
cuerpo.)
—Pero entre todas estas piedras —continuó
Javier Cabrera— encontré también algunas que daban una nueva dimensión de estos
peces prehistóricos. Estos agnatos eran gigantes... Cabrera me señaló varias
piedras de gran peso, separadas del centenar que constituía la «serie» del
«ciclo biológico». Observé grabaciones de este mismo tipo de pez sin
mandíbulas, pero, con una sensacional diferencia respecto a las anteriores
piedras. En este caso, el agnato aparecía devorando una pierna humana...
—¿Qué significa? —interrogué al investigador.
—Que estos peces eran gigantescos... En
cierta ocasión me visitó un profesor y me señaló que la única especie de agnato
conocida en la actualidad fue encontrada en Vietnam. Pero eran muy pequeños. Es
decir, con estos peces prehistóricos sucedió exactamente igual que con los
grandes reptiles de la Prehistoria. Los «descendientes» actuales —los escasos
«parientes» de aquellos— han visto reducido su tamaño a extremos insospechados.
Pero volvamos de nuevo a la piedra que había
dado la clave de la antigüedad al investigador de Ica.
Aquel fascinante ejemplar, con forma de
«huevo» gigantesco, «mostraba» mucho más. Como si se tratara de una «película»,
los altorrelieves iban recorriendo la superficie de la piedra, explicando
primero el citado «ciclo biológico» del stegosaurus para pasar a continuación a
otra «secuencia» tan desconcertante o más que la primera. Dos hombres de
extrañas caras se habían situado sobre el lomo del animal. Y parecían atacar al
gran saurio...
Javier Cabrera me explicó así el significado de aquella «secuencia»:
—El stegosaurus medía unos seis metros de
longitud. Y aunque parece ser que se alimentaba de vegetación blanda, yo he
comprobado en las piedras que también atacaba al hombre. Pues bien, ésta era
una de las razones por las que la Humanidad prehistórica emprendió también la
«guerra» contra el stegosaurus.
»Este enorme animal tenía en la cabeza un
hueso tan débil, que con un golpe se le podía matar. Pero, ¿cómo se las
arreglaban estos "cazadores" para llegar hasta el cráneo? Aquí lo
tienes explicado...
Y Cabrera me señaló nuevamente a los dos seres que parecían «caminar» sobre el lomo del monstruo prehistórico.
—...El
stegosaurus, como otros reptiles, disponía de un cerebro normal y de un ganglio
pélvico que regía el automatismo de la parte posterior del cuerpo del animal.
»Esto ha sido reconocido por la Ciencia
actual. De ahí que se les haya llamado también de "doble cerebro".
En
su columna vertebral se producía un ensanchamiento, muy superior, incluso, al
del cerebro propiamente dicho, y que tenía por finalidad, como digo, el control
de esa zona posterior del gran saurio.
»Pues
bien, el cazador subía por la cola —concretamente por el estrecho corredor que
quedaba entre las dos hileras de placas óseas— y llegaba hasta la altura de la
cintura escapular. Esa doble dependencia era fatal para el animal, puesto que
hacía insensible su cola... Y esto lo sabían los hombres de las piedras
grabadas.
»Ascendían
por el monstruo hasta que éste sentía "algo" sobre la zona del
referido ganglio pélvico. En ese instante, el stegosaurus volvía la cabeza y el cazador le rompía el cráneo de un
golpe.
No había salido de mi asombro cuando Javier
Cabrera me rogó que le acompañara hasta otro lugar de su museo. Allí, en otras
enormes piedras, había también grabaciones y altorrelieves con nuevos tipos de dinosaurios.
—Con el stegosaurus —prosiguió Javier— no
había casi peligro. Sin embargo, no sucedía lo mismo con este otro: con el
llamado tyrannosaurio.
Este formidable monstruo carnívoro tenía el
cuello corto y robusto y la cabeza provista con poderosas mandíbulas. La
Paleontología asegura que hizo su aparición a finales del período Cretácico, es
decir, hace más de 65 millones de años. Tenía quince metros de longitud y seis
de altura, y sus patas delanteras eran tan cortas que, según parece, no podían
llegar hasta la boca.
El
tyrannosaurio —según he podido comprobar con el estudio de los gliptolitos— era
uno de los más terroríficos e implacables enemigos de esta Humanidad. Y contra
él fue dirigida gran parte de esta operación de «limpieza».
Pero, lógicamente, la táctica para exterminarlo no podía ser idéntica a la empleada en el caso del stegosaurus. Javier centró mi atención en una piedra concreta. Allí se reproducía la figura de uno de estos feroces monstruos del Cretácico. Y junto a él, otros hombres que portaban también sendas armas.
—El
tyrannosaurio era un animal sumamente peligroso. ¿Qué hacían entonces los
cazadores? En primer lugar —tal y como ves en la piedra— le dejaban ciego. De
esta forma, otro cazador podía ascender por la cola y lomo del animal,
golpeándole en la cabeza. Pero, ¡ojo!, no en cualquier punto del cráneo... Como
ves, el arma que porta el hombre gliptolítico tiene una especie de rayado. Y en
la cabeza del tyrannosaurio han grabado también otro punto, con un rayado
idéntico al del arma. Pues bien, eso significaba que debían golpear al monstruo
prehistórico en una zona concretísima del cráneo.
Estas
nociones precisas de la anatomía de un tyrannosaurio, de un stegosaurus, de un
triceratops, etc., y de sus ciclos biológicos, sólo pueden revelar un
conocimiento profundo de la fauna. Un conocimiento que sólo podría producirse a
base de haber coexistido con dichos seres.
Pero aquel «capítulo» de la «guerra» a los
monstruos antediluvianos iba a culminarse con otra insólita piedra labrada. En
mi opinión, la más espectacular de cuantas logré ver en la colección del
profesor Cabrera.
Aquel «libro» de 70 u 80 kilos,
perfectamente redondeado y con un altorrelieve desconcertante, había sido donado
por el también amigo del doctor iqueño, Tito Aisa. Yo había admirado aquella
fascinante piedra en la casa de este último, en Lima. Pero en mi segundo viaje
a Perú, el magnífico ejemplar se encontraba ya en el museo de Javier Cabrera
Darquea.
Distribuidos a la perfección entre las dos
caras de la piedra, pude ver un enorme «pájaro mecánico» sobre el que volaban
dos seres que portaban sendos telescopios y con los que miraban hacia tierra.
Pero, ¿qué «buscaban» aquellos hombres desconocidos? La respuesta estaba
también en el «libro» lítico.
A ambos lados de la piedra, y coincidiendo
precisamente con su parte inferior, aparecían los grabados en altorrelieve de
dos dinosaurios. Un tercer hombre, idéntico a los que se encontraban sobre el
«pájaro mecánico», había descendido hasta el lomo de uno de los dinosaurios y,
mientras se sujetaba a la «nave» con una especie de «cordón umbilical», con la
otra mano hundía un cuchillo en el cuerpo del animal.
En aquel grabado había también otros tres
elementos para los que Cabrera guardaba una no menos sensacional revelación. Se
trataba de tres Lunas situadas en distintas posiciones del cielo o firmamento
en el que se movía el gran «pájaro mecánico».
—Estos
seres —comenzó el médico peruano— habían vencido la fuerza de la gravedad y
disponían de aparatos voladores que aquí, en las piedras, aparecen
«ideografiados» como «pájaros mecánicos». Pues bien, esas máquinas voladoras
les permitieron extender su «guerra» contra los animales prehistóricos a todo
lo largo y ancho del planeta.
»Estudiando las piedras he sabido que, en
muchos casos, como en el del tyrannosaurio, cegaban o atontaban al animal,
lanzando una descarga sobre el mismo. Esto les permitía descender desde sus
aparatos voladores para rematar al monstruo o bien ascender hasta su cabeza por
la cola y el lomo. Era sencillamente desconcertante.
Permanecí largas horas contemplando, analizando y reflexionando sobre aquel altorrelieve de 40 centímetros de anchura, 70 de altura y poco más de 20 de longitud. Era la más fantástica piedra de la gran «biblioteca». El documento más sensacional y definitivo que mostraba la existencia de otra Humanidad, más tecnificada, incluso, que la nuestra. Hasta el momento, como apuntaba al comienzo de este libro-reportaje, ninguna de las teorías esgrimidas en pro de posibles y remotas «supercivilizaciones» se encontraban sustentadas por pruebas concretas, por datos físicos visibles...
Pero esto era distinto. Tan distinto y
revolucionario, que todo lo anterior quedaba eclipsado, difuminado.
—Los paleontólogos se siguen preguntando por
qué estos animales prehistóricos tan numerosos y resistentes desaparecieron
súbitamente de la faz de la Tierra. ¿Cómo puede explicarse este singular hecho?
El planteamiento de Cabrera me sacó de nuevo
de mis pensamientos. La repentina extinción de estos millones de gigantescos
saurios que dominaban los antiguos continentes del planeta era, en efecto, una incógnita
fascinante.
Era difícil pensar que la ferocidad de unos pudiera terminar con la totalidad del resto, y de manera tan súbita. No es precisamente el sistema elegido por la Naturaleza en su constante proceso de selección natural de las especies. Muchos de esos gigantescos saurios habrían permanecido o se habrían transformado, adecuándose a las nuevas necesidades de sus hábitats. Pero nada de eso ocurrió.
Otros paleontólogos han barajado también la
posibilidad de que este extraño fenómeno tuviera su origen en un enfriamiento
del clima del período Cretácico —gran marco en el que se movieron buena Parte
de estos animales antediluvianos— que dio al traste con aquella fabulosa fauna.
Como se sabe, los dinosaurios parece ser que se valían de su enorme tamaño para
regular la temperatura del cuerpo. Al no disponer de una envoltura aislante, de
un abrigo de pluma, pelo o lana, estos monstruos prehistóricos fueron
pereciendo. Esta teoría, sin embargo, falla también estrepitosamente...
De haber ocurrido así, lo lógico es que
muchos de estos dinosaurios hubieran sobrevivido durante la Era Terciaria o
Cenozoica. Al menos, durante una parte de la misma y en las zonas más
calurosas del mundo...
Ninguna de estas hipótesis ha resuelto
satisfactoriamente el problema. ¿Por qué tantos y tan diversos grupos de
animales antediluvianos fueron borrados del planeta de forma tan simultánea y
abrumadora?
Javier Cabrera Darquea sí lo había
descubierto en aquella increíble «biblioteca» del pasado de este viejo mundo
nuestro.
Y me lo explicó con estas sencillas y, al mismo tiempo, estremecedoras palabras:
Y me lo explicó con estas sencillas y, al mismo tiempo, estremecedoras palabras:
—Una
gran catástrofe, un cataclismo de proporciones insospechadas, tuvo lugar en la
Tierra hace millones de años. Pues bien, esa tremenda destrucción, esa
convulsión masiva del planeta terminó con la existencia de esos millones de
reptiles gigantescos que habían poblado el mundo desde tiempos remotísimos.
Sólo eso, y la metódica y masiva «guerra» que aquella Humanidad sostuvo con los
grandes saurios, puede explicar la desaparición de estos animales.
El hombre «gliptolítico» luchó intensamente contra los dinosaurios y demás reptiles. Fue una «guerra» de toda la Humanidad contra estos monstruos... Así se refleja en cientos de piedras grabadas. Fue una «guerra» —y esto es importante— en la que participó toda la civilización que entonces habitaba la Tierra. Una «guerra» a muerte. Sin tregua. Una «guerra» que fue más allá, incluso, de la simple matanza de los saurios, puesto que dicha Humanidad rompió el «ciclo biológico» de estos monstruos prehistóricos, anulando así la supervivencia de las especies. Estas matanzas masivas y constantes y el formidable cataclismo —que también contribuyó a la anulación del mecanismo reproductor de los reptiles— sí explican esa súbita extinción de los más fantásticos y resistentes animales que jamás hayan poblado la Tierra. De no haber sido por estas razones, quizá hoy muchos de ellos siguieran poblando el planeta...
Aunque en otro capítulo de este libro
hablaré más extensamente de la catástrofe mencionada por el profesor Cabrera
Darquea, sí quiero exponer ahora —y a título de simple orientación— el origen
del cataclismo que acababa de comentar el investigador de las piedras labradas.
—En
aquellos tiempos —me explicó Javier—, y tal y como he descifrado en los
gliptolitos que forman esta «biblioteca» prehistórica, alrededor de nuestro
mundo giraban tres Lunas o satélites naturales.
Un
formidable desfase entre la tecnología utilizada por aquella Humanidad y el
magnetismo natural de la Tierra fue provocando un desajuste en las órbitas de
dos de estas Lunas, que terminaron por caer sobre el Planeta. Este impacto
terrorífico convulsionó los continentes y océanos, provocando la indescriptible
catástrofe...
Pero dejemos aquí el relato del científico
peruano. En aquel instante, mientras Cabrera me explicaba sobre las piedras
labradas del desierto de Ocucaje el apocalíptico choque de aquellas Lunas contra
nuestro mundo, recordé una de las muchas teorías que sobre este formidable
cataclismo mundial se han escrito.
Una de las que, quizá por su plasticidad y verosimilitud, más me habían impresionado hasta el momento de conocer las piedras grabadas de Ica. Decía así:
«Siberia nordoriental, 5 de junio del año
8496 antes de Cristo. Son las 12:53 (hora local). Siete minutos antes de la
colisión del planetoide con la Tierra.
»El Sol está alto en el cielo, y junto a él
se hallan, invisibles en el claro azul, el planeta Venus y la Luna nueva. Los
árboles de la linde de la selva virgen proyectan sombras breves sobre el suelo.
El musgo verde oscuro crece lozano bajo los altos troncos de pinos, abetos y
alerces. El río, saliendo de la selva, discurre, murmurando y gorgoteando, a
través de un calvero. Es un espacioso calvero con hierba fina, jugosa, rico en helechos
y flores junto a la orilla.
»De pronto retumba un pisoteo entre los
arbustos junto al borde de la explanada, las ramas se rompen crepitando y las
copas de los árboles empiezan a cimbrearse. Una manada de elefantes se acerca
al río...
»A las 14:47 dos elefantes se paran bruscamente. Una fuerza invisible los ha aferrado, y su furia se ha desvanecido de golpe. Debe de haber ocurrido algo espantoso... »La catástrofe se ha producido hace bastante. La sacudida provocada por la colisión ha empleado una hora y cuarenta y siete minutos para llegar a la tierra de los tunguses. El suelo es recorrido por un temblor: primero es sólo una débil vibración, casi imperceptible, pero luego se hace sensible, violenta. De la selva llega un gemido; un pino gigantesco se dobla, crujiendo, hacia el calvero, abatiéndose con fragor entre los elefantes. Algunos pájaros, despavoridos, levantan el vuelo.
»El disco del Sol parece haber saltado de su
sede, se tambalea en el cielo, luego se detiene, se desliza lentamente hacia
abajo, hacia el horizonte, vuelve a detenerse...
»Las sombras de los grandes animales, de los
árboles y de los arbustos se agitan convulsas sobre el calvero, se alargan,
mientras el río rebulle más fuertemente. Las sombras permanecen alargadas, y el
Sol ya no calienta.
»Cuando el temblor remite, la manada de
elefantes se pone en movimiento. Inquietos, los grandes proboscidios pisotean
la hierba, balancean la maciza testuz, remueven el terreno con las patas... Y
la calma renace muy lentamente. »Transcurren horas sin que pase nada. Hace
frío. Los elefantes hace mucho que ya se han puesto a comer de nuevo.
»Son las 20:53. Siete horas y cincuenta
minutos después de la catástrofe. La manada sigue en el calvero.
Los animales arrancan ramas de los árboles
jóvenes y se abrevan en el río. El Sol del atardecer es amarillento, mortecino.
De improviso se eleva a distancia un ruido sordo, que crece. Se acerca a
fulminante velocidad, y pronto cubre el gorgoteo del río, el canto de los
pájaros y estalla como un trueno interminable.
»El jefe de la manada alza la trompa, pero
su barrito es ahogado por el enorme fragor. Con todas sus fuerzas inicia la
carrera, y los compañeros le siguen. El suelo retumba bajo centenares de patas
titánicas, pero el ruido no ahoga el que procede del cielo. Por primera vez en
su vida, una de las más potentes criaturas del globo es presa del pánico y
corre ciegamente por la selva, derribando arbustos y árboles.
»Pero, a los pocos pasos, la carrera
termina. El jefe de la manada se desploma como fulminado por un rayo y muere
antes de que su cuerpo toque el suelo. Con él, en los mismos segundos, mueren
también los demás. Con él mueren todas las formas de vida de la Siberia
septentrional: miles y miles de elefantes, de rinocerontes lanudos y de tigres
de las nieves, de zorros, de martas, de aves y reptiles...
»¿Qué había ocurrido?
»A 10.000 kilómetros de aquel calvero
siberiano, aquel 5 de junio de 8496 antes de J. C., a las 13 horas, un cuerpo
celeste cayó con violencia incalculable en la región sudoccidental del
Atlántico septentrional. Aquel planetoide, con sus 18 kilómetros de diámetro,
era un enano en comparación con nuestro planeta. Pero las consecuencias de su
caída fueron terribles: rompió la costra terrestre y provocó la mayor
catástrofe que jamás castigara a la Humanidad.»
Ésta y otras muchas narraciones y leyendas
que se han conservado vivas en los corazones de los pueblos de la Tierra
denotan un hecho único y terrorífico en la Historia del planeta. Un hecho que,
a pesar de la erosión de los siglos, se ha transmitido de civilización en
civilización, de raza en raza y de continente en continente.
Hace miles o quizá millones de años, algún
astro, en efecto, chocó con la Tierra, sembrando la muerte y la desolación. Y
esa tragedia apocalíptica ha quedado grabada en el espíritu del ser humano y
transmitida de unos hombres a otros.
Pero, ¿cuándo tuvo lugar realmente dicho
cataclismo?
Las piedras grabadas que forman la
«biblioteca» lítica del doctor Cabrera tienen la respuesta. Una respuesta que
no se mueve indecisa en la noche de los tiempos. Es una respuesta concreta.
Grabada en piedra. Pero, como digo, reservemos los detalles de
tan tremenda destrucción para la «serie» de piedras que, precisamente, «habla»
de dicha tragedia.
Antes de dar por terminado este «capítulo» o «sección» de la «biblioteca» gliptolítica, en la que la olvidada Humanidad del Mesozoico plasmó sus conocimientos y luchas contra los enormes saurios prehistóricos, Javier Cabrera me indicó un detalle fundamental a la hora de valorar las piedras labradas.
—El volumen y trabajo de las mismas
—explicó— está en proporción directa a la importancia del tema que se «relata»
en dichas piedras. He comprobado este importante detalle en cientos de
gliptolitos...
Esto quería decir que, cuanto más pesada
fuera la piedra y cuanto más trabajo y esfuerzo se hubiera empleado a la hora
de la grabación, más trascendental era la «ideografía» que aquella Humanidad había
querido exponer. De ahí, por tanto, que los altorrelieves —por término general—
señalaran siempre conocimientos mucho más decisivos que los simples grabados.
Éste era el caso, por ejemplo, de la hermosa
y pesada piedra —en altorrelieve— que Cabrera acababa de mostrarme y en la que
se «narraba» el «ciclo biológico» del stegosaurus, así como la forma de
exterminar a dicho animal.
Así
sucedía igualmente con otra formidable mole de piedra de media tonelada en la
que el investigador me mostró toda una «matanza» de hombres, por parte de los
dinosaurios...
Cuando
contemplé aquella piedra descomunal, mi asombro volvió a dispararse. Labrados
en unos altorrelieves finísimos, animales prehistóricos de varios tipos
devoraban y atacaban a hombres gliptolíticos.
—Pero, ¿por qué? —interrogué a mi anfitrión.
Tú has visto ya otras piedras donde estos
hombres grabaron también ciervos, caballos y toda una extensa gama de animales
que conocieron. Sin embargo, todos ellos aparecen grabados en piedras más o
menos pequeñas. Aquí no. Con los monstruos prehistóricos, con los grandes
reptiles, no ocurre lo mismo. Casi todos están grabados en piedras de gran
tamaño y peso. Casi todos en altorrelieves...
»¿Por qué?, preguntas. Porque en estos casos
—cuando se toca el tema de los dinosaurios— no se trata ya de
"cacerías" más o menos deportivas. Es la "guerra" de toda
la Humanidad contra sus mortales enemigos. Por eso plasmaban estas escenas en
piedras mayores, con altorrelieves...
»Y esta mole que tienes ante tus ojos es
otra viva muestra de lo que te digo. El hombre no debía aproximarse ni entrar
en este lugar que señala la roca labrada. Si lo hacía, podía morir. En esta
piedra se está señalando un área donde vivían dinosaurios adultos y las formas
intermedias de éstos. Eran terrenos de dominio de los grandes saurios...
Una y otra vez me preguntaba cómo podía el doctor Cabrera Darquea haber llegado a estas conclusiones.
Una vez explicadas por él, las «ideografías»
parecían sencillas, tremendamente claras. Pero, ¿cómo poder descifrar esos
conocimientos?
—Existe una clave —concretó el
investigador—. Una clave que, después de muchas horas de estudio, me ha permitido
tener, al menos, el 75 por ciento del conocimiento del grabado. Sin ese
porcentaje mínimo, nadie podría desentrañar con exactitud las grabaciones de
los gliptolitos.
»Sin esa clave, por ejemplo, resultaría poco
menos que imposible averiguar que en esta otra piedra, uno de estos hombres
tiene en sus manos un corazón bilobular, recién extraído de un pelicosaurio...
El profesor de Ica me indicó otra de las
piedras grabadas. Allí observé la figura de un hombre que, efectivamente,
sostenía un extraño corazón. Y junto al hombre gliptolítico, este reptil
prehistórico de gran aleta dorsal y que —según la Paleontología— apareció en el
Carbonífero Superior, subsistiendo hasta el período Pérmico Medio. Es
decir, en plena Era Paleozoica o Primaria.
—Este grabado, de gran valor científico
—prosiguió Cabrera—, nos está revelando una vez más, el profundo conocimiento
que tenía esta Humanidad de la fisiología y anatomía de sus innumerables
enemigos.
Aunque el doctor Cabrera me hablaría a lo largo de nuestras numerosas entrevistas de múltiples detalles relacionados con esa «clave», la verdad es que en ningún momento logré que me hiciera una exposición completa y exhaustiva de la misma. Siempre que se lo insinué me encontré con la misma respuesta:
—Sólo haré pública dicha «clave» cuando
responda a todos los ataques de que soy objeto desde hace años. Y esa
«respuesta» está ya en preparación. En breve será editado un trabajo en el que
detallo todas mis investigaciones y descubrimientos en torno a esta
«biblioteca».
Desde ese instante me abstuve, por tanto, de
seguir interrogando a Javier Cabrera —al menos de forma directa— sobre la
«clave». En aquellos momentos, entusiasmado además por el sinfín de
conocimientos que tenía a mi alcance, consideré más oportuno empaparme a fondo
de las «ideografías» y grabaciones que podía ver y tocar.
Aquella «serie» dedicada a los animales
prehistóricos y en la que había podido descubrir nada más y nada menos que 37
tipos de grandes saurios, perfectamente clasificados por la Paleontología, así
como otros muchos, desconocidos aún para la Ciencia moderna, me había abierto
ya nuevos e indescriptibles horizontes.
¿Es que era posible entonces que el ser
humano hubiera CONVIVIDO con los monstruos antediluvianos?
La prueba estaba en cientos de piedras
grabadas. Pero el propio Javier Cabrera me iba a relatar un descubrimiento
acaecido no hace mucho en el vecino país de Colombia y que venía a ratificar
todas sus afirmaciones.
CAPÍTULO 9
UN TESTIMONIO DESCONCERTANTE: «PÁJAROS
MECÁNICOS» Y REPTILES VOLADORES «TRIPULADOS»
Pienso yo que cualquiera que pudiera
contemplar aquellos «hemisferios» terrestres de hace millones de años, grabados
en dos enormes piedras, se haría la misma pregunta:
«¿Cómo llegó a conocer aquella remota
Humanidad las formas y contornos de los continentes?».
Sólo admitiendo, en definitiva, que en otras
épocas del planeta se desarrollaron civilizaciones de un gran nivel técnico y
científico podríamos comprender y encajar la formidable realidad de los mapas
de Piri Reis. Es la misma conclusión a la que uno llega sin querer después de
conocer e investigar la «biblioteca» gliptolítica del desierto peruano.
El ingeniero Arlington Mallery expresaba
precisamente su extrañeza al no entender cómo habían podido ser trazados estos
mapas, sin la ayuda de la aviación...
Esa misma interrogante surgió en mi mente mientras examinaba las piedras de los «hemisferios». Pero, en este sentido, yo iba a tener más fortuna que Arlington Mallery. Porque en otras muchas piedras de la colección del doctor Cabrera estaba, precisamente, la respuesta a dicha pregunta.
—Aquella civilización dominaba la navegación
aérea —me respondió Javier Cabrera señalándome varias piedras en las que
aparecían extraños «pájaros» de apariencia mecánica, así como otras aves que pertenecían,
indudablemente, a diversos tipos de reptiles voladores de eras muy pretéritas
del planeta.
—¿Qué diferencia existe entre estos grabados
en los que se representan «pájaros mecánicos» y aquellos en los que el hombre
parece «cabalgar» sobre grandes aves prehistóricas?
—Esos que tú llamas «pájaros mecánicos» son
el más bello y evidente símbolo de que aquella Humanidad perdida en el tiempo y
el espacio podía dominar la navegación aérea... ¿Por qué quisieron grabar estos
«pájaros» que no son naturales? Todo en ellos denota tecnología. Son,
indudablemente, «mecánicos». Es decir, nos están mostrando —a través de una
«ideografía»— que podían surcar los espacios...
Lo más escalofriante, lo más sugerente de aquel «capítulo» o «sección» de la «biblioteca» era que el número de piedras descubierto, donde aparecían estos «aparatos voladores», era muy elevado. Sin embargo, como sucede en casi todas las «series», no todos los gliptolitos están investigados en profundidad. Muchos de ellos, decenas, permanecen ignorados.
—No logro aceptar —le comenté a Javier
Cabrera— que una Humanidad tan anterior a la nuestra haya podido conocer la
aviación. Eso resulta fácil de comprender.
—Todos hemos vivido y seguimos haciéndolo
bajo el influjo de unas enseñanzas y una ciencia que rechaza cuanto no se
ajusta a esos moldes preconcebidos y convencionales. ¿Quienes han sido los
peores enemigos de la Humanidad? Los hombres que pensaron en profundidad. Los
que no se dejaron arrastrar o lucharon contra «lo tradicional» y aceptado.
»Esta Humanidad gliptolítica nos maravillará
con sus conocimientos. Ya lo está logrando.
»Porque estos seres llegaron a salir al
espacio, por supuesto. Y lo lograron, no a través de nuestros sistemas matemáticos
o de cálculo. Ellos, como ya te he comentado en otras ocasiones, eran
conceptuales. Llegaban a esos conocimientos casi instantáneamente... Su mente
estaba preparada para ello. ¿Qué nos ocurre hoy a nosotros? Salimos del colegio
o de la Universidad con la mente cuadriculada, dividida. No tenemos una preparación
integral del conocimiento».
—¿Está también en las piedras el sistema que
empleaban para salir de la Tierra?
—Naturalmente.
Javier Cabrera regresó a su mesa de despacho y extrajo de la caja fuerte un «huaco» de color tierra a cuyo alrededor aparecían dibujados unos extraños símbolos. Algo así como un «pájaro». Sí, se trataba de un «pájaro» idéntico al que yo acababa de ver en los grabados de las piedras...
—¿Cómo puede ser? —interrogué al profesor.
—Es bien simple. Esta civilización dejó su
«mensaje», no sólo en las piedras, sino en otros muchos objetos que hoy, para
nosotros, sólo constituyen motivos de «artesanía» o —a lo sumo— de
manifestación artística de otras culturas incas o preincas... ¿Recuerdas el
manto de Paracas? ¿Recuerdas las tallas de madera de las que hablamos cuando
tocamos el tema de la isla de Pascua?
»Todas esas manifestaciones tenían un
significado mucho más profundo que la mera decoración o sentimiento artístico.
Aquella Humanidad dejó sus conocimientos en la "biblioteca de
piedra", sí, pero los gliptolitos no fueron su única huella.
»¿Cómo podríamos explicar, si no, esas construcciones megalíticas de Tiahuanaco, de Sacsahuamán, del mismo Machu Picchu, de la gran pirámide de Keops, de los gigantes de Pascua, etc.? La Humanidad gliptolítica dominó la totalidad del planeta. Sus restos, por tanto, se extienden por doquier. Lo que ocurre es que no queremos reconocerlo, no queremos abrir los ojos...
»Tampoco debemos olvidar que entre aquella
Humanidad prehistórica y nuestro "filum" han podido existir otras
civilizaciones que quizá alcanzaron elevadas metas en los distintos campos del
conocimiento. Y su huella se ha mezclado también con la de aquel hombre
gliptolítico.
Cabrera guardó silencio unos instantes y me
mostró aquella pequeña vasija de barro. La hizo girar lentamente sobre la mesa
y señaló:
—Este «huaco» nos está mostrando también el
sistema que utilizaban para salir al espacio.
»Estos seres lograron vencer la fuerza de la gravedad. Y sus máquinas voladoras escapaban a la atracción terrestre sin necesidad de esas potentes cargas de combustible que hoy exigen nuestros cohetes portadores.
La Humanidad gliptolítica anulaba la
gravedad, y era el planeta el que realmente abandonaba a la nave. No al revés,
tal y como sucede en la actualidad con nuestros vuelos espaciales.
»Al producirse esa anulación de la gravedad,
los aparatos voladores de aquella Humanidad eran prácticamente
"catapultados" al exterior a una velocidad equivalente a la que lleva
nuestro mundo en su viaje a través del Cosmos: 29,6 kilómetros por segundo.
»Esa velocidad de "escape" era más
que suficiente para situarse en órbita terrestre o para seguir rumbo a otros
astros de la galaxia.
En la actualidad se ha calculado en 11,2 kilómetros por segundo la velocidad mínima para que un cohete pueda escapar del campo gravitatorio terrestre. Esta velocidad es llamado también de «escape» o «fuga».
»Para
vencer la fuerza de la gravedad —tal y como he descifrado en los gliptolitos y
en este espléndido "huaco"—, aquella civilización usaba de la fuerza
electromagnética que captaba del exterior de la Tierra a través de las
Pirámides.
»¿Comprendes
ahora cómo pudieron trazar los "hemisferios" de la Tierra?
»Era
sencillo. Sus "pájaros mecánicos" —sus avanzadísimas astronaves—
podían elevarse sobre los continentes y abandonar, incluso, el planeta.
Quizá en este capítulo de la «biblioteca»
—más que en ningún otro— resulta vital el examen de los grabados y
altorrelieves de las piedras de Ica.
Y de nuevo volví a situarme frente a aquel
bellísimo labrado donde se nos mostraba un gran «pájaro mecánico» sobre el que
navegaban dos de aquellos seres olvidados. Dos hombres «gliptolíticos» que
oteaban la tierra en busca de los mortales enemigos de la Humanidad
prehistórica: los grandes saurios.
Allí, mejor que en ninguna otra piedra, mi
espíritu pudo sentir la proximidad del misterio. Y la imaginación terminó por
desbordarse, incapaz de resignarse a una realidad como la nuestra, tan
convencional como limitada.
Pero tan remota civilización no sólo utilizó
«pájaros mecánicos».
También
mi imaginación tembló al detenerme ante decenas de piedras donde hombres
«gliptolíticos» volaban a lomos de enormes y extrañas aves. Aquellas eran aves
de carne y hueso. De eso no cabía la menor duda. La diferencia con los «pájaros
mecánicos» era evidente. Algunos de aquellos reptiles voladores —así los
calificó Javier Cabrera— resultaban hoy desconocidos, incluso, para la
Paleontología.
Algunas de aquellas formas de animales antediluvianos me recordaron, por ejemplo, al pteranodom, con su cráneo en forma de martillo. Sin embargo, ¿cómo podían transportar estos extraños «pájaros» a los hombres «gliptolíticos»? Si no recordaba mal, y a pesar de sus nueve metros de envergadura, estos reptiles voladores —como en toda la «familia» de los pterosaurios— apenas si podían remontar el vuelo. Ni los músculos de sus alas ni las débiles patas traseras eran capaces de levantarse del suelo. La Paleontología asegura que debió vivir posiblemente en los acantilados, donde las corrientes de aire le ayudarían a elevarse...
Cuando le planteé este dilema a Javier
Cabrera, me respondió:
—Muchos de estos animales prehistóricos
están sin clasificar. Lo ignoramos todo de ellos. No podríamos pronunciarnos
sobre sus posibilidades para transportar a los seres de aquella Humanidad sobre
los aires...
»HOY, nuestra civilización aprovecha y se ha servido hasta la saciedad de los grandes paquidermos, de los camellos y dromedarios y hasta de los delfines.
»¿Por qué no pudieron hacer lo mismo los
hombres de entonces con los animales que resultaban dóciles o fáciles de
domesticar? Hoy no tenemos posibilidad de comprobarlo porque carecemos de
grandes reptiles voladores o, simplemente, de aves de las dimensiones de
aquéllas. Pero, ¿qué habría ocurrido si los hubiéramos tenido? ¿No los
hubiéramos utilizado?»
El planteamiento del médico e investigador
de la «biblioteca» lítica de Ica no carecía de base. Además, ¿qué significaban
sino aquellas piedras grabadas donde parecían representarse escenas de luchas,
de exploración, de caza y hasta de observación de cometas?
Plaza de Armas de Ica, Perú |
Javier Cabrera, amigo del coronel Chioino,
había donado, hacía ya tiempo, al citado Museo de Lima más de sesenta piedras
de todos los tamaños y pesos, exclusivamente grabadas con grandes «pájaros
mecánicos» o reptiles voladores sobre los que, como señalaba anteriormente,
viajaban hombres «gliptolíticos».
Allí quedé maravillado una vez más con los
grabados y altorrelieves que formaban lo que hemos dado en llamar el «capítulo»
de los «pájaros mecánicos».
Conscientes de lo espectacular de aquella colección, el Museo había solicitado de expertos dibujantes del Ejército del Aire el traslado al papel de cada uno de los grabados que figuraban en las sesenta y tantas piedras. La laboriosa tarea había sido Ya concluida y los visitantes podían apreciar de un solo vistazo la escena que se representaba en cada piedra. Este procedimiento —utilizado ya por Javier Cabrera para otras muchas piedras— daba siempre un resultado magnífico. Uno de los grandes obstáculos con que, precisamente, tropiezan cuantos contemplan los gliptolitos es la dificultad para percatarse con rapidez de las imágenes contenidas en las rocas. La curvatura de las mismas hace imposible contemplar la totalidad del
altorrelieve o grabado a un mismo tiempo. De
ahí que los dibujos-desarrollo siempre constituyan un eficaz sistema de
comprensión del «gliptolito».
A la vista de aquella espléndida «serie»
—con todo tipo de «pájaros mecánicos» y de reptiles voladores antediluvianos—,
uno no podía olvidarse de aquel otro no menos profundo misterio que se extiende
a unos 200 kilómetros al sur de la ciudad de Ica y que todos conocemos ya como
las «pistas» de Nazca.
Lineas de Nazca |
Esas enigmáticas figuras de cientos de
metros de longitud e, incluso, hasta kilómetros, que nos han recordado siempre
las pistas de despegue y aterrizaje de nuestros aeropuertos. ¿Qué relación
podía tener la «biblioteca» encontrada en el desierto de Ocucaje con la pampa
donde se entrecruzan gigantescos dibujos de una araña, un mono, pájaros,
figuras geométricas y un sinfín de líneas rectas?
Javier Cabrera conocía el secreto. Lo había
descifrado a través de las piedras grabadas. No cabía duda, por tanto, de que
existía una vinculación directa entre los seres que grabaron la «biblioteca»
lítica y los que dejaron impresas en la pampa nazqueña aquellas misteriosas
huellas.
¿Y cuál era esa vinculación?
—Se trataba de los mismos hombres
«gliptolíticos» —me comentó Cabrera cuando comenzamos a conversar sobre tan
apasionante tema—. Yo he descubierto en estas piedras la explicación de las
figuras y pistas de Nazca. ¡Están acá!
Ardía en deseos de conocer esa
«explicación».
—Como te comenté antes, esta Humanidad logró
anular la gravedad, procurándose así un inmejorable sistema de salida al
espacio. Un sistema que ni siquiera nuestros científicos han conseguido aún.
»Nazca, con su pampa, era uno de esos
"espaciopuertos". Por allí entraban y salían de la Tierra y por allí
se catapultaban en sus viajes por el planeta.
»¿Cómo lo lograban?
»En la actualidad sabemos que bajo gran
parte de Perú y del continente sudamericano existe un gigantesco filón de
hierro. Ese yacimiento va desde Nazca hasta Paracas, alcanzando también Machu
Picchu.
»Pues bien, según mis descubrimientos —todos
ellos basados en las piedras grabadas y en los "huacos"—, la
Humanidad prehistórica construyó sobre dicho filón de hierro su
"espaciopuerto". ¿Qué razón tenían para llevar allí semejante obra?
Nosotros sabemos hoy que el hierro concentra el campo magnético. ¿Y qué sucedería
si electrizásemos la zona? Contando siempre con la existencia del campo
magnético propio del planeta, aquel lugar se transformaría automáticamente en
un "electroimán": un gigantesco "electroimán".
Machu Picchu |
»Eso fue lo que sucedió. Estos seres
conocían la existencia del gran filón de hierro y construyeron su "espaciopuerto"
sobre la pampa de Nazca.
»Las pistas y algunos de los dibujos fueron
sometidos a sistemas de electrificación que les permitían "ingresar"
o "salir" de la Tierra cuando lo deseaban.
»Bastaba regular ese campo magnético para
"aterrizar" o "despegar". El mecanismo era sencillo.
»Existía un lugar de "embarque" y
una zona inicial de recorrido —a base de motores electromagnéticos— que
concluía en una "caída libre", aprovechando el desnivel del terreno.
En un tercer tramo, las naves eran aceleradas mediante un "cojín
magnético" y los motores lineales. Por último, en una plataforma angulable
se llevaba a cabo la deflexión, incrementando la velocidad».
Una mañana tórrida me decidí a comprobar por mí mismo la magnificencia de aquellas figuras y pistas de la pampa de Nazca. Después de casi 200 kilómetros por la carretera Panamericana, logré divisar el Valle del Ingenio. Allí, y sobre un «lienzo» de tierra arenosa y sembrada de guijarros marrones y negros, se extendían 50 kilómetros de misterio. Allí, después de caminar durante horas sobre la pampa, me senté a esperar el crepúsculo. Un crepúsculo que se produciría con la misma pureza y color durante millones de años. Allí, en fin, comprendí con desolación que nuestro pasado es algo tan oscuro como nuestro futuro.
¿Qué representaban en verdad aquellas simétricas
—atormentadoramente simétricas— figuras de cientos de metros, de kilómetros,
que se perdían en el horizonte? Mis pensamientos estaban confundidos. Recordaba
las palabras de Javier Cabrera, y mis dudas parecían crecer.. Si aquello había
sido un «espaciopuerto» en el pasado, ¿qué había sido de tanta grandeza?
Recuerdo bien cómo mi confusión se vio
mezclada con la impaciencia cuando, al principio, al comenzar a caminar por la
achicharrada pampa de nazca, las famosas pistas y figuras parecían haberse difuminado.
Tardé horas en comprender. Era imposible percatarse desde allí abajo de la
presencia de las líneas. El «guía» me advirtió: «Es preciso subir en avión para
divisar las figuras en toda su dimensión... »
Pero antes de seguir los consejos del nazqueño
me aproximé a un pequeño cerro de no más de 15 metros de altura. Al llegar a lo
más alto del peñasco comprobé asombrado que había estado caminando durante
horas sobre las mismas líneas que forman los dibujos gigantes. ¡Pero yo no lo
había notado desde el suelo!
Un total de 50 líneas rectas nacían de aquella roca y se perdían en todas direcciones, rumbo al horizonte. Sentí una curiosidad infinita. Y casi de un salto me situé sobre una de aquellas líneas que arrancaban del peñasco. La examiné con detenimiento. Recogí tierra y algunos pequeños guijarros...
En realidad, nada parecía distinto. Sólo un
detalle me llamó poderosamente la atención. Regresé nuevamente a lo alto del
cerro a fin de percatarme, y comprobé que mis deducciones eran acertadas. La
pampa, como comentaba anteriormente, se encontraba cubierta casi por completo
de guijarros de pequeño y mediano tamaño. Sin embargo, ninguna de las líneas
presentaba el mismo número de guijarros que el resto de la pampa.
Era como si un chorro gigantesco de aire a
presión hubiera ido apartando del trazado de cada figura los miles o millones
de guijarros negros y parduscos que en buena lógica deberían cubrir también las
figuras y las pistas.
¿Cómo podían haber desaparecido tantos miles
de piedras de cada una de las superficies que formaban las anchas rayas?
Al regresar a Ica comenté con Cabrera este hecho y la circunstancia de que las figuras no hubieran sido borradas en tantos siglos, a pesar de que aquellas llanuras fueron hasta hace muy pocos años paso obligado de grandes manadas de mulas y caballos.
El profesor fue directo al grano:
—Aquella Humanidad nos dejó con estas
figuras de Nazca la infraestructura, el esquema, de toda una tecnología. Esas
figuras —como en el caso del mononos— están revelando el mecanismo que
impulsaba a una nave a salir de la Tierra.
María Reiche |
María Reiche —la llamada «bruja del desierto», que
lleva más de treinta años estudiando las pistas y figuras— asegura que aquella
formidable obra pudiera ser un «calendario astronómico». El más grande y ambicioso
de cuantos ha construido el ser humano.
Y defiende su teoría basándose en el hecho
de que la civilización que trazó las líneas —por supuesto desde tierra y
valiéndose de cuerdas— estaba profundamente interesada en conocer con exactitud
la entrada y salida de las distintas estaciones del año.
«Esto —opina la alemana— era vital para sus
cosechas.»
Pero la hipótesis de María Reiche —aunque, en efecto, el Sol coincida en su caso con algunas de las rayas— no es suficiente para sostener ese cúmulo de enigmáticas y gigantescas figuras.
Para Javier Cabrera, sin embargo, el
misterio dispone tiempo que está resuelto. Y lo está porque él pone del valiosísimo
documento que representan 11.000 piedras grabadas por la misma Humanidad que,
al parecer, construyó las pistas de la pampa.
—Si uno estudia al hombre prehistórico con
el criterio convencional o tradicional de la Arqueología —añadió el
investigador— jamás encontrará nada de valor...
»Con estas figuras de la pampa nazqueña
sucede lo mismo. Hay que ser demasiado ingenuo o ignorante para pensar que un
dibujo tan complicado podía ser obra de un hombre prehistórico. Y, ya ves, sin
embargo, podemos reconocer en él valiosos elementos de física.
»Pero hay algo más que los arqueólogos no
quieren comprender. Si estos dibujos fueron ejecutados hace 3.000 años por los
pueblos preincaicos, ¿por qué no se han borrado todavía?
»Porque sigue vigente la infraestructura de
siempre. La alemana cree que las líneas se mantienen vivas porque pasa su
escoba de vez en cuando sobre ellas. Pero María Reiche llegó a Nazca hace
treinta años y las líneas —según ella, incluso— tienen 3.000...»
¿Qué quería decir Javier Cabrera con la afirmación
de que seguía vigente la infraestructura de las pistas y figuras de Nazca? ¿Es
que si procediésemos a una sistemática excavación encontraríamos algo
fantástico?
Javier Cabrera sonrió maliciosamente y prefirió dejarme con la duda. Había llegado su hora de entrada, como médico, en el Hospital Obrero de Ica.
—Ésta sí es una gran tragedia para mí
—concluyó, mientras nos despedíamos a la puerta de su museo—.
Yo tengo que seguir en el Hospital, y todas
esas horas que dedico a mi profesión las resto de esta urgente y trascendental
investigación... Por eso estoy constantemente pidiendo que llegue hasta Ica una
comisión oficial de científicos.
—Por cierto —le pregunté en el último
instante— ¿sabe María Reiche que las pistas y figuras de Nazca están en las piedras
grabadas de Ica?
Por supuesto que lo sabe. Por eso sus
ataques son más furibundos... Pero lo importante, de cara a la opinión mundial,
es aportar pruebas. Y yo las estoy mostrando...
De eso no había la menor duda. Cabrera me
había dejado sin aliento después de mostrarme la más sensacional y remota
colección de «pájaros mecánicos» del mundo. ¡«Pájaros mecánicos» de hace
millones de años!
Algunos días después de aquella última
charla, Javier Cabrera pondría ante mis ojos otras piedras que completaban el
fascinante «capítulo» de la gran catástrofe y de la posterior huida del planeta
por parte de algunas minorías...
CAPÍTULO 10
HUYERON A PLÉYADES
En las piedras de Ica —tal y como señalaba al principio de esta obra— se manifestó la proximidad de un apocalíptico cataclismo. Una destrucción que pudo ser muy similar a la descrita por Much, pero que —según se manifiesta en la «biblioteca» lítica— tuvo un origen y un tiempo diferentes. He aquí la explicación que sobre dicha destrucción me proporcionó Javier Cabrera Darquea frente a varios cientos de piedras relacionadas con este cataclismo:
—La
Humanidad que hace millones de años poblaba el planeta tenía un elevado nivel
tecnológico. Eso lo hemos visto ya en muchas de las «series» de piedras que
llevo analizadas.
Esta
civilización perdida en el tiempo había vencido la fuerza de la gravedad,
volaba al espacio, conocía los más profundos secretos de la Astronomía, etc. Y
sabía también que el planeta disponía a su alrededor de un «cinturón»
electromagnético, que hoy nosotros acabamos casi de descubrir y bautizar con el
nombre de «Van Allen». Ese
cinturón podía ser «utilizado» para uso industrial y tecnológico y la Humanidad
«gliptolítica » lo hizo. Pero, ¿cómo?
»En las piedras —en muchas de ellas— hay pirámides. Pirámides que se levantaban en la zona del ecuador terrestre. Un ecuador que no coincidía del todo con el actual. ¿Por qué estaban allí esas pirámides?
Las
piedras lo "detallan".
»La
civilización prehistórica que grabó estas piedras construyó dichas pirámides
para captar y transformar esa energía electromagnética que rodeaba la Tierra.
—Dicha
energía —una vez convertida en eléctrica— se distribuía a todos los
continentes, tal y como muestran las piedras grabadas. La Humanidad
prehistórica conocía también la electricidad. Sin embargo, con el paso de los
siglos, el uso excesivo de esta fuente de energía iba a dar lugar a la más
tremenda destrucción de que se tenga conocimiento.
»Como habrás apreciado en muchas de las piedras fabricadas —continuó Javier Cabrera— nuestro planeta tenla en aquellas épocas remotas tres Lunas o satélites naturales. Dos de ellas, posiblemente, eran menores que la que hoy conservamos.
»Pues
bien, al llegarse a un consumo extremo de la citada energía electromagnética,
el planeta, lentamente, fue aumentando su magnetismo natural, de tal forma que
—progresivamente— fue rompiéndose el equilibrio entre las lunas más cercanas al
globo y nuestro mundo.
»Pero
este hecho no se produjo súbitamente. La mayor fuerza de atracción del planeta
constituyó un hecho gradual y lento. Sin embargo, aquellos hombres lo
descubrieron. Y comprendieron el alcance del inevitable desastre.
»Quizá
pasaron siglos antes de que una o dos de aquellas Lunas —las más próximas y de
menor diámetro— se acercaran tanto a la Tierra como para caer violentamente
sobre nuestro mundo.
»El hecho incontrovertible es que esos astros se precipitaron un día sobre el planeta. Y provocaron la más espantosa de las destrucciones que jamás recuerde el género humano.
»Se
había roto el equilibrio natural, y la civilización humana —una vez más— se
autodestruyó.
»La
caída del satélite o satélites hundió parte de los continentes, agrietó la
corteza terrestre y desencadenó posiblemente un interminable diluvio. Pero ese
diluvio no se formó de manera súbita. La Tierra — según se aprecia en las
piedras— carecía entonces de polos. Y la relación tierra-agua no era la actual.
Había entonces mucha más tierra que océanos. ¿Por qué? El planeta había experimentado un largo calentamiento. Y este proceso de calentamiento, haciendo que buena parte de las aguas se evaporasen, concentrándose en la atmósfera. En aquella era, la Tierra debía presentar desde el exterior un aspecto muy similar al que hoy tiene Venus. Las nubes eran extremadamente densas cubrían casi por completo la superficie del globo.
»Aquel
hecho provocaría indudablemente un diluvio universal como una consecuencia más
del gran choque de los astros con nuestro mundo.
»Lo que entonces era Atlántida —y que había
ido derivando ya en dirección Este— hacía mucho tiempo se hundió sólo en parte.
El resto quedó desplazado violentamente, formando lo que hoy conocemos por
Europa y norte de África.
Continentes en aquella epoca, Mu y la Atlantida |
»Pero Mu no se hundió entonces, tal y como
pretenden muchos autores. El continente había ido "viajando" también
hacia el Oeste, dejando tras de sí —a todo lo largo del Pacífico— un rastro de
islas y archipiélagos que hoy existen todavía en buena parte. Mu llegaría a
formar Asia, tal y como ya te he explicado...
Como vemos, la diferencia respecto a las teorías de Much sobre el origen de la catástrofe es amplia. Y no lo es menos a la hora de analizar el tiempo transcurrido desde entonces.
Para Much, la caída del asteroide sobre el
Atlántico pudo ocurrir hace aproximadamente 10.000 años.
«Esto explicaría —afirma el científico— el
cambio de clima en gran parte de Europa y la desaparición de la capa de hielo
que cubría por aquellas fechas, además de Escandinavia, Gran Bretaña e Irlanda,
casi la totalidad del continente europeo. Y esto sucedió —prosigue Much—
porque, al desaparecer Atlántida del centro del océano, la llamada corriente
del Golfo tuvo paso franco hacia las costas de Europa. Y la cálida corriente
hizo más benigno el clima».
Por otra parte Much apoya esta teoría en la
existencia en el fondo del Atlántico —junto a Puerto Rico—, así corno en la
América centromeridional, Georgia, Virginia y Carolina, de vastos cráteres
abiertos hace 10.000 o 12.000 años por enormes meteoritos.
Por último, afirma que los citados bólidos celestes cayeron precisamente en la época en que un indescriptible seísmo formó las cataratas del Niágara y elevó los Andes hasta convertirlos en una de las más imponentes cordilleras del globo.
Difícilmente podemos fijar el proceso de
desglaciación 10.000 años atrás, puesto que —según los últimos estudios, ya
referidos en otro pasaje de este libro— los científicos, entre ellos Claude
Lorius, fijan el comienzo del último período glacial entre 9.000 y 10.000 años
atrás... Es ahora, precisamente, cuando acaba de comenzar la desglaciación.
La teoría, por tanto, del cambio de clima en
Europa, como consecuencia de la «arribada» de la corriente del Golfo hasta las
costas europeas no resulta demasiado lógica. Pero existen más contradicciones
en las hipótesis de Much.
Esos cráteres que han sido descubiertos en el fondo del Atlántico pudieron ser provocados, en efecto, por una lluvia de grandes meteoritos. Sin embargo, tampoco podemos olvidar que la Tierra, en su constante viaje por el espacio, «cruza» de vez en cuando verdaderos «ríos» o «torrentes» de asteroides que siguen un curso definido en el Universo. El planeta, al atravesar dichos «ríos» de piedras, hace que muchas de ellas caigan sobre su superficie, formando lo que en las noches estivales solemos denominar «estrellas fugaces».
Muy regularmente, cada año, la Tierra
atraviesa varios de dichos «ríos». Esto fue lo que ocurrió por ejemplo, entre
el 9 y el 17 de agosto de 1902, con un máximo de «estrellas fugaces» en la
noche del 12 del referido mes. Aquella entrada de nuestro «buque sideral» —la
Tierra— en el «cauce» de piedras que viajaban también por el Cosmos produjo un
espectáculo indescriptible. Bellísimo. Como si miles de estrellas errantes cayeran
a un mismo tiempo y sobre una misma zona. Los astrónomos denominaron aquellos
«fuegos de artificio» con el nombre de «perseidas», puesto que las
«estrellas fugaces» procedían de la constelación de Perseo. En aquella ocasión
—y según cálculos de los observadores soviéticos— los meteoritos que se precipitaron
sobre la atmósfera terrestre apenas si pesaban una fracción de gramo.
Pero no siempre esas «lluvias» de piedras
siderales constituyeron un inofensivo espectáculo.
En tiempos remotos, otros meteoritos
gigantescos cayeron sobre la superficie del mundo, abriendo cráteres, sí, de
hasta 100 kilómetros de diámetro, como sucedió hace doscientos millones de años
en África del Sur. En aquel violento choque con la Tierra, el asteroide hundió
la costra sólida del globo e hizo brotar el magma pastoso del que los volcanes
nos ofrecen algunas muestras en la lava.
Pero, aun reconociendo esta posibilidad, en
relación con los cráteres existentes en el fondo del océano Atlántico, más
probable parece, no obstante, que los mismos tuvieran su origen en el
alzamiento de la cordillera que divide dicho océano en dos partes casi simétricas.
Por último, la cordillera andina no se
levantó hace 10.000 años, tal y como afirma Kolosimo. Precisamente la
«revolución de la montaña» —que daría origen a las grandes cordilleras del
planeta— hay que centrarla en los comienzos de la Era Terciaria. Hace, por
tanto, más de 60 millones de años...
Difícilmente en suma, podemos fijar ese formidable cataclismo 10.000 años atrás. Pero esto, además, encuentra en las piedras grabadas de Ica una prueba decisiva. En la gran «biblioteca»
no se está hablando de 10.000 años. Ni
siquiera de 100.000 o de un millón.
Las «series» que aparecen grabadas en las
piedras —todas unidas y vinculadas entre sí— nos remontan mucho más atrás: a
las eras de los formidables reptiles voladores, de los dinosaurios, de los
agnatos...
Es decir, a un tiempo que tuvo lugar hace
millones de años.
Aquella Humanidad, como decía anteriormente,
supo con antelación la proximidad del cataclismo que ella misma había
engendrado. Y se apresuró a dejar un «mensaje», una «biblioteca», en la que se
mostrara a posibles civilizaciones o Humanidades posteriores todo su
conocimiento, experiencia y sabiduría. Aquella Humanidad dejó un legado, tal y
como hoy están llevando a cabo ya los científicos norteamericanos, ante la posibilidad
de una nueva autodestrucción termonuclear.
Hoy, esos hombres de ciencia —apoyados por
el Gobierno de los Estados Unidos— están enterrando todos los conocimientos de
esta Humanidad en microfilmes que encierran en tubos al vacío. Pero, ¿qué
sucederá si algún día son encontrados por un nuevo hombre primitivo?
Lógicamente los utilizará para encender fuego y calentarse. No comprenderá lo
que aquello significa. Y posiblemente lo destruirá...
Ésa es la diferencia con este otro
«mensaje», grabado en piedras, que han permanecido enterradas durante millones
de años y que nunca podrían ser arrojadas al fuego para calentar a hombres
primitivos
—Pero, ¿por qué precisamente en piedra?
—pregunté a Javier Cabrera.
—¿Es que conoces algún material más idóneo?
¿Es que los metales podrían soportar el paso de millones de años? Sólo la
piedra puede lograrlo y sólo si se encuentra, como en este caso, protegida.
Aquella palabra —«protegida»— encerraba un significado tan apasionante como estremecedor.
Días después, Javier Cabrera me explicaría
su sentido real.
Ahora, nuestra conversación había entrado en
otra fase no menos interesante que las anteriores. La presencia de pirámides en
aquellas piedras me había desconcertado desde el principio. Examiné una y otra
vez las piedras grabadas y llegué a la conclusión de que «aquello»,
efectivamente, eran pirámides.
Pero, entonces, ¿por qué las hemos
considerado nosotros como tumbas faraónicas?
Cabrera sonrió. Y me expuso sus argumentos, en parte compartidos por otros muchos científicos del mundo:
—Una civilización como la egipcia, pongamos
por caso, a pesar de su desarrollo y conocimiento de las Ciencias, carecía de
los necesarios medios técnicos para mover y levantar una obra como la gran
pirámide de Keops. Cálculos modernos han concretado que, sólo para trasladar la
piedra hasta pie de obra, se hubieran requerido más de 600 años. ¡Y valiéndonos
de nuestros medios actuales!
—Pero, ¿quién construyó entonces las
pirámides?
—La Humanidad «gliptolítica». Así está
grabado en las piedras que constituyen su «mensaje». Estas pirámides eran
utilizadas para captar la energía electromagnética, ya lo hemos dicho...
»Lo que ocurre es que, millones de años
después, los faraones, al darse cuenta de la magnificencia de esta obra,
quisieron que los enterrasen en su interior. Las convirtieron en tumbas. E
incluso trataron de imitar su construcción. Pero la finalidad primera, el
motivo real por el que fueron construidas, no fue ése.
»La Humanidad "gliptolítica"
construyó pirámides a todo lo largo del ecuador terrestre. Hoy nos quedan algunos
vestigios de esa formidable obra en Egipto, América y Asia. Muchas otras
resultaron destruidas por el gran cataclismo o por posteriores desastres. Y
quizás algún día encontremos sus restos...
—En cierta ocasión afirmaste que no todos
los seres de esta Humanidad prehistórica perecieron o quedaron en el planeta.
«Una minoría —comentaste— salió de la Tierra». Pero, ¿hacia dónde?
El médico iqueño no respondió. Pero me rogó
le siguiera hasta la entrada de su centro-museo.
Allí se inclinó sobre una piedra de gran
tamaño y me respondió con firmeza:
—Las
elites viajaron a Pléyades. Concretamente, a uno de los planetas de dicho
cúmulo estelar.
Otra vez Pléyades. Pero, ¿por qué este lugar
del firmamento? Me acordé entonces de una de las entrevistas anteriores. Javier
había hablado de dos piedras en las que aparecían grabados unos «hemisferios» que
no parecían corresponder a la Tierra.
«Son de otro mundo», había dicho el
investigador.
Mi mente, no sé bien por qué, lo vinculó a esta huida de las elites hacia un extraño planeta. Y acerté. Javier Cabrera se incorporó y me señaló las dos piedras que yo había visto ya en aquella ocasión
—Marcharon
allí —me respondió con la
voz temblorosa por la emoción—. En ese
planeta, en esos «hemisferios » desconocidos para nosotros, se aposentaron.
—Pero, ¿por qué escogieron precisamente ése?
Aguardé la respuesta con expectación. Pero
Cabrera, encerrándose una vez más en sí mismo, murmuró tan sólo:
—Creo que el mundo se asustaría si lo
supiera. Yo no pude conciliar el sueño en muchos días. Este hallazgo ha
cambiado, incluso, mi vida... »Sólo puedo decirte por el momento que aquella
Humanidad tenía ya conocimiento de la existencia de tal planeta en Pléyades...
No lo eligieron porque sí».
—¿Está relacionado con esas decenas de
piedras del «cuarto secreto»?
Javier Cabrera me miró fijamente y, al
comprobar que me aproximaba a la realidad, se limitó a darme una palmada en la
espalda, cayendo desde ese instante en un mutismo absoluto. Profundo. Casi
aterrador. Tuvimos que cambiar el rumbo de la entrevista. Y regresamos a la
primera piedra: a la que mostraba todo un «acoplamiento» de dos naves
espaciales en pleno vuelo.
Más sereno, Javier Cabrera me explicó así el significado de aquella trascendental «ideografía»:
—Aquí
ves, en efecto, dos naves, dos «pájaros mecánicos» simbólicos, que están
realizando todo un «acoplamiento» espacial. Exactamente igual que nuestros
astronautas.
»Uno de los "humanoides" realiza
el acople...»
Así era, efectivamente. Así aparecía en
aquellos grabados.
La
nave principal —continuó
Cabrera— es dirigida por este hombre,
que ostenta la jefatura de la expedición. Él representa la energía cognoscitiva
y de mando.
Uno de aquellos hombres «gliptolíticos», en
efecto parecía «dirigir» al gran «pájaro mecánico». Sobre la segunda nave,
otros 2 seres «obedecían» órdenes del comandante de la expedición.
—Estas
naves —según mis investigaciones— llevaban en su interior todo un «cargamento»
de vida. Eran las elites del planeta que abandonaban la Tierra antes de que
ésta sufriera la gran catástrofe. »Para entonces, para cuando esas elites
decidieron salir del globo, todo se daba ya por perdido.
—¿Y qué sucedió con los que quedaron en el planeta?
—Perecieron
en su mayoría. El cataclismo sumió la Tierra en la más absoluta desolación. Es
posible que los que llegaran a sobrevivir tuvieran que empezar de nuevo...
»Me inclino a pensar que el shock fue de tal
calibre, de tal trascendencia, que esos pocos seres que pudieron salvarse se encontraron
prácticamente "a cero". Y con la desaparición de aquel
"filum" humano pudo comenzar su andadura una nueva Humanidad. Otra
Humanidad que arrancaba quizá desde las cavernas...»
¿Ocurrió realmente así? ¿Desapareció por completo aquella Humanidad misteriosa? ¿Quedaron hombres «gliptolíticos» esparcidos por la Tierra? ¿Cuánto tiempo debió pasar hasta que una nueva civilización alcanzó las mismas metas de la Humanidad que acababa de ser arrasada del globo?
Quizá nunca lo sepamos. Lo cierto, lo
palpable, es que el hombre «gliptolítico» quiso dejar constancia de su paso por
el mundo. Y un día, por casualidad, alguien encontró todo un «mensaje». Un
«mensaje» —eso sí— de «supervivencia». Y ninguna «serie» de la «biblioteca»
lítica lo demuestra mejor que nada al mostrar los revolucionarios conocimientos
de Medicina que había alcanzado aquella civilización.
Unos conocimientos que hacen palidecer,
incluso, los de nuestros mejores cirujanos y especialistas.
«TRASPLANTES» HACE MILLONES DE AÑOS
Cuando Javier Cabrera me mostró las numerosas piedras de la llamada «serie» de Medicina hubiera deseado detener el tiempo.
No sé bien cuántas veces acaricié aquellas
moles de cientos de kilos. No sé bien el número de ocasiones en que mis dedos
se deslizaron sobre los grabados, tratando de cerciorarme, quizá, de que no
estaba en plena pesadilla.
Tenía ante mis ojos extraños «cirujanos» que
«operaban» sobre seres que yacían en no menos insólitas «mesas de quirófano».
Tenía frente a mí —y en decenas de grandes
piedras— las sucesivas «secuencias» hasta un vino hubiera identificado con
«trasplantes» de los más diversos órganos humanos: corazón, riñón, hígado,
cerebro...
Javier Cabrera se sentía orgulloso,
profundamente orgulloso, con aquel hallazgo. Era posiblemente una de las
«secciones» o «capítulos» más intrigantes de la gigantesca «biblioteca de
piedra. Y él lo había desentrañado.
TRASPLANTE DE CEREBRO
( Fuente de imágenes: http://www.piedrasdeica.es/)
Incisión |
Extirpación |
Extracción |
Cerebro extraído |
Regeneración encefálica |
Cerebro donante y receptor
Conexiones nerviosas |
Observación con lente |
Fase final |
Cauterización |
Sutura |
Sutura |
Honradamente, era demasiado para mí. Llevaba
sobre las espaldas de mi mente demasiadas emociones, demasiados sobresaltos,
demasiadas sorpresas. Y aquella parte de la «biblioteca» terminó por
derrumbarme... Me negué en redondo durante muchas horas a aceptar lo que jamás
creí que pudiera ver o escuchar. Me negué casi instintivamente. Sin embargo,
conforme Javier Cabrera me fue detallando los pormenores de aquella «serie» de
piedras, la realidad se fue imponiendo. Una realidad aplastante. Con todo lujo
de detalles.
Desconcertante.
El investigador de Ica había procurado separar cada una de aquellas «operaciones» o temas médicos en distintos ángulos de su centro-museo. La operación, indudablemente, había sido ardua, puesto que muchas de las rocas alcanzaban con facilidad los 100 y 150 kilos. Pero la idea del profesor facilitaba extraordinariamente la comprensión de cada «trasplante», cuyas partes o pasos más importantes habían sido grabados en piedras distintas, como si se tratara de «secuencias» de una misma «escena».
De
esta forma pude contar hasta catorce piedras relacionadas con el «trasplante»
de corazón: más de diez con el de cerebro; otras tantas para los de riñón, etc.
Aquello era casi alucinante. Si los primeros
«trasplantes» que llevó a cabo nuestra civilización los practicó el cirujano
sudafricano Barnard, en 1967, ¿que explicación podíamos darle a unas piedra
grabadas — encontradas hacia 1962— y en las que, precisamente, se detalla todo
un «trasplante» de corazón?
Pero no un «trasplante» como el que, durante
mucho tiempo, practicó el famoso cirujano. No. En las piedras de la
«biblioteca» de Ica se trasplantaba el corazón de forma íntegra. Barnard, en
sus primeros intentos, se limitó tan sólo a trasplantar parte del corazón
humano. Pero en las piedras grabadas no ocurre así. Aquellos «cirujanos» de
enormes cráneos y sus «ayudantes» manejaban corazones completos...
Allí, indudablemente, había mucho que aprender. Javier Cabrera me lo iba a ratificar a los pocos minutos, cuando comenzó a describirme las distintas fases seguidas por el hombre «gliptolítico» en dicha operación de «trasplante» de corazón.
—En
la primera piedra de esta «serie» dedicada a la operación de cambio de un
corazón enfermo por otro sano, puedes ver cómo el «cirujano» que dirige el
«trasplante» —y que se distingue del resto de los médicos ayudantes por su
«sombrero»— comienza por palpar el pecho donde se encuentra el corazón que va a
extraer.
Este «paciente» era sin duda el «donante»,
tal y como nosotros lo llamamos hoy. Al otro lado de la piedra se encuentra el
«receptor»...
Aquello no podía estar más claro.
—...Pues bien, en síntesis, puesto que el
estudio de esta operación nos llevaría horas, lo que se estaba preparando era
el paso de un corazón sano al cuerpo de otro individuo cuyo órgano motor se
encontraba dañado. En esa misma piedra puedes observar cómo uno de los
«ayudantes» prepara junto a la «mesa de operaciones» todo un instrumental
quirúrgico.
En la piedra en cuestión podían apreciarse
numerosos detalles que uno no podía por menos que relacionar con los clásicos
aparatos que se utilizan siempre en los más modernos quirófanos.
En
otra de las piedras —y como continuación de la primera—, el cirujano» abre el
pecho del «donante» saca el corazón, unido todavía al organismo a través de la
vena aorta. Para abrir el
pecho del hombre, aquel «médico» prehistórico había utilizado un instrumento de
apariencia cortante y que cualquiera relacionaría automáticamente con nuestros
modernos bisturíes.
—El «instrumental» —apunté a Javier Cabrera—
parece, sin embargo, muy rudimentario. ¿Cómo podían verificar semejantes
operaciones con estos «cuchillos» tan burdos?
—No eran «cuchillos burdos» como tú crees.
No olvides que todas estas piedras representan «ideografías». Esto no significa
que aquellos cirujanos practicasen tan complejas operaciones con este
«instrumental» tan aparentemente primitivo. Se trata de mostrar la esencia de
lo que habían logrado. Y la forma más elemental de transmitirlo, con la
seguridad de que otros seres pudieran entenderlo, es así, a través de las
«ideografías» o símbolos. Si ellos hubieran grabado en las piedras el verdadero
aspecto de sus «quirófanos», «telescopios», etc., quizá no lo hubiéramos
comprendido.
»¿Qué hemos hecho nosotros con la placa o
"mensaje" que viaja en estos momentos a bordo de la sondaespacial Pioneer
X? Nuestra civilización ha grabado allí las figuras de un hombre y de una
mujer, ¡desnudos!
Tal y como somos. No se les ha ocurrido a los científicos de la NASA grabar un hombre vestido con corbata y llevando un paraguas en la mano. ¿Es que si otra civilización extraterrestre encontrara un grabado semejante habría sabido que aquello era una simple prenda para vestir o un objeto para protegerse de la lluvia?
Lógicamente, no. Esa Humanidad —a poco que
fuera inteligente— los hubiera vinculado necesariamente a la propia forma o
estructura de esos seres que enviaban la sonda espacial.
Lo mismo sucede con estas piedras.
Javier Cabrera prosiguió su explicación
sobre el fantástico «trasplante» de corazón:
—Una
vez que el corazón ha sido extraído totalmente, como ves en esta otra piedra,
el «cirujano» procede a su limpieza y adecuación para su inmediata entrada en
el tórax del «receptor», que espera sobre otra mesa de operaciones en ese otro
ángulo de la piedra.
El investigador se acercó a una nueva y enorme piedra grabada y, poniendo sus manos sobre la «ideografía », continuó:
—Y ésta, querido amigo español, es
posiblemente una de las «lecciones» maestras de esta «biblioteca». ¿Qué es lo
que ves en este grabado?
Centré mi atención y respondí que aquel
nuevo ser que entraba en escena parecía una mujer...
—Efectivamente —prosiguió el científico peruano—. Una mujer embarazada a la que se está
extrayendo sangre. Observé con más atención el grabado y descubrí a otro
«cirujano» que sujetaba una especie de bomba con la que se aspiraba la sangre
de aquella embarazada. La muñeca de la mujer parecía vendada y una fina
aguja clavada en la vena radial permitía el paso de la sangre desde el cuerpo
de la «donante» hasta la citada bomba. La sangre —eso estaba claro como la luz
era aspirada y almacenada en otro recipiente.
—Mas, ¿para qué? ¿Qué papel desempeña esta
de «trasplante» de corazón?
—Vital.
«Transfusión» de sangre en medio de una operación. Esta Humanidad había
descubierto la solución contra el «rechazo». Hoy sabemos que los
«trasplantes» de órganos tropiezan siempre con un «fantasma» para el que la
Medicina moderna no ha encontrado todavía solución: el rechazo de los cuerpos
extraños por parte del «receptor». Colocar un corazón o un riñón o un hígado o
un cerebro en otro cuerpo significa la introducción de un elemento extraño en
ese organismo. Y el órgano en cuestión termina siempre por ser rechazado.
Corazon gliptolitico |
Me incliné sobre la piedra donde se mostraba
la referida «transfusión» de sangre, pero, por más vueltas que le di, no
terminaba de comprenderlo.
Javier Cabrera continuó su apasionante
relato:
—La Humanidad que dejó este «mensaje» —un
legado en el que rezuma la llamada a la «supervivencia»— había descubierto lo
que pudiéramos calificar como «hormona antirrechazo». Y había logrado
aislarla en la sangre de la mujer embarazada.
»Si examinamos con serenidad el asunto,
observaremos que, en efecto, la embarazada es el único ser humano que no sólo
no rechaza un cuerpo extraño, sino que lo asimila y lo hace suyo. El
"espermatozoide" masculino constituye un elemento extraño para la
mujer. Y, sin embargo, es recibido y crece en su interior. En buena lógica
debería terminar por ser igualmente rechazado, tal y como ocurre con cualquier
otro órgano que se "trasplanta".
»Pero,
¿por qué no sucede así? Porque la Naturaleza —que es tremendamente sabia— ha
proporcionado a la sangre de la mujer una hormona que evita ese rechazo.
»Y eso lo supieron los seres de la Humanidad
prehistórica que nos dejó este maravilloso "mensaje”.
»Por eso en cada "trasplante"
proporcionaban al "receptor" del órgano sangre de una mujer que se
encontraba entre el tercero y quinto mes de gestación. Eso impedía que el
órgano extraño fuera rechazado con el paso del tiempo.
»Nosotros —ya ves tú—, ni siquiera hemos
desarrollado esta técnica. Y los cirujanos del mundo entero luchan
denodadamente por encontrar esa solución contra el gran "fantasma" de
la Medicina moderna.
»¿Comprendes, una vez más, por qué solicito
a gritos que una comisión de expertos del mundo entero venga a estudiar esta
"biblioteca"?»
Al regresar a España me encontré con una buena sorpresa. Un biólogo de la Universidad de la Sorbona, el profesor Bohn, había lanzado ya en 1944 una tesis que produjo hilaridad entre los medios científicos de la época, pasando después al más absoluto olvido. El citado profesor había presentado una tesis según la cual, al principio de la gestación, el organismo de la mujer tiene tendencia a rechazar el cuerpo extraño en el que la mitad de los genes provienen del padre.
Dicha tesis del profesor Bohn fue confirmada
de forma terminante y clara por los trabajos del Instituto Pasteur. Los
profesores Francois Jacob y Robert Fauve llegaron a descubrir que existían
mecanismos comunes que permitían al mismo tiempo la implantación del huevo
fecundado en el útero, la tolerancia por la madre del gen extraño que es su
hijo y la resistencia de las células cancerosas a las defensas naturales del
organismo.
Sin embargo —insistí—, ¿cómo sabes que se
trata de una mujer embarazada? Podría tratarse de una simple transfusión,
realizada sobre el cuerpo de una Mujer.
—No. ¿Por qué digo y sostengo que se trata
de una embarazada? ¿Porque su vientre presenta los síntomas típicos del
embarazo? No, en absoluto. Mira bien. Aquí se ve el esófago, el estómago, el
duodeno, el intestino delgado, etc. Se ven también los pezones turgentes y los
senos hipertrofiados. El diagnóstico del embarazo no lo hago porque esta mujer
presente una figura más o menos gruesa. Todos los médicos saben que una mujer puede
estar embarazada y, no obstante, presentar un vientre más o menos abultado.
»Lo que en verdad caracteriza el estado de gestación son los pezones y la glándula mamaria hipertrofiada. Por eso digo que está embarazada.
»Recuerdo que los que me atacan preguntaron en
el poblado de Ocucaje a la campesina que asegura haber grabado estas piedras
"si ella, en efecto, era la autora de esta ideografía". ¿Sabes qué
respondió, la pobre "cholita"?
»—"Sí —dijo—, ésa fue una piedra en la
que la señora me ‘salió’ un poco gorda"».
Ni Javier Cabrera ni yo hicimos comentario
alguno.
—¿Es que una «lección» tan profunda como
ésta —continuó el investigador— puede ser obra de alguien que ni siquiera sabe
leer ni escribir? ¡Por Dios, señores...!
»Si examinamos la sangre de una mujer embarazada
—insisto—, podríamos llegar a descubrir esa "hormona antirrechazo".
Después, prosiguió con las piedras del
«trasplante» de corazón:
—En
este otro «gliptolito» vemos precisamente cómo la sangre de esa mujer
embarazada es inyectada ya en el «receptor». Mediante una aguja, la sangre que en otra piedras había sido
preelevada, era ahora trasvasada hasta el «receptor» a través de una de las
venas de su muñeca.
Sentí escalofríos.
Sobre el corazón del «enfermo», el hombre
que grabó esta piedra señaló, incluso, la zona afectada por el mal.
Un pequeño círculo, efectivamente, resaltaba
con una especie de rayado dentro del corazón.
—¿Y cuál era el problema de dicho corazón?
—En este caso, miocarditis.
Cabrera me señaló una nueva piedra. Y
prosiguió:
—En ésta, el corazón del «donante» es
irrigado constantemente por la sangre de la mujer embarazada...
»Aquí, en este nuevo gliptolito —manifestó,
indicando otra enorme piedra grabada que se encontraba junto a las anteriores—,
el "cirujano" procede a la abertura de la caja torácica del enfermo.
Todo está a punto para el "trasplante" del órgano.
»Procede, como ves, a la extracción del
corazón dañado, juntamente con la totalidad de sus vasos arteriovenosos al
completo, mientras otro "cirujano" sostiene en sus manos —siempre
provistas de "guantes"— el segundo corazón, el del
"donante".
Cabrera había vuelto a pasar a otras nuevas
piedras. La «escena» proseguía con todo lujo de detalles.
El segundo corazón, efectivamente, esperaba en las manos de otro «médico», mientras un complejo sistema de tubos y aparatos lo mantenía constantemente irrigado.
El segundo corazón, efectivamente, esperaba en las manos de otro «médico», mientras un complejo sistema de tubos y aparatos lo mantenía constantemente irrigado.
La emoción iba subiendo por segundos en mi
pobre corazón, que saltaba violenta y aceleradamente dentro de mi cuerpo.
Nueva piedra: el corazón es introducido en
el tórax del «receptor», siempre irrigado con la sangre que contiene la
«hormona antirrechazo», extraída de la mujer embarazada.
»Los "cirujanos" colocan el nuevo
órgano en su lugar y, por último, en esta nueva "ideografía", el
médico procede a "coser" y cerrar la pared torácica y abdominal. El
"trasplante" ha concluido.
»Otro "ayudante" procede a
introducir en la boca del "paciente" el oxígeno necesario.
»En aquella piedra, uno de los
"cirujanos" "escucha" los latidos del nuevo corazón.
Di un salto. ¡Aquello era «algo» similar a nuestros estetoscopios! Cabrera sonrió cuando observó mi sorpresa.
—Esa piedra pertenece a lo que nosotros
llamaríamos «cuidados postoperatorios». El médico está controlando el buen
funcionamiento del órgano recién «trasplantado»...
Por último, y como final de aquella
«operación prehistórica», otro de los «cirujanos», de gran cráneo e insólita
figura, procedía a desenganchar todos los sistemas que habían ayudado a la
realización del «trasplante».
—La «operación» —concluyó Cabrera— había
sido un éxito.
Estaba desconcertado. Y creo que mi reacción
era del todo lógica y normal. Costaba lo suyo aceptar que una civilización
prehistórica —a las que siempre hemos considerado como primitivas e incultas—
hubiera podido alcanzar semejante nivel científico y tecnológico.
Quizá influido por este fuerte shock no
presté demasiada importancia a los «trasplantes» de riñón, de hígado o pulmón
que también observé fugazmente ente las numerosas piedras.
Envuelto ya por completo en aquel torbellino de emociones, Cabrera me condujo hasta otro de los extremos de la gran nave donde se amontonaban miles de piedras y me señaló varias, alineadas sobre una de las estanterías de madera.
¡Eran
órganos humanos perfectamente detallados! Corazones, riñones, pulmones, etc.
—Sin
un profundo conocimiento de la anatomía, estas piedras no podrían haber sido
grabadas —comentó.
Antes de que hubiera podido recrearme con
aquel fantástico espectáculo, Javier me indicó otras grandes piedras que se
alineaban en el suelo de la sala. Por un instante creí que me encontraba ante
otra operación de «trasplante». Pero el investigador me rogó que no me
precipitara, que observara con más atención.
Unos segundos más tarde levanté la vista hacia el médico peruano y murmuré con toda la extrañeza de que era capaz:
—Esto parece un parto...
—No —corrigió Cabrera—, se trata de una
cesárea...
Quedé en silencio. Anonadado. Allí, a mis
pies, tenía un completo «cuadro médico» en el que se mostraba el sistema de
extracción de un niño, mediante el proceso conocido hoy como cesárea.
Uno de los médicos sacaba al bebé por los
pies, mientras, con una especie de largo tubo, lo mantenía conectado con su
propia boca...
De esta forma —puntualizó Cabrera— el
«cirujano» practicaba una especie de respiración «boca a boca» con el pequeño.
Y evitaba que pudiera fallecer durante la operación.
En algunas de aquellas piedras dedicadas a
las «cesáreas», el investigador me mostró detalles que señalaban, incluso, si
el niño iba a nacer vivo o muerto. De acuerdo con parte de aquella «clave» que
Cabrera no quería revelar aún, podía saberse si el bebé se encontraba con vida
en el momento de practicar la cesárea a la madre.
Un determinado símbolo, situado generalmente al pie de la grabación, señalaba con precisión la edad exacta del pequeño. En algunas de las piedras, por ejemplo, Cabrera contó el número de «triángulos» o «placas» que aparecían en dicho símbolo, confirmando si el bebé estaba vivo o muerto.
—En este caso, por ejemplo, el bebé será
extraído sin vida. La «clave» manifiesta que ha permanecido más de once meses
en el vientre de la madre.
»Por otra parte, además, esta afirmación
viene corroborada con el signo inequívoco que expresa "vida" o "muerte":
la "hoja".
Y allí estaba, efectivamente, la aludida
«hoja», colocada en la posición que —según la «clave» descubierta por el
investigador— indicaba «vida» o «muerte»...
En otras piedras contiguas, el hombre
«gliptolítico» había grabado «partos» completos. En algunos de ellos, la mujer
era «anestesiada» mediante sistemas de acupuntura.
En otra piedra negra y redonda como un balón
de fútbol, Cabrera me mostró una nueva e insólita «operación ». Otro «cirujano»
con un «sombrero» de varias puntas —símbolo de su profesión e, incluso, de su grado
y competencia dentro de dicha profesión— «operaba» sobre un gran corazón
similar a los anteriores.
La
diferencia, esta vez, estaba en que dicho corazón había sido aislado del cuerpo
al que perteneció y era sometido a algún proceso de «reparación», que todavía
no había sido descifrado por Javier Cabrera.
Muchas de las piedras —comentó con desaliento— están esparcidas por el país y por el resto del mundo. Como sabes, todas forman parte de «series» que completan el conocimiento que —sobre ese tema concreto— quiso legarnos la Humanidad «gliptolítica». Por desgracia, muchas de estas «series» jamás podrán ser completadas. Y éste es el caso de esta piedra en la que uno de los «cirujanos» trabaja sobre la mencionada víscera cardíaca.
¿Qué pretendió decirnos con ella la
Humanidad prehistórica?
Aquel hecho —comprobado por mí en numerosas
ocasiones, especialmente cuando visité el poblado de Ocucaje—, producía un
agudo desaliento en el investigador. ¿Cuántos miles de piedras grabadas,
cuántas y trascendentales «series», se habían perdido ya...?
Aquella piedra, la única de su «serie» que
había sido recuperada por el investigador peruano, era como un permanente grito
de alerta para el profesor. Aquello significaba un constante aliciente para
seguir en la lucha y en la búsqueda de nuevas piedras.
Precisamente aquella tenacidad de Javier Cabrera había hecho posible que entre sus 11.000 piedras grabadas se encontrase una de las «series» más audaces sin duda de la «biblioteca».
Creo
recordar que pude contar más de 18 piedras dedicadas a la operación de
«trasplante» de cerebro.
Ni la más avanzada cirugía actual hubiera
podido lañar aquella perfecta y sistemática intervención, en que el cerebro de
un hombre era sustituido por el de otro.
Al ver las piedras de dicho «trasplante» me
vinieron a la memoria otras grabaciones que había tenido oportunidad de
contemplar en algunas de las piedras que integran la pequeña pero también
interesante colección de mi amigo Tito Aisa, en Lima.
Y noté una clara variante. Mientras en unas
piedras se practicaba el «trasplante» con el «receptor y «donante» colocados
«boca abajo» sobre la mesa de operaciones, en otras, en cambio, aquella postura
variaba.
Y los «pacientes» habían sido grabados «boca
arriba» sobre las mismas mesas del «quirófano».
¿A qué podía obedecer esta diferencia en la
posición de los «receptores» y «donantes»?
Sin saberlo había formulado una pregunta
esencial. Una pregunta que iba a abrirme otro fascinante
horizonte.
—Cuando
el «paciente» se encuentra boca arriba sobre la mesa de operaciones —comenzó a explicar Cabrera— eso indica que la «serie» nos está
mostrando un «trasplante» de claves cognoscitivas. En el caso contrario, la
operación corresponde a un cambio de la totalidad del cerebro.
Me quedé aterrado. Cabrera —yo no sé si por la fuerza de la costumbre o por los muchos años que lleva ya investigando estos «documentos» en piedra— había pronunciado aquellas frases con la más absoluta de las normalidades.
—¿«Trasplante» de claves cognoscitivas?
Pero, ¿sabes lo que eso significa?
—Desde luego que sí.
—Pero eso no podría ser —subrayé—. Sería
como hacer «vivir» a dos individuos en un solo cuerpo...—. Me negué a aceptar
aquello. Pero Javier Cabrera insistió:
—Sí, así sucedería si tratáramos de aplicar
este «trasplante» a los individuos que forman nuestra Humanidad, pero no
ocurriría lo mismo con los hombres "gliptolíticos” .
No entendía a dónde quería ir a parar el
investigador —Aquella Humanidad podía efectuar el cambio de claves
cognoscitivas porque todos los seres eran iguales entre sí. Ésa era otra de las
grandes diferencias con nuestra civilización. Nosotros somos distintos.
Cada hombre constituye un mundo. Y no
entendemos que pueda haber existido una Humanidad donde todos los seres sean idénticos
entre sí. Pero esto lo he podido descifrar a lo largo de estos muchos años de estudio
de la «biblioteca».
»Las
claves cognoscitivas pasaban desde el cerebro de un hombre al de otro, y eso no
representaba choque o contraposición de personalidades. Era del todo imposible,
puesto que ningún ser era distinto a otro. Muy al contrario, las mentes
experimentaban una suma de conocimientos o una "multiplicación" cognoscitiva.
Porque el "trasvase" de claves podía verificarse en número ilimitado.
Es decir, en un solo cerebro podían ser encajados los conocimientos de otros
hombres.
»El hombre "gliptolítico" —tal y como se desprende a todo lo largo del estudio de la "biblioteca" lítica—no era personal. No existía el actual concepto de propiedad. No estaba sujeto al egoísmo. Su finalidad era única: el conocimiento.
»Pero, cada vez que estudiaba esta
"serie" de piedras terminaba por hacerme la misma pregunta:
»"¿Dónde
va a parar el cuerpo, una vez concluido el trasplante de cerebro o de claves
cognoscitivas? No lograba averiguarlo. No figuraba por ninguna parte el símbolo
de la muerte o destrucción para aquel cuerpo que constituía el
"donante" del cerebro...
»Hasta
que un día logré descifrarlo. La Humanidad prehistórica que dejó este
"mensaje" había logrado también la técnica de la conservación de los
cuerpos. ¿Qué representaba esto? »Algo inconmensurable. »Al poder mantener con
vida esos cuerpos, las distintas claves cognoscitivas que habían sido
multiplicadas o fundidas en un único cerebro podían seguir viviendo
ininterrumpidamente. »Bastaba con volverlas a "trasplantar" a cada
uno de estos cuerpos, conforme el anterior —el que le servía de soporte— se iba
degradando con el paso del tiempo.
»De
esta forma no se perdía el conocimiento. Al contrario, era sostenido y
enriquecido sin cesar.
»Hoy sabemos ya, por ejemplo, que un
individuo es lo que es precisamente su clave de conocimiento. Y eso existe
físicamente. Es algo real. Cada uno de nosotros podría ser reducido en la
actualidad a nuestra clave genética o de conocimiento. Sería nuestro
conocimiento "transformado" en materia.
»Esa "clave" ha sido expresada por
nuestros científicos en ácidos nucleicos.
»Pues bien, eso era lo que el hombre
"gliptolítico" derivaba de un cerebro a otro, multiplicando e
incrementando el poder mental».
Resultaba difícil de comprender. Sin embargo, los más avanzados especialistas en genética —entre ellos el profesor Severo Ochoa— han demostrado que dicha clave de conocimiento es visible, incluso, al microscopio.
Cuando un niño nace, por ejemplo, su cerebro
comienza a crecer. ¿Qué ocurre entonces? Simplemente, que la neurona empieza a
asimilar materia. Una materia que, a su vez, servirá para «inscribir» en el
sistema nervioso cada una de las vivencias que experimente. Y eso tiene un
nombre: proteínas. La celulosa nerviosa, por tanto, «inscribe» en un código
proteínico lo que realmente es el individuo.
Javier Cabrera añadió:
—Si logramos aislar todo ese sistema
proteínico que es y representa el conocimiento de un individuo y los «trasplantamos»
al cerebro de otro hombre, éste lo asimilará, incrementando así su poder
cognoscitivo.
»Y eso fue lo que hizo el hombre
"gliptolítico". Pero esto, insisto, no podría ser efectuado en la
actualidad.
Nuestra Humanidad es básicamente distinta de aquélla.
»En los hombres que dejaron grabadas las
piedras no existía esa posibilidad de choque de dos o más personalidades. Eran
mentes cuyo único objetivo era el conocimiento. No estaban orientadas a la
ejecución, tal y como sucede con nosotros. No eran matemáticos.
»Quizá la finalidad de nuestro
"filum" esté precisamente ahí. Y ya parece que tendemos a una
progresiva despersonalización, a un dominio del grupo y de la sociedad sobre el
líder o el individualismo. Quizá nuestro "filum" esté llegando a una
última fase, donde la vinculación con aquella Humanidad y con todas las que han
podido poblar el planeta sea evidente y obligada. Quizá nuestra Humanidad esté
cerca de su auténtica "realización".
»Hay algo, sin embargo, que esta Humanidad nuestra no ha conseguido. Algo que era esencial para la civilización "gliptolítica": el respeto a la Vida, por encima de cualquier otra cosa. Este "mensaje" es un mensaje" de supervivencia. En cada piedra, en cada “serie” el hombre de entonces nos grita que amemos la Vida, que la conservemos. Y se nota, incluso, hasta en los más nimios detalles de la "biblioteca".
»En cada una de estas operaciones de
"trasplante" por ejemplo, el individuo que aparece tumbado sobre la mesa
del quirófano era sometido a un complejo sistema que controlaba hasta sus
últimas funciones biológicas».
Javier Cabrera me mostró las zonas de
contacto de la nariz, boca, corazón, sistema nervioso, circulación sanguínea,
etc., del enfermo con la mencionada «mesa» de operaciones. En cada uno de
aquellos puntos había grabado un rayado que Cabrera identificó como «sistemas
de controles electrónicos» de cada una de estas funciones vitales.
—Cualquiera que vea o examine estas «mesas
de operaciones» no observará en ellas nada de particular.
Quizá, incluso, las considere primitivas y
burdas. Pero no es así. Estas «mesas» nos están revelando todo un proceso de
vigilancia en el enfermo. No sólo se le está practicando un «trasplante» de
cerebro, sino que, al mismo tiempo, se controlan todas sus funciones vitales:
respiración, alimentación, sistema neurovegetativo, corazón, etc.
»Es decir, el hombre no entraba en el
quirófano, como puede parecer aquí, de una forma tosca, sin cuidados.
Nada de eso.
»No podía haber parálisis respiratoria ni
cardíaca... Todo era controlado.
»¿Ocurre hoy lo mismo? No. En la mayor parte
de los casos, nuestros pacientes son operados sin ese necesario y absoluto
control de sus funciones biológicas. Y el enfermo puede morir en plena
operación. Pero, ¿por qué? Porque nuestra Humanidad no ha aprendido a respetar
la Vida. Porque no le hemos dado valor . »Sí lo hemos hecho, en cambio, con un
cohete que viaja a la Luna. Todo en él está controlado y supervisado. No escapa
un solo detalle.
»¿Crees que si el hombre actual hubiera otorgado a la vida toda la atención que merece, habría un solo ser humano que pereciera de hambre?
»Para nuestro "filum" es más
trascendental el poder. Y la muerte ha ocupado el lugar que corresponde a la Vida...
»¿Comprendes ahora por qué deseo que los
científicos del mundo entero conozcan esta "biblioteca"?
¿Comprendes por qué deseo que este
descubrimiento se propague a los cuatro vientos?
—¿Es que consideras que a esta Humanidad
puede interesarle dejar lo que sabe y posee para acercarse a este
descubrimiento y aprender de él?
—Quizá mi confianza esté puesta en la
juventud. Sólo aquellos cuya mente no está intoxicada o bloqueada por los
prejuicios pueden entender el alcance de este «mensaje». Hoy resulta ridículo y
absurdo considerarse en posesión absoluta de la Verdad.
Antes de cerrar este capítulo dedicado a la Medicina en la gran «biblioteca» lítica del desierto peruano, creo que convendría hacer mención también del propio aspecto morfológico que presentaba aquel sin fin de figuras de apariencia humana grabadas en las rocas. Su aspecto físico me había llamado la atención desde un principio. Resultaba realmente curioso observar cómo la totalidad de los hombres y mujeres grabados en las piedras eran idénticos entre sí. Sin embargo, la diferencia con el hombre de nuestra humanidad era evidente. E interrogué a Cabrera sobre ello.
—Si se trataba de una raza autóctona del
planeta, como pienso, ¿por qué tenía que ser necesariamente igual al hombre del
siglo XX de nuestra era? Quiera el hombre de Neandertal o de Cro-Magnon con sus
150.000 y 40.000 años, respectivamente, son iguales a nosotros. ¿Qué podíamos
esperar entonces una Humanidad que vivió hace tantos millones de años? ¿Es que
los «moais» de la isla de Pascua son iguales a los hombres de nuestro tiempo?
Ni siquiera los habitantes actuales de dicha isla se asemejan a los seres
representados en tales estatuas.
»A través de mis estudios he podido deducir
que el hombre "gliptolítico" poseía un tremendo cráneo, índice inequívoco
de su alto nivel mental. Nosotros, a su lado, seríamos microcéfalos.
»Por otro lado, sus brazos eran
extremadamente largos y carecían —tal y como se aprecia en casi todas las piedras—
de pulgares. Sus manos disponían de cinco, cuatro o tres dedos largos, pero
siempre sin dedo pulgar.
—»En el manto de Paracas —me recordó Javier
Cabrera—, aquella civilización explicó el porqué de esta anomalía.
»Recuerdo que en cierta ocasión —y conversando sobre este tema con médicos compañeros míos en el Hospital Obrero de Ica—, me exponían la tremenda dificultad que tiene que suponer para un ser humano carecer del dedo pulgar. Ellos hacían hincapié en la absoluta necesidad de la oponibilidad, a fin de poder utilizar libremente la mano.
»Sin embargo, poco tiempo después de esta
discusión tuve la gran fortuna de poder demostrarles que estaban equivocados.
»Un día llegó hasta mi consulta en el
Hospital una "cholita" muy joven que tenía cierta dolencia, constantemente
con gran timidez, ocultaba constantemente sus manos a las miradas de los que la
rodeábamos y le pregunté por qué. La "cholita" se resistía y, al
tomar sus manos entre las mías, observé con gran sorpresa que sólo tenía tres
dedos largos en cada mano
»Comprendí al instante que mis deducciones
respecto a la Humanidad de las piedras tenían, incluso, una base real y
demostrable hoy día. Así que pedí inmediatamente tijeras, aguja e hilo y rogué
a la joven india que me cortara las uñas y cosiera un botón.
»Y ante los atónitos ojos de médicos y
enfermeras, aquella "cholita" llevó a cabo la tarea con tanta rapidez
como precisión.
»Quedaba demostrado, pues, que el dedo pulgar no es absolutamente necesario para un normal desenvolvimiento de las manos».
Javier Cabrera, satisfecho por esta
ratificación de sus investigaciones en relación con los hombres «gliptolíticos »,
mandó sacar fotografías de las manos de la joven, así como de las diversas
operaciones que podía llevar a cabo.
Yo mismo pude ver dichas diapositivas.
—¿Y por qué aquella civilización tenía unas
manos tan extrañas?
—El hombre constituye uno de los grupos de
mamíferos que ha experimentado mayores cambios en sus extremidades superiores.
Y cien millones de años son muchos años...
Javier prosiguió su explicación sobre las
características físicas de estos seres.
Las piernas, al contrario que los brazos,
eran cortas. Y el tórax y abdomen, más bien globulosos.
»Su altura media no creo que fuera superior
a un metro quince o un metro veinte centímetros. Hoy los hubiéramos calificado
como "humanoides".
«¿Humanoides?»,
pensé. Cabrera había expuesto claramente que no compartía el criterio de que aquella
civilización supertecnificada y extraña hubiera llegado del exterior.
Sin
embargo, las preguntas en torno a este apasionante punto comenzaron a bullir en
mi cerebro. Si habían logrado huir del planeta antes de su destrucción, ¿podían
haber retornado millones de años después? ¿Qué relación podían tener los
actuales OVNIS con esta Humanidad desaparecida del globo?
Éstas y otras muchas interrogantes,
sencillamente fascinantes, iban a plantearse en una cena que nunca olvidaré y
que iba a tener lugar aquella noche en el tranquilo jardín de la casa de Javier
Cabrera.
Don Javier Cabrera Darquea, Las Piedras de Ica
Fuente del video Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=j1_qsVoH-D8
Para mas información sobre las Piedras de Ica, consultar en la web: http://www.piedrasdeica.es/
Las Piedras de Ica (Dr. Fernando Jimenez del Oso)
Para mas información sobre las Piedras de Ica, consultar en la web: http://www.piedrasdeica.es/
Las Piedras de Ica (Dr. Fernando Jimenez del Oso)
Si es civilización era tan avanzada ¿Por que mataban a los "dinosaurios" cuerpo a cuerpo con cuchillitos y no con poderosísimas armas "electromagnéticas"?
ResponderEliminarMe interesa este tema pero lo que pienso a primera es que esas piedras son falsas, ¿no es curioso que primero encontraran grabados de animales comunes, y que después de que se empezara a pagar por esas piedras aparecieran de la nada las piedras con "dinosaurios"?
Pero que decepcion de articulo.. :/
Por cierto... Los metales son mucho mejores que las rocas para resistir el tiempo, desde que las rocas se conforman de metales
ResponderEliminarEn lo más sencillo está para esclarecer lo aparente complejo .
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