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sábado, 31 de marzo de 2018

Los extraterrestres en la Biblia - Moisés (Primera Parte)


Los extraterrestres en la Biblia - Moisés (Primera Parte)


¿Han planificado los extraterrestres la Historia de la Humanidad? Evidentemente, sí. Puede decirse, sin ninguna duda, que existe una Hoja de Ruta desde el albor de los tiempos, un plan trazado para con los humanos desde que los seres de las estrellas pusieran los cimientos de vida y propiciaran la aparición de homínidos inteligentes sobre la Tierra.

Según le explicaron extraterrestres procedentes de las Pléyades, al contactado Enrique Castillo Rincón, fueron razas extraterrestres quienes crearon a los seres humanos y a su vez, quienes han intervenido sistemáticamente en la Historia para que evolucionasen de “una forma lógica”.



Si tenemos en cuenta que los hombres primitivos intuyeron desde hace miles de años “un concepto primitivo de espiritualidad”, adorando a infinidad de dioses, incluso a la propia Naturaleza, como es el caso del “animismo”: ríos y montañas eran vistos como lugares sagrados donde habitaban los dioses, podría deducirse que la finalidad ultima de una comprensión mayor respecto a un Dios omnipresente, omnisciente; creador del tiempo y del espacio se alejaba en religiones menores, adoradoras de objetos y fenómenos naturales como la lluvia o el viento.

Llegado a este punto, muy posiblemente, los extraterrestres necesitaron dar un giro a los acontecimientos que se desviaban de los planes iniciales; ya que según han explicado a ciertos contactados, todas las Civilizaciones, deben desarrollarse armónicamente y por igual en los planos tecnológicos, sociales y espirituales; y si miramos hacia atrás en la Historia, la Humanidad no habría encontrado quizás ese camino lógico hacia una espiritualidad donde solamente fuese concebible un Dios, una Entidad Única en la cual focalizar uno de esos tres vértices que Civilizaciones Extraterrestres tendrían ya asumido desde  millones de años.


Entonces, dentro de ese Plan para la Humanidad, los extraterrestres señalaron a Israel como el territorio donde nacerían, expandiéndose, dos grandes religiones monoteístas: judaísmo y cristianismo; un hecho que cambiaría radicalmente muchos conceptos de la propia civilización humana; tales como el amor hacia nuestros semejantes o la existencia de un Dios bondadoso, pero que curiosamente, esa idea de una Entidad Superior que tenemos en la actualidad, no era precisamente la misma que concebían los primeros patriarcas tales como Abraham, que veían a Yavé como a un Dios liberador y combativo.

Todos esos acontecimientos, la interrelación de extraterrestres con seres humanos, quedaron registrados en el libro más leído por la Humanidad, me refiero lógicamente a la Biblia, donde se veía a los extraterrestres como “entidades divinas” y sus artefactos espaciales, eran “manifestaciones de Dios” ya que lógicamente, el concepto de máquina y energía no era concebible en una sociedad de pastores y agricultores.

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Del libro Los grandes contactados, de Manuel Navas Arcos



.... Yavhe les precedía de día en columna de nube para marcarles el camino, y en columna de fuego de noche para alumbrarles; así podían caminar tanto de día como de noche. La columna de nube no se apartó del pueblo de día, ni de noche la de fuego (Éxodo 13‑21,22).

MOISÉS

No es fácil escribir sobre un personaje de la talla de Moisés, sin caer seducido por la grandiosa y trascendente misión que este famoso contactado de la antigüedad protagonizó.
Efectivamente, Moisés fue Elegido por lo Alto para realizar una Misión Única. El pueblo de Israel o pueblo Judío es señalado y designado por el Cielo para que sea la fuente de la Revelación. Los Elohim o extraterrestres que interpretan la jerarquía directiva (no ejecutiva), contemplaron en los hebreos ciertas características que les hacían más propicios para un cultivo cósmico, capaz a su vez de engendrar una raza más evolutiva que el resto.

Es de considerar el señalamiento que se hizo en Noé, a través de su salvación de las aguas, como depositario de ese código genético que se diferenciaba de sus contemporáneos. Así mismo, Abraham es designado para conti­nuar esa selección. Posteriormente pasa a Isaac, después a Jacob, hasta llegar a José. Este se establece en Egipto y posteriormente lo hacen sus hermanos.



Moisés, siguiendo las instrucciones de Yave, saca al pueblo judío de Egipto. Durante 40 años lo hace caminar por el desierto. En el Monte Sinaí, recibe la LEY, capaz de establecer un orden perfecto de convivencia y para inculcarle al pueblo la idea del Dios Único.

El posterior asentamiento de las Doce Tribus de Israel en la Tierra Prometida, obedece a un Plan perfecto. Si observamos la ubicación geográfica de la Tierra Prometida, veremos que es paso obligado para todos los Pueblos que quieran ir de Oriente a Occidente y viceversa. Así, debido a esta circunstancia geográfica, el pueblo de Israel se convertía en el portavoz de la idea del Dios Único, para todos los pueblos y naciones.

Diversos autores han tratado de situar el nacimiento de Moisés, bien en el seno de la raza hebrea, o bien en la egipcia, debido al tribalismo propio de todo colectivo. Es lógico que los judíos hicieran de Moisés un héroe nacional y por tanto, patriota, nacido y parido por una judía, pero son varios los estudiosos y muchos los entendidos en esoterismo, que manifiestan el origen materno de Moisés dentro del pueblo egipcio, que a su vez lo desterró por haberles traicionado.




Exodo 2‑2.3 Concibió la mujer y dio a luz un hijo; y viendo que era hermoso lo tuvo escondido durante tres meses, pero no pudiendo ocultarlo ya por más tiempo, tomó una cestita de papiro, la calafateó con betún y pez, metió en ella al niño y la puso entre los juncos de la orilla del río. La hermana del niño se apostó a lo lejos para ver lo que pasaba.
Bajó la hija del faraón a bañarse en el río, divisó la cestita entre los juncos y envió una criada suya para que la cogiera. Al abrirla vio que era un niño que lloraba. Se compadeció de él y exclamó: Es uno de los niños hebreos. Entonces dijo la hermana a la hija del faraón: ¿Quieres que yo vaya y llame una nodriza de entre las hebreas para que te crie este niño?... ¡Vete!, le contestó la hija del faraón. Fue pues la joven y llamó a la madre del niño, y la hija del faraón le dijo: Toma este niño y críamelo, que yo te pagaré. Tomó la mujer el niño y lo crió. El niño creció y ella lo llevó entonces a la hija del faraón, que lo tuvo por hijo y le llamó Moisés.
Curiosamente, esta historia del río y de la cesta se repite exactamente igual en detalles y formas en la cultura china, asi como en Mesopotamia con el rey Sargón de Agadé, que fue dejado por su madre en el río, de igual manera que Moisés. Parece que en estos casos, así como en el de otros seres decisivos para la Historia, la paternidad de estos niños no es referida ni localizada.



JUVENTUD DE MOISÉS

Es curioso comprobar, como al igual que Jesús, Moisés desaparece anecdóticamen­te de la Historia en el período de su juventud, sin que haya trascendido ningún acto relevante. Yo pienso, que este tiempo de crecimiento está repleto de hechos y de historia, pero no fue recogida, dado que adquiere volumen su persona cuando acepta la misión de salvamento del pueblo israelita, que a su vez se encarga de contar y cantar alabanzas a su héroe, desde el momento que comienza a interesarse por ellos. Pero la vida de estos genios cósmicos está siempre plagada de anécdotas que, como en el caso de Jesús, son recogidas por los textos, que se han venido en llamar apócrifos. Desde estos textos, se comprende y se ve con otra lógica a los personajes, siendo su actuación menos simple, menos oscura y más profunda en forma y sustancia.

En Egipto, y en el fondo de la pirámide de Keops se encuentra el Hierofante, o transmisor, que en el principio se ubicaba en el vértice o cúspide de la misma y que servía para captar energía cósmica y como elemento de transmisión o de enseñanza de la dimensión superior extraterrestre, o padres de nuestra especie, hacia el hombre, que tanto recibió de estos primeros Dioses.

Sirviendo al Hierofante, existía una casta sacerdotal, que adoraba al Sol. Y que tenía la misión de interpretar los símbolos o las señales que se canalizaban a través de este transmisor de altísimas y sutiles frecuencias. Los sacerdotes habían conser­vado el antiguo conocimiento del Templo de Poseidón, que, como anteriormente hemos visto, presidía la evolución de la sumergida Atlántida. Antes de desaparecer ésta, el llamado Hermes Trimegisto, trajo las Ensenanzas, junto con otros supervi­vientes de la catástrofe. Generación tras generación, los encargados custodios del culto, rememoraban los antiguos días de esplendor, cuando los atlantes vivían en un paraíso de cultura sabiduría. En el tiempo del nacimiento de Moisés, este legado espiritual y cultural había sido disminuido y mediatizado por la amoralidad de los distintos faraones, que desviaron los programas celestes y perdieron la genética codificada de sus padres.

Los sacerdotes, intérpretes del conocimiento que llegaba a través del Hierofante, en un lenguaje de cuerpos‑pensamientos e ideográficos, sabían que el elegido, o el hombre‑puente entre su cultura decadente y otro período histórico, había nacido y así lo reconocieron, tanto por su aspecto, que mostraba una gene diversa a sus contem­poráneos, así como por sus diálogos y ademanes, que sobresalían con mucho del resto. La casta sacerdotal, había identificado en definitiva, al que, como anteriormente en el caso de Hermes Trimegisto, debería preservar lo fundamental del ancestral conocimiento, y ya desde la más tierna infancia, frecuentó estos ambientes monaca­les, dada su casta principesca que le hacía acreedor a una enseñanza de élite.
Para entonces sólo unos pocos podían considerarse legítimos en sus funciones divinas y mágicas. La mayoría adoraba a un Dios monoteísta, jerárquico y tirano, siendo solo los iniciados hijos de Amón‑Ra adorar en secreto la beatífica luz del Sol, como en su día lo hizo Akenhaton. La casta sacerdotal había degenerado, poniendo su ministerio al servicio del poder. Solo un anciano religioso, de barbas blancas, enseñaba a Moisés en el arte adivinatorio y en la magia traída por los hijos de las estrellas.

En diversas ocasiones. Moisés fue conducido por el anciano a la cámara oculta de la pirámide, que estaba guardada por siete puertas que descendían hacia el punto focal, opuesto al de la superficie y donde, como hemos dicho, se encontraba el Hierofante. Ante tal presencia, el espíritu del joven se redimensionaba, establecien­do la comunicación más pura entre el humano y sus potencias intelectivas, y la Conciencia Omnicreante. Allí supo Moisés que era un mutante, encarnado en la Tierra, para llevar una misión divina, dirigida por los Elohim, o señores de la luz, capitanes de las fuerzas organizativas de todo lo que existe bajo la luz del Sol, que es su morada.


Las medidas del Hierofante, así como su poliédrico diseño, obedecían a unas claves precisas, traídas por los extraterrestres a la Tierra, y sus dimensiones y lados interpretaban un código matemático cósmico, que aún hoy funciona en toda su plenitud. Moisés, copió y aprendió su funcionamiento y luego le sirvió para la experiencia del Arca de la Alianza, puesto que en su interior se encontraba, junto con otros objetos de veneración, este radio‑transmisor dinámico programado en las gamas físicas, psíquicas y espirituales.



MOISÉS MAYOR. HUIDA A MADIAN
PASAJES BÍBLICOS CON CLARAS CONNOTACIONES UFOLÓGICAS

Cuando Moisés ya fue mayor, vio un día como un egipcio golpeaba a un hebreo. No pudiéndose aguantar Moisés mató al egipcio y lo ocultó en la arena. Al enterarse el Faraón de este hecho, buscaba a Moisés para matarle. Entonces Moisés huyó al país de Madián. Allí conoció a Jetró y se desposó con su hija Séfora.

Éxodo 3‑1 al 7. ...Moisés era pastor del rebaño de Jetró su suegro, sacerdote de Madián. Una vez llevó las ovejas más allá del desierto; y llegó hasta Horeb, la montaña de Dios. El ángel de Yavé se le apareció en forma de llama de fuego, en medio de una zarza. Vio que la zarza estaba ardiendo, pero la zarza no se consumía. Dijo, pues, Moisés: voy a acercarme para ver este extraño caso: porque no se consume la zarza. Cuando vio Yavé que Moisés, se acercaba para mirar, le llamó en medio de la zarza; diciendo: ¡Moisés! ¡Moisés! El respondió: heme aquí Le dijo: No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada. Y añadió: Yo soy el Dios de tu Padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios.
De este texto se desprenden datos a estudio que necesariamente nos hacen refle­xionar en la moderna Ufología. Por un lado, el ángel de Yavé era absolutamente material, y por lo tanto visto y sentido por Moisés, que le ve rodeado de luz. Extraterrestres luminosos, a semejanza de este pasaje bíblico, son fotografiados en pleno siglo XX como prueba fehaciente de lo que pudo ver nuestro personaje, están los famosos extraterrestres nocturnos, fotografiados por Güchi Shiota en Kawanoe (Japón), donde se puede apreciar sus figuras rodeadas de una luminosidad próxima a la gama de calor producido por el fuego, así como la barrera magnética protectora con la que se rodean los pilotos del espacio en sus incursiones y paseos por la Tierra. Por otro lado, afirmar que estaba ardiendo la llama y no se consumiera es la mejor forma de explicar para aquella cultura, un fenómeno de naturaleza lumínica o electromagnética. El ángel de Yavé, es desde luego físico, puesto que reproduce palabras, y por lo tanto requería de una boca o garganta. Cuando Moisés es advertido de que debía descalzarse, es porque este hecho está relacionado con el dinamismo electromagnético humano. Se ha dicho al respecto, que el hombre es un terminal energético de cuanto vibra y existe en todo el Cosmos, siendo su polaridad positiva las manos y la negativa los pies; es decir, las imágenes con las manos al cielo nos traen a la metáfora del para‑rayos que capta la energía, mientras que los pies podrían ser la toma de tierra, donde descarga esta energía. Para que en Moisés existiera una plena integración del momento dinámico que vivía y por lo tanto fuera perfectamen­te influenciado por esta beatífica fuerza producida por la presencia del extraterres­tre, se requería de su disponibilidad al respecto, de ahí que el canal energético pasara felizmente por sus manos, sus pies y su cabeza, uniéndose con la emanación de la energía del propio extraterrestre o ángel.




Éxodo 13‑21.22. Yavé iba al frente de ellos, de día en columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en columna de fuego para alumbrarlos, de modo que pudiesen marchar de día y de noche. No se apartó del pueblo ni la columna de nube por el día, ni la columna de fuego por la noche.
De lo referenciado precedentemente, se observa en primer lugar, que Yavé era perfectamente visible, único y tangible, por lo tanto podemos desterrar la idea de invisibilidad o paranormalidad de la manifestación. Así mismo, la nube no necesita de mucha cábala para entender que se trata de un trazador magnético o nave espacial con dos comportamientos lógicos relacionados con la dirección de noche y de día, técnica ésta, por cierto, observada en todos los cielos de nuestras naciones y que se consigue simplemente acelerando la frecuencia vibratoria del trazador, pudiendo pasar de la tercera dimensión a la cuarta, haciéndose visible e invisible al ojo humano.

Éxodo 14‑19. Se puso en marcha el ángel de Yavé que iba al frente del ejército de Israel y pasó a retaguardia. También la columna de nube delante se desplazó de allí y se colocó detrás, poniéndose entre el campamento de los egipcios y el campamen­to de los israelitas. La nube era tenebrosa y transcurrió la noche sin que pudieran trabar contacto unos con otros.
La nube, sigue siendo la nave, que en este caso particular nos referencia dos aspectos: primero, que el ángel está separado de la columna luminosa a sí mismo, que adquiere un mimetismo tenebroso para esta ocasión, dirigida a la protección del pueblo hebreo. Debemos entender que el ángel no es otra cosa que el disco o platillo, y que la columna citada, se refiere al halo magnético de desplazamiento. Este halo ha sido en diversas ocasiones, materia de advertencia para los pilotos civiles y militares que se acercan a interceptar los ovnis, sufriendo espectaculares accidentes, como el caso del famoso héroe americano Tomas Mantell que se desintegró persi­guiendo a una nave extraterrena.

Éxodo 14‑24.25. ...Llegada la vigilia matutina, miró Yavé desde la columna de fuego y humo hacia el ejército de los egipcios y sembró la confusión en el ejército egipcio. Trastornó las ruedas de sus carros, que no podían avanzar sino con gran dificultad...
Una nueva técnica se pone ahora en marcha por parte del platillo al ionizar el aire excitando el vapor o humo citado en el versículo, engañando a sus enemigos, a la vez que magnetiza las ruedas de los carros para impedir su persecución. Lo mismo ocurre ahora con diversas nubes aparecidas en los cielos, así como los bloqueos y paradas de los automóviles de muchos de los casos ovni, recopilados por los estudiosos.

Éxodo 19‑9. ...Dijo Yavé a Moisés: Mira voy a presentarme a ti en una densa nube para que el pueblo me oiga hablar contigo, y así te dé crédito para siempre...
De lo que se deduce que Yavé requiere de un vehículo volador para mostrarse, y además emplea la palabra, por lo tanto, se trata de un ser tangible, claro y rotundo y no de un espíritu o fantasma.

Éxodo 19‑16. Al tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un poderoso sonar de trompeta...
Nuevas manifestaciones electromagnéticas, acompañadas de elementos sonoros, dirigidas a impresionar a un pueblo ignorante de la mínima idea de la mecánica o de la electricidad, así como de la aerodinámica. Hay que entender que aquellos sencillos hombres no concebían para su tiempo ningún tipo de actividad celeste, que no fueran los fenómenos naturales, motivo éste por el que atribuían a estas manifestaciones, connotaciones divinas, puesto que no entraban en sus esquemas mentales o imagi­nativos.




Éxodo 24‑16. La gloria de Yavé descansó sobre el monte Sinaí y la nube lo cubrió por seis días...
Evidentemente se trata de una nave espacial de grandísimas dimensiones, capaz de cubrir todo un monte.

Éxodo 24‑17.18. La gloria de Yavé aparecía a la vista de los hijos de Israel, como fuego devorador sobre la cumbre del monte. Moisés entró dentro de la nube y subió al monte...
Que yo sepa, no existe ninguna nube en el mundo que sea tan espesa y opaca como para sustentar a un ser vivo tranquilamente, sin caer a la tierra.



Éxodo 14‑21.22. ...Moisés extendió después su mano sobre el mar y Yavé, por medio de un recio viento solano, empujó al mar, dejándolo seco y dividiendo las aguas. Los hijos de Israel penetraron en medio del mar en seco mientras las aguas formaban como una muralla a ambos lados.
Este es precisamente el milagro más comentado y más transmitido por la cultura antigua y el centro de poder carismático y milagroso de Yavé. No es muy fácil, evidentemente, que las aguas de un mar se abran para que pase un pueblo, pero sí lo es, no obstante, para una tecnología superior, capaz de alterar la materia más compacta y estable, como lo es la ciencia extraterrestre. Dos naves nodrizas de un tamaño impresionante, fueron las que causaron el citado milagro. Esta tecnología que emplea campos gravitacionales propios y formas de energía magnética es capaz de alterar en todo momento la cohesión de los átomos, haciendo del mismo agua, paredes más sólidas que el acero. De hecho, no es la primera vez que nos han dicho que sus bases submarinas en nuestro planeta, están hechas de paredes infranquea­bles de agua solidificada, que ellos pueden construir aplicando campos científicos impensables para nosotros. Contactados de nuestro tiempo tales como Sixto Paz y Enrique Castillo, afirman haber estado en bases submarinas extraterrestres.

Éxodo 16‑4. Yavé dijo a Moisés: Mira, yo haré llover sobre vosotros pan del cielo; el pueblo saldrá a recoger cada día la porción diaria; así le pondré a prueba para ver si anda o no según mi ley.
La lluvia del famoso Maná sobre los israelitas en el desierto, es una experiencia avalada de nuevo por el ingeniero colombiano Enrique Castillo, el cual el día 8 de Noviembre de 1.973 fue llevado dentro de una nave y le dieron a comer una especie de capullo que parecía una trispeta (palomita de maíz) de alto contenido energético. Los extraterrestres le dijeron: con esto fue con lo que alimentamos al pueblo judío durante 40 años en el desierto.
Por otro lado, el equipo de nueve hombres encabezado por Kozo Kawai, un ingeniero japonés, llegó a Sudán en busca de un grupo de refugiados de Etiopía que, afirman los japoneses, recibió virtualmente alimentos de un objeto volador no identificado, cuando cruzaba a pie la frontera sudanesa la noche de Navidad. Estos nueve hombres representan al cuerpo Especial de Investigación de Ovnis con base en Tokio.


Éxodo 25‑10 al 22. ...Harás un Arca de madera de acacia, dos codos y medio de largo, codo y medio de ancho y codo y medio de alto. La cubrirás de oro puro, por dentro y por fuera, y en torno de ella pondrás una moldura de oro. Fundirás para ella cuatro anillos de oro, que pondrás en los cuatro ángulos, dos de un lado, dos de otro. Harás unas barras de madera de acacia, y las cubrirás de oro, y las pasarás por los anillos de los lados del Arca para que pueda llevarse. Harás un propiciatorio de oro puro...Pondrás el propiciatorio sobre el Arca, encerrando en ella el testimonio que yo te daré. Allí me revelaré a tí...
De la lectura del mismo, y en mayor medida de las palabras finales: Allí me revelaré a ti, se desprende la lógica conclusión de que estamos ante un transmisor más o menos convencional, que, claro está, que para aquellos antiguos sería en cual­quier caso milagroso, puesto que permanecían ignorantes de todo vestigio electróni­co, que ya nuestra ciencia puede digerir.

En el Éxodo 25‑40 dice: Mira bien y hazlo fabricar, según el diseño que se te ha propuesto en el monte. De lo que se deduce que hubo un diálogo a nivel humano, con dimensiones, medidas y formas capaces de ser entendidas por Moisés. Todos los indicios escritos en relación al Arca de la Alianza, confirman que se trataba de un transmisor con una poderosa pila o generador de energía capaz de producir en ciertos momentos calamidades a quien se acercaba a ella sin saber de sus características. Tal es el caso de los filisteos que al capturarla, produjo entre sus filas caídas de cabello, vómitos e incluso la muerte, hasta que por fin la devolvieron al pueblo hebreo, por haberles causado tantas desgracias. Algunos autores contemporáneos, consideran el Arca de la Alianza como una pila atómica capaz de generar una prodigiosa energía, que según se nos indica en el pasado, producía yagas y enfermedades propias de una afección atómica moderna. Debemos entender que no era tal la energía que pudiera producir nuestro maravilloso artefacto, sino más bien de naturaleza electromagnética o solar.
Sabido es por casuística ovni, que las formas de desplazamiento de las naves extraterrenas tienen como factor común la aplicación de la energía electromagné­tica, iónica y psíquica, puesto que los seres del espacio son contrarios a la rotura del átomo. En cualquier caso aceptan reacciones nucleares de fusión; y citan al Sol como ejemplo, pero nunca de escisión. Ellos dicen que la Fuerza Omnicreante, reside impresa en el átomo de hidrógeno, de ahí que la energía potencial concentrada en el mismo sea impresionante y de naturaleza dañina si la dejamos liberar con fines bélicos, como así hacemos en nuestra civilización.

REVELACION DEL NOMBRE DIVINO

Éxodo 3‑13.14. ...Contestó Moisés a Dios: Si voy a los israelitas y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros; cuando me pregunten ¿cuál es su nombre?, ¿que les responderé? Dijo Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y añadió: Así dirás a los israelitas: YO SOY me ha enviado a vosotros.
Yo soy el que soy; o lo que es lo mismo, el Dios viviente, que ha autorrealizado la consciencia perfecta con la voluntad de la Inteligencia operante en cada lugar y en cada instante.
Pasaran miles años, quizás millones. Pero llegará el día en que cada miembro de esta Humanidad también podrá decir: YO SOY YO. Porque para entonces habrán autorrealizado la Deidad que todo hombre lleva dentro de sí. Y podrá encarnar en Primera Persona la Voluntad de la Fuerza Omnicreante o Inteligencia Creativa.




Deuteronomio 34‑10.11 v 12. No ha vuelto a surgir en Israel profeta semejante a Moisés, con el cual Yavé había tratado cara a cara, ni en cuanto a los milagros y portentos que por voluntad de Yavé realizó en la tierra de Egipto contra el Faraón, sus servidores y todo su territorio, ni en cuanto a su mano poderosa y tantos y tremendos prodigios como hizo Moisés a los ojos de todo Israel.
Rotundo y definitivo este versículo bíblico a la hora de describirnos como se había desarrollado el contacto entre Yavé y Moisés durante toda la misión de éste con el pueblo de Israel. El versículo afirma: con el cual Yavé había tratado cara a cara.

Hoy la historia se repite y los extraterrestres siguen contactando cara a cara con los personajes que ellos consideran idóneos y capaces de llevar su discurso de este tiempo, a esta doliente humanidad.
Hemos visto como Moisés, es el puente que une una dimensión superior, con otra dimensión inferior. Es el encargado de preservar a un pueblo con una determinada genética, para inculcarle la idea del Dios Único.

Así mismo, en un transcendental momento en el monte Sinaí, le fue entregada al pueblo la LEY, capaz de establecer un orden perfecto de convivencia y la clave para integrarnos en la Fraternidad Cósmica. Pero nosotros incapaces de cumplir ni uno solo de estos Mandamientos, hemos degenerado y roto todos los códigos de comporta­miento racional.
Los antes citados y otros muchos más acontecimientos con claras connotaciones extraterrestres, vivió este gran contactado de la antigüedad llamado Moisés.


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Del libro Los extraterrestres en la Biblia, de Abe S. Kreutz

Dios, el Señor de los Ejércitos

La trayectoria histórica, religiosa, militar y sociopolítica del llamado «pueblo elegido de Dios» ofrece unas particularidades de lo más singular que atraen la atención sobre él, observándose unos tremendos altibajos de los cuales lo menos que puede decirse es que resultan muy asombrosos.
En efecto, atendiendo a la circunstancia de que su todopoderoso Dios estableció un pacto con los hijos de Israel para que dominasen sobre los demás pueblos de la Tierra, extraña verles hambrientos y en la necesidad de marchar a Egipto, para beneficiarse de la situación privilegiada de José -intérprete de los sueños del Faraón-tras lo cual acaban convirtiéndose en esclavos sumisos de los egipcios.

No es menos sorprendente la forma en que emprenden el éxodo hacia la Tierra Prometida, donde los ríos manan leche y miel, para alcanzarla después de un sinnúmero de peripecias, tras mucho guerrear y de sufrir bajas por cientos de miles, incluso contando con la ayuda de Elohim, el todopoderoso Jehová y sus ángeles, que, según el relato bíblico, combatieron a su lado en varias ocasiones para facilitarles la victoria sobre sus más fuertes, aguerridos y numerosos enemigos.
Tampoco termina en la fértil tierra de Canaán la permanente contradicción entre las promesas hechas por Elohim a su pueblo elegido y lo conseguido por éste.




Después de alcanzar un puesto preeminente entre el concierto de tribus y de naciones vecinas, luego de llegar a un punto álgido bajo el reinado del gran Salomón, el rey sabio por excelencia, sigue un período de franca y de total decadencia que culmina con la destrucción del templo, la deportación, la cautividad, la desaparición de las diez tribus de Israel y el sometimiento de las dos de Judá.

Por si esto no fuera aún suficiente, tras la anexión de sus territorios, el tan cacareado «pueblo elegido» pasa del yugo de los asirios al de los caldeos y luego a ser dominado por los persas. La victoria de Alejandro I El Grande, rey de Macedonia, sobre Darío III, que le valió la anexión del imperio persa, hace que los hebreos sean sometidos a su vez y que después del gobierno de los Ptolomeos y de ser incorporados al reino sirio, disfruten de un corto período de independencia al que sigue la ocupación romana, produciéndose entonces la primera diáspora1.

1. Del griego «Diasporá», dispersión. Término con el que se designa en la historia de las religiones la dispersión, a través del mundo antiguo de los judíos que tuvieron que salir de sus comarcas o se vieron expulsados de ellas. También se llamó «Diasporá» al conjunto de comunidades hebreas constituidas en el seno de diversas poblaciones (Babilonia, Egipto, algunos países de Asia y, por último, Roma).


El territorio de Palestina, aquella Tierra Prometida por Jehová al «pueblo elegido», pasa a constituir cuatro provincias romanas. El duro yugo impuesto por el césar a través de su gobernador Florus provoca la rebelión y alzamiento de los judíos, en el año 64 de nuestra era, que termina con la victoria de Tito, la destrucción del segundo templo, una sangrienta represión, otra vez la cautividad y la segunda diáspora que se mantendría a través de los siglos, sufriendo los hebreos marginación y persecuciones encarnizadas, pogroms, hasta llegar al terrible genocidio llevado a cabo por los nazis del III Reich, tras el cual y a través de una lucha continuada se conseguiría el 14 de mayo de 1942 la creación del nuevo e independiente estado de Israel.

Es obvio que los exégetas bíblicos -tanto israelitas como cristianos- han de ofrecer una explicación a todos esos avatares, al cúmulo de desastres y de fracasos enjugados por el pretendido «pueblo elegido» de Dios. Que esta explicación sea o no convincente, eso ya es otra cosa y es lo que debemos considerar.



Partiendo de la base de que los caudillos de Israel y de Judá entonaban alabanzas al belicoso Dios cuando éste favorecía y ayudaba a sus ejércitos, combatiendo a su lado o enviando a sus ángeles para que alcanzasen la victoria, es lógico que a la hora de justificar las derrotas recurriesen a proclamar el disgusto de ese mismo Dios, su enfado o su cólera contra el pueblo pecador, prevaricador e infiel, que no cumplía sus leyes o mandatos.

La posición de los veleidosos componentes del «pueblo elegido» respecto a Jehová quedaba así claramente determinada. Si obedecía sumisa y puntualmente al Dios Todopoderoso éste le daba la victoria sobre sus enemigos, por fuertes y numerosos que fueran, ayudándole, sosteniéndole v colaborando con él para convertirlo en una gran nación. Si por el contrario, el pueblo se mostraba infiel y adoraba a otros dioses, o incumplía sus mandatos, era el propio Jehová quien le castigaba, realizando terribles matanzas, enviando contra él grandes azotes y plagas, o recurriendo también al concurso de sus enemigos declarados poniéndole a merced de éstos.

A este respecto Moisés se expresa con harta claridad:

Sabrás, pues, que el Señor, tu Dios, es el verdadero Dios, el Dios fiel que guarda su alianza y su amor por mil generaciones con aquellos que le aman y observan sus mandamientos.
Pero castiga en su propia persona al que le aborrece; pierde sin dilación al que le odia; le hace sufrir un castigo personal.
Guarda, pues, los preceptos, leyes y costumbres, que yo te mando hoy observar.
Si después de oídas estas leyes las guardares y cumplieres, también el Señor, tu Dios, te guardará el pacto y la misericordia que juró a tus padres.
Y te amará, y multiplicará, y bendecirá el fruto de tu vientre, y el fruto de tu labranza, tus granos y vendimia, el aceite y las vacadas, y los rebaños de tus ovejas en la tierra que juró a tus padres que te daría.
Bendito serás entre todos los pueblos; no se verá entre vosotros estéril en ningún sexo, así en los hombres como en los ganados.




» El Señor alejara de ti toda enfermedad, y no te afligirán a ti estas malignas plagas de Egipto, que tu sabes, sino que las reservara para todos tus enemigos.
» Exterminaras todos los pueblos que el Señor, tu Dios, pondrá en tus manos. No se apiaden de ellos tus ojos, ni sirvas a sus dioses, para que no sean ellos causa de tu ruina.
Tal vez dirás en tu corazón: Estas naciones son más numerosas que yo, ¿Cómo he de poder destruirlas?
Mas no las temas, acuérdate de lo que el Señor, tu Dios hizo con el Faraón y todos los egipcios.
De aquellas terribles plagas que vieron tus ojos y de los prodigios y portentos, y de la mano fuerte, y del brazo extendido con el que te libertó el Señor, tu Dios, lo mismo hará con todos los pueblos a quienes temes.
Además de esto, el Señor, tu Dios, enviara tábanos contra ellos hasta consumir y perder a todos los que de ti escaparen y hubiesen podido esconderse.
No tienes que temerlos, porque el Señor, tu Dios, Dios grande y terrible, está en medio de ti.
El mismo ira consumiendo a tu vista las naciones, poco a poco y por partes. No podrás acabar con ellas de un golpe, a fin de que no se multipliquen contra ti las bestias fieras del país.
El Señor, tu Dios, pondrá a estos pueblos en tu poder, y los irá destruyendo hasta que del todo desaparezcan.
A sus reyes los entregará en tus manos, y borraras sus nombres de debajo del cielo; nadie te podrá resistir hasta que los aniquiles. (Deuteronomio VII, 9-24.)

Tras la lectura de este texto, mucho más largo y prolijo, detallado al máximo tanto en lo que hace referencia a beneficios como a penas, queda patente y sin lugar a dudas el dilema planteado por Jehová al pueblo elegido, a través primero de Moisés y de sus sucesores después no queda opción posible: o me sirves y te premio, o me desobedeces y te castigo.


«...Pues yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso que castigo la maldad de los padres en los hijos hasta la tercera y la cuarta generación de aquellos que me aborrecen.
» y que uso de misericordia hasta la milésima generación con los que me aman y guardan mis mandamientos.»
(Éxodo XX, 5-6.)

No haremos hincapié ahora en el anuncio de intervenciones de Dios en favor de sus elegidos, determinadas por esas alusiones a las que efectuó anteriormente contra el Faraón y los egipcios, porque de ellas ya hablaremos más adelante.

En cambio, sí señalaremos la forma despiadada con que Jehová aplicaba sus castigos sobre sus rebeldes y levantiscos súbditos, lo cual, dicho sea de paso, resulta bastante incomprensible si se considera la cantidad de prodigios y portentos llevados a cabo por ese Dios tan celoso con el fin de impresionar a sus incrédulos vasallos.
En este sentido son muchos los ejemplos que se encuentran en los libros bíblicos. Veamos, pues, algunos de ellos:



«... Se manifestó la gloria del Señor a todos los hijos de Israel sobre la tienda de la reunión.
» Y dijo el Señor a Moisés: ¿Hasta cuándo ha de blasfemar de mí ese pueblo? ¿Hasta cuándo no han de creerme, después de tantos portentos como he hecho a su vista?
» Los heriré, pues, con peste, y acabaré con ellos; y a ti te haré príncipe de una nación más grande y poderosa que ésta.» (Números XIV, 10-12.)

Obsérvese que después de indicarse la circunstancia de que se manifiesta la gloria de Dios a todos los hijos de Israel sobre la tienda de la reunión, es Jehová en persona quien se lamenta a Moisés de la incredulidad del pueblo que ha elegido y que llega, incluso, a blasfemar contra él. Y es precisamente ese Dios el que se queja de no ser creído pese a los muchos portentos por él realizados.

A la vista de esto cabe pensar, dentro de una lógica realista, que los tales portentos no impresionaban de modo excesivo a los hebreos -presuntamente incultos y supersticiosos-, o que éstos se fijaban más en el carácter humano de aquel ser que exigía ser tratado y reverenciado, no como un dios cualquiera, como uno más, sino que como el único, el verdadero, el todopoderoso.

Claro está que en varias ocasiones ese Dios se lamentará de la dureza de corazón de sus vasallos, de su cerrazón de espíritu, la cual se manifestará no sólo contra él y sus ángeles, sino también contra sus preclaros enviados, mensajeros y profetas, que culminará con las muertes violentas de Juan el Bautista y de Jesús el Galileo.

Pero, volviendo al punto inicial planteado por las quejas de Dios a su fiel Moisés, cuya educación en la corte de Faraón como príncipe egipcio le hace merecedor de que el Señor piense en otorgarle el gobierno de una nación más grande y poderosa, el texto bíblico sigue con la intercesión del adalid hebreo, cuyos razonamientos y súplicas bastan para que el todopoderoso Jehová no lleve a cabo su amenaza en ese momento. Sin embargo, atendiendo a las palabras dichas por el propio Dios, no hay que olvidar que el arma con que pensaba herir a los blasfemos e incrédulos era nada menos que la pavorosa peste, uno de los más grandes azotes de la antigüedad, y de la cual -conviene tenerlo presente-ya hizo uso contra los egipcios.

De todos modos, la bondad de Jehová no se hizo extensiva a todos los exploradores que envió Moisés desde el desierto de Sin hasta Rohob, a la entrada de Emat.
«En efecto, todos aquellos hombres que Moisés envió a reconocer la tierra, y a la vuelta hicieron murmurar al pueblo contra él, publicando falsamente que la tierra era mala.
» Fueron heridos de muerte en la presencia del Señor.
» Solamente Josué, hijo de Nun, y Caleb, hijo de Jefone, quedaron con vida de todos los que fueron a explorar el país» (Números XIV, 36-38.)


Otro de los aspectos más reveladores y aleccionador es la virulenta intervención de Jehová al producirse un motín o cuando su díscolo y levantisco pueblo se manifiesta en franca rebeldía.
En tales momentos, el Dios de Abraham y de Jacob acusa una irritación tan grande y una cólera tal que resulta impropia de un ser presuntamente todopoderoso, para el cual los seres humanos -sus criaturas, creadas por él no hay que olvidarlo-debían de ser poco menos que meros gusanos o simples marionetas a los que le era fácil aplastar con su poder o mover tirando de sus hilos como mejor le viniese en gana.

Si se trataba efectivamente del pregonado Dios de dioses, del Sumo Hacedor, del Eterno, etc., ¿qué podía importarle que hubiese un puñado de incrédulos, los cuales, pese a sus numerosos portentos y prodigios, continuasen insumisos?
Más todavía. ¿Es que su amor propio -natural en un terrícola mortal e incluso en uno extraterrestre-era tan susceptible y sufría tanto cuando le menospreciaban sus criaturas, esos hombres tardos de comprensión, pero fácilmente influenciables, que experimentaba la necesidad de matar a los culpables y de aniquilar, además, junto con ellos, a quienes eran inocentes?

La rebelión de Coré, de la tribu de Leví, y de Datán y Abirón, hijos de Eliab, y también Han, de la tribu de Rubén, junto con otros doscientos cincuenta hombres de los hijos de Israel es un claro exponente de lo que acabamos de apuntar.
Enfrentados los rebeldes con Moisés, luego de acusar a éste indebida e injustamente, irritándole hasta el punto de serle preciso recurrir al propio Jehová para demostrar su inocencia y que no le había quitado nada a nadie, aquéllos provocan la cólera de Dios que toma una de esas decisiones punitivas, tan frecuentes en él, que implican el pago de justos por pecadores.
«El Señor habló a Moisés y Aarón dijo:»" Apartaos de en medio de esa facción y en un momento los consumiré.
» Ellos se postraron sobre su rostro, y dijeron: ¡' Oh fortísimo Dios de los espíritus todos los hombres! ¿Es posible que por el pecado de uno se ha de ensañar tu ira contra todos?» (Números XVI, 20-22.)

No es sólo Aarón sino incluso el propio Moisés, que ha apelado a Dios pidiendo su ayuda, los que consideran injusto, desproporcionado y excesivo el castigo que anuncia Jehová. Ellos le reconocen como «fortísimo Dios de los espíritus de todos los hombres» pero al mismo tiempo apelan en favor de los inocentes para que éstos no carguen con culpas ajenas y que la ira del Todopoderoso no se ensañe con ellos.
Lo curioso del caso es no sólo que Dios actúe tan a la ligera, dejándose llevar de un rapto de genio, impropio de un ser humano medianamente equilibrado e inconcebible en un ser que se declara superior a los mortales, sino que dos de éstos logran fácilmente convencerle de su error, haciéndole rectificar su decisión.


Claro está que deben ser precisamente esos cambios de humor o de genio los que influyen en los vasallos para no respetarle tanto como él quisiera.
Sigue a continuación el castigo de los culpables tan sólo, llevado a cabo por Jehová a través de su portavoz y representante en la tierra Moisés, el cual empieza por hacer que se aparten los inocentes que no tienen nada que ver ni participan en la sedición encabezada por Datán y Abirón.

Y dijo Moisés:
En esto conoceréis que el Señor me ha enviado a ejecutar todas las cosas que veis, y que no la he forjado en mi cabeza.
Si estos murieren de la muerte ordinaria de los hombres y fueren heridos de este azote que suele también herir a los demás, no me ha enviado el Señor.
» Pero si él hiciere una cosa nunca vista, de manera que la Tierra, abriendo su boca, se los trague a ellos y a todas sus casas, y bajen vivos al reino de los muertos, sabréis que han blasfemado contra el Señor.
» No bien hubo acabado de hablar, cuando la tierra se hundió debajo de los pies de aquellos.
 » Y abriendo su boca, se los tragó con sus tiendas y todos sus haberes.
» Y cubiertos de tierra bajaron vivos al reino de los muertos, y perecieron de en medio del pueblo.
»AI punto todo Israel, que estaba al contorno, a los alaridos de los que perecían, echó a huir diciendo: No sea que nos trague también la tierra a nosotros.
» Y salió un fuego, enviado por el Señor, y' abrasó a los doscientos cincuenta hombres que ofrecían el incienso.» (Números XVI, 28-35.)

A pesar de que Moisés no lo dice de una manera explícita, a través de este texto puede apreciarse que él tenía idea de lo que iba a suceder o que sabía sobre poco más o menos cómo iba a actuar su Dios en esa ocasión, anunciando ya que iba a tratarse de algo nunca visto. Por esta razón su primera medida se centra en apartar a los inocentes de los culpables, y los separa valiéndose de un pretexto religioso, el de que no han de tocarles a ellos ni a sus cosas a fin de no verse envueltos en sus mismos pecados.

La forma espectacular que utiliza el proclamado fortísimo Dios para eliminar a los culpables de rebelión resulta de lo más aparatoso pero también ejemplar, ya que los testigos de esa punición tan drástica salen huyendo para que la tierra no se los trague también a ellos.

Pero todavía hay más.
Vamos a dejar a un lado la cuestión del fuego celeste que Dios proyecta sobre los doscientos cincuenta hombres, seguidores de Datán y de Abirón, ya que ese material es tan frecuentemente empleado por Jehová y sus ángeles, que merece ser considerado en un capítulo aparte. Lo que merece, en cambio, una atención muy particular es la nueva fórmula que emplea Elohim para aniquilar a los rebeldes, la cual ha de sorprender y atemorizar a su pueblo por el hecho de ser inédita hasta ese momento, como muy bien se encarga de proclamar su portavoz Moisés.


Algunos autores han enfocado el problema desde un punto de vista que nos parece demasiado parcial. Los tales señalan que la primera intención manifestada por Jehová era la de aniquilar definitivamente a su pueblo, juntando en un mismo saco a inocentes y culpables, atribuyéndole así el conocimiento de que iba a producirse un pequeño seísmo, un corrimiento de tierras, un temblor de escasa magnitud, pero lo bastante potente como para acabar con toda aquella gente.

Abonan esta teoría varias consideraciones, como la de prometer darle a Moisés el mando sobre otro pueblo, para lo cual, de haber él aceptado, Elohim sólo tenía que situarle lejos del lugar en que sabía se produciría el cataclismo.
También hacen hincapié esos autores en el hecho de que, habiéndose negado a secundar a Jehová en la anunciada destrucción y suplicado no castigara a justos como a culpables, lo primero que hace el enviado de Elohim es separar a los unos de los otros, obedeciendo órdenes superiores, colocando a los inocentes fuera del alcance del temblor de tierra que su Señor sabe se ha de producir a no tardar mucho.

No acaba de convencernos dicha teoría, habida cuenta la imposibilidad física de que los Elohim, por avanzada que fuera su ciencia, pudiesen llegan hasta el extremo de indicar, en un espacio no superior a seis kilómetros, cuál sería la zona afectada por el seísmo y cuál la que se libraría de sus convulsiones.
Aun admitiendo el hecho de que Elohim previera el inminente seísmo, no cabe imaginar que pudiese evitar la muerte de los inocentes sin llevárselos a muchos kilómetros de allí, alejándolos por completo del grupo de amotinados.

Sin embargo, atendiendo a la circunstancia de que aparece también el famoso fuego celeste, hay otra explicación que nos parece mucho más lógica y verosímil.
En efecto, suponiendo que, como de costumbre, Jehová se encontraba en lo alto viendo cuanto sucedía, lo que equivale a decir que estuviese a bordo de su astronave, no es difícil imaginar que dispusiera de una especie de lanza-rayos con el que apuntaría a los culpables dejados a un lado por su servidor Moisés.

En tal situación, pudiendo hacer blanco en el grupo de los rebeldes, sin alcanzar a ningún justo, Elohim puede abrir el fuego ya sin ningún temor. ¿Qué es lo que sucede entonces? ¿Se abre la tierra primero y brota el fuego después?

A nosotros nos parece que la acción es en realidad simultánea. La acción fulgurante de un rayo, más o menos parecido a un lasser actual, no sólo pudo provocar la aparición del tan cacareado fuego de Dios, sino también el hundimiento de una franja de tierra, algo así como un enorme socavón, en el que fueron incinerados, destruidos, aniquilados los rebeldes con todas sus casas. Consideremos el aspecto que debía ofrecer el hecho a los ojos de los aterrados testigos. De una parte se cuenta con la amenaza formulada por Moisés y el anuncio de que se abrirá la tierra. De otra parte se da la circunstancia de que el fuego parece brotar del suelo, el cual aparece luego como socavado y sin que en su superficie haya ya rastro de vida humana ni de ninguna cosa que antes se encontraba allí.



¿No es lógico que los crédulos hebreos, a la vista del resultado, den por buenas y concluyentes las palabras de Moisés y acepten que la tierra se ha abierto engullendo a los hombres y que los otros, los «no desaparecidos» han sido abrasados por el fuego de Dios?

Digamos aún que si no hubiera quedado el menor rastro de los rebeldes, la creencia podía ser la de que «todos ellos habían sido tragados por la tierra». pero como el rayo de Elohim no pulverizó totalmente a los amotinados y quedaron cenizas de ellos, prevaleció la idea de que unos, los engullidos por la tierra, fueron a parar vivos al reino de los muertos, en tanto que los otros eran aniquilados por el fuego vengativo de Dios.
Sea una teoría la válida, séalo la otra, lo que resulta indudable es que el Todopoderoso Dios de Abraham, de Jacob y de Moisés no se andaba con chiquitas a la hora de castigar. Esto lo han reconocido y admitido todos sus vasallos, sus líderes, reyes y profetas.

«El obrar impíamente contra las leyes de Dios no queda sin castigo, como se verá en los tiempos siguientes (II Macabeos IV, 17.)

«El Señor no se porta con nosotros como con las demás naciones, a las cuales sufre con paciencia para castigarlas colmada que sea la medida de sus pecados;
» No es así con nosotros, sino que nos castiga sin esperar a que lleguen a su colmo nuestros pecados.
» Y así nunca retira de nosotros su misericordia, y cuando aflige a su pueblo con adversidades, no lo desampara.» (II Macabeos VI, 14-16.)

Establecida la dualidad, como dijimos, de que los infractores de las leyes de Elohim eran merecedores del castigo y que quienes las obedecían eran objeto de sus favores y ayuda, los mismos vasallos se reconocen culpables cuando se ven abandonados de la mano de Dios, entregados a sus enemigos, pero manteniendo viva la esperanza de que, pese a todo, Elohim mantendrá las viejas promesas hechas a sus padres, con la sola condición de volver al redil de la sumisión y la obediencia. Y esto resulta de la mayor importancia para el pueblo de Israel porque su Dios es un gran guerrero, el más fuerte, el más poderoso, el que les convierte en invencibles y que no vacila en ir con ellos, en luchar a su lado y, así, darles el triunfo sobre sus enemigos.

«Escucha, Israel: Tú estás hoy día a punto de pasar el Jordán para conquistar naciones grandísimas y más fuertes que tú, ciudades magníficas y cuyos muros llegan hasta el cielo.»
» Un pueblo de grande y alta estatura, los hijos de los enaceos, que tú mismo has visto y cuya fama has oído, y a quienes nadie puede contrarrestar.
» Pues has de saber hoy, que irá delante de ti el mismo Señor, tu Dios, fuego devorador y consumidor, que los ha de desmenuzar, y consumir, y disipar, delante de tus ojos rápidamente, como te lo ha prometido.
» No digas en tu corazón cuando el Señor, tu Dios, los haya desecho en tu presencia: Por razón de la justicia que ha visto en mí, me ha introducido el Señor en la posesión de esta tierra; siendo cierto que por sus impiedades son asoladas estas naciones.
» Porque no por tus virtudes, ni por la rectitud de corazón entraras a poseer sus tierras; sino porque aquéllas obraron impíamente, por eso al entrar tú han sido destruidas, y a fin de cumplir Dios su palabra, que confirmó con juramento a tus padres Abraham, Isaac y Jacob.» (Deuteronomio IX. 1-5.)

A través de estas palabras, Elohim no sólo se identifica a sí mismo como «un fuego devorador y consumidor» que aniquilará a los enemigos de su pueblo, sino que le hace a éste bien patente que no debe en ningún momento arrogarse el éxito ni atribuirlo a sus méritos propios ya qué más adelante, Jehová lo califica como «pueblo de durísima cerviz». Y es por esto que en ocasiones determinadas, previendo la fatua actitud de sus vasallos. Dios toma sus precauciones.

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«Aquella noche vino el ángel del Señor, y mató en el campamento de los asirios a ciento ochenta y cinco mil hombres. Y levantándose muy de mañana el rey de los asirios, Senaquerib, vio todos aquellos cuerpos muertos, y levantó el campo y se marchó.» (II Reyes XIX, 35.)


Desde luego resulta indudable, a la vista de cuanto se dice en los libros bíblicos, que Yahvé tomaba una parte decisiva en los combates que sostenía su pueblo, el cual, sólo con su ayuda podía alcanzar la victoria, lo que era no sólo admitido sino proclamado por sus jefes considerándolo más que una debilidad propia y de su ejército como una garantía de poder y de fuerza.
Así es, por ejemplo, como lo declara Jonatán, el segundo de los Macabeos, al dirigirse por carta a sus aliados de Esparta:
«En estas guerras no hemos querido cansaros ni a vosotros ni a ninguno de los demás aliados y amigos;
» Pues hemos recibido el socorro del cielo, con el cual hemos sido librados nosotros, y humillados nuestros enemigos» (I Macabeos XII, 15.).

Sí, el socorro que Elohim enviaba a los suyos, desde el cielo, se patentizaba de muchas formas distintas. Y eran esas señales las que esperaban sus fieles para lanzarse con ardor al combate, seguros entonces de que, con ayuda del Todopoderoso, ellos conseguirían alcanzar la victoria sobre sus numerosos, enconados e impíos enemigos.

«Y a las señales que aparecieron en el aire a favor de los que combatían valerosamente por la nación judía, de tal suerte que, siendo en corto numero, defendieron todo el país y pusieron en fuga a la muchedumbre de barbaros.» (II Macabeos II, 22.)

Socorros extraordinarios procedentes del cielo, señales en el aire para anunciar la ayuda del Señor, siembra del espíritu de la discordia en el campo enemigo, ceguera en los adversarios que les llevaba a atacarse entre ellos, hambre, fieras, peste…
¿Puede pedirse algo más?
Sí, y ese más ha dejado constancia en la Biblia.


«El espíritu de Dios todo poderoso se hizo allí manifiesto con señales bien patentes, en tal conformidad, que, derribados en tierra por una virtud divina cuantos habían osado obedecer Heliodoro, quedaron como yertos y despavoridos.
» Porque se les apareció montado en un caballo un personaje de fulminante aspecto, y magníficamente vestido, cuyas armas parecían de oro, el cual acometió con ímpetu a Heliodoro, y el caballo le pateó con las patas delanteras.
» Aparecierose también otros dos gallardos y robustos jóvenes, llenos de majestad y ricamente vestidos, los cuales, poniéndose uno a cada lado de Heliodoro, empezaron a azotarle cada uno por su parte, descargando sobre él continuos golpes.
» Heliodoro cayó luego por tierra envuelto en densas tinieblas, y habiéndose cogido y puesto en una silla de manos, le sacaron de allí.
» De esta suerte aquel que habla entrado en el erario (de Jerusalén) con tanto aparato de guardias y de ministros, era llevado sin que pudiera valerse a sí mismo, habiéndose manifestado visiblemente la virtud de Dios;
» Por un efecto de la cual, Heliodoro yacía sin habla, y, sin ninguna esperanza de vida.
» Por el contrario, los otros bendecían al Señor, porque había ensalzado con esto la gloria de su lugar, y el templo que poco antes estaba lleno de confusión y temor, se llenó de alegría y regocijo luego que hizo ver el Señor su omnipotencia.»  (II Macabeos III, 24-30.)

Conviene señalar que esta escena, cuyo desenlace sirve de escarmiento ejemplar, se desarrolla en unos momentos en que la paz había vuelto a Israel, cuando el templo había sido reconstruido y purificado por los fieles de Yahvé, a cuya cabeza estuvo Judas Macabeo, de majestad y ricamente y que las leyes, restablecidas por ese caudillo, se observaban puntualmente gracias a la piedad del pontífice Onías.
En tales circunstancias, la delación de un tal Simón, constituido en prefecto del templo y envidioso de la autoridad del puritano Onías, movió a que el rey Antíoco ordenase a su ministro de hacienda, Heliodoro, que debía apoderarse de las riquezas y el dinero guardados en el templo del Señor.



El saqueo amenazaba, pues, una vez más, al templo de Jehová y era éste quien iba a ser despojado con lo que se haría menosprecio de su nombre y poder. Razones éstas más que suficientes para que el celoso y orgulloso Elohim enviase a uno de sus arcángeles, secundado por dos ángeles, para que castigase de modo espectacular y aleccionador a quien osaba desafiarle hollando su templo.

Hay que fijarse en la presentación de ese enviado de Dios. El cronista le describe como un personaje de fulminante aspecto, magníficamente vestido y con armas que parecían de oro. Quiere esto decir que no era sólo la vestimenta la que le daba aquel aspecto, sino que en é tenía que haber algo más para que pareciese fulminante a quienes le veían. Y en relación con sus armas, la similitud de éstas con el oro nos indica que, no siendo de este metal, debían brillar tanto como si lo fuesen.
Releyendo el texto se ve que el enviado de Dios va acompañado por gallardos y robustos jóvenes, llenos de majestad y ricamente vestidos. Esto nos muestra que había una diferencia de edad y de categoría entre el primero y sus ayudantes. Y también que la vestimenta de los segundos impresionaba a los humanos.

Queda un tanto oscuro el medio de que se valió el espíritu de Dios para derribar en tierra a todos los presentes, aunque es de suponer que pudo bastar con una simple bomba de gas paralizante, lo cual viene abonado por el hecho de que a Heliodoro le cubriesen densas tinieblas, producidas tal vez por una bomba de humo, que le pusieron a merced de sus atacantes.
A continuación, reducido a la impotencia el agresivo ministro de Hacienda y paralizados todos sus soldados, los ángeles pueden ya azotarle impunemente hasta dejarle tan maltrecho que sea preciso sacarle de allí en camilla, perdida el habla y sin posibilidad de salvar la vida. Dicho de otro modo, Heliodoro recibió una paliza tan descomunal, fue torturado de tal manera, que debió quedar medio muerto.

Pero no acaba aquí la cosa, puesto que el prudente sumo sacerdote Onías, temiendo que el rey sospechase que los judíos le habían preparado una emboscada a su ministro y fuesen cruelmente castigados por ello, terció en su favor cerca de los ángeles para que no sólo dejaran de torturarle sino pidiéndoles que le curasen. Y éstos, accediendo a la petición de Onías, le dijeron al malparado Heliodoro que si salvaba la vida era debido únicamente a la intercesión del sumo sacerdote cerca del Señor, cuyo poder debía él pregonar en adelante.
Ni que decir tiene que el «aleccionado» Heliodoro aceptó cuanto se le exigía para salvar la vida. Y así, después de ofrecer un sacrificio al Dios de Israel, una vez se hubieron marchado los enviados de éste, pudo él regresar para informar a su rey de cuanto había sucedido especificando lo siguiente:

«Si tú tienes algún enemigo, o que atente contra tu reino, envíales allá, y le verás volver desgarrado a azotes, si es que logra escapar, porque no se puede dudar que reside en aquel lugar una cierta virtud divina.
» Pues aquel mismo que tiene su morada en los cielos, está presente y protege aquel lugar, y castiga y hace perecer a los que va a hacer allí algún mal.» (II Macabeos III, 38-39.)

Con estas palabras del asustado ministro de Hacienda del rey Antíoco se patentiza hasta qué punto fue efectivo el castigo que le aplicaron los ángeles de Dios. No sólo anunció Heliodoro que cualquiera que fuese a Jerusalén y tratase de violar su templo recibiría una paliza de muerte -como le había sucedido a él- sino que quizás podía no escapar con vida, ya que él sólo lo había logrado merced a la intercesión del sacerdote Onías.



Pero, además de eso, Heliodoro reconocía la existencia en aquel lugar de una cierta virtud divina, llegando hasta el extremo de admitir que el Dios de Israel tenía la morada en los cielos, aunque hiciese acto de presencia en el templo alzado en su honor, protegiendo el sitio como cosa propia y castigando y haciendo perecer a cuantos fuesen allá con malas intenciones.
Así pues, el objetivo de Yahvé se había cumplido gracias al trato brutal que sus ángeles propinaron al desdichado ministro de Hacienda, en cuya carne debieron aprender los demás.
Estas apariciones de personajes celestes no se limitan a la que acabamos de señalar.

El Macabeo contó con ayudas espectaculares propiciadas por ellos en el curso de los combates, gracias a que él y sus huestes ayunaban y oraban al Señor antes de entablar la pelea.

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