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domingo, 27 de enero de 2013

Nuestra nave ha sufrido un accidente


Nuestra nave ha sufrido un accidente



Frente a unos hechos extraordinarios, cualquiera de nosotros debe replantearse su visión sobre la realidad que nos rodea. Ante el fenómeno  extraterrestre, una inmensa mayoría de la población prefiere mirar hacia otro lado, debido principalmente a que estos hechos no se ajustan a sus parámetros mentales preestablecidos. Los medios de comunicación “oficiales” suelen tocar el tema de soslayo, en tono de burla o bien, directamente ni lo mencionan.




A pesar de ello, los extraterrestres siguen estando ahí como se constata en miles de avistamientos y grabaciones que personas anónimas han realizado en muchos lugares de nuestro planeta. Personal cualificado como pilotos y astronautas también han dado su testimonio, donde afirman que los extraterrestres interactúan constantemente en la Tierra y  con sus habitantes, los seres humanos.

Si alguien escribe en YouTube la palabra: OVNI ó UFO encontrara miles de grabaciones de esas naves, que por cierto en la Antigüedad llamaban “los carros de los dioses”  y ahora sencillamente hemos descubierto que tales “carros celestiales” son en realidad maquinas pilotadas por otros seres mas evolucionados que nosotros. Así, siendo maquinas propiamente dichas,  pudieran averiarse o llegado el caso, estrellarse como lo fue aquella nave en el renombrado incidente de Roswell.

En esta ocasión he traído una parte del relato de unos hechos, también extraordinarios, sucedidos en un lugar de Sudáfrica, cerca de la Ciudad de el Cabo. Una nave extraterrestre sufrió una avería, un incidente cuando entraba en la atmosfera terrestre. Entonces, un ingeniero que por aquellas fechas trabajaba en Sudáfrica, nos narra su experiencia…

Del libro Encuentro en Sudáfrica, de J.J.Benitez

A pesar de haberlo intentado, H.M. no pudo conciliar el sueño. Y a los quince minutos abandono la cama.


La Via Lactea


Era una noche limpia. Con miles de estrellas sobre la pequeña finca del ingeniero inglés.
“Era extraño. Yo soy hombre de costumbres sencillas y regulares. Y acostumbro a dormirme con facilidad. Pero aquella noche…”
H.M. no podía imaginar lo que le aguardaba a escasos kilómetros de su casa de campo en la localidad de Paarl.
El trabajaba entonces como ingeniero en la prestigiosa firma inglesa British Reostatic Company ubicada en la Ciudad del Cabo.





Y como buen inglés, había huido de la maraña humana de la capital sudafricana. Y se había instalado en “Lilly Fontein”, una finca de pequeñas dimensiones, a unas treinta millas de la capital.
“…Salí al campo y permanecí unos instantes como absorto por el desconcertante hecho de no haber podido dormir.
“Pero, al instante, me dirigí al garaje donde encerraba el pequeño coche de mi mujer.
“Yo había trabajado toda la tarde en la puesta a punto del mismo. Y, hacia las once de aquella noche, un poco cansado, opte por retirarme a la casa dejando para el día siguiente la carga de la batería.
“Pero, como le digo, fue inútil. No pude conciliar el sueño y me vestí, saliendo nuevamente en dirección al utilitario de segunda mano que empleaba mí esposa para desplazarse  a la ciudad.
“Y, en medio de la oscuridad, arranque el vehículo. Y enfilé la solitaria carretera, con intención de llegar a las proximidades de una montaña llamada Drakenstein, a unos doce o quince kilómetros de la finca.
“Con aquel recorrido era más que suficiente para recargar la batería del coche…
Mi pensamiento era llegar hasta una explanada que se extiende en la cima de la montaña y regresar.
Y así lo hice.
Hacia las once y cuarto de la noche termine de remontar el puerto y entré lentamente en la explanada, a unos novecientos metros de altitud.
Aquella zona viene a constituir una pequeña meseta que se abre al pie de uno de los elevados macizos de la montaña.




Recuerdo que había luna. Y me percaté de que la sombra del macizo se proyectaba sobre la explanada, dejando buena parte  de la misma sumida en una intensa oscuridad.
Cuando casi había llegado al final de la planicie, decidí dar la vuelta y emprender el camino de regreso a casa. Fue entonces, al concluir el giro cuando vi a aquel hombre, en la oscuridad, con su brazo en alto y haciéndome señales para que parase…
Pero-me pregunte-¿Qué hacia aquel hombre en este lugar y vestido con aquella especie de bata blanca de laboratorio…?
H.M. prosiguió su relato, sin percatarse de que algo había fallado. La cámara emitió un pitido anormal y Federico Gutiérrez Larraya, jefe de fotografía y su ayudante, Jose Fernandez Jurado, cortaron la filmación, tratando de averiguar qué diablos había ocurrido.
Y el resto del equipo de Televisión Española que tomaba parte en la grabación hizo un alto, a la espera de una –suponíamos- inmediata reanudación del trabajo.
Pero todos los intentos fueron inútiles. La pesada cámara de televisión no respondía. Y sometidos a una desagradable desazón fue preciso suspender el rodaje de aquel nuestro primer programa “tras las huellas de los OVNIs”.
No empezaba con muy buen pie aquel tan deseado sueño de Fernando Jimenez del Oso y mío propio…




Meses antes –ya en pleno 1977- mi buen amigo el doctor Jimenez del Oso y yo habíamos comentado en repetidas oportunidades la necesidad de llevar a la pequeña pantalla una serie de reportajes sobre la presencia de los misteriosos “objetos volantes no identificados” en el mundo y, más concretamente, sobre los cielos de nuestro país.
Era ya el momento oportuno de hacer algo serio.   Mis archivos se encontraban repletos de casos OVNI. Muchos de ellos, de gran interés. Apasionantes, diría yo.
¿Por qué no intentarlo? ¿Por qué no lanzarse a la aventura de recoger toda una selección de testimonios de absoluta confianza y seriedad que hubieran visto OVNIs?
Y poco a poco, aquel sueño termino por hacerse realidad.
Y el lunes, 24 de abril de 1978, por primera vez en España y posiblemente en todo el mundo, un equipo de televisión iniciaba el rodaje de toda una prometedora serie de programas sobre los OVNIs.




Flotilla de OVNIS

Semanas antes, desde el momento en que se iniciaron los trabajos de preparación de las grabaciones, yo me propuse un objetivo tan claro como firme: intentar mostrar a cuantos pudieran contemplar estos reportajes que la realidad de los OVNIs es total. Aplastante. Definitiva.
E iban a ser los testigos –la minuciosa selección de testigos OVNI- los encargados de llevar a cabo este propósito.
La selección de personas que en alguna ocasión habían tenido algún tipo de encuentro con estas naves o con sus tripulantes fuera realizada por mí mismo, de acuerdo con las posibilidades que ofrecía la televisión.
Se han quedado fuera de juego decenas de testigos que, por sí mismos, hubieran permitido la realización de esplendidos y apasionantes programas.


OVNI - UFO

Pero, como digo, me obsesionaba la idea de ofrecer a los que todavía dudan el calor y el peso de las palabras de pilotos civiles y militares, de ingenieros y sacerdotes, de controladores aéreos, de radaristas, de marinos y policías…
De aquellos testigos, en fin, de los que no cabe la posibilidad de duda.
Vaya por delante mi máximo respeto hacia campesinos, pescadores y a todos aquellos que –incomprensiblemente- no son admitidos por los “medios científicos o militares” como testigos de “1ª y 2ª categorías” dentro del fenómeno OVNI.
Y aunque en algunos de los programas fueron incluidos también los testigos de “3ª y 4ª categorías” han sido los menos –e insisto en este punto- única y exclusivamente en beneficio de las actuales exigencias de los referidos “medios científicos”

Los detractores e incrédulos necesitan testigos de total garantía. Pues bien, aquí los tienen.
Fue necesario esperar veinticuatro horas. Solo entonces pudo reanudarse el rodaje de este nuestro primer episodio. Por esas circunstancias extrañas que rodean a la televisión, la llegada de una nueva cámara se demoro todo un día. Y el equipo comenzó a impacientarse.
Pero el ingeniero –nuestro primer protagonista- es hombre paciente y cordial, como buen inglés, y supo disculparnos.

En realidad, H.M. iba a ser el único de los ochenta testigos interrogados a lo largo de nuestro arduo periplo por el país  a quien no fue posible convencer para que diera su  nombre. Deseaba conservar el anonimato ante las cámaras. Y fue necesario rodar las diferentes escenas, así como la totalidad del relato sin que su imagen apareciera en pantalla.
Y para mayor reserva, nuestro hombre –a quien llamaremos H.M.- pidió explicarse en inglés, a fin de evitar, incluso, cualquier identificación  en la empresa donde actualmente presta sus servicios como ingeniero.

H.M. reside en Bilbao. Tiene cincuenta y cuatro años. Está casado con una española y es considerado en su empresa –dedicada a la alta tecnología espacial- como un hombre de gran prestigio y de elevada categoría profesional y humana.
“Mi experiencia en la compañía inglesa para la que yo trabajaba en Ciudad del Cabo –me había comentado en diversas ocasiones- fue nefasta cuando intente explicarles lo que me ocurrió en aquella famosa noche, en la montaña de Drakenstein. Por eso deseo permanecer en el anonimato…”


Ciudad del Cabo, Sudafrica


Pero ¿Qué era lo que había sucedido aquella noche, a poco más de 35 millas de Ciudad del Cabo?
-…Aquel hombre se encontraba al borde de la carretera. Solo. Y, como les decía ayer, vestía una especie de bata blanca que le llegaba hasta por debajo de las rodillas...
El ingeniero había reanudado el caso, interrumpido veinticuatro horas antes. Esta vez, todo parecía funcionar a las mil maravillas. Enrique Fernandez Porras, realizador de la serie de televisión, nos hizo una señal y H.M. prosiguió con aquel –sin duda- impresionante “encuentro OVNI”
-…Y detuve el automóvil, naturalmente. En Sudáfrica es costumbre parar siempre a los que solicitan alguna ayuda en las carreteras o caminos. Allí, las distancias son largas y es frecuente encontrar colonos o automovilistas que hacen autostop.
-Pero ¿de dónde salió aquel hombre? Porque, si no recuerdo mal, usted se hallaba en lo alto de una montaña…
-En aquel momento no me di cuenta. Imaginé que de la zona oscura de la explanada.  Pero allí no había casa alguna. Al menos, yo no vi luces.
Y el ingeniero prosiguió:
-…Aquel hombre se acerco hasta la ventanilla y me pregunto:
-¿Tiene agua?
Le conteste negativamente. Solo en el radiador, le detallé.




Y pareció lamentarse. Entonces comento:
-¡Es que necesitamos agua!...
La verdad es que lo vi tan necesitado que le apunte la posibilidad de conducirlo hasta un pequeño rio que corre a cierta distancia.
Aquel hombre me observó y volvió a preguntar:
-¿Esta lejos ese rio?
-No –le respondí- Quizá a medio kilometro. Es un arrollo de montaña. Allí podríamos tomar el agua… Además –le añadí- se trata de agua muy buena. Baja de lo alto de la montaña…
Y aquel hombre pareció conforme.
-Disculpe-interrumpí- ¿Y en que lengua hablaban?
-En inglés.
-Pero ¿Qué inglés: norteamericano, australiano, británico…?
-No aquel hombre no tenía acento. Yo conozco bien a las gentes de Sudáfrica. Allí viven holandeses, indios, malayos, norteamericanos, chinos, etc., y casi todo el mundo habla inglés. Pero aquel inglés no era como el de los sudafricanos…No sabría definirles.
-¿Usted lo entendía?
-A la perfección.

Le rogué a H.M. que siguiera con la narración.
-Total que lo invite a subir a mi coche. Y así lo hizo. Y nos dirigimos hacia el riachuelo.
-¿Y de que hablaron?
-Prácticamente de nada. Entonces fue cuando le pregunte si llevaba algún recipiente para echar el agua. Me miro y contesto que no.
-Bien-murmure-, creo que servirá una pequeña lata de aceite que llevo ahí detrás…
-Está bien –contesto con brevedad  mi casi mudo acompañante.
Y llegamos al arroyo. Entre los procedimos a lavar la lata de dos galones y medio. Lo hicimos con calma. Primero la llenamos de agua y después introdujimos arena. Y fuimos turnándonos en este menester.

Cuando consideramos que se encontraba lo suficientemente limpia, la llenamos de agua y regresamos al vehículo.
Y aquel hombre me rogo que regresara al mismo punto donde le había encontrado.
Fue entonces, a corta distancia del macizo que se eleva sobre la explanada, cuando mi silencioso acompañante me señalo la zona de sombra.
-Allí…, allí, por favor.
Al entrar en dicha área y una vez acostumbrados mis ojos a la oscuridad me percate de la existencia, al pie del macizo, de un extraño objeto.

Estaba como a unos cien metros de la carretera y justamente en el Angulo donde no podían penetrar  los rayos lunares.
-¿Y cómo era ese objeto?
-Grande. Era grande…El diámetro total sería de unos quince metros. Pero levantaba demasiado del suelo. Quizá, desde las patas a la parte superior, unos cuatro metros.
Y por esa zona inferior vi un espacio iluminado. Distinguí unas escalerillas…

El coche había quedado frenado y yo seguía con las manos asidas al volante. Estaba perplejo. Confundido. No acababa de comprender…
Para cuando quise reaccionar, mi acompañante –que portaba la lata con el agua- se encaminaba ya hacia el objeto. Salí del automóvil y me quede quieto, absorto en lo que tenía delante.



No le voy a negar que sentí miedo. Lo tenía. Y creo que mucho. Sentía recelo. Desconfianza. ¿Qué era “aquello” que estaba ante mis ojos?
Alguna vez había oído hablar de los UFOS pero yo, como ingeniero, no creía en esas bobadas….
Sin embargo…
El inglés guardo silencio. Parecía vivir con toda intensidad aquellos minutos.
-¿Sin embargo…?-lo anime.
-Bueno, era una sensación muy extraña. “Aquello” parecía un OVNI. Y yo sentía miedo. No obstante, aquel “hombre” se volvió hacia mí y me hizo una señal para que lo acompañase.
-¿Al interior del OVNI?
-Sí. Y seguí inmóvil. Pero el “hombre” insistió. Me dijo que no tuviera miedo. Y poco a poco, fui acercándome.
Aquel objeto tenia forma de lenteja. Y difícilmente hubiera podido ser visto desde la carretera. Todo el aparecía a oscuras, a excepción de aquella pequeña abertura inferior por la que salía luz.
Y mi acompañante ascendió por las escalerillas. Y yo todavía temeroso, lo seguí…

Lo que el ingeniero espacial iba a contemplar en el interior de aquel objeto no podrá ser borrado jamás de su cerebro.
-Ascendí lentamente por aquellas pequeñas escalerillas. Recuerdo que me parecieron “normales”. También eran “normales” los zapatos o botas de mi sorprendente “amigo”….
H.M. con su habitual tono pausado, siguió la narración. Al fondo, el equipo de TVE filmaba en absoluto silencio. Aunque cada cual se había entregado por completo a su cometido, me percaté al instante del profundo interés y curiosidad con que habían empezado a seguir el relato del ingeniero. Y eso me lleno de esperanza.
-…Al asomar mi cabeza por el hueco de la escalerilla me encontré con una sala perfectamente circular.
Había luz. Mucha luz. Pero, aunque me esforcé por descubrir los puntos que pudieran dar origen a aquella luminosidad, no logré verlos. En realidad no los había.
Era curioso –musitó el ingeniero inglés-, SÍ, era muy curioso…
-¿Por qué?
-Daba la sensación que la luz salía de las paredes y del techo y hasta del propio piso…

La verdad es que yo ardía en deseos de conocer lo que H.M. tenía ante sí. Y le apremie para que prosiguiera.
-Bueno, allí, en el extremo de la sala, había otros hombres como el que yo acababa de conocer. En total, cuatro.
Uno aparecía tumbado sobre un sillón o asiento corrido que rodeaba la totalidad del objeto.
Al parecer –según me explico mi acompañante- habían sufrido un pequeño accidente y aquel hombre tenía problemas.
-¿Qué tipo de accidente?
-Por lo visto –dijo mi interlocutor-, aquella nave había entrado en nuestra atmosfera con una inclinación y velocidad impropias. Y uno de los grandes ventanales se había deteriorado.

Mi acompañante me lo mostraría después de dejar la lata en el lugar donde se encontraban los otros hombres.
Y vi, en efecto, una especie de rotura que cruzaba el cristal, o lo que fuera aquello…
-¿Acompañó usted al hombre que portaba la lata hasta el grupo?
-No me lo permitió. Hizo un gesto como indicándome que no me moviera del sitio donde estaba. Al terminar de ascender las escaleras yo había permanecido inmóvil al borde mismo del hueco de la escalerilla. Y obedecí, claro.
-¿Qué hizo entonces su acompañante?
-Depositó la lata junto al grupo y, a los pocos segundos, regresó hasta mí.
-¿Y qué hacían aquellos hombres?
-Atender al herido. Pero lo hacían con gran calma. Como si aquel incidente no revistiera demasiada transcendencia.
-¿Hablaban entre sí?
-Yo no les oí. Y ahora recuerdo… tampoco mostraron excesivo interés por mí. Creo que ni se volvieron a mirar…
-Bien vayamos por partes. ¿Cómo era aquel lugar?
-Circular. Era una sala circular. El diámetro sería inferior a los diez o quince metros. Y no era muy alta, aunque suficiente como para poder caminar erguido. El techo ofrecía un aspecto ligeramente cóncavo. Se podía caminar con normalmente aunque, como digo, con cierta justeza. Yo creo que la explicación podría estar en la estatura de aquellos hombres.
-¿Cómo eran?
-Más bajos que yo. Y todos iguales en altura.

Meses antes de la grabación de este programa de televisión, cuando me entrevisté con H.M. en su domicilio, recuerdo que me interesé vivamente por la talla de los tripulantes.
El ingeniero pidió al grupo de amigos allí reunidos que nos pusiéramos en pie y observó.
Después respondió:
-Aquellos hombres median 1,60 metros aproximadamente. Y lo curioso es que todos eran de la misma estatura… Yo hubiera jurado –prosiguió H.M.- que aquellos hombres pertenecían a cualquier país…
-¿Por qué lo dice?
-Porque eran normales. Solo su altura me extrañó.

Deseaba mantener un orden en la entrevista. Así que rogué al ingeniero que prosiguiera con la descripción del extraño objeto.
-Aquella sala tenía una especie de sillón corrido que se prolongaba a todo nuestro alrededor, excepción hecha de la parte donde habíamos entrado.
Por encima de este sillón vi unos grandes ventanales rectangulares, que también se alineaban a todo lo largo de la sala.
Y recuerdo otro detalle que me llamó la atención. Aquellas ventanas no formaban ángulos. Sus esquinas eran redondeadas…




Casi sin querer me vino a la memoria una curiosa coincidencia.
Cuatro años antes de escuchar este relato, otras personas  -esta vez en Perú- me habían dado la descripción de una de las naves con cuyos tripulante aseguraban y aseguran estar en contacto.
Pues bien, en aquella inolvidable ocasión, los miembros del IPRI me hablaron de OVNIs igualmente circulares, donde la luz parecía salir de todas partes. E insistieron en el hecho concreto de la falta de esquinas y ángulos en todo el objeto.
Por supuesto, mi amigo –H.M.- no tenía ni la menor idea de la existencia de este grupo peruano. Y en cuanto al relato del ingeniero, fue en 1977 cuando se decidió a hacerlo público, a través de mí.
¿Cómo podía darse una coincidencia semejante?
-… En el centro de la sala –continuó-, vi una especie de mueble cuadrado que me recordó los cuadros de mando que había en las estaciones de ferrocarril. Tenía palanca…
-¿Y asientos?
-No, no los vi. Solo el que antes le mencionaba. El que daba la vuelta completa a la sala.



Al entrar en la nave me fije que por la parte posterior de aquel “mueble” había como una mesa. Creí que se trataba de algún panel de mandos, pero no vi instrumentos.
Y me fije bien porque, precisamente, este es mi trabajo…
En efecto. H.M. es un gran especialista en instrumentación. De ahí que su testimonio resulte mucho más importante.
-Entonces ¿no vio usted ningún tipo de instrumentos de navegación?
-Ninguno.
-¿Y qué ocurrió después?
-Al regresar el “hombre de la lata” hasta donde yo me encontraba volví a insistirle en si necesitaban un médico. Pero me respondió nuevamente que no, que no era preciso.
-Todo está bien –contestó con amabilidad pero con firmeza y como dando por concluido el asunto del médico.
Fue entonces cuando, señalándome el lado opuesto al que se encontraban aquellos hombres, manipulando en torno al accidentado, me pregunto:
-¿Tiene interés en conocer alguna cosa….?
Yo le dije que sí, que, como ingeniero, me gustaría saber cómo funcionaba aquel aparato…
  -Pero ¿Por qué le señalo a usted el lado opuesto?
-Estaba claro que no tenía interés en que me acercara al grupo de hombres.
-¿Por qué?
-No lo sé.
-Dice usted que observó como manipulaban en torno al herido. ¿Reparo algún detalle más?
-No mucho. Desde luego, el que había sufrido las quemaduras estaba vivo. Eso lo vi claro. Se movía…
-¿Les pregunto usted de donde venían?
-Sí. Y el que hablaba conmigo, que quizá era el jefe o el comandante, me señalo los ventanales al tiempo que decía:
-De allí.
-No entiendo. ¿Qué quería decir “de allí”?
-Muy sencillo –contestó H.M.- A través de los ventanales podían verse las estrellas…
-Pero ¿le señalo alguna estrella en particular?
-No. Solo dijo “de allí”. Y cuando yo intenté averiguar algún dato más, él cambio la conversación…
-Estaba claro que no quería decírselo…
-Exactamente.
-En que zona del OVNI estaban ustedes conversando?
-Caminamos hasta el centro, donde se hallaba aquel “mueble”. Allí había también dos hileras de palancas que salían del piso y que alcanzaban un metro y pico de altura. Cada palanca terminaba en una “horquilla”, como las que se utilizan en los frenos de mano de los automóviles antiguos….Aquello me llamó también la atención.
-¿Y cuántas “palancas” habría?
-No lo sé… Quizá ocho en cada fila. Lo que sí puedo asegurarle es que cada palanca salía del interior del objeto. Pude ver perfectamente la ranura rectangular en el suelo…
-Decía usted que preguntó por el funcionamiento del aparato…
-SÍ. Me intrigaba no ver paneles de mando ni instrumentación de ningún tipo. Y le pregunté:
-¿Dónde están los motores?
Él, sonriendo, contestó:
-No tenemos.
-¿Y cómo navegan?
-Con otro sistema.

Entonces me señalo aquella doble fila de palancas y añadió:
-Con esto, nosotros anulamos la fuerza de la gravedad.
Yo insistí y aquel hombre me explicó que, al dominar esta fuerza gravitacional, la nave sale materialmente despedida, pero nunca en vertical, sino tangencialmente. Es decir, bien hacia un lado o hacia el otro.
-¿Y él entró en detalles de cómo lograban ese movimiento?
-Sí. Cuando cobramos un poco más de confianza, yo le pregunté cómo podía ser aquello. Y él respondió “que resultaba curioso lo que ocurría aquí, en nuestro mundo…”
-¿Por qué?
-Él afirmó que resultaba raro que nosotros (que tenemos tantos conocimientos) no conociéramos todavía este sistema de viaje. Entonces el hablo de los fluidos en un tubo. Y vino a decirme que producían el mismo efecto que la electricidad en torno a un cable…
-¿Se refería a lo que nosotros entendemos por un electroimán?
-Sí. Y aquel hombre añadió:
-Ustedes nunca han utilizado este tipo de “imanes” con fluidos…
-Pero ¿con un tubo? –le insistí
-Sí –respondió- , el efecto que se obtiene al hacer pasar un fluido por un tubo no es exactamente de fuerza magnética, sino de gravedad…
¿Qué tipo de fluido? –pregunté de nuevo a aquel hombre.
-Un fluido que tiene mucho peso.
Yo pensé entonces –prosiguió diciendo el ingeniero- en el mercurio.
-¿Pronunció aquel tripulante la palabra “mercurio”?
-No. Él no lo dijo. Pero yo sí lo pensé al momento. Y el hombre continuó y explico que “cuando la velocidad del fluido es parecida a la de la luz o a la electricidad empieza la fuerza magnética…”.
-Pero eso es imposible –apunte- ¿Cómo vamos nosotros a provocar esa velocidad en un fluido que se encuentra en el interior de un tubo…?
-SÍ –intervino de nuevo el hombre de la bata blanca- Es fácil…
Y me hizo ver que, al no ser comprimible el fluido, cuando entra en el tubo sale inmediatamente por el otro lado. Entonces, la velocidad relativa es infinita…
-Es igual que la electricidad –insistió el hombre- No es un problema. Lo único que les ocurre es que no está suficientemente probado…
Y quede nuevamente sorprendido cuando el hombre se refirió a los giróscopos…

Esta fuerza la tienen desarrollada en su mundo a través de los giróscopos. A partir de un número de revoluciones se consigue un dominio de la gravedad…
Y hablando me apunto la posibilidad de sostener ese dominio permanentemente de la gravedad en el giróscopo, siempre y cuando dispusiéramos, por ejemplo, de un cable que pasara sin interrupción por el instrumento.
Si en lugar de un cable se tratara d electricidad o del fluido, el efecto seria idéntico….
-Pero, muy bien. ¿Y donde están las bombas y el resto de las máquinas?  
-No, no tenemos –respondió él-. Nosotros hemos encontrado un material que no existe aquí…Es como un “imán”, pero para la gravedad. Y podemos polarizar este material en dos polos. Uno “positivo” y otro “negativo”. Nosotros disponemos de este material y lo utilizamos de tal forma que anulamos la gravedad. Con barras del mismo signo se logra una repulsión y con barras de polaridad diferente se obtiene una aproximación…
-¿Y dijo aquí hombre que este material no existe en nuestro planeta?
-Así es –repuso H.M .
-¡Pero ese material es la clave…!
-En efecto.
-¿Y no se podría fabricar en nuestro mundo?
-Eso no lo sé.
-¿Cómo prosiguió la conversación?
-El hombre siguió explicándome el funcionamiento del aparato. Me dijo que, gracias a aquellos “imanes”, podían sostenerse inmóviles en el espacio o salir en una u otra dirección, pero siempre en un ángulo de 45 grados. Nunca vertical.




Después, al cabo de quince o veinte minutos, me invitó a marchar. Pero antes me preguntó:
-¿Quiere algo más?
Yo en ese momento, le dije que no y me encaminé hacia el hueco de la escalerilla.
-¿No se le ocurrió pedirle algo? Cualquier cosa. Cualquier objeto que hubiera podido demostrar con mayor verosimilitud la presencia suya en el interior de la nave…
-Pues no. Además, no vi ningún objeto suelto. Todo lo que estaba a mí alrededor, a excepción de los cinco hombres, aparecía fijo al aparato.
-¿Y salió usted del OVNI?
-Claro. Caminé de nuevo hacia mi coche y me aleje con rumbo a mi casa.
-¿Cuánto tiempo permaneció en total con aquel hombre?
-Desde que yo lo encontré por primera vez, unos tres cuartos de hora, más o menos.
Lo que puedo asegurarle es que en esos minutos, y especialmente en los veinte últimos, vi cosas muy extrañas y diferentes…
Como ingeniero en instrumentación yo sentí un profundo interés. Aquello era distinto a todo. No sé si puede comprenderme…
Traté de asentir con la cabeza, aunque en el fondo de mi corazón sabía que esas sensaciones difícilmente pueden ser comprendidas si no se viven.
¿Para qué engañarnos? Yo sentía una profunda envidia.
-…Cuando me alejaba de aquel aparato –continuó H.M.- mi cabeza daba vueltas. No podía pensar con claridad. Tome el coche y me alejé.
Cuando empecé a rodar por la carretera todavía pude ver la luz de la escalerilla por la que yo acababa de bajar…

Llegué a mi casa y tuve la intención de despertar a mi mujer. Pero estaba dormida y preferí acostarme. Y no sé si fue por el cansancio del día, pero quedé profundamente dormido.
A la mañana siguiente….
-¿Volvió usted al lugar?
-No tenía que trabajar. Madrugué y pensé que todo lo que yo recordaba era tan solo un sueño. Sin embargo, al volver al coche me percaté de un detalle muy curioso: la lata de aceite no estaba en su sitio…
-¿No se la devolvieron?
-No. Y la verdad que tampoco estaba yo como para preocuparme de una lata…
Pero hubo otro detalle. Por más que lo intenté, aquella mañana, al acudir a mi trabajo, todo parecía girar en torno a lo que me había ocurrido. Mis pensamientos y toda mi mente estaban sujetos a lo que acababa de vivir en la montaña.
Y me preguntaba a mi mismo: ¿Cómo puede ser…? ¿Es que un simple sueño puede afectarme de esta forma…? ¿Cómo es posible, además, que lo recuerde tan nítidamente y con semejante hilo de detalles y sensaciones?
No, no…Algo en mi corazón me decía  que lo sucedido la noche anterior era real.
-¿Le llenaban por completo sus pensamientos?
-Sí. Y era totalmente anormal. Resultaba hasta angustioso…

En mi trabajo lo comenté con todos los compañeros, apero el jefe me llamó y me obligó a callar. Y, desde aquel momento, decidí guardar silencio.
-¿Volvió usted al sitio?
-SÍ, claro.
-¿Y había huellas en la tierra?
-Sí. Observé cuatro puntos.
-¿Cree entonces que podría tratarse de un sueño?
-No, ahora no lo creo. Pero yo jamás me había preocupado por el asunto UFO. Es más. Ni siquiera creía. Sin embargo, tengo que reconocer que nunca había tenido un sueño semejante. Por regla general, mis sueños son muy cortos y en ellos aparecen situaciones incoherentes o absurdas. No tengo en mi memoria un “sueño” tan largo y lógico…
Además, ¿Dónde demonios estaba la lata de aceite?...

En honor a la verdad, era difícil establecer un orden en aquel apasionante  relato. Las preguntas, los pensamientos y comentarios se atropellaban los unos con los otros…
Y volví de nuevo, en mi interrogatorio, a uno de los capítulos que más me fascina: el aspecto físico de los tripulantes de estas naves.
-Hágame, por favor –le pedí al ingeniero- una descripción lo más exacta posible de la vestimenta y rasgos físicos de aquellos hombres…
-Llevaban una especie de bata de laboratorio que descendía hasta aquí.
Y H.M. señaló la espinilla de su pierna.
-…La sujetaba un cinturón y eran todas idénticas y del mismo color beige. Algo parecido a las batas que usan los enfermeros, pero no tan blancas.
-¿Y debajo de las batas?
-Pues, no lo sé…Creo que pantalones. Pienso que si hubieran llevado algo anormal yo me habría fijado. Y lo recordaría. Pero no es así. Incluso los zapatos o botas, no lo sé bien, que calzaba el que subió por las escalerillas delante de mi eran muy parecidos a los nuestros. Le repito que no me llamaron la atención…
-¿Qué edad podían tener aquellos cinco hombres?
-El que hablo conmigo parecía algo más viejo que los otros.
-¿Qué años cree que tendría?
-Unos cuarenta.
-¿Le causo extrañeza algún otro detalle de las ropas?
-Pues no…Bueno, sí. Quizá los cierres de los cuellos de las batas. Por más que me fijé no vi cremalleras ni botones ni nada… No sabría explicar cómo se ajustaban ni como se cerraban o abrían…
-¿Y como era el cinturón?
-De unos diez centímetros de ancho y como formando una sola pieza con el resto de la bata.
-¿Y las manos?
-Como las nuestras. Iguales. Recuerdo que las batas terminaban en una especie de muñequeras…
Cuando permanecimos junto al riachuelo, lavando la lata, aquel hombre tomo arena y metió sus manos en el agua. Y no observé nada raro…
Era un individuo igual que yo.
-¿También el cabello y los ojos eran semejante a los nuestros?
-Sí, aunque observé unas frentes algo más despejadas que lo habitual. Algo así como si todos tuvieran las clásicas “entradas” en el cabello.

Pero eso tampoco es extraño…
-¿De qué color era el cabello?
-Castaño. Y todos lo tenían igual. Eso sí que era curioso. Ninguno tenía el pelo claro o negro…
Todos iguales.
-¿Se fijo en los ojos?
-No, francamente…
-¿Eran de color celeste?
-No. Ese color, seguramente, me hubiera llamado la atención.
-¿Eran fuertes, atléticos…?
-No, no…Al contrario. Las manos eran más delgadas. Más parecidas a las de las mujeres.
-¿Y barba?
-No, nada… O bien estaban muy bien rasurados o eran imberbes.
-¿Cómo eran los movimientos de aquellos hombres?
-No le entiendo…
-Quiero decir si se movían con soltura dentro y fuera de la nave…
-Si todo era normal.
-¿Piensa usted que les afectaba nuestra gravedad?
-No lo creo. Si hubiera habido algún cambio en la gravedad dentro del objeto, yo lo habría notado. Y no fue así.
-¿Observó algún cambio en la atmosfera que se respiraba en el interior del OVNI?
-Tampoco.
-Se percató usted si su acompañante en el coche sentía alguna curiosidad por cualquiera de los instrumentos del mismo?
-No. Cuando aquel hombre entró en mi vehículo lo hizo como cualquiera que está acostumbrado a ver y utilizar automóviles.
-Y en el río, él tocó el agua…
-Sí, sí… Aquella corriente era fría. Bajaba de la montaña y los restos del aceite en la lata se encontraban espesos. Era, en fin, muy difícil de eliminar y necesitábamos como diez minutos de trabajo para dejar limpio el recipiente. En todo ese tiempo, mi acompañante tomó arena y enjuagó la lata, al igual que yo…

Nos turnábamos en la labor. Primero limpié yo y luego él. Cuando uno se cansaba, el otro recogía la lata y seguía frotando con arena. Y así, hasta que él estimo que estaba suficientemente limpia. Entonces la llenó de agua y regresamos al coche, que había quedado a pocos metros, junto a un puente.
-¿Hablaron de algo en particular mientras lavaban la lata?
-No, solo comentábamos los pormenores de aquel trabajo. Pues sí, ahora parece más limpia…, etc.
-No, aun queda algo de aceite…Vamos a enjuagarla un poco mas…
Estas fueron nuestras frases en aquellos momentos.
-Y siempre en inglés, claro.
-Siempre.
-En este sentido, ¿recuerda si el inglés de aquella persona era el clásico “ingles internacional” o conocía palabras del argot?.
-Aquel hombre conocía muy bien el inglés. Tenga en cuenta que para hablar de cuestiones técnicas, como fluido, imanes, etc., se necesita dominar bien un idioma…
-¿Tenía soltura a la hora de hablar inglés?
-Sí.
-Y los otros ocupantes del OVNI, ¿hablaron también?
-Ni una palabra. Como le decía, creo que ni me miraron. Y tampoco lo hicieron con el que me acompañaba.
-Pero escucharía usted algún ruido…
-Nada. Absolutamente nada. En el interior de aquel aparato no había sonido alguno. Nos hallábamos, además, en mitad de una montaña y el silencio era total.
Le repito que el hombre que llevaba la lata con el agua entro delante de mí. Caminó directamente hasta el grupo y allí dejo el recipiente, regresando al instante a mi lado.
Estaba claro para mí que el “hombre de la lata”, si se me permite que lo llame así, no quería que me acercase al grupo que atendía al accidentado. Y permanecí al otro extremo, con todo el miedo que usted pueda imaginar…
-¿Le toco el “hombre de la lata” en algún momento? Me refiero al hecho concreto de si le tomó por el brazo o si le puso la mano en el hombro, etc.…
-No. Jamás me tocó. Sólo al despedirnos me dio su mano y yo la estreché también.
El ingeniero respondió a esta cuestión un tanto sorprendido. Pero, no por lo insólito de la pregunta en sí, sino porque, sin duda, aquella conversación nuestra le estaba trayendo recuerdos y vivencias un tanto olvidados.
-¿Cómo fue aquel apretón de manos?
-No lo recuerdo bien, pero creo que fue normal. Sus manos eran finas…
-¿Quién ofreció primero su mano: él o usted?
El ingeniero volvió a sorprenderse. Sin embargo, aquella matización tenía un especial interés para mí. Si el primero en alargar la mano al despedirse había sido el tripulante, aquel gesto –eminentemente humano- me proporcionaría una nueva prueba sobre la intensa y ya prolongada observación que estas naves del espacio vienen haciendo de la Tierra y cuanto en ella vive y se mueve.

El libro Encuentro en Sudafrica,  de J.J.Benitez









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